DIECINUEVE
Por muchas lecciones que le hubiese dado a Denis acerca del control de los impulsos, yo no era ningún ejemplo a seguir. Cuando me quedé sola en la suite, seguí intentando hacer todo lo posible para salir de allí, pero todo se quedó en eso, en el intento.
Nathan había reaccionado con extrañeza ante la posibilidad de tenerme allí prisionera, pero por lo que pude ver, aquel lugar lo habían diseñado para tener a gente encerrada. La puerta y la ventana permanecían imperturbables, daba igual la fuerza con la que las golpease o los objetos que lanzase contra ellas. Esta vez deseché la silla y opté por una de las mesitas que había en el salón, con la esperanza de que sería más pesada. Pero no fue así. Tras fracasar en mi nuevo intento, introduje distintos códigos al azar en el teclado que había junto a la puerta. Tampoco sirvió de nada.
Cuando no pude más, me dejé caer en el sofá de piel e intenté analizar las opciones que tenía. No me dio para mucho. Estaba atrapada en una casa llena de strigoi. Vale, de acuerdo, tampoco estaba segura de eso, pero sabía que al menos había tres, con lo cual ya tenía más que de sobra. Dimitri había dicho que aquel lugar era una «finca», un detalle que no resultaba nada tranquilizador. Las fincas solían ser muy grandes. Que esto pareciese un tercer piso reforzaba esa idea. En un sitio grande podía haber habitaciones para muchos vampiros.
El único consuelo que tenía era que los strigoi no eran buenos colaborando entre sí. No era habitual encontrarlos en grandes grupos. Solo los había visto así en un par de ocasiones: el ataque a la academia había sido una de ellas. Al inutilizar las defensas de la escuela habían tenido un incentivo lo bastante fuerte como para unirse. Estas alianzas, cuando se producían, solían durar poco. Las desavenencias entre Dimitri y Nathan daban buena muestra del porqué.
Dimitri.
Cerré los ojos. Él era la razón por la que yo estaba allí. Había acudido a liberarlo de su estado de muerte en vida y había fallado, tal como él mismo había remarcado. Ahora estaba a punto de unirme a él. «Sí, buen trabajo, Rose». Me imaginé siendo uno de ellos y me eché a temblar. Mis pupilas rodeadas por un círculo rojo. Mi piel bronceada volviéndose pálida. No conseguía hacerme una idea, aunque tampoco tendría que verme en caso de que sucediese. Los strigoi no se reflejaban en los espejos. Peinarse sería un auténtico coñazo.
El cambio más espantoso sería el que se produciría en mi interior: perdería todo contacto con mi alma. Tanto Dimitri como Nathan se habían mostrado crueles y agresivos. Probablemente, aunque yo no estuviese presente, no habrían tardado en encontrar alguna otra razón para enfrentarse. Yo no rehuía el combate, pero siempre que luchaba, lo hacía por los demás. Los strigoi luchaban porque les encantaba derramar sangre. Yo no quería ser así, no quería que mi única motivación fuera el puro placer de la sangre y la violencia.
Me resistía a pensar que Dimitri fuese así, pero con sus actos había dejado claro que era un strigoi. Yo sabía lo que habría tenido que comer para poder sobrevivir. Los strigoi podían pasar más tiempo que los moroi sin consumir sangre, pero ya había transcurrido más de un mes desde su transformación. No cabía duda de que se habría tenido que alimentar, y los strigoi casi siempre mataban a sus víctimas antes de comérselas. No podía imaginarme a Dimitri haciendo eso… al menos no al hombre al que yo había conocido.
Abrí los ojos. Pensar en comida hizo que me acordase del almuerzo. Pizza y brownie. Dos de las cosas más perfectas que había en el mundo. Durante el rato que habían durado mis intentos de fuga, la pizza se había enfriado, pero aun así todo lo que había en la bandeja tenía un aspecto delicioso. Por la luz que había fuera, deduje que aún no habrían pasado veinticuatro horas desde que Dimitri me había capturado, pero tampoco faltaría mucho. Era mucho tiempo sin comer nada, así que, aunque estuviese fría, estaba deseando hincarle el diente a aquella pizza. En realidad, no tenía ganas de hacer una huelga de hambre.
