III. El canto de los tambores

 

A través de las oscuras aguas llegó el rumor ¡boom, boom, boom!... una sombría reiteración. Lejos y más débilmente sonaba otro rumor de timbre diferente: ¡Trum, Trum, trum!. Adelante y atrás iban las vibraciones, como si los palpitantes tambores hablaran uno con el otro. ¿Qué historias llevaban? ¿Qué monstruosos secretos susurraban entre las hoscas, umbrías extensiones de jungla sin cartografiar?

-¿Esta, estás seguro, es la bahía donde el barco español le desembarcó?

-Sí, Senhor: el negro jura que ésta es la bahía donde el hombre blanco abandonó el barco y se internó en la jungla

Kane cabeceó sombríamente.

-Entonces, desembárcame aquí, sólo. Espera siete días, pasados los cuales, si no he vuelto ni has tenido noticias mías, serás libre de navegar donde desees.

-Sí, Senhor.

Las olas golpeaban perezosamente contra los costados del bote que llevaba a Kane hasta la orilla. El poblado que buscaba estaba en la margen del río, aunque apartado de la orilla de la bahía, oculto por la jungla de la vista del barco.

Kane había adoptado lo que parecía la táctica más azarosa, desembarcando de noche, sabiendo que si el hombre que buscaba estaba en la aldea, nunca le alcanzaría de día. Por eso, había elegido un método más desesperado, aventurándose en la jungla nocturna, pero toda su vida había corrido albures desesperados. Ahora, se jugaba la vida con la débil esperanza de alcanzar la aldea indígena al amparo de la oscuridad y sin ser descubierto por los nativos.

En la playa abandonó el bote murmurando algunas órdenes y, cuando los remeros retrocedieron hacia el barco que permanecía anclado a alguna distancia, en la bahía, se volvió internándose en la negrura de la jungla. Espada en una mano, daga en la otra, se deslizó hacia delante tratando de orientarse en la dirección desde donde los tambores murmuraban y gruñían.

Avanzó con los movimientos fáciles y furtivos de un leopardo, haciendo camino cautelosamente, cada nervio alerta y en tensión, pero la travesía no fue fácil.

Lianas le estorbaban y golpeaban su rostro entorpeciendo su avance; se vio obligado a palpar su camino entre los gigantescos troncos de árboles inmensos y en la maleza circundante sonaban vagos y amenazadores crujidos, y se insinuaban movimientos. Tres veces su pie tocó algo que se removió bajo él y se retorció alejándose, y una vez atisbó el funesto resplandor de los ojos de un felino entre los árboles. Estos se desvanecieron, no obstante, cuando avanzó.

Trum, trum, trum, llegaba el incesante retumbo de los tambores: guerra y muerte (decían); sangre y codicia; ¡sacrificio humano y humano festejo! El alma de África (decían los tambores); el espíritu de la jungla; el canto de los dioses de la oscuridad exterior, los dioses que braman y farfullan, los que los hombres conocieron en el albor de los tiempos, con ojos bestiales, bocas cavernosas, panzas prominentes, manos ensangrentadas, los Dioses Negros (cantaban los tambores).

Todo esto y más rugían y bramaban los tambores a Kane mientras éste se abría camino a través del bosque. En algún lugar de su alma una cuerda sensible era pulsada y respondía. También tú perteneces a la noche (cantaban los tambores); ésta es la fuerza de la oscuridad, la fuerza de lo primitivo en ti; retrocede atrás en las edades; permítenos enseñarte, permítenos enseñarte (cantaban los tambores).

Kane abandonó la selva cerrada y alcanzó un camino claramente perfilado. Más allá, entre los árboles, se filtraba el resplandor de los fuegos del poblado, llamas fulgurando entre las estacadas. Kane recorrió rápidamente el sendero.

Fue silencioso y prudente, la espada extendida hacia delante, los ojos esforzándose en captar cualquier atisbo de movimiento en la oscuridad frente a él, en los árboles agazapados a ambos lados como hoscos gigantes; en ocasiones, las grandes ramas se entrelazaban sobre el camino y sólo podía discernir un corto trecho ante él.

Como un fantasma oscuro recorrió la senda en tinieblas, ojos y oídos alertas; pero ningún indicio le avisó cuando una silueta grande e indefinida brotó de las sombras y le abatió, en completo silencio.