ÁMBAR BRILLA EN LO ALTO DE KOLVIR al mediodía. El camino negro, allí abajo, siniestro, atraviesa Garnath desde el Caos hacia el sur. Yo maldigo y doy vueltas en la biblioteca del palacio de Ámbar, leyendo ocasionalmente un libro. La puerta de acceso a la biblioteca está cerrada y asegurada.

El iracundo príncipe de Ámbar, sentado ante el escritorio, vuelve a enfrascarse en el volumen que tiene delante. Se escucha un golpe en la puerta.

—¡Fuera! —exclamé.

—Corwin. Soy yo… Random. Abre, ¿quieres? He traído el almuerzo.

—Espera un momento.

Me puse otra vez de pie, pasé alrededor del escritorio y crucé la habitación. Random asintió cuando abrí la puerta. Llevaba una bandeja, que acercó hasta una pequeña mesa al lado del escritorio.

—Traes demasiada comida —comenté.

—Yo también tengo hambre.

—Pues remédialo.

Lo hizo. Cortó la carne. Me pasó un trozo en una rodaja de pan. Sirvió el vino. Nos sentamos y comimos.

—Sé que todavía estás enfurecido… —observó después de un rato.

—¿Tú no?

—Bueno, tal vez yo esté más acostumbrado. No lo sé. Sin embargo… Sí. Fue un poco abrupto, ¿verdad?

—¿Abrupto? —bebí un largo trago de vino—. Es como en los viejos tiempos. Incluso peor. Llegó a caerme bien cuando interpretaba el papel de Canelón. Pero ahora que tiene otra vez el control, se muestra tan autoritario como antes… nos dio una serie de órdenes precisas y ni se molestó en explicárnoslas, para desaparecer de nuevo.

—Dijo que pronto se pondría en contacto.

—Supongo que también pensaba hacerlo la última vez.

—No estoy seguro.

—Además no nos dio ninguna explicación sobre su anterior ausencia. De hecho, no ha explicado nada.

—Tendrá sus razones.

—Es lo que estoy empezando a cuestionarme, Random. ¿Crees que finalmente su cerebro ha cedido?

—Ha demostrado ser lo suficientemente inteligente como para engañarte.

—Eso se debe a una simple combinación de astucia animal unida a su capacidad para cambiar de forma.

—Pero funcionó, ¿no es cierto?

—Sí. Funcionó.

—Corwin, ¿no será que no deseas que tenga un plan que pueda ser efectivo, que no quieres que tenga razón?

—Eso es ridículo. Quiero que toda esta confusión se arregle tanto como cualquiera de la familia.

—Sí, ¿pero no preferirías que la solución viniera de otro lado?

—¿Qué estás insinuando?

—No quieres confiar en él.

—Lo admito. No lo he visto —en su verdadera forma— durante mucho tiempo, y…

Sacudió la cabeza.

—Eso no es lo que quiero decirte. Lo que te molesta es que haya regresado, ¿no es verdad? Tenías la esperanza de que ya no lo veríamos de nuevo.

Aparté la vista.

—En parte —admití finalmente—. Pero no para que el trono quedara vacante, o por lo menos no exclusivamente por ello. Es él, Random. Él. Eso es todo.

—Lo sé —dijo—. Pero tienes que admitir que desbarato los planes de Brand, lo cual no fue fácil. Tramó algo que todavía no entiendo cuando hizo que trajeras el brazo mecánico desde Tir-na Nog’th, consiguiendo que yo se lo pasara a Benedict, garantizando de esa manera que Benedict estuviera en el lugar adecuado en el momento oportuno para que todo funcionara y él recuperara la Joya. Y todavía sigue siendo mejor que nosotros manipulando la Sombra. Lo consiguió incluso en Kolvir, cuando nos llevó hasta el Patrón original. Yo no podría hacerlo. Ni tú tampoco. Y venció a Gérard. No creo que esté perdiendo sus reflejos. Pienso que sabe exactamente lo que hace y, nos guste o no, creo que él es el único que puede enfrentarse con nuestra situación actual.

—¿Me estás diciendo que confíe en él?

—Te digo que no te queda otra elección.

Suspiré.

—Creo que has dado en el clavo —comenté—. No tiene sentido que siga amargado. Pero…

—Te molestan las órdenes de ataque, ¿verdad?

