V. Al alba me dirijo

 

Hollinster siguió a Kane, que se acercó osadamente a la puerta principal, la abrió y saltó al exterior. La bruma se había retirado y había luna llena; se podían ver los peñascos de la playa a doscientas yardas, y tras ellos, el siniestro buque fondeado cerca de la espumosa línea de cachones. De los vigías de fuera no se veía ni rastro. Si habían huido alarmados por el ruido que venía de la casa, o habían recibido algún tipo de orden, o habían tenido instrucciones de regresar a la playa antes de aquella hora, Kane y Jack nunca lo averiguaron. Pero la verdad es que no vieron a ninguno. Las rocas se alineaban tenebrosas en la playa como oscuras moradas semiderruidas, ocultando lo que pudiera estar pasando en la arena y en las aguas cercanas.

Los dos compañeros corrieron apresuradamente por el espacio que les separaba del mar. Kane no mostró indicios de acabar de atravesar un reñido encuentro entre la vida y la muerte. Parecía estar hecho de muelles de acero, y una carrera suplementaria de doscientas yardas no tenía efecto en su resistencia. Pero Hollinster renqueaba al correr. La consternación, la excitación y la pérdida de sangre le habían debilitado.

Sólo su amor por Mary y una rígida determinación le mantenían activo.

A medida que se aproximaban a las rocas, el sonido de fieras voces inspiró cautela a sus movimientos. Hollinster, casi enloquecido momentáneamente, estuvo a punto de saltar desde las rocas sobre quienquiera que se hallase al otro lado, pero Kane le contuvo. Se acercaron reptando hasta un saliente desde el que miraron hacia abajo.

La luz de la luna les mostró claramente que los bucaneros que se encontraban ya en el barco estaban preparándose para levar anclas.

Debajo de ellos había un puñado de hombres. Ya había un bote tripulado por piratas que se dirigía hacia el navío, mientras otro bote cargado esperaba impaciente su partida, con los remos bajados, hasta que sus jefes acabasen de discutir un asunto en la orilla. Saltaba a la vista que no habían perdido nada de tiempo en cruzar el túnel. Si Sir George no se hubiera detenido para atrapar a la chica, en lo cual la suerte estuvo de su lado, todos los bribones habrían estado ya embarcados. Desde arriba se podía avistar la pequeña cueva, situada tras una enorme roca, que constituía la entrada del túnel.

Sir George y Ben Allardine estaban encarados, discutiendo agriamente. Mary estaba tendida a sus pies atada de pies y manos. Al verla, Hollinster hizo un intento de levantarse, pero Kane le aferró el brazo con fuerza y se lo impidió de momento.

-¡Me llevo a la chica a bordo! -sonó la enfadada voz de Banway-.

-¡Y yo digo que no! -rugió la respuesta de Allardine-. ¡No sacaremos nada bueno de ello! ¡Mirad! ¡Allí en vuestro sótano yace el cuerpo ensangrentado de Hardraker a causa de vuestra chica! Las mujeres no traen más que problemas y disputas entre los hombres... ¡traed a la joven a bordo y tendremos una docena de pescuezos rebanados antes del amanecer! Degolladla ahora, os digo, y...

Intentó agarrar a la chica. Sir George le apartó la mano de un golpe y desenvainó su estoque, pero Jack no se percató de esa acción. Liberándose de la sujeción de Kane, se puso en pie y saltó desde el saliente. Cuando le vieron, los piratas del bote gritaron y, creyendo que eran atacados por un grupo más numeroso, se pusieron a remar, dejando a su colega y a su patrón que cuidaran de sí mismos.

Hollinster golpeó con los pies en la blanda arena y quedó de rodillas por el impacto de la caída, pero levantándose al instante, arremetió contra los dos hombres, que se le habían quedado mirando. Allardine cayó con el cráneo partido antes de que pudiera levantar su espada, y Sir George tuvo que parar el segundo embate del feroz Jack.

