CABALGUÉ HASTA LA CIMA DE KOLVIR Y, cuando llegué al lugar donde se encuentra mi tumba, desmonté. Entré y abrí la tapa de mi féretro. Estaba vacío. Bien. Casi había esperado verme a mí mismo allí tumbado…, clara evidencia de que a pesar de los signos y las intuiciones, de alguna manera había llegado hasta la sombra equivocada.
Salí fuera y me acerqué a Star, acariciándole el hocico. El sol brillaba y el aire era frío. Me asaltó un deseo repentino de dirigirme al mar. Pero me senté en el banco y llené mi pipa.
Habíamos hablado. Sentada en el sofá marrón con las piernas cruzadas, Dará había sonreído, repitiendo su historia de que descendía de Benedict y Lintra, la doncella infernal, y que había crecido en las Cortes del Caos, un reino totalmente no euclidiano donde el mismo tiempo presentaba extraños problemas de distribución.
—Todo lo que me contaste cuando nos conocimos fueron mentiras —observé—. ¿Por qué debería creerte ahora?
Había esbozado una sonrisa, contemplándose las uñas.
—Entonces tuve que mentirte —explicó— para conseguir lo que quería de ti.
—¿Y eso era…?
—Conocimiento, de la familia, del Patrón, de los Triunfos, de Ámbar. Para ganar tu confianza. Para tener a tu hijo.
—¿Y si me hubieras contado la verdad no lo habrías conseguido igual?
—Lo dudo. Yo pertenezco al enemigo. Las razones que albergaba para conseguir todo eso no habrían sido de tu agrado.
—¿Cuando practicamos esgrima…? Me dijiste que Benedict fue tu maestro.
—Aprendí del gran Duque Borel, un Alto Señor del Caos.
—… y tu aspecto —dije—. Se alteró varias veces cuando te vi atravesar el Patrón. ¿Cómo? Y, ¿por qué?
—Todos los que tenemos nuestro origen en el Caos podemos cambiar de forma —replicó.
Pensé en la demostración de Dworkin la noche que adoptó mi aspecto.
Benedict asintió.
—Papá nos engañó con su disfraz de Canelón.
—Oberon es un hijo del Caos —comentó Dará—, un hijo rebelde de un padre rebelde. No obstante, tiene ese poder.
—¿Entonces a qué se debe que nosotros no podamos hacerlo? —preguntó Random.
—¿Lo intentaste alguna vez? Tal vez vosotros podáis. Pero, por otro lado, quizás el poder desapareció con vuestra generación. No lo sé. Sin embargo, y en lo que a mí respecta, siempre me inclino por ciertas formas hacia las cuales cambio en momentos de tensión. Crecí en un lugar donde esta era la regla, donde la otra forma en algunos momentos era dominante. Sigue siendo un acto reflejo. Eso es lo que observaste… aquel día.
—Dará —le pregunté—, ¿por qué deseabas obtener conocimiento sobre la familia, el Patrón, los Triunfos y Ámbar? ¿Y por qué un hijo?
—De acuerdo —suspiró—. De acuerdo. ¿Habéis descubierto ya los planes de Brand…, la destrucción de Ámbar para crearla de nuevo?
—Sí.
—Contó nuestro permiso y cooperación.
—¿Incluido el asesinato de Martin? —preguntó Random.
—No —replicó ella—. No sabíamos a quién usaría como… agente.
—¿Os hubiera detenido el hecho de saber quién era?
—Esa es una pregunta hipotética —comentó—. Contéstatela tú mismo. Me alegra que Martin siga con vida. Eso es lo único que puedo decir al respecto.
—Muy bien —aceptó Random—. ¿Qué ocurrió con Brand?
—Se puso en contacto con nuestros gobernantes gracias a lo que aprendió de Dworkin. Tenía ambiciones. Y necesitaba conocimiento, poder. Nos ofreció un trato.
—¿Qué tipo de conocimiento?
—Quería saber cómo destruir el Patrón…
—Entonces sois los responsables de lo que hizo —cortó Random.
—Si quieres verlo de esa manera.
—Sí, quiero.
Se encogió de hombros y me miró.
—¿Deseas oír esta historia?
—Continúa —miré a Random y este asintió.
