CAPÍTULO XVII
—¿Qué significa esto para la Tierra? —preguntó Cal con voz ronca—. ¿Puede el Consejo de Llana mantener esta línea?
—Creo que sí. Estamos desplazando fuerzas para resistir la amenaza. Debíamos haber previsto esto de un modo u otro. No es posible luchar en una guerra que no se puede predecir...
Su cabeza osciló expresando desagrado.
Cal hizo caso omiso de la pregunta que se presentaba a su mente. ¿Cómo era posible predecir una guerra? Contempló de nuevo la estrecha separación entre la línea de batalla y su propia galaxia.
—Esta línea es importante —prosiguió diciendo Jorgasnovara—. Los guarreses están a solamente unos cuantos centenares de años de luz de nuestra mayor fábrica de motores, y no podemos permitir que esa posición caiga.
Volvió a enrollar el mapa.
—Pero es algo serio —dijo—. Muy serio. Es preciso que todos los centros de producción hagan un esfuerzo por aumentarla. No le digo esto para asustarle con una amenaza a la Tierra, que me parece tan remota como antes, sino para hacerle ver la urgencia de nuestras necesidades. Y dígame; ¿a qué solución llegaron con la Unión?
—No hubo solución ninguna —dijo Cal—. Y no puede haberla. Es preciso que modifiquemos nuestro programa, prescindiendo de lo urgente que pueda ser la necesidad de producción. A decir verdad, esa urgencia es una razón más para cambiar.
Jorgasnovara se apartó y miró por la ventana en dirección al principal edificio de la planta. Cal pudo observar que su cabeza se movía denegando.
—No —dijo el llanés—. No permitiré que se hago eso, a pesar de lo ocurrido. Tiene que haber otras soluciones. En cierto sentido, nuestro trabajo aquí se puede considerar sacrificable. Si en el futuro resulta imposible mantener la presente línea de batalla, podremos siempre retroceder y encontrar otra civilización que haga el trabajo para el que habíamos elegido a la vuestra.
"Pero en este preciso instante es urgente continuar con la producción. Continuaremos lo mismo que ahora hasta que se hunda por su propio peso, si es que eso es inevitable.
"Otros Ingenieros estarán ya instalando nuevas plantas por otras partes, en nuevos mundos, para el caso de que evacuemos éste. Le ruego continúe con el programa tal como se ha esbozado.
Sacrificable...
Aquella palabra dejó helado a Cal. Pensó en las verdes islas salvajes durante la guerra, en los pueblos indígenas aplastados, cuyas gentes eran dejadas de lado y abandonadas a su dolor y su tristeza, mientras pasaba por ellas la estela de la batalla.
Una cosa que Jorgasnovara no había nunca comprendido era la trágica magnitud de la decisión que había transformado a Cal Meacham de un pacifista en un guerrero, pero si el Consejo de Llana no podía reconocer tal decisión por lo que era, entonces más valdría no haberla hecho.
Cal se enfrentó con Jorgasnovara, y su voz tembló al hablar:
—Dirigiré ese proyecto de la manera que me parezca necesario, o bien no lo dirigiré de ninguna manera. Conozco a mi propia gente y sé lo que harán.
Por un momento los dos hombres se contemplaron en silencio. Cal percibió el terrible poder que latía tras los ojos del Ingeniero, y se preguntó si aquel poder iba a ser dirigido contra él.
Jorgasnovara se desplazó un poco, y luego se adelantó hacia Cal:
—Podemos entendernos —dijo con suavidad—. Le elegí a usted porque sabía que poseía la fuerza y la capacidad para decirnos lo que necesitamos saber. Comenzaremos el proceso de construir los centros difusos de montaje de la manera que usted ha sugerido, pero no cerraremos aquí hasta que estén terminados y en producción. ¿Cree usted que esto será satisfactorio?
—No lo será. Cada instante que permanece abierta esta planta corremos el riesgo de ser puestos en evidencia.
—Lo tomaremos. Entre tanto la otra parte del programa será puesta en marcha.
—Y usted tendrá que contratar a otros mientras Ruth, Ole y yo estemos a la sombra durante diez años, por actividades antiamericanas.