Un alfanje es pesado de manejar, y no es apropiado para la esgrima o las acciones rápidas. Jack había demostrado su superioridad sobre Banway con hoja recta, pero no estaba acostumbrado al peso ni a la forma curva del arma que llevaba, y estaba débil y cansado. Banway contaba con todas sus fuerzas.

Jack todavía pudo mantener al noble a la defensiva gracias a la cruda furia de su embestida... después, a pesar de su odio y determinación, comenzó a desfallecer. Banway, sonriendo fríamente, le alcanzaba una y otra vez en cara, pecho y piernas... no heridas profundas, sino cortes que, al sangrar, acrecentaban su pérdida general de energías.

Sir George fintó vertiginosamente, preparando su estocada final. Resbaló al pisar la engañosa arena y perdió el equilibrio. El golpe le salió descompensado, abriéndose por completo. Jack, viendo la ocasión a través de sus ojos emborronados por la sangre, concentró toda la fuerza que le quedaba en un último intento desesperado. Dio un brinco frontal y golpeó de lado, haciendo crujir su filo contra el cuerpo de sir George a medio camino entre la cadera y el sobaco. Aquel golpe debería haber hundido las costillas hasta el pulmón, pero en lugar de eso, la hoja se partió en pedazos como un cristal. Jack, atónito, retrocedió tambaleándose, dejando caer la empuñadura inservible.

Sir George se recobró y atacó con un salvaje alarido de victoria. Pero justo cuando su acero rajaba el aire, derecho hacia el torso descubierto de Jack, una gran sombra surgió entre ambos. La hoja de Banway salió rechazada a un lado con insólita facilidad.

Hollinster, alejándose a rastras como una serpiente con el lomo partido, vio a Solomon Kane cerniéndose como un nubarrón de tormenta sobre Sir George Banway, al tiempo que el largo estoque del puritano, inexorable como los hados, obligaba al noble a ceder terreno, volteando la espada con desesperación.

 

A la luz de la luna, que arrancaba destellos plateados de los aceros, Hollinster contemplaba el combate, inclinado sobre la quejumbrosa muchacha, intentando desatar sus ligaduras con las manos temblorosas. Había oído hablar del talento de Kane con la espada. Ahora tenía oportunidad de verlo con sus propios ojos; dada su condición de espadachín nato, se descubrió deseando que Kane se enfrentase a un adversario más digno.

Esto era así, ya que a pesar de que Sir George era un espadachín cualificado y tenía fama de duelista mortal por los alrededores, Kane no hacía sino jugar con él. Junto a su gran ventaja en altura, peso, fuerza y envergadura, Kane poseía otras cualidades... su habilidad y su rapidez. Pues, con todo su tamaño, era más rápido que Banway. En habilidad, el aristócrata era un novato a su lado. Kane combatía con un ahorro de energías y una ausencia de calor que privaba a sus acciones de algo de brillantez; no efectuaba paradas espectaculares o estocadas que quitasen el aliento. Pero cada movimiento que hacía era el acertado. Nunca salía perdiendo ni se alteraba; era una combinación de hielo y acero. En Inglaterra y en el continente, Hollinster había visto espadachines más vistosos, más espectaculares que Kane, pero a medida que observaba, se iba convenciendo de que nunca había visto uno tan técnicamente perfecto, tan mañoso, tan mortal como el alto puritano.

Le pareció que Kane podía haber traspasado a su oponente en el primer embate, pero tal no era el propósito del puritano. Se mantenía cerca del otro, siempre amenazándole la cara con su arma, y al tiempo que obligaba al noble a defenderse constantemente, conversaba en un tono carente de pasión, sin perder el hilo de la lucha ni un segundo, como si su lengua y su brazo funcionaran por separado.

