CAPÍTULO XIX

La luz convertía en cegadora sábana las verdes paredes que le rodeaban y cerró los ojos, pues le hería. Adivinó vagamente que estaba en la única sala del hospital del dispensario de la planta.

Aquellos que estaban en derredor debían ser Ruth, Ole y Jorgasnovara. Quizá también el doctor Howard y una de las enfermeras, pero se sentía demasiado cansado para abrir los ojos y comprobarlo.

Sintió que unas frescas manos tocaban las suyas y se detenían sobre su mejilla. Aquella debía ser Ruth. Sonrió un poco, agradeciendo su presencia.

—Ahora vuelve en sí —oyó que alguien decía. Era en efecto el Dr. Howard—. Vale más que ahora nos vayamos, y le dejemos solo.

Cal abrió nuevamente los ojos y movió una mano.

—No —murmuró—, no.

Ruth miró al doctor, quien se encogió de hombros asintiendo, y la dejó con Cal. Ole y Jorgasnovara se quedaron un instante.

—¿Qué sucedió? —preguntó Ole—. ¿Puedes decirnos qué te sucedió?

¿Qué había sucedido? Cal pensó con dificultad. Había abandonado los ideales por los cuales había vivido antaño, porque se había convencido de que ya no vivía en un mundo en que tuviesen vigencia. Ahora se enfrentaba con aquello que se había comprometido a combatir. Se volvió hacia Jorgasnovara, sin hablar, pero buscando con los ojos una confirmación.

El Ingeniero llanés asintió, como si hubiese comprendido la silenciosa pregunta de Cal.

—Sí, eran agentes de Guarra —dijo—. Debíamos haberlo sospechado desde el principio. Ya ha sucedido lo mismo en otros lugares. ¿Qué aspecto tenían? ¿Les vio?

—Reconstruid todas las pesadillas de vuestra juventud, y entonces lo sabréis —pensó Cal. Intentó representar a Jorgasnovara aquel momento de horror cuando hizo brillar la luz de su linterna sobre aquellas escamosas y vestidas criaturas.

—Suoinardos —dijo Jorgasnovara—. No comprendo por qué los escogieron para ese trabajo. Hay otras especies entre los Guarra que son casi idénticas a los terrestres. Quizá tienen una necesidad desesperada de realizar este trabajo en particular.

—¿Qué trabajo? —dijo Cal—. ¿Qué están haciendo?

—Están tratando de destruir la producción de interocitores. Es mucho más fácil enviar un par de agentes para sabotearla, que no mandar una flota para devastar a todo un planeta.

Las palabras del llanés parecieron precipitarse sobre las paredes de la habitación y volver como eco retumbante a los oídos de Cal. Trató de no escucharlo, y cerró sus ojos a la luz que era nuevamente demasiado brillante para él.

No había pensado antes en aquel riesgo. Solamente se había imaginado que había pensado en ello. El riesgo de enfrentar a sí mismo y a toda la humanidad con un enemigo procedente del espacio, y cuya tecnología podía barrer toda la vida del planeta.

—¿Y qué harán, ahora que sabemos de su existencia? —dijo Cal—. Se escaparon, ¿verdad?

—Sí..., se escaparon. No sé qué harán ahora. No se preocupe de eso. Ya hablaremos de ello cuando llegue el caso. Durante los dos o tres días siguientes Ole y yo continuaremos el trabajo de reconstruir las líneas de montaje.

Se fueron al cabo de un corto rato, dejando solos a Cal y a Ruth. Ruth puso su cabeza junto al pecho de Cal, y le cogió una de sus manos entre las dos suyas.

—No debíamos nunca habernos metido en eso —murmuró la muchacha—. Es demasiado para nosotros. Somos como los isleños de las selvas que tratan de combatir con flechas envenenadas a un enemigo que posee bombas atómicas. Si aquellas flechas llegan a molestar lo suficiente al enemigo, podría hacer desaparecer la isla de un estallido.

—No hay peligro. —Cal le acarició la mano—. Los llaneses ya cuidarán de que los de Guarra no amenacen seriamente a la Tierra. Lo han prometido así.

Pero su voz sonaba a hueco al reflejarse en las desnudas paredes de estuco.

—¡No lo han prometido! Los guarreses están aquí..., y mira lo que te han hecho —gritó Ruth—. Cal, ¿no sabes quién fue el que te hirió?

—¡Uno de los guarreses, como es natural! Por lo menos debía haber tres de ellos. Creía que estaban todos en el cuarto auxiliar, pero debía haber uno esperándome. Probablemente pueden ver en la oscuridad..., por el infrarrojo, me figuro.

—Cal..., les oí hablar por medio del interocitor. No todos eran tan extraños como los que viste. Me fue posible comprender los pensamientos de uno de ellos.

Cal podía ahora darse cuenta del temblor casi incontrolable del cuerpo de la chica, de modo que alzó la vista para poder mirarla a los ojos. Estaban desorbitados de terror.

—¡Fue Ole, Cal!... ¡Fue Ole Swenberg quien te dio el golpe!

