CAPÍTULO XI

Cal puso su brazo sobre los hombros de Ruth, y ambos permanecieron junto a la ventana contemplando la planta y, más allá, el desierto. Era como los últimos y espantosos momentos antes de despertarse de una pesadilla, pensó Cal. Dentro de un momento habría terminado...

Pero no fue así. No terminaría nunca, en tanto viviese. Aquel odio terrible que emanaba de Jorgasnovara nunca dejaría su mente.

—Pienso en Ole todo el tiempo —dijo—. ¿Sabe él eso? ¿Le hablaron quizá de ello aquel día que fue a tu oficina? ¿Y es por esa razón que está produciendo material de guerra en secreto en aquel destartalado taller suyo? Eso explicaría por qué nos expulsó de allí. No nos podía decir por qué había cambiado radicalmente su manera de sentir, o incluso el hecho de que había cambiado.

—¿Tú crees que toda su producción es material de guerra?

—¿Y qué otra cosa puede ser? —Pasó una de sus manos por su espesa cabellera y se rió estridentemente:

"¡Y yo era aquel tipo que estaba harto de practicar la ciencia en servicio de los guerreros!

Se dirigió al interocitor y lo golpeo con la mano.

—¡Y quién sabe qué es lo que esta máquina hace, en realidad... destruir ejércitos convirtiéndolos en idiotas, o algo igualmente hermoso desde un punto de vista militarista!

—Cálmate, Cal —dijo Ruth sosegadamente—. Cálmate.

Cal se enfrentó con ella:

—Está bien. Te prometo que no volveré a dispararme. El problema inmediato consiste en saber qué es lo que vamos a hacer. ¿Es que vamos a ayudarles o vamos a tratar de entorpecerles la maquinaria?

—¿Y qué otra cosa podemos hacer, sino ayudar, si lo que dices es cierto? Creo que deberíamos ir a Jorgasnovara y hacerle poner las cartas sobre la mesa.

—¿Y crees tú que estaría dispuesto a hacerlo?

—¿Por qué no?

—No lo sé. Quizás si Ole nos acompañase, nos recibiría bien. Por otra parte, no me figuro que le gustaría mucho saber que hemos estado espiando sus procesos mentales.

—¿Dijiste la otra noche que debía saberlo?

—No; ahora creo que no lo sabe. No creo que nos hubiese dejado proseguir de esta manera si lo hubiese sabido. Creo que hemos descubierto esto accidentalmente y que nadie sabe nada de ello. Nadie.

—¿Y Ole?

—No sé... —comenzó Cal. Miró interrogativamente los tableros que tenía a su alrededor—. Warner entró en contacto con él por vez primera por medio del interocitor. ¡Quién sabe si Ole...!

Se adelantó hacia uno de los tableros y conectó nuevamente el interruptor de la energía. Ruth contempló el resplandor familiar de los tubos al encenderse. Le parecieron lámparas votivas de algún rito de los dioses de la ciencia.

De repente Cal retrocedió exaltado; atemorizado, y con los ojos fijos en los aparatos de medida.

—Alguien ha activado esto... nos ha estado espiando mientras hablábamos...

—¿Es eso posible?

—En las condiciones normales de inactividad de la máquina...

A través del tubo brillante que formaba la pantalla se discernían destellos de luz y de color carentes de significado, sin que pudiera reconocerse nada concreto.

—¿Crees que puedes establecer contacto con la máquina de Ole?

—Quizás sea posible. Puede ser que consiga excitar su...

Una forma arremolinada parecía irse formando en la lurbidez de la pantalla. Lentamente aparecieron las líneas y los planos de una habitación, de un lugar vagamente familiar.

—¡Es su laboratorio! —exclamó Ruth.

Y entonces, de repente, apareció una cara, difusa y fuera de foco. Pero no cabía duda de quien era. Una voz ronca resonó en los oídos de los otros dos:

—Ajusta el haz, necio. ¿Quieres que se exciten todas las máquinas de la planta?