Yo no quería convertirme en una strigoi, pero lo que yo quisiese o dejase de querer cada vez importaba menos en esa historia. Morirse de hambre llevaría mucho tiempo y sospeché que lo que decía Dimitri era verdad: mucho antes de llegar a estar en peligro de muerte por inanición, él me convertiría. Tendría que encontrar otra manera de suicidarme —y eso que no había nada más lejos de mi voluntad— y, mientras tanto, tenía que conservar las fuerzas por si se presentaba alguna oportunidad, por pequeña que fuese, de escapar.
Una vez decidí esto último, tardé unos tres minutos en comérmelo todo. No sé a quién habrían contratado para cocinar —los strigoi, a diferencia de los moroi, podían comer todo tipo de comida—, pero la verdad es que estaba buenísimo. Caí en la cuenta de que el menú que me habían preparado no precisaba de ningún cubierto. Estaba todo pensado para que hacerse con un arma fuese tarea imposible. Aún tenía la boca llena con el último trozo de brownie cuando de pronto la puerta se abrió. Inna entró rápidamente y la puerta se cerró tras ella de inmediato.
—¡Me cago en la puta! —intenté decir con la boca llena de comida. Tendría que haber estado vigilando la puerta mientras me debatía entre comer o no, Dimitri había dicho que Inna pasaría para ver si estaba bien. Tendría que haberla sorprendido. En vez de eso, había entrado mientras yo estaba despistada. Una vez más, había vuelto a meter la pata.
Inna, tal como había hecho cuando Dimitri y Nathan estaban presentes, apenas levantó la vista. Llevaba un montón de ropa, se paró delante de mí y me lo ofreció. Lo tomé sin saber muy bien qué hacer y lo dejé en el sofá que tenía al lado.
—Gracias —balbuceé.
Señaló la bandeja vacía, levantó la vista y con gesto inquisitivo me miró tímidamente con sus ojos marrones. Ahora que la veía bien, me sorprendió comprobar lo guapa que era. Puede que fuese más joven que yo; me pregunté cómo habría acabado allí. A continuación asentí con la cabeza, respondiendo a su pregunta.
—Gracias.
Recogió la bandeja y se quedó esperando un momento. No sabía exactamente el porqué; pensé que debía de estar esperando por si yo quería alguna cosa más. Me imaginé que no sería fácil traducir «la combinación de la puerta». Me encogí de hombros y le hice un gesto para que se fuera; se dirigió hacia la puerta, la cabeza me iba a mil por hora. «Debería esperar a que abra y luego abalanzarme sobre ella», pensé. En ese mismo instante, me asaltó de forma visceral la duda de si arremeter contra una persona inocente estaba bien o no. Luego otra idea me vino a la cabeza y despejó cualquier duda: «Es o ella o yo». Puse todos los músculos en tensión.
Inna se situó junto a la puerta y tecleó la combinación para que no pudiese verla. A juzgar por el tiempo que tardó, se trataba de un código bastante largo. La puerta estaba a punto de abrirse y me preparé para abalanzarme sobre ella. En el último instante, decidí no hacerlo. Cabía la posibilidad de que afuera hubiese un ejército entero de strigoi. Si lo que quería era usar a Inna para escapar, lo más probable es que contase tan solo con una oportunidad. Así que tendría que aprovecharla al máximo. En vez de abalanzarme sobre ella, me moví ligeramente para poder ver mejor. Ella volvió a salir con la misma presteza en cuanto la puerta se abrió. Pero en ese instante pude ver un pequeño pasillo y lo que parecía otra puerta igual de robusta.
Interesante. Una prisión con puertas dobles. En caso de seguirla, eso me impediría poder escapar. Ella podría esperar junto a la otra puerta cerrada hasta que apareciese algún strigoi de refuerzo. La cosa se complicaba aún más, pero comprender el escenario me dio al menos una pizca de esperanza. Ahora lo que necesitaba era descubrir qué hacer con toda esa información, suponiendo que no lo hubiese echado todo a perder al quedarme quieta y no intentar nada. Lo único que sabía era que en cualquier momento Dimitri podría entrar y convertirme en strigoi.
Dejé escapar un suspiro. Dimitri, Dimitri, Dimitri.
Bajé la vista y le eché un vistazo a lo que me había traído. Estaba cómoda con la ropa que llevaba, pero si me quedaba más tiempo allí, los vaqueros y la camiseta acabarían dando un poco de asco. Otra vez me querían vestir, aunque esta vez no era Tamara.