-No, no, joven señor, no necesitáis desprotegeros el pecho. Vi cómo la hoja de Jack se estrellaba contra vuestro costado y no arriesgaré la mía, aunque es flexible y da mucho de sí. Bien, bien, no os avergoncéis, señor. Yo también he llevado una malla de acero bajo la camisa a veces, aunque quizás no fuera tan fuerte como la vuestra, que es capaz de desviar una bala a quemarropa. De todas formas, el Señor, en su infinita justicia y compasión, ha hecho de tal forma al hombre que no conserva todas sus partes vitales en el torso. Me gustaría que fuerais más hábil con la espada, Sir George; me siento avergonzado por mataros... pero, bueno, cuando un hombre aplasta a una víbora, no se preocupa de su tamaño.

Aquellas palabras fueron pronunciadas de una forma sincera y seria, no sardónicamente. Jack sabía que Kane no tenía la intención de decirlas como burla. Sir George estaba blanco; acto seguido, su tono se volvió ceniciento a la luz de la luna. Le dolía el brazo de cansancio y se sentía pesado como el plomo; aquel diablo vestido de negro seguía acosándole con la misma dureza, anulando sus esfuerzos más desesperados con facilidad sobrehumana.

De repente, la expresión de Kane se ensombreció, como si tuviera que realizar rapidamente un desagradable cometido.

-¡Basta! -gritó con su vibrante voz, congelando las almas de los que le escuchaban-. Este es mi acto infame... ¡sea hecho cuanto antes!

Lo que siguió fue demasiado veloz para la vista. Hollinster nunca volvió a poner en duda que el manejo de la espada de Kane podía ser brillante cuando él quería. Jack captó un vertiginoso indicio de finta hacia el muslo.. una inesperada ráfaga de acero resplandeciente... Sir George Banway yacía muerto a los pies de Solomon Kane sin una sola convulsión. Un tenue goteo de sangre rezumaba por su ojo izquierdo.

-A través del globo ocular, penetrando en el cerebro -dijo Kane algo triste, limpiando su estoque, en cuya punta brillaba una sola gota de sangre-. No supo qué le había alcanzado y murió sin dolor. Dios conceda que todas nuestras muertes sean tan dulces. Pero mi corazón está afligido, porque era poco más que un joven, aunque malvado, y no se me igualaba con el acero. Bien, el Señor juzgará entre él y yo en el Día del Juicio Final.

Mary gimoteaba en los brazos de Jack, recobrándose de su desvanecimiento. Un curioso resplandor se extendía por toda la zona y Hollinster escuchó un chisporroteo peculiar.

-¡Mirad! ¡La casa arde!

Del negro tejado de la mansión de Banway surgían llamas. Los fugitivos piratas habían provocado un incendio y el fuego brotaba con toda su furia, haciendo empalidecer a la luna. El mar lanzaba destellos sanguíneos ante el fulgor escarlata, y la nave pirata, que se dirigía al mar abierto, parecía estar navegando en sangre. Su velamen reflejaba el brillo rojo.

-¡Ella navega por un océano de sangre! gritó Kane dando rienda suelta a su superstición y a su vena poética-. ¡Ella navega en sangre y sus velas brillan mojadas en sangre! ¡La muerte y la destrucción la siguen, y el infierno va tras su rastro! ¡Qué su caída sea roja y negro su destino!

Y, cambiando de estado de ánimo, el fanático se inclinó sobre Jack y la chica.

-Curaría y vendaría vuestras heridas, muchacho -dijo con amabilidad-, pero creo que no son graves, y estoy oyendo el trote de muchos caballos que se acercan por los páramos, de forma que vuestros amigos pronto estarán aquí. Del sufrimiento adquirimos fuerza, paz y felicidad; tal vez tu sendero corra más recto después de esta noche de terror.

-Pero ¿quién sois vos? -gimió la chica-. No sé cómo agradeceros...

-Ya me habéis compensado con creces, pequeña -dijo Kane con ternura-. Es suficiente para mí veros sana y a salvo de persecuciones. Que vuestra existencia sea próspera y tengáis fuertes hijos y lozanas hijas.

-Pero ¿quién sois? ¿De dónde venís? ¿Qué buscáis? ¿A dónde vais?