—Sí, entre otras cosas. Si esperáramos un poco más, Benedict podría reunir un ejército más poderoso. Tres días no son suficientes para una tarea como esta. No cuando sabemos tan poco sobre el enemigo.

—Tal vez no sea así. Estuvo hablando en privado con Benedict durante mucho tiempo.

—Y esa es otra de las cosas que me molestan. Estas órdenes aisladas. Este secreto… No confía en nosotros más de lo necesario.

Random se rio entre dientes. Yo también.

—De acuerdo —acepté—. Quizás yo tampoco lo haría. Pero tres días para organizar una guerra —sacudí la cabeza—. Espero que sepa algo que nosotros desconocemos.

—Me da la impresión de que se trata de un ataque sorpresa más que de una guerra.

—Sólo que no se ha molestado en decirnos qué es lo que vamos a conseguir.

Random se encogió de hombros y sirvió más vino.

—Tal vez nos lo diga cuando regrese. ¿Tú no recibiste ninguna orden en particular?

—Sólo que permaneciera aquí y esperara. ¿Y tú?

Sacudió la cabeza.

—Dijo que cuando llegara el momento, lo sabría. Al menos a Julián le dijo que tuviera a sus tropas preparadas para entrar en acción al primer aviso.

—¿Oh? ¿No se quedarán en Arden?

Asintió.

—¿Cuándo lo dijo?

—Después de irte tú. Trajo a Julián hasta aquí arriba con el Triunfo y le dio el mensaje; luego montaron en sus caballos y se alejaron juntos. Le escuché decir a Papá que cabalgaría con él de regreso parte del camino.

—¿Partieron por el sendero oriental de Kolvir?

—Sí. Yo los despedí.

—Es interesante. ¿Qué más me perdí?

Se movió en su asiento.

—La parte que me inquieta —comentó—. Una vez que Papá montó y se despidió con la mano, dio media vuelta, me miró y dijo: «Vigila a Martin».

—¿Eso fue todo?

—Sí. Aunque se reía cuando lo dijo.

—Supongo que será una sospecha natural ante un recién llegado.

—¿Entonces por qué la risa?

—Me rindo.

Corté un trozo de queso y me lo comí.

—Tal vez no sea una mala idea. Quizás no se trate de una sospecha y piense que Martin necesita ser verdaderamente protegido. Puede ser esto. O ninguna de las dos. Ya sabes cómo es él a veces.

Random se incorporó.

—No se me ha ocurrido ninguna otra alternativa. Ven conmigo, ¿quieres? —dijo—. Llevas aquí toda la mañana.

—De acuerdo —me puse de pie y me ceñí Grayswandir a la cintura—. De todas maneras, ¿dónde está Martin?

—Lo dejé en la primera planta. Charlaba con Gérard.

—Entonces está en buenas manos. ¿Gérard se quedará aquí o volverá a la flota?

—No lo sé. No quiso discutir sus órdenes.

Salimos de la habitación. Nos dirigimos a las escaleras.

Mientras bajábamos, escuché un pequeño revuelo que provenía de abajo. Apresuré el paso.

Miré por encima de la barandilla y vi un montón de guardias en la entrada al salón del trono junto con la masiva figura de Gérard. Todos nos daban la espalda.

Salté los últimos escalones. Random me seguía de cerca.

Me abrí paso.

—Gérard, ¿qué ocurre? —pregunté.

—Maldita sea si lo sé —contestó—. Mira tú mismo. Pero no hay manera de entrar.

Se hizo a un lado y yo avancé un paso. Luego otro. Y eso fue todo. Era como si empujara contra una pared totalmente invisible y ligeramente elástica. Más allá descubrí algo que hizo que mis recuerdos y mis sentimientos se sintieran estrujados. Me erguí, ya que el miedo se me había agarrado del cuello, encogiéndome y paralizando mis manos. Y es difícil que eso me ocurra.

Martin, que sonreía, mantenía un Triunfo en la mano izquierda, y Benedict —aparentemente acababa de ser transportado— estaba ante él. Había una muchacha cerca, en el estrado, al lado del trono, y miraba en la otra dirección. Los dos hombres parecían estar hablando, pero no pude escuchar sus palabras.

Finalmente, Benedict se volvió y dio la impresión de dirigirse a la muchacha. Después de un rato, pareció que ella le contestaba. Martín se acercó a la izquierda de ella. Benedict se subió al estrado cuando ella habló. Entonces vi su cara. El intercambio de palabras continuó.