Cal se incorporó a medias sobre su almohada, a pesar del dolor.

—¡Ole! Estás loca... Ole y yo nos hemos conocido desde que íbamos juntos a la Universidad. ¿Cómo podría ser él quien guiase a los agentes de Guarra?

—No es solamente su guía; él mismo es uno de sus agentes.

Ruth hablaba en voz baja, y miraba en derredor suyo, por el desnudo cuarto, como temerosa de que la oyesen:

—Ya sé que es una locura, pero no me equivoco. Le oí.

La cabeza de Cal se hundió pesadamente en la almohada.

—Bien sabes que te equivocas, Ruth. ¿Cómo es posible que insistas en algo tan fantástico?

—No sé lo que todo esto significa, pero es preciso que creas que tengo razón. Ole está esperando la oportunidad de darte una puñalada por la espalda. Intentó matarte. Le decepcionó no haberlo conseguido, y volverá a intentarlo.

—La tensión de todo esto ha sido más de lo que puedes soportar —dijo Cal con suavidad—. Crees en lo imposible. Yo he vivido con Ole durante meses. Nos prestamos camisas y corbatas y novias, cuando estábamos en la Universidad. Ve a casa y duerme un rato, y luego vuelve y dime que todo esto ha sido una pesadilla.

—Es una pesadilla, pero no de las que se tienen cuando se duerme. No voy a dejarte. Dormiré en el diván de la sala de curas de urgencia. No voy a darle a Ole otra oportunidad.

Ruth besó rápidamente a Cal y salió de la habitación antes de que él pudiese protestar. En cierto modo, se alegraba de ello. Su garganta estaba demasiado cansada para responder. Su cabeza parecía arder con un potente fuego interno. No se podía discutir en aquel momento con Ruth de esa cosa tan fantástica. Ya le pasaría cuando llegase la mañana.

Pero cuando el gris amanecer llegó, fue doloroso. Durante el curso de aquel día tuvo conciencia de poca cosa. Sabía que había ido gente a hablarle, pero se sentía demasiado cansado para hablar. Le tomaron la temperatura y le alimentaron, y Ruth permaneció sentada a su lado con su mano entre las de él. Y eso le reprodujo una pesadilla en la que ella le decía algo sobre que Ole intentaba matarle. Le hubiese gustado poderse despertar de aquel mal sueño.

Por la noche durmió bien, y a la mañana siguiente la pesadilla se había desvanecido. Se despertó con una visión clara, y la confusión había abandonado su cabeza. Todavía le quedaba algo de dolor, pero ya no dominaba todo lo demás.

Cuando el amanecer de la segunda mañana comenzaba a iluminar su cuarto, Cal luchó por incorporarse. La cabeza le rodaba, y le fue preciso sujetársela durante unos instantes para eliminar la sensación de que estaba por completo desconectada de sus hombros.

Aquella sensación se desvaneció, y comenzó a recordar. Tenía que ver a Jorgasnovara; Tenía que ver a Ole. Tenía que averiguar qué se hacía acerca de los agentes de Guarra.

Ruth entró mientras estaba sacando su ropa del armario.

—¡Cal! No puedes levantarte aún.

—No solamente puedo, sino que quiero —dijo, vacilando un poco mientras arreglaba sus ropas—. Ayúdame a poner esto.

Desayunaron con las escasas provisiones que Ruth había llevado para la velada. Cal llamó a Jorgasnovara para decirle que iba a verle. El llanés ofreció ir él, pero Cal insistió en que podía levantarse.

Un extraño silencio reinaba sobre la planta y todo el desierto en derredor, mientras Cal y Ruth se dirigían caminando hacia la oficina. Parecía no haber actividad ninguna conducente a la restauración de la planta.

—Parece como si se fuese a dejar que este lugar muriese de muerte natural —murmuró Cal.

Cuando entraron en la oficina del Ingeniero, Cal se sintió profundamente impresionado. Las huesudas facciones de Jorgasnovara parecían aún más enjutas, casi cadavéricas. Alzó la vista de los papeles dispersos sobre su escritorio, y saludó sin sonreírse:

—Confío en que esa herida no tendrá consecuencia permanentes —dijo.

Cal se dejó caer sobre una silla:

—Estoy perfectamente. Lo que quiero saber es lo que vamos a hacer ahora. Esto parece muerto: ¿qué ocurre?

Durante un largo rato Jorgasnovara no hizo sino contemplarle en silencio, mientras descansaba sus manos sobre el escritorio con gesto de completa resignación. Por fin habló:

—No pasa nada. Nos vamos.

—¿Nos vamos? —Las facciones de Cal reflejaron incomprensión—. ¿Adonde?

—Nos vamos. Nos vamos de este sistema solar. Nos vamos de esta galaxia.

Por unos instantes Cal tuvo una pasajera visión de dos seres verdes cuyas facciones eran inhumanas.

—¿Qué quiere decir? ¡Explíqueme de qué se trata!

