ay una manera de desarmar los romances —dijo de pronto Eguchi Kamisato.
Los dos ángeles estaban sentados en un banco del parque mirando un partido de fútbol que jugaban unos chicos. Hacía dos días que se conocían pero se entendían como si el conocimiento fuera de toda la vida. Hitoshi no podía ocultar la admiración que le provocaba aquel viejo ángel que sabía todo, y Eguchi sentía un gran cariño por ese angelito torpe e inseguro.
—¿Sí? Nunca me hablaron de eso en la Escuela de Cupidos —se intrigó Hitoshi.
—Es algo que he aprendido en tantos años de trabajar.
—¿Cómo se hace para desarmar un romance? Porque yo tendría que desarmar unos cuantos: el de la chica que se enamoró de un teléfono público, el cuidador del parque y la hamaca, el señor pelado que se enamoró de una sombra…
—Sí, por eso lo decía. Hay que solucionar todos estos líos que armaste.
—¿Qué tengo que hacer?
—Es una técnica que requiere paciencia. Hay que hacerlo cuando la persona está dormida. Con mucho cuidado, se le saca la flecha del corazón y se coloca un apósito o una venda.
—¿Es difícil?
—Más o menos. Te puedo enseñar.
—Primero tendré que averiguar dónde vive toda esa gente, ¿no?
—Claro. Y también hay otra opción… Volver a flechar a esa persona y a otra, para que se enamoren. ¡Pero tienen que ser dos que resulten adecuados! ¡No a un hombre y a una milanesa, una mesita de luz o una sandía!
—¡Está bien, está bien, ya sé! ¡Uy, el perro!
—¿Qué perro?
—¡El perro blanco! ¡Allá anda! Pobre, está flaco y sucio.
—¿Es el perro que tenías que cuidar?
—Sí.
—¿Qué estás haciendo?
—Lo quiero enfocar con el detector de corazones sin amor, a ver cuánto mide. De paso mido también…
—¡Uf, basta, me marean esos aparatos!
—¡Trece de tristeza, trece de hambre, trece de falta de amor! ¡Muchísimo! Pobre perrito, necesita ayuda.
—¿Y para darte cuenta de eso te hace falta usar ese espantoso aparato? ¡Con sólo verlo un segundo cualquiera se daría cuenta!
—¿Cómo hago para ayudarlo?
—Vamos por partes. Solucionemos primero lo del hambre. Allá, en la otra cuadra se ve humo. Alguien debe estar haciendo un asado. Hay que guiarlo hasta allí.
—¿Cómo?
—Tengo una idea.
—¿Cuál?
—Sabías que los ángeles podemos mover y levantar objetos. Objetos muy livianos, por supuesto.
—No.
—Es un truco. Enseguida te voy a mostrar cómo, concentrándome, puedo sostener hasta doscientos gramos en mis manos.
—¡Quiero aprender ese truco!
—Tranquilo, te lo voy a enseñar… vamos…