—No le comprendo.
—No importa. Tengo que ir sombrero en mano y pedir por favor a los chicos de la Unión que vuelvan a trabajar.
Era ya tarde y aquel día no consiguió ya encontrar ni a Biggers ni a Cushman. Luego pensó que quizás hubiese conseguido hacerlo si no se hubiese dejado llevar por su sentimiento de frustración ante las contradictorias demandas de Jorgasnovara. Debía haberse esforzado en dominar a los de la Unión, en conseguir que la planta volviese a funcionar, para evitar perder ni un solo día de producción.
Pero no lo hizo así.
A las cuatro de la madrugada siguiente le despertó una llamada desde la planta. Era Peterson, el vigilante temporal, que entraba al cambiarse los turnos. En su voz se percibía la señal del terror y de las lágrimas:
—¡Han destrozado la planta, Mr. Meacham! —gritó—. ¡Han destrozado la planta!
—¿De qué está hablando?
—¡Los huelguistas! Han destrozado todo esto. Deben haber dado una droga a George. No oyó nada.
La mente de Cal pareció permanecer como hipnotizada, mientras su cuerpo realizaba mecánicamente los movimientos necesarios para vestirse. Quizás sea así la mejor manera, pensó. Dejaremos que se salgan con la suya. Dejaremos que se vayan, y tendrán demasiado miedo para hablar. Y Jorgasnovara tendrá que hacer las cosas como deben hacerse.
Llamó a Ole, quien se unió a él, y a Ruth, junto a la puerta principal.
Cuando llegaron, no había allí nadie más que los guardias, y la planta estaba casi en la oscuridad. Se alegró de que así fuese. De momento quería tranquilidad.
Peterson, que era un viejo concienzudo, les hizo entrar por la puerta lateral. Su mano temblaba tanto que apenas si podía manipular la cerradura.
—Quizá estén todavía por la planta —dijo nerviosamente—. No debió haber usted venido sin la policía, Mr. Meacham.
—No creo que nos hagan ningún daño —dijo Cal—. Y probablemente hace ya rato que se han escapado. Usted vigile desde la puerta. No deje que entre nadie más sin que yo lo diga. Echaremos un vistazo.
Los tres entraron pasando a lo largo del pasillo que conducía a la sala principal de montaje. La importancia de los daños era evidente. No se trataba solamente de muebles derribados y de partes dispersadas, que podían haber sido nuevamente ordenadas con relativa facilidad, sino que en cada una de las estaciones de la línea de montaje todos los valiosos y algunos insustituibles instrumentos de medida y de comprobación habían sido metódicamente destruidos.
Cal pasó caminando lentamente a lo largo de la línea de montaje, con Ruth a su lado. Ole se detuvo aquí y allá, hurgando los restos de los destrozados instrumentos; luego, precipitándose a unirse con Cal y Ruth, o deteniéndose nuevamente a investigar otra estación de desastre, a semejanza de una hormiga espantada cuyos túneles han sido destruidos por un muchacho con un palo.
En el ala de al lado del mismo edificio examinaron las salas de pantallas del departamento de ensayo; ahí los daños eran aún mayores. Los complejos instrumentos que necesitaban para realizar los ensayos finales de los montajes de interocitores habían sido destruidos sin posibilidad de reparación.
—Sería difícil pedir trabajo más concienzudo —dijo amargamente Cal—. Deberíamos invitar a los huelguistas para que viniesen a verlo; regalarles una pieza como recuerdo. Deben estar muy contentos.
—No culpes a la Unión —dijo Ruth—. Ellos no están de acuerdo con cosas así. Son los chiflados que se infiltran, los que tienen la culpa de esto.
—¡La Unión tiene la culpa! —dijo Cal—. Tiene la culpa porque admite, defiende y va a la huelga por los chiflados y los morones. Todos los miembros de la organización serán responsables de estas cosas mientras voten y vayan a la huelga en apoyo de cualquier morón subnormal que es preciso eliminar para que funcione una fábrica. No hay modo alguno de que puedan eludir esta responsabilidad.
Ole se les unió de improviso.
—¿Qué creéis que Jorgasnovara hará ahora? ¿Creéis que hará que reconstruyamos esta planta, o que comenzará la dispersión?