—Esa muchacha me resulta familiar —dijo Gérard, que se había adelantado y ahora estaba a mi lado.

—Tal vez la vislumbraste cuando pasó cabalgando a nuestro lado —le contesté— el día que murió Eric. Es Dará.

Escuché cómo contenía la respiración.

—¡Dará! —exclamó—. Entonces tú… —su voz se apagó.

—Yo no mentía —repliqué—. Es real.

—¡Martin! —gritó Random, quien se había acercado a mi derecha—. ¡Martin! ¡Qué sucede!

No hubo respuesta.

—No creo que pueda oírte —comentó Gérard—. Esta barrera parece haberlos aislado por completo.

Random se esforzó en avanzar, sus manos lucharon con lo invisible.

—Empujemos todos juntos —dijo.

Lo intenté otra vez. Gérard también lanzó su peso contra la pared invisible.

Después de medio minuto sin ningún éxito, me relajé.

—No sirve —observé—. No podemos moverla.

—¿Qué demonios es? —preguntó Random—. ¿Qué mantiene…?

Tuve el presentimiento —aunque sólo era eso— de lo que estaba ocurriendo. Y únicamente debido al carácter de déjà vu que tenía toda la escena. Sin embargo… Me llevé la mano a la funda que pendía a mi costado, asegurándome de que Grayswandir todavía estuviera conmigo.

Allí estaba.

¿Entonces cómo podía explicar la presencia inconfundible de mi espada, con sus elaborados trazos brillando para que todo el mundo la viera, suspendida en el aire donde súbitamente había aparecido, sin apoyo, al lado del trono, y su punta rozando la garganta de Dará?

No podía.

Pero era demasiado parecido a lo que había ocurrido aquella noche en la ciudad de sueños que flotaba en el cielo, Tir-na Nog’th, para que fuera una coincidencia. Ahora no existía ninguna de las distracciones de entonces —la oscuridad, la confusión, las pesadas sombras, las tumultuosas emociones que sentí—, y sin embargo, se representaba la misma escena de aquella noche. Era muy parecida. Aunque no exacta. La posición de Benedict daba la impresión de ser diferente… más retrasada, su cuerpo en un ángulo distinto. Como no podía leer sus labios, me pregunté si Dará hacía las mismas y extrañas preguntas. Lo dudaba. El cuadro —parecido, pero diferente, a aquel que había vivido yo— quedó coloreado en su otro extremo —esto es, si existía alguna conexión— por los efectos de los poderes de Tir-na Nog’th sobre mi mente en aquel entonces.

—Corwin —dijo Random—, eso que flota delante de ella parece Grayswandir.

—Sí que se parece —acordé—. Pero como puedes ver, tengo la espada conmigo.

—Es imposible que exista otra igual… ¿o no? ¿Sabes qué está ocurriendo?

—Comienzo a sospecharlo —contesté—. Sea lo que fuere, no tengo el poder para detenerlo.

Repentinamente la espada de Benedict surgió en su mano, bloqueando la otra, tan parecida a la mía.

Al momento siguiente, luchaba contra un oponente invisible.

—¡Destrúyelo, Benedict! —gritó Random.

—No te esfuerces —comenté—. Está a punto de perder su brazo.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Gérard.

—De alguna manera, el que lucha con él soy yo —repliqué—. Tal es el final de mi sueño en Tir-na Nog’th. No sé cómo lo consiguió, pero este es el precio que hay que pagar por la Joya que Papá recuperó.

—No te entiendo —dijo.

Sacudí la cabeza.

—Yo no pretendo saber qué ocurre —le contesté—. Pero no podremos pasar hasta que de esa habitación no hayan desaparecido dos objetos.

—¿Cuáles?

—Observa.

Benedict cambió la espada de mano, y su resplandeciente prótesis se lanzó hacia adelante, aferrándose a un objetivo que no se veía. Las dos espadas chocaron, bloqueadas, presionando, las puntas dirigidas hacia el techo. La mano derecha de Benedict seguía cerrándose.

Repentinamente, la espada Grayswandir quedó libre y atravesó la barrera que ofrecía la otra. Dio un golpe terrible al brazo derecho de Benedict en el lugar donde la parte metálica estaba unida a él. Entonces Benedict se volvió y nuestra visión quedó oscurecida durante unos momentos.

