37

Llamé a Ben para que entrara.

—Nada —le informé—. Y he mirado… en todas partes.

—¿Y en la garganta? —preguntó él en voz baja.

Notaba la rabia residual en mi voz, se daba cuenta de que hablaba con una loca y de que más le valía andarse con pies de plomo.

—Justo antes de desmayarse dijo que le dolía la garganta —añadió.

Asentí.

—He mirado. No hay cápsula, Ben.

—¿Estás completamente segura? Es muy raro que una niña helada y desnutrida diga «me duele la garganta» en cuanto aparece por la puerta.

Se acercó con mucha precaución a la cama, no sé, quizá porque le preocupaba que me abalanzara sobre él en un momento de locura desplazada. Como si hubiese ocurrido alguna vez, ejem. Con gran delicadeza, le puso una mano en la frente mientras le abría la boca con la otra. Cerró un ojo.

—Cuesta ver algo —masculló.

—Por eso he utilizado esto —respondí, pasándole la linterna de bolsillo que Sam había recibido en el campo.

Él le iluminó la garganta.

—Está bastante roja —comentó.

—Ya, por eso decía que le dolía.

Ben se rascó la barba incipiente, dándole vueltas al problema.

—No «ayudadme», o «tengo frío», ni siquiera «toda resistencia es inútil». Solo «me duele la garganta».

—¿«Toda resistencia es inútil»? —pregunté, cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿En serio?

Sam estaba revoloteando junto a la puerta, observándonos con sus grandes ojos castaños.

—¿Está bien, Cassie?

—Está viva —respondí.

—¡Se lo ha tragado! —exclamó Ben, el tipo de las ideas—. ¡No la has encontrado porque la lleva en el estómago!

—Esos dispositivos son del tamaño de un grano de arroz —le recordé—. ¿Por qué iba a dolerle la garganta por tragarse uno?

—No digo que le duela por culpa del dispositivo. Lo de la garganta no tiene nada que ver.

—Entonces ¿por qué te preocupa tanto que la tenga dolorida?

—Te diré lo que me preocupa, Sullivan —respondió esforzándose mucho por mantener la calma, porque estaba claro que alguien tenía que mantenerla—. Que apareciera de la nada podría significar muchas cosas, pero ninguna buena. De hecho, solo puede ser algo malo. Algo muy malo que se convierte en más muy malo porque no sabemos para qué la han enviado aquí.

—¿Más muy malo?

—Ja, ja, el deportista tonto que no sabe hablar como es debido. Te juro por Dios que la siguiente persona que me corrija la gramática se lleva un puñetazo en la cara.

Suspiré. La rabia se me escapaba y me dejaba convertida en un bulto hueco y exangüe con forma humana.

Ben miró a Megan durante un buen rato.

—Tenemos que despertarla —decidió.

Entonces, Dumbo y Bizcocho entraron en el cuarto a toda prisa.

—No me digas: no habéis encontrado nada —le dijo Ben a Bizcocho, que, por supuesto, no se lo iba a decir.

—No me «lo» digas —lo corrigió Dumbo.

Ben no llegó a pegarle un puñetazo, aunque sí levantó una mano.

—Dame tu cantimplora.

Desenroscó la tapa y sostuvo el recipiente sobre la frente de Megan. Una gota de agua, temblorosa, colgó del borde durante una eternidad.

Antes de que acabara esa eternidad, una voz ronca habló detrás de nosotros.

—En tu lugar, yo no lo haría.

Evan Walker estaba despierto.