—Se le concedió a Brand lo que pedía —comenzó—, pero no confiaban en él. Temían que una vez que poseyera el poder de cambiar el mundo a su antojo, no se contentaría con gobernar una Ámbar modificada. Querría llevar su dominio también al Caos. Lo que nosotros pretendíamos era una Ámbar debilitada; de esa manera el Caos sería más fuerte de lo que es ahora…, deseábamos un nuevo equilibrio en el que nosotros controláramos más tierras de sombra de las que hay entre nuestros reinos. Se descubrió hace mucho tiempo que los dos reinos no pueden ser unificados, o destruido uno, sin que se rompan todos los procesos de flujo entre nosotros. El resultado de este intento sería una situación totalmente estática o un caos completo. Sin embargo, y aunque sabían lo que Brand se proponía, nuestros jefes llegaron a un acuerdo con él. Era la mejor oportunidad que se nos presentaba en eras. Teníamos que aprovecharla. Pensaron que se podrían ocupar de Brand y, en su momento, deshacerse de él y que su puesto lo ocupara otro.
—Así que también pensabais traicionarlo —comentó Random.
—No si él mantenía su palabra. Pero sabíamos que no lo haría. Por lo que nos preparamos ante esta posibilidad.
—¿Cómo?
—Se le permitiría conseguir lo que deseaba, luego sería destruido. Entonces le sucedería un miembro de la familia real de Ámbar que también perteneciera a la primera familia de las Cortes, uno que crecería entre nosotros y sería educado para ese cargo. Merlín incluso está relacionado con Ámbar por las dos partes, por mi antepasado, Benedict, y directamente por ti…, que sois los más reconocidos aspirantes a vuestro trono.
—¿Tú perteneces a la casa real del Caos?
Sonrió.
Me incorporé. Me acerqué a la chimenea y contemplé las cenizas.
—De alguna manera me resulta doloroso haber estado involucrado en un proyecto calculado de procreación —dije después de un rato—. Pero, bueno… ya es un acto consumado… aunque me gustaría saber, aceptando de momento que todo lo que nos has dicho es cierto, ¿por qué nos lo cuentas?
—Porque —contestó— temo que los señores de mi reino irán tan lejos en la consecución de su visión como lo haría Brand. Tal vez más. Ese equilibrio del que hablé… Muy pocos aprecian lo delicado que es. Yo he viajado por las tierras de sombra que se extienden cerca de Ámbar, y he caminado por la misma Ámbar. También recorrí las sombras que hay al lado del Caos. He visto mucha gente y muchas cosas. Pero luego, cuando me encontré con Martin y hablé con él, sentí que los cambios que, según me dijeron, serían para mejor, no sólo generarían una alteración de Ámbar más acorde con el gusto de mis mayores, sino que la convertirían en una mera extensión de las Cortes, con la mayoría de las sombras unidas al Caos. Ámbar se convertiría en una isla. Algunos de mis mayores, los que aún están resentidos con Dworkin por haber creado Ámbar en primer lugar, buscan el retorno a los días anteriores a que esto ocurriera. Quieren un Caos total, aquel del que todo surgió. A mí me parece que la situación presente es mejor, y busco preservarla. Mi deseo es que ningún lado resulte victorioso en ningún conflicto.
Me volví a tiempo para ver como Benedict sacudía la cabeza.
—Entonces no estás a favor de ningún lado —declaró.
—Me gusta pensar que estoy con los dos.
—Martin —le pregunté—, ¿tú estás con ella?
Asintió.
Random se rio.
—¿Vosotros dos? ¿Contra Ámbar y las Cortes del Caos? ¿Qué creéis que vais a conseguir? ¿Cómo estableceréis este… equilibrio?
—No estamos solos —replicó ella—, y el plan no es nuestro.
Metió la mano en su bolsillo. Cuando la sacó algo resplandeció en ella. La mostró bajo la luz. Sostenía el anillo de sello de nuestro padre.
—¿Dónde lo conseguiste? —preguntó Random.
—¿Dónde crees?
Benedict se acercó a ella y extendió su mano. Ella se lo dio. Él lo estudió.
—Es el suyo —dijo—. Tiene esas pequeñas marcas en la parte de atrás que hace tiempo vi. ¿Por qué lo tienes tú?
—Primero, para convenceros de que actúo de la manera correcta cuando os transmita sus órdenes —contestó.
—¿Cómo? ¿Es que lo conoces? —pregunté.
—Lo conocí hace tiempo, en su época de… dificultades —nos comentó—. De hecho, podría decir que fui yo quien le ayudó a escapar de ellas. Fue después de encontrar a Martin, cuando mis simpatías se inclinaron un poco hacia Ámbar. Además vuestro padre es un hombre persuasivo y encantador. Decidí que no podía quedarme simplemente al margen y ver cómo seguía prisionero de mi gente.
—¿Sabes cómo fue capturado?
Sacudió la cabeza.
—Sólo sé que Brand le convenció para que viajara a una sombra muy lejana de Ámbar, para que lo apresaran allí. Creo que le mintió diciéndole que había descubierto un objeto mágico —inexistente— que podría ayudar en la reparación del Patrón. Ya se ha dado cuenta que sólo la Joya puede hacerlo.