Inna me había llevado varios vestidos, todos de mi talla. Uno rojo de seda en forma de tubo; otro de punto, con mangas, muy ajustado y con los bordes satinados; y otro de noche, de corte imperio, con tejido de gasa, que llegaba hasta los tobillos.
—Ah, qué bien, ahora soy una muñeca.
Rebuscando en el montón de ropa, descubrí que había camisas de dormir y camisones, y también bragas y sujetadores, todo de seda satinada. La pieza más informal del lote era un suéter largo de color verde bosque que podía servir de vestido, pero era de cachemira muy fina. Lo levanté, intentando imaginarme cómo iba a intentar escapar con eso puesto. Ni pensarlo. Negué con la cabeza y tiré los vestidos al suelo. De momento, seguiría llevando la ropa un poco sucia.
Me puse a caminar por la habitación y a darle vueltas a los inútiles planes de fuga que ya había sopesado un millón de veces. Al caminar, me di cuenta de lo cansada que estaba. Aparte del rato que había estado sin conocimiento, no había dormido en todo el día. La siguiente toma de decisión fue parecida a la de qué hacer con la comida. ¿Qué hacía, bajaba la guardia o no? Necesitaba recuperar fuerzas, pero cada una de esas concesiones me ponía en mayor peligro.
Cuando al fin me rendí y me tumbé en la enorme cama, me di cuenta de una cosa: aún tenía una ayuda posible. Si Adrian venía a visitarme durante el sueño, podría contarle lo que me había pasado. La última vez le había dicho que no volviese, pero él nunca había hecho caso a lo que le decía. ¿Por qué iba a cambiar ahora? Mientras intentaba conciliar el sueño, me puse a pensar en él con todas mis fuerzas, como si mis pensamientos fuesen una especie de batseñal que lo llamara.
No funcionó. No se produjo ninguna visita, y eso me dejó muy hecha polvo cuando me desperté, tanto que llegué a sorprenderme. Pese a lo encaprichado que Adrian estaba de Avery, no podía evitar recordar lo atento que había sido con Jill. También se había preocupado por Lissa, y no había soltado ninguna de sus típicas bravuconadas. Se había comportado de manera seria… e incluso dulce. Sentí cómo se me hacía un nudo en la garganta. Lo había tratado mal, y eso que no me atraía de ninguna manera. Había echado a perder nuestra amistad y también la posibilidad de poder pedir ayuda a través de él.
El suave crujido del papel me sacó de mis cavilaciones e hizo que me incorporase a toda prisa. Había alguien más en la habitación, sentado en el colchón, de espaldas a mí. Enseguida lo reconocí: era Dimitri.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté mientras me levantaba de la cama. Con la somnolencia, ni siquiera me había dado cuenta de las náuseas.
—Esperar a que te despiertes —contestó, sin molestarse en darse la vuelta. Estaba excesivamente confiado en que yo no suponía una amenaza… Y no le faltaba razón.
—Menuda diversión.
Fui hacia el salón para separarme lo más posible de donde él estaba, y me apoyé en la pared. Me crucé de brazos y me sentí cómoda adoptando otra vez esa postura defensiva un tanto absurda.
—Tampoco me he aburrido. He tenido compañía.
Levantó la vista hacia mí y me mostró un libro. Uno del Oeste. Aquello me sorprendió casi tanto como su nuevo aspecto. Todo tenía algo… de cotidiano. Cuando era dhampir le encantaban las novelas del Oeste, y yo muchas veces me metía con él y le decía que quería ser un vaquero. Sin saber muy bien por qué, me había imaginado que esa afición desaparecería con la transformación. Escruté su rostro con la esperanza irracional de encontrar algún cambio sustancial que delatase que había vuelto a ser el mismo de antes mientras yo dormía. A lo mejor todas las cosas que habían pasado en el último mes y medio solo habían sido un sueño.
Pero no. Me encontré con los ojos de color rojo y la expresión severa. Eso echó por tierra toda esperanza.
—Has dormido mucho —añadió. Eché un vistazo rápido a la ventana. Estaba oscura del todo. Era de noche. Maldita sea. Yo solo quería dormir un par de horas—. Y has comido.
