CAPÍTULO XXIII

Cal volvió a la casa donde Ruth le esperaba, y le informó de lo que había ocurrido. La muchacha permaneció inmóvil y callada como una estatua mientras Cal le repelía las palabras del jefe del grupo.

A ella le pareció que era algo así como volverse en derredor a mitad de una vida, y descubrir que todo lo que había ocurrido antes había sido un sueño.

—En algún lugar, y de un modo u otro, debe haber otra respuesta... —dijo—. No se percibía otro movimiento sino el de sus labios, mientras continuaba mirando fijamente a través de la ventana, hacia un paisaje distante que podría haber sido el de la Tierra... o casi.

—Deberíamos volver —dijo Cal. Él también miraba a través de la ventana—. Si nos quisiesen volver a llevar, deberíamos ir; no tenemos derecho a quedarnos aquí.

—¿Qué fue lo que dijeron, Cal..., que si pudiesen encontrar una razón militar para defender la Tierra, lo harían? Esta es nuestra respuesta. Tienes que encontrar una razón militar para ello, que les satisfaga. Una razón verdadera... ¡o inventada! ¡Ya no importa!

Se volvió bruscamente, con ojos llameantes:

—Nos engañaron. Nos mintieron. ¡Ya no importa lo que les hagamos! ¡Encuentra una mentira que crean..., y haz que salven la Tierra!

Cal vio como la muchacha se precipitaba hacia delante, con las manos sobre la cara. La oyó llorar sin hacer ningún movimiento para consolarla.

"Encuentra una mentira... Encuéntrala tú". Incluso Ruth sabía que la responsabilidad era suya. No era posible atribuírsela a nadie más. Trató de pensar que también era culpa de las docenas de otros ingenieros y trabajadores que habían caído en el engaño de los Ingenieros de la Paz. Pero no lo era. Los guarreses los habían contenido, lo mismo que a todos los emisarios de Llana. No fue sino cuando Cal trató de persuadir a Jorgasnovara de que había una manera de conseguir la producción que deseaban, que los guarreses habían tomado medidas para atacar.

La oferta del Consejo era, como es natural, una farsa. No podía confiar en derrotar a sus calculadores en la tarea de pensar un plan de guerra. Si los calculadores no podían encontrar una razón de conveniencia militar para defender la Tierra, tampoco podría encontrarla él. Las únicas razones eran de compasión y de justicia. ¡Y esas no podían aplicarse a un calculador!

Cruzó la habitación y se sentó en un hondo sillón. Cerró los ojos y contempló los años que tenían por delante. No había nada. Naturalmente, los llaneses no los devolverían a la Tierra.

—La única cosa que puedo hacer es aceptar como voluntario alguna misión que les ayude a proseguir —dijo—. Es la única manera como podemos compensar lo hecho, aunque solamente sea un poco.

La muchacha observó sus facciones deformadas por los remordimientos. Su derrota le había alejado por completo de ella. Era ahora como un hombre hueco, y nunca sería otra cosa si no hallaba una respuesta.

La muchacha se sintió aliviada después de su llanto. Y deseaba que Cal también se quebrantase, y diese salida a su contenida tristeza. Pero bien sabía que no iba a ser así.

—Tienes que intentar lo que te han ofrecido. —Ruth se le acercó y se sentó junto a él—. Quizás es solamente algo improbable y de locura, pero también lo ha sido este viaje. Te dieron su palabra. Quizá no la quebrantasen si les mostrases aunque solamente fuese un algo.

Warner fue a verles más tarde aquel mismo día. Cal le consultó sobre la posibilidad de regresar. Warner denegó con la cabeza:

—Cuando emprendisteis este viaje ya sabíais que era solamente de ida.

—¿Nos dejaréis que visitemos los calculadores, según sugirió el Consejo? —preguntó Ruth.

Warner sonrió débilmente:

—Ya os haréis cargo de que eso fue solamente una sugerencia sin sentido. No hay nada que podáis hacer para alterar el programa general de la guerra.

—¿Pero nos llevará usted allí? —insistió Ruth.

—Sí así lo deseáis.

El gran edificio de las máquinas de calcular militares era solamente uno de los muchos en numerosos planetas. Contenía unidades receptoras y de transmisión. El calculador y la biblioteca estaban en realidad en otro planeta, pero todos los datos y cálculos eran asequibles a todos los mundos a través de unidades semejantes a aquellas.

Recorrieron los numerosos pisos del edificio. Warner les mostró pacientemente los intrincados mecanismos. Al principio Cal se mostró casi indiferente a aquellas cosas, y fue Ruth quien hizo la mayoría de las preguntas. Pero en la habitación central de planteo donde se interpretaba el resumen final de los datos sobre los grandes mapas de las estrellas, su interés aumentó.