—Cuando le ayudaste a escapar… ¿De qué manera afectó esto la relación que mantienes con tu propia gente?
—No demasiado bien —contestó—. Temporalmente me encuentro sin hogar.
—¿Y deseas encontrarlo aquí?
Sonrió otra vez.
—Depende de cómo acabe todo. Si ganara mi gente… más me valdría regresar o esconderme en lo que quede de sombra.
Saqué un Triunfo y lo contemplé.
—¿Y Merlín? ¿Dónde se encuentra?
—Lo tienen ellos —comentó—. Me temo que tal vez esté de su lado. Sabe cuál es su ascendencia, pero ellos se han hecho cargo de su educación durante mucho tiempo. No sé si los dejará.
Alcé el Triunfo y me concentré.
—No funcionará —dijo ella—. No desde Ámbar hasta el Caos.
Recordé cuán difícil resultó la comunicación con los Triunfos cuando yo me encontraba ante aquel abismo. Pero igualmente lo intenté.
La carta adquirió esa cualidad fría en mi mano y proyecté mi mente. Percibí una ligera presencia que respondía. Me esforcé más.
—Merlín, soy Corwin —dije—. ¿Me oyes?
Me pareció escuchar una réplica. Fue algo así: «No puedo…». Y luego nada. La carta perdió su frialdad.
—¿Contactaste con él? —preguntó ella.
—No estoy seguro —repliqué—. Pero creo que sí. Sólo un momento.
—Mejor de lo que pensé —comentó—. Las condiciones son buenas o vuestras mentes son muy parecidas.
—Cuando sacaste el anillo de Papá mencionaste unas órdenes —observó Random—. ¿Qué órdenes? ¿Y por qué las envía a través tuyo?
—Se debe a una cuestión de tiempo.
—¿Tiempo? ¡Infiernos! ¡Si sólo se marchó esta mañana!
—Tenía que ultimar unos detalles antes de emprender lo que se propone. No sabía cuánto tardaría. Me las dio a mí porque estuve en contacto con él antes de venir aquí —aunque no imaginé la recepción que recibiría—, y ahora ya está preparado para la siguiente fase.
—¿Dónde hablaste con él? —pregunté—. ¿Dónde está?
—No tengo ni idea. Él se puso en contacto conmigo.
—¿Y…?
—Quiere que Benedict ataque inmediatamente…
Gérard en ese momento dio señales de vida desde el sillón en el que se había sentado a escuchar. Se puso de pie, enganchó los pulgares en su cinturón y bajó la vista hasta ella.
—Una orden como esa tiene que venir directamente de Papá.
—Viene de él —comentó ella.
Sacudió la cabeza.
—No tiene sentido. ¿Por qué se puso en contacto contigo —alguien en quien no tenemos motivos para confiar— y no con uno de nosotros?
—Porque creo que en este momento no puede contactar con ninguno de vosotros. Pero sí pudo hacerlo conmigo.
—¿Por qué?
—No usó un Triunfo. No tiene ninguno mío. Utilizó un efecto de reverberación del camino negro, muy parecido al que usó Brand para escapar de Corwin.
—Sabes mucho de lo acontecido últimamente.
—Sí. Todavía conservo algunas fuentes de información en las Cortes, y Brand se dirigió allí después de luchar con vosotros. Sólo presté atención a frases sueltas.
—¿Sabes dónde se encuentra nuestro padre en este momento? —le preguntó Random.
—No, no lo sé. Pero creo que ha viajado a la verdadera Ámbar para deliberar con Dworkin y examinar de nuevo el daño del Patrón original.
—¿Con qué fin?
—No lo sé. Probablemente para analizar la acción que emprenderá. El hecho de que se pusiera en contacto conmigo, ordenando el ataque, indica que ya lo ha decidido.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que habló contigo?
—Unas pocas horas… de mi tiempo. Yo me encontraba en la Sombra, bastante alejada de aquí. No estoy segura de la diferencia temporal. Soy nueva en esto.
—Por lo que puede ser muy reciente. Quizás una diferencia de minutos solamente —musitó Gérard—. ¿Por qué habló contigo y no con uno de nosotros? Creo que, a pesar de todo, podría haberse puesto en contacto con nosotros si hubiera querido.
—Tal vez para indicaros que confiaba en mí —respondió ella.
—Todo esto puede ser completamente cierto —indicó Benedict—. Pero yo no pienso moverme sin una confirmación de esa orden.
—¿Se encuentra todavía Fiona en el Patrón original? —inquirió Random.
—De acuerdo con lo último que sé —le dijo—, había acampado allí. Ya veo lo que quieres decir…
Busqué la carta de Fi.