La alegría con que lo dijo me puso nerviosa.
—Sí, soy una fanática del pepperoni. ¿Qué quieres?
Puso un marcapáginas en el libro y lo dejó encima de la mesa.
—Verte.
—¿Ah, sí? Pensaba que lo único que te interesaba era convertirme en una muerta viviente.
No escuchó lo que le decía, cosa que me puso de peor humor. No podía soportar que no me hiciesen caso. En vez de contestar, intentó convencerme de que me sentase.
—¿No te cansas de estar siempre de pie?
—Me acabo de despertar. Además, estar un rato de pie no es gran cosa comparado con pasarme una hora lanzando muebles contra la ventana.
No sé por qué estaba soltando mis típicas ocurrencias. La verdad es que, tal como estaban las cosas, debería haber pasado de él. Debería haberme quedado callada en vez de seguirle el juego. Tenía mis esperanzas puestas en que al hacer las antiguas bromas conseguiría alguna respuesta del viejo Dimitri. Evité suspirar. Estaba otra vez igual, sin hacer caso de las lecciones que él mismo me había enseñado. Los strigoi no tenían nada que ver con las personas que habían sido anteriormente.
—Sentarse tampoco es nada del otro mundo —contestó—. Ya te lo he dicho, no voy a hacerte daño.
—Lo de hacer daño es algo muy subjetivo —no quería que pensase que tenía miedo, así que me acerqué al sillón que había frente a él y me senté—. ¿Ya estás contento?
Ladeó un poco la cabeza y algunos pelos oscuros se escaparon de la coleta que se había hecho.
—Incluso recién despertada después de una pelea sigues estando igual de guapa —bajó la vista un momento a la ropa que había tirada por el suelo—. ¿No hay nada que te guste?
—No estoy aquí para jugar contigo a los vestidos. Por mucha ropa de firma que me des, no vas a convencerme de que me apunte al club de los strigoi.
Se me quedó mirando fijamente durante un rato.
—¿Por qué no confías en mí?
Yo también me quedé mirándolo, pero con gesto incrédulo.
—¿Cómo puedes preguntarme eso? Me has secuestrado. Vas por ahí matando a gente inocente para sobrevivir. Ya no eres el mismo.
—Ahora soy mejor, ya te lo he dicho. Y eso de gente inocente… —se encogió de hombros—. Nadie es del todo inocente. Además, el mundo se divide entre depredadores y presas. Los más fuertes dominan a los más débiles. Forma parte del orden natural. A ti te interesaba mucho eso, si no recuerdo mal.
Me puse a mirar hacia otro lado. En la escuela, de las asignaturas que no eran específicas de mi formación como guardiana, mi favorita era la Biología. Me encantaba leer cosas sobre el comportamiento de los animales y la supervivencia de los que mejor se adaptaban. Dimitri había sido mi macho alfa, el más fuerte de todos los competidores.
—Esto es diferente —le dije.
—Pero no como tú crees. ¿Por qué te parece tan raro lo de beber sangre? Se lo has visto hacer a los moroi. Y has permitido que lo hiciesen.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo. No tenía ganas de recordar la época en que vivíamos entre los humanos y yo había dejado que Lissa bebiese de mi sangre. No quería acordarme del subidón de endorfinas que producía y de lo cerca que había estado de convertirme en una adicta.
—Ellos no matan.
—Eso que se pierden. Es algo increíble —musitó. Se quedó un momento con los ojos cerrados y luego los volvió a abrir—. Beberse la sangre de otro ser… observar cómo la vida lo abandona y sentir cómo te inunda a ti… es la experiencia más increíble del mundo.
Escucharle hablar de los asesinatos hizo que mis náuseas aumentasen.
—Es algo perverso, está mal.
Sucedió tan deprisa que no tuve tiempo de reaccionar. Dimitri se abalanzó sobre mí y me echó sobre el sofá. Una mitad de su cuerpo estaba encima del mío, la otra mitad al lado, y con uno de los brazos me sujetaba de la cintura. Estaba demasiado aturdida como para intentar moverme.
—No, no es verdad. Y por eso tienes que confiar en mí. Te encantará. Quiero estar contigo, Rose. Estar de verdad contigo. Las reglas que los demás nos imponen no nos afectan. Podemos estar juntos… somos los más fuertes entre los fuertes, podemos lograr todo lo que queramos. Con el tiempo podremos ser tan fuertes como Galina. Y podremos tener un sitio igual que este, para nosotros solos.