—Sería una locura reconstruir aquí —dijo Cal—. Si insiste en eso, lo dejo correr. Lo peor de lodo este asunto es que no podemos ni legal ni públicamente dar a la Unión la culpa de esto. No podemos hacer sino aguantarnos. Si tratásemos de pedirles daños y perjuicios se revelaría toda la empresa.
—La única satisfacción posible sería aplastarle las narices a Biggers, pero probablemente será mejor que no nos permitamos ni siquiera este pequeño gusto. Pero yo creo que por lo menos tenemos un palo que podemos mantener sobre la cabeza de la Unión, y que es mejor aún que un puñetazo en sus narices.
Entró en la oficina y llamó a Biggers y a Cushman. Se presentaron al cabo de media hora y Cal les condujo a la sala de montaje sin previo aviso. Los dos de la Unión lo contemplaron con la boca abierta, y Biggers empalideció tan de veras que Cal casi se sintió perturbado acerca de su culpa, hasta que se dio cuenta de que aquellos dos eran profesionales. Sin duda habían esperado la llamada, y estaban preparados para desempeñar su papel.
—Vuestro destacamento de osos lo ha hecho muy bien —dijo—. Tan bien que esta planta sencillamente no va a funcionar ya más.
—¡Nuestros muchachos nunca hicieron eso! —dijo Cushman—. ¿Qué se figura usted que somos... unos cochinos saboteadores rojos? Trate usted de atribuirnos esto, y ya verá entonces de lo que somos realmente capaces. A decir verdad, lo que creo es que fue usted que lo organizó para echarle la culpa a la Unión.
Biggers se volvió con más calma hacia Cal:
—Le aseguro, Mr. Meacham, que nuestros hombres no tienen nada que ver con esto. Tengo la seguridad de que, teniendo en cuenta el secreto de alta prioridad de vuestro proyecto, existen otras explicaciones. Lo más probable es un sabotaje comunista, tal como ha sugerido mi compañero. Haremos todo lo posible para ayudarle a usted a encontrar los culpables.
—Miren —dijo Cal—. Sabemos quién lo hizo, y por qué lo hizo. Terminamos por completo la producción en esta planta, y vamos a instalar una nueva a base de montaje con controles cibernéticos. Eso significa que no tenemos intención de volver a tratar con vuestra Unión, ni ahora ni nunca más. Si intentáis molestar o volver a intervenir nuevamente en una de nuestras plantas, os llevaremos a los tribunales con la historia completa de este sabotaje y una demanda de daños y perjuicios por la totalidad.
"Lo haríamos ahora, salvo que no nos serviría de nada excepto en concepto de venganza, y eso no nos interesa. No nos podrían pagar el daño material, y no sacaríamos nada tratando de vengarnos de vosotros. Pero lo que sí tenemos es un buen garrote, y lo usaremos si vuestra Unión se llega a acercar nuevamente a una de nuestras plantas.
—No lo toleraremos —dijo Biggers—. Usted no puede ensuciar nuestra historia de esta manera. Queremos que esto se aclare... ¡ahora mismo! Esto es chantaje.
Ole gruñó, haciendo un gesto con la mano, en dirección a los destrozos:
—¡Este hombre habla de chantaje!
Biggers y Cushman se fueron sin más discusiones, pero prometiendo volver más tarde a ver a Cal.
—A estos pájaros no los volveremos a ver nunca más —profetizó Cal—. Estoy seguro de que están contentos de haberse escapado con tanta facilidad.
—No creo que sean ellos quienes lo hayan hecho —dijo Ruth con calma—. Creo que cuando entraron se quedaron tan indignados y sorprendidos como nosotros mismos.
—Supongo que me dirás ahora que se trata de algún sutil esquema de los llaneses, organizado por Jorgasnovara —dijo Cal con irritación.
—No. Pero no creo que fuese la Unión quien lo hiciese. He estudiado a los seres humanos el tiempo suficiente para reconocer la verdadera sorpresa. No sé quién hizo esto, pero quizá nos quedemos muy sorprendidos cuando lo averigüemos.