—Requirió el esfuerzo de más de una persona comunicar desde allí —observó Random.
—Cierto. Así que échame una mano.
Incorporándose, se me acercó. Benedict y Gérard también se aproximaron.
—Realmente no hace falta que hagáis esto —protestó Dará.
La ignoré y me concentré en las delicadas facciones de mi pelirroja hermana. Momentos después, se estableció el contacto.
—Fiona —pregunté, viendo que a su espalda estaba el corazón de nuestra existencia—, ¿está Papá allí?
—Sí —respondió, sonriendo con cansancio—. Se encuentra dentro, con Dworkin.
—Escucha, esto es urgente. No sé si conoces a Dará, pero ella está aquí…
—Sé quién es, la conocí hace un rato.
—Bien; asegura que Papá ordenó que Benedict atacara. Tiene su anillo como prueba de su sinceridad, pero él no nos habló de esto. ¿Sabes algo al respecto?
—No —replicó—. Lo único que hicimos fue intercambiar saludos cuando él y Dworkin estuvieron aquí fuera contemplando el Patrón. Aunque tuve ciertas sospechas, y lo que me dices las confirma.
—¿Sospechas? ¿Qué quieres decir?
—Creo que Papá intentará reparar el Patrón. Tiene la Joya, y escuché parte de lo que habló con Dworkin. Cuando lo haga, se darán cuenta de ello en las Cortes del Caos apenas comience. Tratarán de detenerlo. Creo que lo que pretende es atacar antes para mantenerlos ocupados. Sólo…
—¿Qué?
—Esto lo matará, Corwin. De eso estoy segura. Tanto si tiene éxito como si fracasa, durante el proceso será destruido.
—Me cuesta creerlo.
—¿Que un rey dé su vida por el reino?
—Que Papá lo haga.
—Ha cambiado o tú nunca lo conociste. Pero estoy segura de que lo intentará.
—¿Entonces por qué envía su última orden por medio de alguien que él sabe que no confiamos?
—Supongo que para indicaros que, una vez que lo confirme, quiere que confiéis en ella.
—Parece una manera muy complicada de hacerlo, pero estoy de acuerdo en que no deberíamos actuar sin esa confirmación. ¿Puedes averiguarlo?
—Probaré. Me pondré en contacto contigo tan pronto como le vea.
Rompió el contacto.
Me volví hacia Dará, quien sólo había escuchado una parte de la conversación.
—¿Sabes qué es lo que va a hacer ahora Papá? —le pregunté.
—Tiene algo que ver con el camino negro —dijo—. Eso es lo que me indicó. Sin embargo, no me dijo qué era, o cómo lo haría.
Me di la vuelta. Ordené las cartas y las guardé. No me gustaba la manera en que se estaban desarrollando los acontecimientos. Todo este día había comenzado mal, y no dejó de empeorar desde entonces. Y aún no había llegado la tarde. Sacudí la cabeza. Cuando hablé con él, Dworkin describió los resultados que tendría cualquier intento de reparar el Patrón, y ninguno me pareció agradable. ¿Supongamos que Papá lo intentaba, fracasaba, y moría en el proceso? ¿Dónde nos encontraríamos entonces? En el mismo lugar en el que estábamos ahora, sólo que sin jefe ante la batalla que se avecinaba… y nuevamente surgirían los problemas de la sucesión. Todo ese maldito asunto estaría en nuestras mentes mientras nos dirigíamos a la lucha, y nuevamente comenzaríamos nuestros planes para eliminarnos tan pronto como nos desembarazáramos del enemigo actual. Tenía que haber otra manera de solucionarlo. Era mejor que Papá siguiera con vida y ocupando el trono, a que resurgieran las intrigas para ver quién le sucedía.
—¿Qué estamos esperando? —inquirió Dará—. ¿Una confirmación?
—Sí —repliqué.
Random comenzó a recorrer la habitación. Benedict se sentó y comprobó el vendaje de su brazo. Gérard se apoyó contra la pared al lado de la chimenea. Yo permanecí de pie y pensé. Entonces se me ocurrió una idea. La descarté inmediatamente, pero volvió en seguida. No me gustaba, pero no tenía nada que ver con lo práctico. Tendría que obrar deprisa antes de que me convenciera a mí mismo de que no servía. No. Seguiría con ella. ¡Maldición!
En ese momento sentí el comienzo de un contacto. Esperé. Momentos más tarde, contemplaba nuevamente a Fiona. Se encontraba en un lugar que me resultaba familiar y que no reconocí hasta pasados unos segundos: era el salón de Dworkin, al otro lado de la pesada puerta al final de la cueva. Papá y Dworkin estaban con ella. Papá se había desprendido del disfraz de Canelón y nuevamente era él con su viejo aspecto. Vi que llevaba la Joya.