Su piel desnuda seguía estando fría, pero la presión del resto de su cuerpo era cálida. Visto de cerca, el rojo de sus ojos casi resplandecía y, mientras hablaba, le podía ver los colmillos en el interior de la boca. Estaba acostumbrada a ver los colmillos de los moroi, pero los suyos… aquello era espantoso. Pensé en forcejear e intentar liberarme, pero deseché la idea enseguida. Si Dimitri quería tenerme allí tumbada, allí me quedaría.
—No quiero nada de esto —le dije.
—¿No me quieres a mí? —preguntó mientras sonreía de forma perversa—. Hubo un tiempo en que me querías.
—No —contesté, consciente de mi mentira.
—¿Y qué es lo que quieres? ¿Volver a la academia? ¿Estar al servicio de algún moroi al que no le importará lo más mínimo que tu vida corra peligro? Si ese era el tipo de vida que querías, ¿por qué has venido hasta aquí?
—Vine para liberarte.
—Yo ya soy libre —respondió—. Y podrías haberme matado si de verdad hubieses querido —se movió un poco y apoyó la cara sobre mi cuello—. Pero no pudiste.
—Me equivoqué. No me volverá a pasar.
—Supón que eso fuese cierto. Supón que tuvieses la oportunidad de matarme ahora. Supón incluso que luego pudieses escapar. ¿Qué ibas a hacer después? ¿Volver a casa? ¿Regresar con Lissa y dejar que siga transmitiéndote la oscuridad del espíritu?
—No lo sé —respondí fríamente. Y era verdad. Mis planes nunca habían ido más allá del momento en que lo encontrase.
—Te consumirá. Mientras siga usando la magia, tú siempre notarás los efectos secundarios, por muy lejos que estés. Al menos mientras ella siga con vida.
Tensé todos los músculos del cuerpo y aparté mi cara de la suya.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Vas a unirte a Nathan para intentar cazarla?
—Lo que le pase a ella no me importa —dijo—. Tú sí me importas. Si despertases, Lissa dejaría de representar una amenaza. Serías libre. El vínculo se rompería.
—¿Y qué le pasaría a ella? Se quedaría sola.
—Ya te lo he dicho, eso a mí no me importa. Estar contigo, sí.
—¿Ah, sí? Pues yo no quiero estar contigo.
Me asió la cara y la puso contra la suya. Una vez más tuve la extraña sensación de estar con Dimitri y con alguien que no era Dimitri. Amor y miedo.
—No te creo —dijo, entrecerrando los ojos.
—Créete lo que te dé la gana. Yo ya no te quiero.
Sus labios esbozaron una de esas sonrisas aterradoras.
—Estás mintiendo. Puedo verlo. Siempre he podido.
—Es la verdad. Antes te quería. Ahora ya no —si seguía repitiéndolo acabaría por ser verdad.
Se acercó todavía más y me quedé paralizada. Si me movía un solo centímetro, nuestros labios se tocarían.
—Mi apariencia exterior… mi fuerza, sí, todo eso es distinto. Mejor. Pero, aparte de eso, sigo siendo el mismo, Roza. Mi esencia no ha cambiado. La conexión entre nosotros no ha cambiado. Lo que pasa es que aún no eres capaz de verlo.
—Todo ha cambiado —sus labios estaban tan cerca que no podía dejar de pensar en el beso fugaz y apasionado que me había dado la última vez que me había visitado. No, no, no. «No pienses en eso».
—Si tan distinto soy, ¿por qué no te obligo entonces a despertar? ¿Por qué te doy a elegir?
Estuve a punto de contestar algo de forma automática, pero me quedé callada. Esa era una buena pregunta. ¿Por qué me estaba dando la oportunidad de elegir? Los strigoi no les daban ninguna opción a sus víctimas. Las mataban sin piedad y hacían lo que querían con ellas. Si Dimitri quería de verdad que me uniese a él, debería haberme transformado lo antes posible. Ya había pasado más de un día, y me había colmado de lujos. ¿Por qué? Si me transformaba, me volvería tan retorcida como él. Y eso haría las cosas mucho más fáciles.
