cap7

letdespués de su primer fracaso como cupido, Hitoshi no se animaba a intentar otros disparos con su arco. Los días que siguieron los pasó sentado sobre un árbol. A veces apuntaba interminablemente a alguien y cuando llegaba el momento de disparar, no se animaba. Temía cometer otro error. Sin embargo, sabía que transcurrida una semana tendría que volar hasta la nube-escuela e informar sobre la marcha de su trabajo. «Al menos, pensó, debiera formar una pareja que funcione bien».

Así, el día anterior a que se cumpliera la semana, voló decenas de veces sobre el parque hasta detectar un posible candidato a ser flechado: un señor rubio vestido de payaso, que hacía un número cómico en el centro del parque. Hitoshi se preparó, tomó todas las precauciones y disparó la flecha. Un tiro perfecto.

Ahora restaba encontrar una mujer adecuada para ese hombre. Hitoshi voló a toda velocidad, dio trece vueltas esquivando árboles, y al fin encontró a la candidata ideal: ¡una payasa! Era igual al payaso, pero tenía una larga cabellera rubia.

La flecha entró perfecta… pero al instante Hitoshi advirtió que la payasa era… ¡el mismo payaso que ahora se había puesto una peluca para divertir a los chicos que lo miraban!

El payaso se enamoró de sí mismo y a partir de ese instante se lo pasó mirándose en un espejo, adorando sus propias fotos o tirándole besitos a su propia imagen reflejada en el lago del parque.

De modo que cuando Hitoshi se presentó en la nube oscura para informar sobre su trabajo, el director lo trató con cierta severidad:

—Entiendo que un cupido nuevo tenga miedo de equivocarse, pero en algún momento hay que comenzar, muchacho —le dijo—. Nosotros tenemos un plan que cumplir: cinco mil nuevos enamorados por mes en todo el país.

—¿Cinco mil?

—Claro. En Buenos Aires, donde fuiste asignado, debemos lograr mil en total. Para el Parque Centenario, donde estás trabajando, el plan nos indica… ¡trece por mes! —dijo el director, señalando un confuso cuadrito lleno de números, que Hitoshi miró como si estuviera escrito en chino.

—¿Trece?

—Trece. Y en tu caso, Hitoshi, hasta ahora no has conseguido ninguno.

—Es cierto.

—Además, nos llegan informes muy negativos desde el Parque Centenario. Nadie se enamora. Los poetas dejaron de escribir poesías de amor. A las chicas lindas nadie las mira. A las feas, menos. Los jubilados, viudos y solterones sólo hablan de enfermedades y remedios. No hay chicos que manden cartas con corazones dibujados. Tampoco…

En ese momento entró el secretario del director y le dijo algo al oído. Los dos miraron con desconfianza a Hitoshi, y enseguida el director saltó de su asiento y dijo:

—¡Rápido! ¡A la Sala de Visualización!

En la Sala de Visualización había miles de pantallas. El secretario señaló una en la que decía «Parque Centenario».

La imagen abarcaba todo el parque pero el secretario, utilizando un control remoto, poco a poco fue acercando la cámara hasta enfocar el rostro de un hombre que estaba llorando, sentado en la escalinata de un monumento. Hitoshi reconoció al hombre enamorado de la milanesa.

—Llora todo el tiempo —explicó el secretario—. ¡Parece que su novia murió!

—¡Pobre hombre! —dijo el director—. Qué pérdida, qué dolor irreparable. A veces la vida es tan dura y…

—Ése no es el problema, señor —lo interrumpió el secretario—. El caso es que este hombre… ¡estaba enamorado de una milanesa!

—¿Cómo? —preguntó el director, abriendo enormes sus ojos, y dirigiendo enseguida su mirada a Hitoshi—. ¿Enamorado de una milanesa?

—Déjeme que le explique, señor director —tartamudeó Hitoshi…