—Corwin —dijo Fiona—, es verdad. Papá envió las órdenes de ataque con Dará, y esperaba esta llamada de confirmación. Yo…
—Fiona, llévame hasta allí.
—¿Qué?
—Ya me oíste. ¡Ahora!
Extendí mi brazo derecho. Ella extendió el suyo y nos tocamos.
—¡Corwin! —gritó Random—. ¡Qué ocurre!
Benedict se puso de pie, y Gérard se dirigió hacia mí.
—Pronto lo sabréis —comenté, y di un paso adelante.
Apreté su mano antes de Soltarla y sonreí.
—Gracias, Fi. Hola, Papá. Hola, Dworkin. ¿Cómo está todo?
Miré una vez en la dirección de la pesada puerta y vi que estaba abierta. Entonces pasé al lado de Fiona y me acerqué a ellos. Papá había bajado un poco la cabeza y sus ojos estaban entornados. Conocía esa mirada.
—¿Qué es esto, Corwin? Estás aquí sin permiso —observó—. Confirmé esa maldita orden, y espero que se cumpla.
—Se cumplirá —comenté, asintiendo—. No he venido para discutir eso.
—¿Entonces qué quieres?
Me acerqué más, calculando mis palabras al igual que la distancia. Me alegró que siguiera sentado.
—Durante mucho tiempo cabalgamos como camaradas —dije—. Maldita sea si no llegaste a caerme bien entonces. Ya sabes que nunca me gustaste. Jamás tuve las agallas suficientes para decírtelo, pero tú lo sabías. Me gustaría pensar que nuestra relación podría haber sido como la que tuvimos cuando eras Canelón de no ser por lo que somos el uno para el otro. —Durante un momento muy breve su mirada se suavizó a medida que yo me colocaba en la posición que quería. Luego continué—: Creeré que eres tú con aquella apariencia y no con esta, ya que hay algo que de lo contrario jamás me habría atrevido a hacer.
—¿Qué? —preguntó.
—Esto.
Cogí la Joya, y con un movimiento ascendente se la saqué por encima de la cabeza. Giré sobre mis talones y me lancé a toda velocidad fuera de la habitación. Al salir, cerré la puerta detrás mío. No vi ninguna manera de bloquearla, así que seguí corriendo, por la misma ruta en que aquella noche seguí a Dworkin. A mi espalda, escuché el rugido que esperaba.
Seguí los giros que marcaba la cueva. En un momento trastabillé. Todavía el aire estaba cargado con el olor de Wixer. Continué corriendo y un último giro me trajo un resplandor de luz delante mío.
Me lancé hacia él al tiempo que me pasaba la cadena de la Joya por encima de la cabeza. Cuando la sentí contra mi pecho proyecté mi mente sobre ella. Escuché ecos que venían de atrás.
¡Por fin la salida!
Corrí a toda velocidad hacia el Patrón, sintiendo a través de la Joya, convirtiéndola en un sentido adicional. Yo era la única persona, exceptuando a Papá y a Dworkin, totalmente sintonizado con ella. Dworkin me había explicado que el Patrón sólo podía repararlo una persona completamente sintonizada con la Joya que atravesara el Gran Patrón y quemara cada mancha que este tuviera, remplazándola con la imagen del Patrón que dicha persona llevara en su interior, a la vez que borraba el camino negro durante el proceso. Mejor que lo intentara yo en vez de Papá. Todavía sentía que el camino negro le debía parte de su forma final a la fuerza de mi maldición contra Ámbar. Quería borrar eso también. De todas formas, Papá ordenaría la situación después de la guerra mejor de lo que yo podría hacerlo jamás. En ese momento me di cuenta de que ya no deseaba el trono. Aun teniéndolo al alcance de mi mano, me abrumaba la sola idea de tener que administrar el reino durante todos los largos y aburridos siglos venideros. Quizás, si moría, elegiría la salida más fácil. Eric estaba muerto, y ya no lo odiaba más. Y la otra compulsión que me había servido de objetivo vital —el trono— sólo pareció deseable mientras él también lo quiso. Renuncié a ambos. ¿Qué me quedaba? Me había reído ante las palabras de Vialle… pero luego las analicé y comprendí que tenía razón. El viejo soldado que había en mi interior era más fuerte. Se reducía a una cuestión de deber. Pero no sólo eso. Había más…
Llegué al borde del Patrón, y rápidamente me encaminé hacia su comienzo. Miré atrás, a la entrada de la cueva. Papá, Dworkin, Fiona… ninguno había salido todavía. Bien. Ya no llegarían a tiempo para detenerme. Una vez que entrara en el Patrón, sería demasiado tarde para que pudieran hacer algo salvo esperar y contemplarme. Durante un breve instante pensé en la disolución de lago. Desterré ese pensamiento y calmé mi mente hasta el nivel necesario para la ordalía que me aguardaba; también recordé mi lucha contra Brand aquí, antes de su extraña huida. Aparté igualmente este pensamiento y reduje el ritmo de mi respiración, preparándome.