Vio un duplicado del mapa que Jorgasnovara le había enseñado unos días antes. Vio como el plan de la acción y las líneas de combate se habían desplazado, acercándose a su propia galaxia. Se preguntaba por qué precisa razón los calculadores habían dictado que no se debía defender la línea más allá de aquella galaxia. Y de repente, todo el mecanismo del calculador adquirió un sentido. ¡Había allí algo que verdaderamente deseaba saber!

Incluso si la Tierra no podía ser salvada, quería saber el por qué. Se inclinó sobre el mapa y comenzó a examinar las ecuaciones adyacentes. Con la ayuda del técnico llanés que estaba a cargo del aparato, comenzó a encontrar su camino, conversando gracias al instrumento interpretador que le proporcionaron.

Se llegó a olvidar de la presencia de Ruth y de Warner. Hasta horas más tarde no se dio cuenta de lo que había hecho, y de que Ruth y Warner ya no estaban allí con él. Pero en aquel intervalo había establecido una íntima comunicación con el técnico llanés, Rakopt.

Cuando llegó a su casa, estaba aún preocupado. Ruth preguntó:

—¿Cuánto tiempo falta...?

—Unas dos semanas. —Aquella pregunta le irritaba. Durante la cena se mostró inquieto, y evitó encontrarse con la mirada de Ruth. Al final de la comida se levantó.

—Vuelvo allá abajo por unas horas. ¿No te importa, verdad?

Ruth meneó la cabeza, reprimiendo las preguntas que afloraban a sus labios. No se atrevía a preguntar si había encontrado algo.

Volvió a ir allá al día siguiente, y muy pronto todas sus horas de vigilia transcurrieron en el edificio de los calculadores. Cuando volvía a su casa, estaba inquieto, y dormía intranquilo por la noche. Ruth percibía que algo estaba creciendo en su interior, que se aproximaba a un punto detonante, pero no se atrevía a precipitarlo haciendo preguntas.

La quinta noche después de su visita oficial al calculador, Cal no se acostó a su regreso a casa. Se dejó caer en un sillón junto a la ventana que dominaba la escasamente iluminada ciudad. Ruth se cubrió con una bata y se sentó junto a él:

—¿Puedo ayudar? —dijo. Él se volvió y la miró como si la viese por vez primera desde hacía días. Se sonrió tristemente:

—Tiempo —dijo—. Si hubiese tiempo, quizás aparecería alguna cosa. Percibo algo, pero no sé lo que es. Hay algo erróneo en toda la base de los cálculos de los llaneses. Pero no consigo identificarlo. Y solamente queda otra semana...

—¿Y si echases un buen sueño y le lo quitases por completo de la cabeza durante una noche?

—No. —Echó hacia atrás la cabeza y miró fijamente al techo—. Había algo de lo que Jorgasnovara estaba siempre hablando; de lo predecible. Tenía una verdadera fobia contra las cosas que no se podían predecir. En el asunto de la dispersión de la planta, como ya recordarás, no se quiso atrever a hacer nada sin comprobar si los resultados podrían ser predichos. Sin una bola de cristal, se sentía perdido. He observado lo mismo entre los demás de por aquí. Nadie se atreve ni tan sólo a escupir si no es capaz de predecir con una aproximación de tres decimales dónde irá a dar.

De repente se irguió en su sillón:

—¡Eso es! Esta es la respuesta a su fracaso en la guerra. ¡Tienen que echar a la basura sus bolas de cristal! Con solamente que consiguiese hacérselo ver...

—No entiendo...

Besó a la chica abruptamente y se levantó.

—Duerme un rato, querida; no sé cuándo volveré.

Antes de salir llamó a Rakopt, quien accedió a encontrarse con él en el edificio de los calculadores.

En el calculador había personal de servicio día noche, pero Rakopt solamente trabajaba de día. No obstante, aquel joven técnico llanés se había llegado a interesar tanto en el problema de Cal que había llegado a desear, casi tanto como Cal, que el problema pudiese ser resuelto. Pero no acertaba a comprender cómo podría conseguirse eso.

Cuando se encontró con Cal en la sala de mapas, los ojos le brillaban de interés.

—¿Lo ha resuelto? —preguntó.

—Si es que he comprendido suficientemente bien sus operaciones —dijo Cal—, el objeto del calculador es principalmente el de predecir.

—Naturalmente —respondió Rakopt—. Eso es obvio.

—¿Ustedes predicen lo que los guarreses harán basándose en su fuerza, y al mismo tiempo lo que ustedes harán para contrarrestar y atacar a sus fuerzas?

—Sí.

—Pero los guarreses también tienen calculadores.

Rakopt asintió:

—Los suyos son muy buenos. Se trata casi más de una batalla de calculadores que de una batalla de ejércitos. Y ésa es la razón por la que no se permite, en la medida de lo posible, que intervengan factores que no pueden ser calculados.

