Notas
[1] Cuando los españoles fueron a New México no había todavía gitanos en España, y a los aventureros sospechosos que llegaban a la península se les llamaba turcos porque eran entonces los turcos los que amenazaban la paz cristiana en el occidente de Europa. Entonces, y por una curiosa ocurrencia, a todos los gitanos que aparecieron luego por New México los hispanos los llamaban turcos y esto seguía sucediendo a fines del siglo XIX e incluso en pleno siglo XX: turcos. En los tiempos de Billy the Kid con mayor motivo. <<
[2] Roswell es una ciudad donde me enseñaron hacia 1948 una calavera diciendo que era de Billy the Kid. Era braquicéfala y un poco lerda de líneas.
Pensaba yo en aquel versículo de la Biblia (libro de los Reyes) donde se dice:
«No encontraron más que la calavera y los pies y las palmas de las manos».
Y pregunté con la mayor inocencia:
—¿Es esto todo lo que tienen?
—Hombre…
—Digo, del Kid. ¿No tienen los pies?
—No. Los pies no tendrían importancia porque el Kid iba siempre a caballo. ¿Qué importancia pueden tener los pies?
—¿Ni la palma de las manos?
—¿Para qué, las manos? ¿Qué diferencia hay entre las de un juez y las de un bandido?
—Sería interesante averiguarlo.
Me miraban como si no estuviera del todo en mis cabales y no insistieron en hablarme del cráneo de Billy the Kid pensando que no me daba cuenta de su importancia y que estaban perdiendo el tiempo. Más tarde, y en lugares distantes, me mostraron otras personas calaveras diferentes diciendo siempre que eran del Kid. A su hora lo diré.
El cráneo que vi en Roswell en 1948 no podía haber sido de nuestro héroe adolescente. Era un cráneo adulto, aquél. (N. del A.) <<
[3] En una posada de Puerto de Luna me mostraron la calavera de Billy the Kid en el invierno de 1950. Al decirles que había visto otra en Roswell me dijeron que era un fraude. No sé por qué veía en la segunda calavera signos también de mentecatez aunque parezca raro. Pero hay calaveras inteligentes y agudas y otras obtusas. Ya dijo un día el poeta inglés Swinburne: «… aunque tonto, no tenía una calavera como la de los que creían en Glough».
No es que Swinburne quisiera decir «cabeza» por calavera. No. Y aquella calavera era boba y tenía algo siniestro. Perteneció a algún tipo nacido de la muerte y de Príapo, no de la vida y de Príapo como los demás. Esto no lo dije porque aquella buena gente habría creído que Príapo era el nuevo sheriff. El cráneo tenía una herida en el temporal derecho y se veía claramente que era de flecha y no de bala. La punta de la flecha entró en el cráneo, pero no del todo. Y debía ser de obsidiana. <<
[4] En aquel mismo lugar construyeron después un rancho por donde yo pasé y allí me enseñaron la tercera calavera de Billy the Kid. Los ojos parecían mirar todavía. Era como si en el fondo luciera algo, una piedra, un vidrio.
También recuerdo en el Rey Ricardo los siguientes versos de Shakespeare:
En esas órbitas que un día tuvieron ojos
había algo que despreciaba a los ojos míos…
Aquella tercera calavera era también braquicéfala y de perfil céltico. <<
[5] Fue en Las Vegas donde hice conocimiento con otro de los cráneos del Kid. Un juez indio de paz me lo enseñó. Tenía aquel indio tres nombres diferentes y los tres igualmente legales como se puede suponer en un juez. Uno indio, otro inglés y otro español. Y mostrándome la calavera muy satisfecho decía:
—No la daría yo por dos bushels de maíz.
—Comprendo, comprendo. Ni por tres, ¿verdad?
—Por tres, no sé lo qué haría.
Un bushel es unos veinte kilos. No la valoraba mucho, la verdad. Decía que la regalaría, cuando muriera, a un museo que había en Santa Fe. Le hablé de las otras calaveras que me habían mostrado y se indignó ante la posibilidad de que alguien creyera que eran genuinas.
Con la calavera en la mano yo recordaba aquello de Goldsmith cuando dice de alguien que ha fallecido: «Parece que hace un muerto muy guapo y que el ataúd le va a las mil maravillas». La calavera era casi bonita y de pronto se me ocurrió que era una calavera de mujer. Iba a decirlo cuando me di cuenta de que el juez se ofendería. <<
[6] Hacia 1959 me mostraron en Las Tablas otra de las calaveras de Billy. Muchas eran ya las cabezas de Billy the Kid y no era raro que con tantas cabezas hubiera podido hallar tantos y tan diversos recursos de defensa y de salvación. Si el marshall consiguió cobrar las gratificaciones ofrecidas por cada una de aquellas cabezas es seguro que se hizo rico.
En Las Tablas, el viejo hispano que me mostraba la calavera decía:
—Ésta tiene justos sesenta años.
Era como si aquel cráneo tuviera su edad propia independiente de la edad del muerto que la poseyó un día. Pero además el hispano calculaba mal. No eran sesenta años sino algunos más (si era la de Billy).
—Está bien conservada, ¿verdad?
Otra de las calaveras del Kid me la mostraron más tarde en Mora, cerca de Las Vegas, y era vieja y desdentada y debía tener más de cien años. No podía ser la de Billy, pero yo no dije nada para no decepcionar a sus poseedores. Todo el mundo quería tener el cráneo de Billy the Kid. El crimen tiene también su prestigio y crea circunstancias de vanidad.
El mismo campesino que poseía aquella calavera recitaba un corrido del Kid —un romance tosco, con rimas violentas— y era una relación tan desvencijada y pobre que no vale la pena copiarla, aunque a mí me gusta a veces usar la imperfección para crear alguna clase de atmósfera virgen. Es decir, de esa clase de virginidad de los hechos no cumplidos hasta el fin. La perfección suele ser un fin, siempre, y por eso hay en ella algo definitivamente muerto.
Recuerdo que cada estrofa de aquel romance acababa con una especie de invocación a la virgen de Guadalupe, de lo que deduzco que el autor debía ser verdadero mejicano, es decir, nacido en el viejo Méjico y no en New México.
Viendo aquel cráneo desnudo y pelado recordaba un verso de Tennysson en su Oda a la Muerte del duque de Wellington:
… en torno de sus huesos el eco se oyó siempre.
Así iba a sucederle después a Billy the Kid. <<