Me invadió una especie de letargo. Era hora de comenzar, pero me retuve un momento, tratando de concentrar mi mente de manera adecuada en la gran tarea que me esperaba. Por un instante el Patrón osciló en mi campo de visión. ¡Ahora! ¡Maldición! ¡Ahora! ¡Basta de movimientos preliminares! Empieza, me dije. ¡Camina!
Y sin embargo, seguí allí de pie, contemplando el Patrón como si estuviera en un sueño. Mientras lo observaba me olvidé de mí mismo durante varios y prolongados minutos. El Patrón, con su larga mancha negra que tenía que ser borrada…
No pareció importante que pudiera matarme. Mi mente flotaba, pensando en la belleza que había en su interior…
Escuché un ruido. Serían Papá, Dworkin y Fiona, que se acercaban. Tenía que hacer algo antes de que me alcanzaran. Tenía que atravesarlo… en un momento…
Aparté la vista del Patrón y miré hacia atrás, a la boca de la cueva. Habían salido y bajaban por la pendiente, cuando se detuvieron. ¿Por qué? ¿Por qué se habían parado?
¿Qué importancia tenía? Disponía del tiempo suficiente para empezar. Lentamente levanté el pie con la intención de desplazarme.
Apenas pude moverme. Poco a poco, con un gran esfuerzo de voluntad, adelanté el pie. Dar ese primer paso fue mucho más difícil que atravesar el mismo Patrón cuando te acercas a su final. Pero no tenía la sensación de luchar contra una resistencia externa, sino contra la desgana de mi cuerpo. Era como si…
Entonces apareció la imagen de Benedict al lado del Patrón en Tir-na Nog’th a medida que Brand se aproximaba, burlándose de él, mientras la Joya ardía sobre su pecho.
Antes de bajar la vista supe lo que vería.
La piedra roja palpitaba al mismo ritmo que mi corazón.
¡Malditos sean!
Papá o Dworkin —o los dos juntos— proyectaban su mente en ese instante a través de la Joya y me paralizaban. En ningún momento dudé que cualquiera de ellos podría hacerlo solo. Sin embargo, y a la distancia que me encontraba, no tenía sentido que me rindiera sin oponer resistencia.
Mantuve la tensión de mi pie, deslizándolo lentamente hacia el borde del Patrón. Una vez que lo posara allí, no veía cómo…
Me dormía… Sentí que caía. Me di cuenta de que ya me había dormido durante un momento. Ocurrió de nuevo.
Cuando abrí los ojos, vi una parte del Patrón. Giré la cabeza y vi pies. Al alzar la vista, observé que Papá tenía la Joya.
—Marchaos —les ordenó a Dworkin y a Fiona sin volver la cabeza.
Retrocedieron a medida que él se ponía la Joya alrededor del cuello. Se inclinó hacia mí y extendió la mano. La tomé y me ayudó a incorporarme.
—Lo que hiciste fue una estupidez —dijo.
—Estuve muy cerca.
Asintió.
—Por supuesto, habrías muerto sin conseguir nada —comentó—. Pero, de todas formas, lo hiciste bien. Ven, caminemos un poco.
Me cogió del brazo y comenzamos a rodear la periferia del Patrón.
Contemplé ese extraño cielo-mar, sin horizonte que nos rodeara. Mientras andábamos me pregunté qué habría ocurrido si hubiera podido pisar el Patrón… qué estaría ocurriendo en ese instante.
—Has cambiado —dijo finalmente—, o tal vez nunca te conocí de verdad.
Me encogí de hombros.
—Un poco de las dos cosas. Iba a decir lo mismo con respecto a ti. ¿Quieres contestarme a una pregunta?
—¿Cuál?
—¿Te resultó muy difícil ser Canelón?
Se rio entre dientes.
—Nada —contestó—. Quizás ahí vislumbraste parte de mi verdadero yo.
—Me caía bien. Lo que quiero decir es que tú me caías bien siendo él. ¿Qué ocurrió con el verdadero Canelón?
—Murió hace mucho, Corwin. Lo encontré poco después de que tú lo desterraras de Avalón. No era un mal tipo. Sin embargo no le hubiera confiado ni mi almuerzo…, pero, bueno, nunca confío en quien no tengo que hacerlo.
