Sin duda, el último cuaderno de Garcés es el presente y estaba copiado por un vecino suyo de campamento que, al parecer, ponía en limpio sus escritos. Como se ve, tuvo Garcés alguna clase de ayuda en sus últimos días.
No le faltó tampoco asistencia médica, poca e ineficiente, como se puede suponer. Él alude en unos versos fraccionarios a esa circunstancia:
… la araña gris colgada de su hilo
mece a su criatura y entretanto
escucho su canción cuando en el filo
de la senda aparece la tercera
sangre sobre mil voz y al poco rato
viene aromada de mentol y tilo
con sus pechos gemelos la enfermera.
No creo que todos los versos que he hallado correspondan exactamente a la situación del que los escribió, y no me extraña, ya que por ellos trataba más bien de escapar a la realidad (más que con la prosa). No quería derramar odios ni tampoco suscitar piedad. Quería ayudar a los otros a olvidar y marcharse, también.
Pero no es tan fácil, marcharse.
Cada cual se medía con su propio rasero,
desconfiando del de su abadía;
y en esas confusiones prendía un reverbero
con la antorcha de la ciudadanía
y yo soñaba que era mi propio asesino.
Esto último fue sólo verdad a medias. No era Garcés el tipo del suicida. Sentía algún respeto —aunque fuera un poco humorístico— por la vida y la muerte. Y que él me perdone la manera de calificar ese respeto suyo.