Luego la escena fue visible de nuevo cuando Benedict cayó sobre una rodilla, girando. Se agarró el muñón de su brazo. El brazo/mano metálico pendía en el aire cerca de Grayswandir. Se alejaba de Benedict, descendiendo, igual que la espada. Cuando ambos objetos llegaron hasta el suelo, no rebotaron en él, sino que lo atravesaron, desapareciendo de la vista.

Me lancé hacia adelante, recuperé el equilibrio, y avancé. La barrera había desaparecido.

Martin y Dará alcanzaron a Benedict antes que nosotros. Dará ya había arrancado un trozo de tela de su capa y le vendaba a Benedict el muñón cuando Gérard, Random y yo llegamos hasta ellos.

Random cogió a Martin por el hombro y le dio la vuelta.

—¿Qué ocurrió? —preguntó.

—Dará… Dará me dijo que quería ver Ámbar —contestó—. Y como yo ahora vivo aquí, acepté transportarla y mostrarle los alrededores. Entonces…

—¿Transportarla? ¿Quieres decir con un Triunfo?

—Bueno… sí.

—¿Tuyo o de ella?

Martin se mordió el labio inferior.

—Es que…

—Dame esas cartas —dijo Random, arrancando la caja del cinturón de Martin. La abrió y buscó entre ellas.

—Entonces se me ocurrió contárselo a Benedict, ya que estaba interesado en ella —continuó Martin—. Cuando lo supo, Benedict vino a verla…

—¡Qué demonios! —exclamó Random—. ¡Hay una tuya, una de ella, y una de alguien a quien nunca vi antes! ¿De dónde las sacaste?

—Déjame verlas —le pedí.

Me pasó las tres cartas.

—¿Bien? —preguntó—. ¿Las hizo Brand? Que yo sepa, él es el único que puede crear Triunfos.

—Yo no mantendría ningún contacto con Brand —replicó Martin—, salvo para matarlo.

Pero yo supe inmediatamente que no eran de Brand. No era su estilo. Ni tenían el estilo de nadie a quien yo conociera. Sin embargo, el estilo era lo que menos me preocupaba en ese momento. Lo que captó mi atención fueron las facciones de la tercera persona, aquella a la que Random dijo que nunca había visto antes. Yo sí lo había visto.

Contemplaba la cara del joven que se enfrentó a mí con una ballesta ante las Cortes del Caos, aquel que, al reconocerme, había bajado el arma.

Extendí la carta.

—Martin, ¿quién es este? —pregunté.

—El hombre que hizo estos Triunfos —contestó—. No conozco su nombre. Es un amigo de Dará.

—Estás mintiendo —dijo Random.

—Dejemos que Dará nos lo diga —comenté, volviéndome hacia ella.

Todavía estaba de rodillas al lado de Benedict, aunque ya le había vendado el brazo y comenzaba a incorporarse.

—¿Qué sabes de esto? —pregunté, mostrándole la carta—. ¿Quién es este hombre?

Miró la carta, luego a mí. Sonrió.

—¿De verdad no lo sabes? —dijo.

—¿Si lo supiera crees que te lo preguntaría?

—Entonces míralo otra vez y luego ve a un espejo. Es tan hijo tuyo como mío. Su nombre es Merlín.

No me sorprendo con facilidad, pero esa revelación no tenía nada de fácil. Me sentí atontado. Durante unos instantes mi mente hizo un cálculo rápido. Con la diferencia temporal adecuada, era posible.

—Dará —observé—, ¿qué es lo que quieres?

—Te lo dije cuando atravesé el Patrón —replicó—. Ámbar debe ser destruida. Lo que quiero es participar en la parte que me corresponde.

—Pues sólo tendrás mi antigua celda —dije—. No, la contigua. ¡Guardias!

—Corwin, está bien —dijo Benedict, poniéndose de pie—. No es tan malo como parece. Ella puede explicarlo todo.

—Más vale que empiece ya.

—No. En privado. Sólo la familia.

Con un gesto despedí a los guardias que habían acudido a mi llamada.

—Muy bien. Vayamos a uno de los salones que hay al lado de la entrada principal.

Asintió, y Dará le cogió del brazo izquierdo. Random, Gérard, Martin y yo los seguimos fuera. Miré hacia atrás otra vez, al vacío lugar donde mi sueño se había convertido en realidad. Así son los sueños.