—Es inherente a la familia.
—Lamenté tener que matarlo. No es que me diera muchas opciones. Todo esto ocurrió hace mucho tiempo, pero lo recuerdo vívidamente. Debió impresionarme.
—¿Y Lorraine?
—¿El país? Creo que fue un buen trabajo. Lo realicé con la sombra adecuada. Gracias a mi presencia creció en fuerza, de la misma manera que lo haría cualquier otra sombra si alguno de nosotros se queda el tiempo suficiente en ella… como ocurrió cuando te quedaste en Avalón, y más tarde en aquel otro lugar. Me ocupé de que tuviera el tiempo necesario proyectando mi voluntad en su corriente temporal.
—No sabía que esto se pudiera hacer.
—Nuestra fuerza crece lentamente, empezando con la iniciación en el Patrón. Hay mucho que tienes que aprender todavía. Sí, yo le di fuerza a Lorraine, y la hice especialmente vulnerable al creciente poder del camino negro. Me encargué de que apareciera en tu camino, sin importar dónde fueras. Después de que escaparas de Ámbar, todos los caminos conducían a Lorraine.
—¿Por qué?
—Fue una trampa que te tendí, y quizás una prueba. Quería estar a tu lado cuando te enfrentaras al ejército del Caos. También deseaba viajar contigo una temporada.
—¿Una prueba? ¿Para qué me probabas? ¿Y por qué viajar conmigo?
—¿No lo adivinas? Os estuve observando a todos durante años. Nunca designé un sucesor al trono. Dejé ese asunto turbio sin resolver a propósito. Sois demasiado parecidos a mí para que no supiera que en el momento que declarara a uno de vosotros como mi sucesor estaría firmando su sentencia de muerte. No. Adrede dejé las cosas como estaban hasta el final. Sin embargo, ya he tomado una decisión. Tienes que ser tú.
—Cuando estábamos en Lorraine, muy brevemente, te comunicaste conmigo con tu forma real. Entonces me dijiste que tomara el trono. ¿Si tomaste una decisión entonces por qué continuaste con la farsa?
—Porque todavía no me había decidido. Eso sólo fue una manera de asegurarme de que seguirías adelante. Temí que esa muchacha te llegara a gustar demasiado, lo mismo que esa tierra. Si salías como un héroe del Círculo Negro, corría el peligro de que decidieras quedarte allí. Quería implantar en ti las ideas que harían que continuaras tu viaje.
Permanecí en silencio durante un rato. Habíamos avanzado una buena distancia alrededor del Patrón.
Entonces dije:
—Hay algo que debo saber. Antes de venir hasta aquí estuve hablando con Dará, que intenta limpiar su nombre con nosotros…
—Está limpio —comentó.
Sacudí la cabeza.
—No quise acusarla de algo en lo que llevo pensando mucho tiempo. Hay un buen motivo por el que creo que no se puede confiar en ella, a pesar de sus protestas y tu apoyo. Dos razones, de hecho.
—Lo sé, Corwin. Pero ella no mató a los sirvientes de Benedict para tener acceso a esta casa. Yo mismo lo hice; quise asegurarme de que la conocerías, y en el momento adecuado.
—¿Tú? ¿Tú formaste parte de toda la trama que la involucró a ella? ¿Por qué?
—Será una buena reina, hijo. Confío en la sangre del Caos para que nos traiga fuerza. Ya era tiempo de una infusión nueva. Subirás al trono con un heredero. Y para cuando él esté preparado para reinar, Merlín se habrá deshecho de toda la educación recibida allí.
Habíamos recorrido todo el camino hasta la mancha negra. Me detuve. Me puse en cuclillas y la estudié.
—¿Crees que esto te matará? —le pregunté finalmente.
—Sé que lo hará.
—Eres capaz de matar a gente inocente sólo para manipularme. Y, sin embargo, sacrificarás tu vida por el reino.
Alcé los ojos y le miré.
—Mis propias manos no están limpias —continué—, y ciertamente no presumo de juzgarte. Pero, hace un rato, cuando me preparaba para atravesar el Patrón, pensé en cómo habían cambiado mis sentimientos… hacia Eric, hacia el trono. Creo que uno hace lo que tiene que hacer, es un deber. Yo también, en este momento, siento un deber hacia Ámbar y el trono. En realidad, es más que eso. Me acabo de dar cuenta de que es mucho más. Pero también descubrí otra cosa, algo que el deber no me exige. No sé cuándo o cómo desapareció y yo cambié, pero no deseo el trono, Papá. Lamento estropear tus planes, pero no quiero ser rey de Ámbar. Lo siento.
Entonces aparté la vista, y volví a mirar la mancha. Escuché como suspiraba.