—Los informes de nuestros servicios de Inteligencia —dijo Jorgasnovara con lentitud—, indican que los guarreses han desplazado su línea de ofensiva, y que se están moviendo rápidamente hacia este sistema solar, con este planeta como objetivo específico.

"Esto es resultado directo del fracaso de sus agentes en mantener una constante presión de sabotaje sobre nuestra producción de interocitores. Ya le dije que nos habíamos encontrado con lo mismo anteriormente, y que ellos consideraban parte de la guerra económica detener la corriente de suministros en su origen.

"Pero no conseguimos predecir, y el error fue totalmente nuestro, que los guarreses desplazarían tanto su línea con objeto de atacar esta fuente, si su programa de sabotaje fallaba. Y el hecho es que la han desplazado. En consecuencia, nosotros modificamos toda nuestra línea. Nuestro personal y todo el equipo que pueda ser salvado serán transferidos tan rápidamente como sea posible".

—¡Pero los guarreses invadirán la Tierra! —gritó Ruth—. Ustedes los han atraído hasta aquí, y prometieron que estaríamos a salvo si les ayudábamos. ¡Es preciso que los detengan!

La cara del Ingeniero palideció aún más al volver a hablar:

—Esa es la decisión del Consejo de Llana —dijo—. Es el resultado del error de nuestros cálculos. Puede usted creer que lo siento. Si hubiese podido imaginarme una cosa así, habría declinado este cargo. No hubiese sido la causa de eso.

—¡Lo siente! ¡Siente que nos ha arrastrado a un conflicto en que no podemos luchar, y luego nos vuelve la espalda...!

—Si bien me hago cargo de que les ha de consolar poco de la pérdida de su planeta nativo —dijo Jorgasnovara—, puedo ofrecerles seguridad personal. Serán ustedes inmediatamente transferidos a uno de los otros mundos adecuados para la vida de ustedes. Mi propio planeta nativo es uno de ellos. Me alegraría de que fuesen ustedes allí, a pesar de que no soy tan estúpido que suponga que les pueda compensar nunca de la pérdida de su propio mundo.

Más tarde le pareció a Cal que solamente había oído de una manera vaga la explosión casi histérica de Ruth y la repetida simpatía expresada por Jorgasnovara.

De modo que era a eso a lo que habían llegado. Recordaba el día ya lejano en que había visto por vez primera los extraños condensadores en forma de cuentas que fueron el principio de su prueba de aptitud por parte de los Ingenieros de la Paz. Ahora sentía ganas de reírse de la frase, pero no le quedaba ni humor ni amargura suficiente para ridiculizar aquellas trágicas palabras.

¿Cuándo había comenzado? No había manera de saberlo. Había sido inevitable desde el principio. Había deseado algo mejor para sí mismo, y para toda la vida sensible del universo. No había sido más que una especie de pez que había respondido a un sencillo mecanismo de estímulo y reacción. Los llaneses no habían tenido que hacer sino echar el anzuelo, y le habían pescado.

Pensó nuevamente en la Tierra, en la isla de la Tierra, que se había jugado como base de las actividades llanesas. Y pensó en aquellas otras islas que había visto, donde los ejércitos en lucha habían combatido, destruyendo y desolando.

—¿Por qué? —preguntó por fin, en medio del vacío silencioso que había caído sobre ellos. ¿Por qué nos han dejado solos?

—Accedimos a ayudar en este asunto porque creímos que era justo mantener la vida en todo el universo, donde quiera que fuese. Nos dijeron ustedes que no nos hubiese sido necesario entrar en la guerra. Los guarreses no hubiesen venido. Ahora nos dicen que vendrán, y que los llaneses no harán nada por defendernos; ¿por qué?

Jorgasnovara extendió sus manos:

—Ya les he expresado mis sentimientos personales. En realidad no hay respuesta a ese "por qué". Nuestros calculadores de guerra nos dicen que no debemos defendernos en este punto. Esta es la única respuesta que puedo proporcionarles. Su mundo no es un mundo para aquellas máquinas: no es sino un punto del espacio. —Hubo una pausa y prosiguió—: No puedo darles a ustedes sino otro día para prepararse a partir. Mañana por la noche debemos ya haber evacuado todo lo que tengamos intención de llevarnos de la Tierra.

"Les ruego se muestren razonables con el equipaje que deseen llevar consigo. Les permitiremos una cantidad casi ilimitada, dentro de los límites prudenciales. La nave partirá mañana hacia medianoche.

Los ojos de Ruth centellearon.

—¿Y qué le hace usted creer que iremos? —preguntó—. ¿Es que supone que podríamos vivir con nosotros mismos sabiendo que habíamos traicionado a la Tierra, y que habíamos huido de la catástrofe que habíamos desencadenado sobre ella? Usted dijo que no comprendía a los terrestres, y nunca dijo mayor verdad. ¡Cuando su nave se vaya, será sin nosotros!

Jorgasnovara inclinó la cabeza:

—Ya me había figurado que sería así. No trataré de disuadirles, pero si cambian de opinión, díganmelo. Hasta el último momento serán bienvenidos.