ientras el director leía el discurso número doce, Hitoshi trataba de imaginar cómo sería su vida a partir del lunes a las 13 horas cuando tuviera que salir a trabajar. Esperaba que le tocara una plaza o un lindo parque. Un lugar con árboles, pájaros y mucha gente. En ese tipo de lugares, además, la tarea de un ángel cupido es más fácil y entretenida.
El curso había sido bastante difícil, sobre todo a consecuencia de un compañero llamado Kikuchi, que durante todo el año se había burlado de él. El día de comienzo de clases, mientras esperaban la entrada del primer profesor, Kikuchi se dedicó a ponerles apodos a todos los alumnos. «Orejas», «Torpe», «Barril», «Marciano», «Tribilín», «Cabeza de televisor», etcétera.
A Hitoshi lo llamó «Nariz».
Hitoshi sonrió, tratando de fingir que el apodo lo tenía sin cuidado, pero supo en ese instante que ni un solo día, de todo el tiempo que estuviera en la escuela para cupidos, sería llamado de otra manera. ¡Y siempre le había molestado que lo cargaran por su nariz! Porque la nariz de Hitoshi era, digamos, un poco grande. Más que lo común. Una nariz llamativa. Grande como una zanahoria. Una nariz de trece centímetros.
Eso fue sólo un anticipo.
En los meses que siguieron casi no hubo un día en que Kikuchi no le hiciera alguna broma a Hitoshi.
Le escondía los útiles, lo hacía tropezar o le pintaba con marcador alguna desagradable leyenda en las alas. Pero lo peor era cuando lo dibujaba con una enorme nariz en la pizarra del aula. Los demás compañeros señalaban el dibujo, señalaban a Hitoshi, y se reían. El curso habría sido bastante entretenido si no hubiera sido por la desagradable presencia de Kikuchi.
Las materias de estudio tenían nombres tan difíciles que Hitoshi casi no había llegado a memorizarlos en todo el año: «Psico-no-sé-qué del diagnóstico aéreo de los solitarios»; «Detección de corazones tristes I y II»; «Teoría y práctica de qué sé yo cuánto». Pese a esos nombres, le habían resultado interesantes.
Hitoshi estaba desanimado al principio pero luego, para no tener que pensar en el odioso Kikuchi, se abocó de lleno al estudio y le fue muy bien.
Precisamente, el animador de la fiesta acababa de anunciar que se entregaría a continuación el diploma para el mejor alumno del año, al que solían destinar al mejor lugar de trabajo. Y precisamente… ¿lo estaban nombrando a él? ¿A Hitoshi? ¡Sí! Como había temido, lo estaban llamando a él.
Se puso de pie, con la sensación de estar a punto de desmayarse, y avanzó caminando. ¡Olvidó que podía volar! Siguió hacia el escenario con paso vacilante, emocionado por el gran momento que vivía y a la vez temblando de miedo. En ese momento, desde la fila de cupidos empezó a escucharse un murmullo:
—¡Na-riz! ¡Na-riz! —gritó Kikuchi, alentando a los demás a que lo imitaran.
Cuando Hitoshi llegó al frente, toda la escuela gritaba «¡Na-riz, Na-riz!».
Hitoshi recibió el diploma rojo de vergüenza y tartamudeó unas palabras de agradecimiento que hicieron reír a todos. Estaba tan nervioso que al secretario del director, que se llamaba Fishuma Nikesta, sin querer lo llamó «Nisuma Nirresta».
Al director, que se llamaba Tashido Kemoto, lo llamó «Ladrido Demoto».
Lo de ladrido de moto fue el colmo. Hasta el director de la nube, siempre tan serio, se puso a reír, a batir palmas y a gritar «¡Na-riz, Na-riz!».
Una vez más Kikuchi se había salido con la suya.