Luego dijo:
—Ahora voy a enviarte de regreso a casa. Prepara tu caballo y llévate provisiones. Cabalga hacia algún lugar fuera de Ámbar… a cualquier sitio que esté aislado.
—¿Mi tumba?
Bufando, se rio entre dientes.
—Servirá. Ve allí y espérame. Tengo que pensar.
Me incorporé. Extendió su brazo y puso la mano sobre mi hombro. La Joya palpitaba. Me miró a los ojos.
—Ningún hombre consigue lo que desea de la manera que lo desea —observó.
Entonces surgió un efecto distanciador, como el poder de un Triunfo, sólo que de manera invertida. Escuché voces a mi alrededor y vi la sala que acababa de dejar. Benedict, Gérard, Random y Dará aún seguían allí. Noté que Papá soltaba mi hombro. Entonces desapareció y yo quedé entre ellos una vez más.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Random—. Vimos que Papá te hacia regresar. De paso, ¿cómo lo hizo?
—No lo sé —respondí—. Pero me ha confirmado lo que Dará nos dijo. Él le dio el anillo y el mensaje.
—¿Por qué? —preguntó Gérard.
—Quería que confiáramos en ella —repliqué.
Benedict se puso de pie.
—Entonces me marcho a cumplir sus órdenes.
—Quiere que ataques y que luego retrocedas —dijo Dará—. Después, lo único que tienes que hacer es contenerlos.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Sólo me dijo que tú lo sabrías.
Benedict esbozó una de sus contadas sonrisas y asintió. Sacó su caja de cartas con una mano, le quitó la tapa y extrajo el Triunfo de las Cortes que yo le había entregado.
—Buena suerte —le deseó Random.
—Sí —acordó Gérard.
Yo añadí mis buenos deseos y contemplé cómo se desvanecía. Cuando el efecto de arcoíris desapareció, aparté la vista y vi que Dará lloraba en silencio. No hice ningún comentario.
—Yo también tengo… una especie de orden —dije—. Será mejor que me marche.
—Y yo regresaré a la flota —comentó Gérard.
—No —escuché que Dará decía cuando me dirigía a la puerta.
Me detuve.
—Tienes que quedarte aquí, Gérard, y encargarte de la seguridad de Ámbar. No se producirá ningún ataque desde el mar.
—Pero creí que era Random el que estaba al mando de la defensa local.
Sacudió la cabeza.
—Random tiene que reunirse con Julián en Arden.
—¿Estás segura? —preguntó Random.
—Totalmente.
—Bien —comentó—. Es agradable saber que al menos se acordó de mí. Lo siento, Gérard. Así están las cosas.
Gérard pareció desconcertado.
—Espero que sepa lo que está haciendo —observó.
—Ya hemos hablado de eso —intervine—. Adiós.
Escuché unos pasos cuando dejé la habitación. Dará se me acercó.
—¿Y ahora qué? —le pregunté.
—Me gustaría que camináramos juntos un rato.
—Voy a coger algunas provisiones y luego a los establos.
—Iré contigo.
—Tengo que marcharme solo.
—De todas formas no hubiera podido acompañarte. Todavía he de hablar con tus hermanas.
—¿Ellas también están incluidas?
—Sí.
Caminamos en silencio un rato, luego ella dijo:
—Todo lo nuestro no fue tan frío como parece, Corwin.
Entramos en la despensa.
—¿A qué te refieres?
—Lo sabes muy bien.
—¡Oh!, eso. Está bien.
—Me gustas. Puede que algún día mi sentimiento se transforme en algo más, si tú sientes lo mismo.
Mi orgullo me incitó a darle una respuesta aguda, pero me contuve. Uno aprende algo con los siglos. Cierto que me había utilizado, pero tampoco ella era un agente libre por aquel entonces.
Supongo que lo peor que podría decirse es que Papá quería que me gustara. Pero no dejé que mi resentimiento por sus manipulaciones interfiriera con lo que eran, o podrían ser, mis propios sentimientos.
Así que le dije:
—Tú también me gustas —y la miré. Me pareció que en ese momento necesitaba que la besara, y lo hice—. Será mejor que me vaya.
Sonrió y me apretó el brazo.
Luego desapareció.
Decidí no pensar en mis sentimientos en ese instante. Cogí lo que necesitaba.
Ensillé a Star y emprendí el camino que me llevaría hasta la cima de Kolvir, donde se encuentra mi tumba. Sentado fuera, fumé mi pipa y contemplé las nubes.
Tuve la sensación de que el día había sido completo, y aún no había caído la tarde. Las premoniciones jugaban al escondite en las grutas de mi mente, y yo no hubiera invitado a ninguna a almorzar.