Cal efectuó rápidamente el necesario ajuste, y la turbia imagen quedó enfocada.

En la pantalla, Ole pasó una cansada mano por su cara.

—Lo siento. Me imagino que estoy bastante deshecho. Os he estado observando desde hace días. Me parece que ahora sé de qué lado estáis.

—¿De qué estás hablando? —dijo Cal.

—Cuando vinisteis a verme me temí que fueseis parte de la policía secreta de Jorgasnovara. No podía saber si me estabais espiando o no. Tenía que seguir desempeñando mi papel. No me atrevía a decir una palabra. Pero os he estado observando mientras averiguabais en qué lío nos han metido. Ahora sé que no sois todavía de los del círculo interior.

—¿Todo ese tiempo sabías tú de esa guerra? —preguntó Cal.

—Sí. Eso es lo que casi me volvió loco, e hizo que me marchase de la planta. La única diferencia es que vi más de lo que habéis visto vosotros. Escuché mientras Jorgasnovara recibía un informe directo de uno de los sectores de la lucha. Nuestras pequeñas guerras son como batallas callejeras de chiquillos si se comparan con la forma en que ellos luchan.

—¿Y de qué se trata? ¿Cómo empezó? ¿Por qué es tan misterioso?

—No estoy seguro, pero me imagino que es, como supusisteis, que alguien cometió un error cuando establecieron el primer contacto con algún otro mundo, y ahora tratan de seguir la lucha sin decírselo al resto de los hombres... ¿Es que no os podéis imaginar la respuesta del público ante tal información?

—No comprendo tus acciones. Estás trabajando con ellos. ¿Por qué tenías que temer que te espiásemos?

—No estoy con ellos... y creo que Jorgasnovara lo sabe. Sus espías ya han estado aquí antes. Hay que detenerlos. ¿Es que no te das cuenta?

—Ahora no estoy tan seguro —dijo Cal lentamente—. Sus enemigos pueden obliterar todo nuestro planeta. Se diría que entre nosotros y la destrucción no hay sino los ingenieros. No veo que tengamos otra solución sino ayudarles con todo lo que tenemos..., prescindiendo de nuestros sentimientos sobre la guerra. Estamos metidos en la guerra... hasta el cuello.

—¡Mechara el Pacifista! —dijo Ole con amargura—. No hay razón para creer que nos vayan a destruir. Quizá les gustaría terminar la lucha tanto como a nosotros. Por lo menos, mientras no averigüemos lo contrario, no hay razón para dudarlo.

—¿Y tienes tú algo más que buenos deseos para suponerlo?

—Sí... Estuve ahí un año antes de que tú llegases. Conozco a Jorgasnovara. Nunca pedirá tregua ni cuartel. Prescindiendo de la razón de la causa, seguirá luchando hasta la destrucción total de su enemigo o de sí mismo. Si se tratase de su guerra privada, poco me importaría lo que le sucediese, pero ha comprometido a toda la raza humana.

Cal recordó aquel ardiente odio de Jorgasnovara.

—Se trata de la mejor manera de salir de esto. No lo comprendo. Parece ser obra de unos necios de remate, y no es posible que lo sean. Su ciencia...

—Se ha demostrado ya bien que el sentido tecnológico no es sinónimo de perspicacia política y social.

—Precisamente esa es la tesis sobre la que Jorgasnovara dice que basa su organización... y parecen ser prueba viviente de ello..., pero no en el sentido que pretendían.

—Hasta ahora —dijo Ole—, he estado solo. He estado esperando y confiando que sabría lo que pensabais. No me atrevía a revelar lo que sabía, por temor a sus espías.

"Me habló de su secreta guerra una vez que la hube descubierto en el interocitor. Me ofreció la oportunidad de cooperar con ellos, y temí no aceptar.