—¿Pero qué hacen ustedes para disminuir la posibilidad, que los guarreses predigan? —dijo Cal—. Si conocen la lógica de vuestros calculadores, la magnitud de vuestras fuerzas, y vuestros objetivos finales, entonces saben casi con exactitud lo que ustedes van hacer, día por día.

—Tratamos de hacer que su conocimiento de nuestras fuerzas sea lo más incompleto posible —respondió Rakopt—. ¿Qué otra cosa podemos hacer?

—¡Tirar a la basura vuestros calculadores!

A Warner le sorprendió la petición de Cal de una nueva e inmediata audiencia con el Consejo, pero accedió a organizarla. Cal no durmió aquella noche. Volvió a su casa a afeitarse por primera vez desde hacía cuatro días, a comer y a cambiarse de ropa.

—Esta vez ven conmigo —dijo a Ruth—. Será lo que sea.

La cámara del Consejo estaba llena de una expectación incrédula. Nadie en aquella sala ni en ninguna de las cámaras que estaban a la distancia de galaxias había creído que Cal iba a solicitar otra audiencia. Reinaba una atmósfera de inquietud mezclada de irritación producida por el hecho de que se volviese a dirigirse a ellos sobre cuestiones ya decididas.

—He estudiado la historia de vuestras guerras —dijo al principio—. Desde hace mucho tiempo habéis estado empeñados en una calculada retirada ante las fuerzas de Guarra. La retirada no es la victoria. Yo sé cuáles son vuestros objetivos a largo plazo, pero no es posible acercarse a esos objetivos, incluso si uno se enfrenta con ellos, cuando se camina hacia atrás.

"Jorgasnovara me enseñó qué es lo que los llaneses se exigen a sí mismos y exigen al universo: que puedan ser predichos. Incluso lo esperáis de vuestros enemigos, los guarreses. Con vuestros grandes calculadores determináis exactamente el camino que se debe seguir a la vista de las fuerzas y de los objetivos conocidos.

"Y los guarreses hacen lo mismo. Os predicen a vosotros, hasta la decimoséptima cifra decimal. ¡Y vosotros les hacéis el juego, llevando a cabo exactamente lo que esperan de vosotros!

El jefe del grupo le interrumpió:

—Por favor, nuestro tiempo es limitado.

—Está bien. He aquí lo que habéis hecho: os ponéis a tiro como pichones gracias a vuestros calculadores que predicen con una exactitud tan increíble, y los guarreses os fusilan a voluntad. ¡Durante una generación habéis venido operando por medio de una técnica con la cual la derrota es inevitable!

Media docena de consejeros se pusieron en pie:

—¡No tenemos obligación de soportar estas tonterías...!

El jefe de grupo restableció el orden:

—Hemos prometido oír esto hasta el fin —les recordó.

—Debería haber sido obvio para vosotros desde hace ya tiempo —prosiguió Cal—. ¿Por qué razón habéis estado en constante retirada?

—Las fuerzas guarresas han sido apreciablemente mayores —dijo el Consejero de su izquierda—. Nos hemos visto obligados a ser prudentes con nuestros recursos.

—¡Eso son tonterías! —dijo Cal—. El secreto está en que los guarreses saben cómo quebrantar las ecuaciones de predicción. Pensadlo bien; estabais a punto de establecer un punto de suministro de importancia capital en la Tierra. No supisteis sino hasta el último momento que los guarreses iban a atacar. ¿Qué hacían entonces vuestros preciosos calculadores?

"Recuerdo la consternación con que Jorgasnovara me informó del desplazamiento de la línea. Creí entonces que lo que le preocupaba era la Tierra, pero ahora me hago cargo del golpe que fue para él contemplar ese movimiento guarrés por sorpresa.

"¿Pero por qué fue que vuestros calculadores no os mostraron que la Tierra sería atacada si instalabais allí un centro de producción de interocitores?

—Hay muchos factores... —dijo el jefe de grupo.

—Pero el factor más importante es que los guarreses son mejores calculadores que vosotros. Saben cómo hacerse impredecibles para vuestras máquinas, y eso de manera deliberada. Ya ha sucedido antes. Y sucederá nuevamente en tanto que vosotros permanezcáis tan completamente predecibles.

"Su método consiste en operar, en determinadas circunstancias, por medio de un golpe completamente al azar. Su ofensiva contra la Tierra es de esa clase; al azar. El ataque no tiene causas identificables. Jorgasnovara creía que era debido al fracaso de los agentes guarreses en su intento de contener la producción sin atacar. Y eso no es cierto. Ya entonces me pareció que no era una explicación válida. Y ahora estoy seguro de que no lo era. Los guarreses eligieron la Tierra como su blanco completamente al azar.