Jorgasnovara tenía la intención de marcharse al cabo de poco rato, y estaba preparando su oficina para su partida final, cuando Cal entró para darle la noticia del desastre:
—La planta está inutilizada —dijo—. No serviría de nada reconstruir aquí. Les dije a los de la Unión que no volveríamos a abrir.
Jorgasnovara permaneció sentado e inmóvil. Sus macizos brazos se extendieron crispando ambos bordes con unas manos en que los nudillos se volvieron blancos.
—¿Y no será posible, verdad —dijo lentamente—, que usted haya tenido nada que ver con la organización de eso, a fin de asegurarse de llevar a cabo su programa en lugar del mío?
Cal continuó mirándole sin variar su expresión ni intentar hablar.
—No quería sino asegurarme —dijo Jorgasnovara—. No comprendo muy bien a los terrestres. Esta destrucción... es obra de un enemigo, no de miembros de vuestra propia raza.
—El enemigo de allí... —Cal indicó con la cabeza los mapas—, no hay diferencia. Una vida que lucha contra otra vida, no es más comprensible que este estúpido acto de la Unión.
—Quizá tenga razón —Jorgasnovara se levantó—. No puedo darle una respuesta inmediata. Tendré que consultar con mis superiores para recibir nuevas instrucciones. Le llamaré más tarde hoy mismo.
Cal asintió con la cabeza y salió de la oficina. De improviso, al encontrarse fuera, se dio cuenta de que no había adonde ir. No había fábrica que llevar. No había interocitores que construir.
Regresó a su propia oficina y llamó a Ole y a Ruth:
—Hoy no hay escuela, muchachos —dijo—. Tomémonos unas vacaciones.
Era una locura, pero todos estaban algo locos, pensó. No es posible trabajar y dormir con un conflicto intergaláctico y permanecer completamente cuerdo.
Recogieron las cosas del almuerzo y se lanzaron por una de las carreteras del desierto. Las recientes lluvias de la primavera habían despertado las dormidas flores del desierto, largo tiempo dormidas. Aquel yermo era como un jardín hasta donde alcanzaba la vista.
Junto al borde de una baja colina recogieron cactus secos, a los que añadieron residuos de cajas de embalar que habían llevado consigo desde la planta. Al cabo de unos minutos el reconfortante chisporroteo de la carne frita se mezclaba con el silencio del desierto. Ruth se sentó sobre una roca, con las piernas encogidas.
—Ahora sería sencillo olvidarse por completo de Jorgasnovara y de todo su Consejo de Llana —dijo.
—¿Es que propones que lo hagamos? —dijo Ole.
—Pues no lo sé. Es que eso no tiene fin. Todo lo demás que hace la gente tiene un fin lógico y razonable, ya sea en su propia vida o en la de sus descendientes, pero esto..., no hay nada que lo termine, ni hay fin que se pueda comunicar con la seguridad de que será comprendido. Todo lo que está relacionado con ello parece carecer de objeto y no tener fin.
—Todo lo que está relacionado con la guerra —dijo Cal— es siempre inútil, salvo en el preciso momento en que está uno defendiendo su propia vida. Nunca sabe uno de qué se trata, hasta que llega el momento. Y cuando llega, entonces desearías poder retroceder un año, una década, quizás un siglo, y matar, no solamente al que te ataca, sino a los necios que te condujeron a aquel instante.
—Esto suena muy diferente a aquel Cal Meacham de hace algunos meses —dijo Ole.
Cal meneó la cabeza:
—No; es el mismo. Durante la guerra conocí momentos así. Estoy convencido de que he sido nuevamente conducido a un momento semejante, y desearía de todo corazón poder retroceder un siglo o un milenio y enfrentarme con los que lo han determinado.
En aquel momento fueron interrumpidos por la alarma del aparato portátil del automóvil. Era Jorgasnovara.
—Hagan el favor de regresar a mi oficina lo más pronto posible —dijo—. He hablado con el Comité de Proyectos para la Tierra. Han llegado a un acuerdo sobre el asunto presente. Además desean saber qué piensan ustedes sobre la posibilidad de abandonar la Tierra y de ir a residir para el mismo trabajo a un planeta semejante en otro sistema solar.