"Es por esta razón que me puse al frente de esta pequeña organización de aquí. Ni siquiera sé para qué sirve este trasto que hacemos. Tenía que ganar tiempo hasta encontrar a alguien más dentro de la organización en quien pudiese confiar..., y confiaba en que serías tú. Tienes que ayudarme a encontrar la manera de detener esto antes de que sea demasiado tarde.

—Estamos de acuerdo sobre el último objeto que consiste en salirse de este lío en que nos han metido, ¿podemos también estar de acuerdo sobre las medidas a adoptar por ahora? No interfiramos con su producción hasta que sepamos más. Yo podría hacer bastante para interrumpir la producción de interocitores... temporalmente. Pero pronto me sustituirían si veían que no podía mantenerla —dijo Cal.

—Bien —concedió Ole—. Dentro de un par de días voy a ir por ahí para una conferencia. Como yo soy el único que oficialmente sabe de la guerra, déjame ver si consigo sonsacar a Jorgasnovara. Vosotros dos manteneros al margen, y no digáis nada hasta que descubramos si hay peligro para alguien. Entre tanto quédate junto a tu interocitor modificado.

—¿Crees tú que él sabe que estamos escuchando?

—No lo sé. Es posible que lo sepa. Es descuidado y utiliza su máquina con un haz suelto. Quizás está esperando a que hagamos un falso movimiento para aplastarnos como a moscas, pero no tenemos más remedio que arriesgarnos.

Cal Meacham trabajó poco durante el resto del día. Cuando Ruth se hubo marchado, se dedicó a pasearse arriba y abajo del laboratorio.

Aquella doble identidad que dominaba toda la organización le parecía cada vez más fantástica. En total había unas cuatro mil personas trabajando en la planta. La mayor parte de ellas no eran sino sencillos montadores contratados en Phoenix, incapaces de distinguir una resistencia de un interruptor. Para ellos aquello no era sino una planta de manufacturas eléctricas y un pago semanal.

Para los ingenieros contratados con el cebo idealista del grupo, era un lugar de libertad intelectual donde florecía una supertecnología que estaba aún creciendo y desarrollándose.

Y para Jorgasnovara y su círculo interno era un centro de guerra. Pero ¿quién formaba el círculo de los Ingenieros? ¿Quién sabía cuál era el objetivo total de la planta?

De todos los que Cal había conocido, solamente Jorgasnovara y Wagner habían revelado saberlo. De todos los demás, cada uno de los hombres parecía conocer una sola pieza de conocimientos que era como un fragmento de un gigantesco rompecabezas. Solamente se le daba lo justo para que encajase como tal pieza del rompecabezas.

La complacencia de los demás ingenieros al aceptar que aquel lugar era lo que parecía, irritaba a Cal. No obstante, casi se reía al pensar en su disposición original a hacer lo mismo, hasta que hubo descubierto las insospechadas propiedades del interocitor.

Pensó que hubiese sido peor que inútil tratar de hablar a ninguno de los otros ingenieros. Había varios centenares, y sondearlos a todos hubiese requerido un tiempo interminable de que no disponía.

Enfrentarse con Jorgasnovara y pedirle información parecía el procedimiento más descabellado de todos. No obstante, parecía ser el más obvio, puesto que Ole gozaba ya hasta cierto punto de la confianza de Jorgasnovara.

Ole llegó en uno de los aviones sin piloto. De esos había seis, según Cal había averiguado, y estaban volando casi constantemente. Además de ellos la compañía utilizaba tres pequeños aparatos de controles convencionales, y el transporte, que era el aparato particular de Jorgasnovara.

Ole y Cal fueron directamente al laboratorio de este último. Ruth entró momentos después. Su cara estaba cubierta de arrugas que reflejaban la angustia de saber el conflicto invisible que rugía en los cielos.

—¿Y no sería mejor no decir nada a Jorgasnovara hasta haber intentado saber algo más por otros medios? —preguntó.

—No hay muchas probabilidades de conseguirlo —dijo Cal—. Ninguno de nosotros es lo que podríamos llamar un sabueso, y tardaríamos muchos meses en conseguir algo. Creo que existe una verdadera posibilidad de que Jorgasnovara ponga sus cartas sobre la mesa y nos invite a participar; o sino... especialmente puesto que ya atrajo a Ole.