Al ver que yo no decía nada, añadió:
—Si tan distinto soy, ¿por qué me has besado antes?
Seguía sin saber qué decir. Sonrió de oreja a oreja.
—No contestas. Sabes que estoy en lo cierto.
De repente, sus labios volvieron a juntarse con los míos. Emití una ligera protesta e intenté zafarme de su abrazo sin conseguirlo. Era demasiado fuerte y, pasados unos segundos, yo ya no quería escaparme. De nuevo me inundó la misma sensación de antes. Sus labios estaban fríos, pero el beso nos quemaba. Fuego y hielo. Y él estaba en lo cierto, el beso era correspondido.
Mi parte racional dio un grito desesperado, porque aquello no estaba bien. La última vez, él había interrumpido el beso antes de que pudiese pasar gran cosa. Pero esta vez no. Mientras seguíamos besándonos, la voz de la razón se fue apagando cada vez más. La parte que siempre había querido a Dimitri se apoderó de mí, regocijándose en el roce de su cuerpo contra el mío, en la forma en que su mano se enroscaba en mi pelo y dejaba que los dedos se quedasen atrapados. Con la otra mano fue levantándome la parte de atrás de la camisa, el tacto frío resaltaba al entrar en contacto con mi piel. Me aferré aún más a él y sentí que la intensidad del beso aumentaba al mismo tiempo que su deseo.
Entonces rocé ligeramente con la lengua la afilada punta de uno de los colmillos. Fue como si me lanzasen un cubo lleno de agua fría. Dejé de besarlo y aparté la cabeza con toda la fuerza de la que fui capaz. Él debía de haber bajado un poco la guardia, porque conseguí de verdad apartarme.
Yo aún jadeaba, mi cuerpo seguía deseándolo. Sin embargo, mi cerebro se había adueñado de la situación, al menos de momento. Dios mío, ¿qué estaba haciendo? «No es el Dimitri que conocías. No es él». Estaba besando a un monstruo. Pero mi cuerpo no lo tenía tan claro.
—No —murmuré, sorprendida por el tono lastimero y suplicante que adoptó mi voz—. No, no podemos.
—¿Estás segura? —preguntó. Su mano seguía enredada en mi pelo y a la fuerza me obligó a girar la cabeza para mirarlo—. No parecía que te importase. Todo puede volver a ser como era antes… como en la cabaña… Entonces sí que querías…
En la cabaña…
—No —repetí—. No quiero.
Apretó los labios contra mi mejilla y para mi sorpresa me fue besando suavemente hasta llegar al cuello. Volví a sentir cómo todo mi cuerpo lo deseaba y me odié a mí misma por ser tan débil.
—¿Y esto? —preguntó en un susurro—. ¿Esto lo quieres?
—¿Qué…?
Entonces lo sentí. El mordisco de los dientes afilados clavándose en la piel mientras la boca se cerraba sobre el cuello. Hubo un momento de pura angustia, de un dolor horrible. De pronto, el dolor desapareció. Una oleada de felicidad y de placer inundó todo mi ser. Qué dulce. Nunca había sentido algo tan maravilloso en toda mi vida. Me recordó a cuando Lissa había bebido de mí. Aquello había sido increíble, pero esto… esto era diez veces mejor. Cien veces mejor. El mordisco de un strigoi producía una impresión mucho más fuerte que el de un moroi. Era como enamorarse por primera vez, como cuando ese sentimiento de felicidad arrolladora se apodera de ti.
Cuando se apartó, sentí como si toda la felicidad hubiese desaparecido del mundo. Se pasó la mano por la boca y yo me quedé mirándolo con gesto sorprendido. De forma instintiva, estuve a punto de preguntarle por qué había parado, pero luego, lentamente, volví a recuperar la conciencia suficiente como para sobreponerme a la nube de felicidad que me había provocado al morderme.
—¿Por qué…? ¿Qué…? —no podía hablar sin arrastrar las palabras—. Dijiste que la elección sería mía…
—Y sigue siéndolo —contestó. Él también me miraba con los ojos muy abiertos y también jadeaba. Esto le había afectado tanto como a mí—. Esto no lo hago para despertarte, Roza. Con un mordisco así no te vas a transformar. Esto… es solo para disfrutar…
A continuación, su boca volvió a beber de mi cuello y yo perdí todo contacto con la realidad.