"Lo harán de nuevo, combinándolo con ataques en masa contra vuestras flotas principales, pero al final serán los ataques al azar los que determinarán la victoria... para Guarra.

Los Consejeros permanecieron silenciosos, como si se hubiesen repentinamente dado cuenta de la presencia de un espectro temido. Cal percibió que se daban cuenta de la verdad de lo que había dicho. En su orgullo por la precisión de su guerra, no habían tenido en cuenta ese fantasma que ahora les espantaba.

—Hemos visto como ocurría lo mismo sobre la Tierra —dijo Cal, ahora con suavidad—. Tropas adiestradas y preparadas que marchaban a través de selvas donde eran destruidas por aborígenes que las atacaban al azar. Cuando hay que luchar contra un enemigo de esa especie es preciso utilizar su propia táctica.

—La cual es... —dijo al jefe de grupo—. ¡Enviad todas las naves disponibles a la defensa de la línea que flaquea! Sí; defended mi Tierra. Los guarreses saben que no lo haréis. Vuestros calculadores os dicen que no lo hagáis, y ellos lo saben. Hacedlo, pues. No sé si ganaréis. La información es insuficiente para saber cuáles son las fuerzas disponibles. Pero lo que sí conseguiréis es desbaratar las predicciones de los guarreses y hacerles saber que se encuentran en medio de una batalla endemoniada. Y puedo aseguraros que eso hará que vuestra victoria sea una posibilidad mucho más próxima. ¡Ya no seréis pichones que sirven de blanco, ya no seréis un ejército bien adiestrado que marcha a través de una selva de luchadores al azar!

Las horas que siguieron fueron largas. Era ya nuevamente de noche cuando Warner trajo por fin la noticia. Rakopt estaba con él, y los ojos de ambos brillaban excitados.

—El Consejo ha accedido —dijo Warner—. La Tierra será defendida. —Extendió su mano y tomó la de Cal y luego la de Ruth, calurosamente—. Y me alegro mucho de ello —dijo.

Ruth entonces lloró. Apoyó su cabeza en el hombro de Cal y dejó que se desbordasen todos aquellos días de aprensión.

—Hemos ganado —dijo sollozando—. Ya sabía que sería así...

—No —le recordó Warner sobriamente—. No hemos ganado, pero ahora tenemos la posibilidad de ganar, y quizás Cal tenga razón; quizás toda la guerra esté más cercana a su terminación precisamente por esto.

Aquella noche se transmitieron las órdenes a las flotas, y las naves fueron transferidas a las zonas de combate. En una de ellas iban Ruth, Cal y Warner.

A través de la ventanilla, y mientras el acorazado iba aún a primera marcha, Cal y Ruth contemplaron como el hogar de Jorgasnovara se alejaba y desaparecía entre los puntos de luz. Tanto si se ganaba como si se perdía la batalla, suponían que no lo volverían a ver.

Cuando pasaron a la segunda marcha todo el paisaje de estrellas se desvaneció, y Cal se apartó de la ventanilla. Pensó entonces en todo lo que había hecho desde que los llaneses se le aproximaron por vez primera, y se preguntó si es que ahora volvería a hacer lo mismo. Y de repente se dio cuenta de que sí lo haría. Tanto si le gustaba como si no, la Tierra era un miembro de la comunidad de mundos. Aunque no hubiese establecido un comercio, y el hecho de que los terrestres ignorasen la existencia tanto de los de Llana como de los de Guarra no importaba lo más mínimo. Lo que ahora ocurriese entre Llana y Guarra afectaría al destino de las generaciones terrestres que aún no habían nacido. La generación actual tenía que decir su palabra en lo concerniente a lo que podía ser aquel destino.

Los llaneses habían cometido muchos disparates absurdos. Habían conducido la guerra a su manera durante tanto tiempo que se habían olvidado de que había otras maneras de hacerlo. Habían estado camino de la derrota; de eso Cal estaba seguro.

No sabía si su introducción de la táctica de guerrillas alteraría aquel hecho, pero por lo menos haría que Llana fuese menos vulnerable.

Ruth le contemplaba desde la silla junto a la ventanilla.

—¿Es como creías que sería, tan hermoso y tan maravilloso como esperabas?

—¿Qué?

—Ese espacio, que tantas ganas tenías de ver.

Cal lanzó una mirada a través de la ventanilla que estaba oscurecida por la segunda marcha.

—Sospecho que no he tenido tiempo de pensarlo mucho.

Sus pensamientos revisaron el anhelo romántico que en otros tiempos había sentido respecto a las estrellas, el penoso deseo con que había contemplado el cielo. Sería hermoso volverlo a ver nuevamente... desde la Tierra —pensó.

—Me debo estar haciendo viejo para esas cosas —dijo—. Creo que estoy ya a punto para la casita con un prado en derredor... y chiquillos que corran en triciclos por los senderos.

FIN

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08/07/2011