—Y si yo me fuese de polizón —dijo Ruth—. Una de las cajas de embalaje de los interocitores podría ser acondicionada sin dificultad; soy lo bastante pequeña para una de ellas.

—¡Eso es absurdo! —dijo Cal—. Sería posible averiguar mucho, pero la posibilidad de regresar con la información sería prácticamente nula. Tenemos que establecer un contacto aquí, donde tenemos cierto poder.

—¿Qué quieres decir?

—Tenemos de nuestra parte a todo el mundo... y no tardaríamos mucho en hacerle saber la información de que ya disponemos... si es que llegase a ser necesario.

—No sería posible si Jorgasnovara se decidiera a encerrarnos con rapidez en su red.

—Es por eso que voy a verle solo; vosotros quedaros al margen —dijo Ole—. Si algo me sucede a mí, lo mejor que podéis hacer es recoger la información que tengáis e iros a Washington. No veo otra posibilidad. Tengo que volver aquí dentro de pocos minutos. Regresaré tan pronto como termine.

Le siguieron con la vista mientras cruzaba el polvoriento terreno entre los dos edificios. Luego Cal volvió a su interocitor y conectó los circuitos modificados. Los ajustó con exactitud, pero no consiguió excitar el instrumento de Jorgasnovara. El Ingeniero lo había bloqueado contra una excitación externa.

Ruth permaneció sentada junto a la ventana, contemplando el desolado paisaje del desierto en la distancia.

—¿En qué piensas? —dijo Cal.

La muchacha se volvió lentamente:

—¿Te fías de Ole? —preguntó de improviso.

—¿Fiarme? ¿De qué estás hablando?

—¿Es que es comprensible que esté al frente de aquella pequeña planta, y que trate de decirnos que está contra Jorgasnovara? No puedo olvidarme de su aspecto aquel día que Warner se lo llevó. No puedo sustraerme a la convicción de que hicieron algo para ponerle bajo su control.

"¿No es quizá posible que sea precisamente aquello que dijo que temía que fuésemos nosotros... espías de Jorgasnovara?

Cal se sonrió y la abrazó:

—¿Y yo? ¿Estás segura de que puedes fiarte de mí?

—Cal... hablo en serio. Tengo la sensación de que no podemos fiamos de nadie. Recojamos parle de la evidencia de que podemos disponer. Cojamos muestras de componentes, de fotografías, etc., y llevémoslos al Servicio Secreto del Ejército. Llevémoslos a la Casa Blanca, si es que es necesario. Tenemos que contarle esto a alguien más. ¡Si Ole se viese obligado a traicionarnos no nos quedaría salvación ninguna!

—Cálmate, cariño, lo haremos... si es necesario. Pero no podemos hacerlo a ciegas. No conoces al ejército. Tiene relaciones con los de arriba durante la guerra. No es posible sencillamente irse a uno de ellos y decir: "Señor General, por ahí hay unos tipos que están enzarzados en una guerra particular de la que usted debería estar enterado. Se están peleando con alguien en otro planeta". Eso sería el camino más rápido a un departamento privado en una jaula que yo me sé.

—Ole no es el mismo de antes; estoy segura de ello. Y no dejo de pensar que pueden hacernos a nosotros lo mismo que le hicieron a él.

Cal cogió a la muchacha del brazo y la condujo hacia a puerta.

—Bajemos a la cafetería, tomemos un bocadillo y olvidémonos de todo eso durante un rato.

—No. Vale más que me vuelva a mi oficina. Esta tarde tienen que entrar dos nuevos ingenieros. Si me ausento de mi oficina durante mucho rato, Warner empezará a sospechar algo. Llámame tan pronto como tengas noticias de Ole.

—Bueno..., y deja de preocuparte.

La chica sonrió levemente, y salió.