-Soy un hombre de ningún lugar -una inalcanzable expresión, casi mística, relampagueó en su mirada-. Yo vengo del crepúsculo y al alba me dirijo, dondequiera que Dios guíe mis pasos. Busco... la salvación de mi alma, tal vez. Vine atraído por las huellas del sendero de la venganza. Ahora debo dejaros. Pronto saldrá el sol y no me gustaría que me hallara desocupado. Puede ser que no os vea jamás. Mi tarea está cumplida; el largo rastro de sangre ha llegado a su fin. El asesino ha muerto. Pero habrá otros asesinos, y otros rastros de venganza y compensación. Yo pongo en práctica la voluntad del Señor. Mientras florezca el mal y los crímenes prosperen, mientras los hombres sean perseguidos y las mujeres agraviadas, mientras los débiles, humanos o animales, sean maltratados, no habrá descanso para mí bajo el firmamento, ni paz en ningún lecho. ¡Hasta siempre!

-¡ Quedaos! - suplicó Jack, derramando inesperadas lágrimas-.

-¡Esperad, señor! -gritó Mary, estirando sus blancos brazos.

Pero la alta silueta se había desvanecido en la oscuridad y ninguno de los dos le oyó marcharse.

 

Título original: BLADES OF THE BROTHERHOOD. Traducción Héctor RAMOS.

 

LAS COLINAS DE LOS MUERTOS

 

1.Vudú

 

Las ramas que N'Longa arrojaba al fuego crepitaban y se rompían. Las tranquilas llamas iluminaban los semblantes de los dos hombres. N'Longa, el hechicero de la Costa de los Esclavos, era muy viejo. Su marchito y nudoso tronco era frágil y encorvado, su rostro estaba surcado por cientos de arrugas. El rojo fuego destellaba sobre los huesos de dedos humanos que formaban su collar.

El otro era un inglés y su nombre era Solomon Kane. Era alto y ancho de hombros, e iba vestido con ropas negras muy ceñidas, el atuendo del puritano. Su sencillo chambergo estaba muy calado sobre sus pobladas cejas, ensombreciendo su rostro cetrino. Sus fríos ojos parecían pensativos a la luz del fuego.

-Has vuelto, hermano -murmuró el hechicero, en la jerga que pasaba por ser la lengua común del negro y del blanco en la Costa Occidental-. Muchas lunas han brillado y muerto desde que pactamos con nuestra sangre. ¡Vas hacia donde el sol muere, pero regresas!

-Sí -la voz de Kane era profunda y casi fantasmal-. La tuya es una tierra dura, N'Longa, una tierra sanguinaria encerrada en la negra oscuridad del horror y en las ensangrentadas sombras de la muerte. No obstante, he regresado.

N'Longa reavivó el fuego sin decir nada y, tras una pausa, Kane continuó.

-Allá, en la inmensidad desconocida -dijo señalando con su largo dedo hacia la negra jungla silenciosa que se cernía al otro lado del fuego -. Allá se agazapa el misterio, la aventura y un incalificable horror. Una vez desafié a la jungla... una vez ella llegó casi a reclamar mis huesos. Algo penetró en mi sangre, algo se deslizó en el interior de mi alma como un susurro de pecado innominado. ¡La jungla! Oscura y melancólica... ella me ha arrastrado, atrayéndome sobre leguas de mar azul y salada, y al amanecer iré en busca de su corazón. Acaso halle extrañas aventuras... quizás me aguarde mi perdición. Pero mejor la muerte que el implacable e imperecedero anhelo, que el fuego que ha abrasado mis venas con amargo deseo.

-Ella llama -murmuró N'Longa-. Por la noche se enrosca como una serpiente alrededor de mi choza y susurra cosas extrañas. ¡Oh, tú!, llama la jungla. Tu y yo somos hermanos de sangre ¡ Yo, N'Longa, poderoso artesano de indescriptible magia! Como todos los hombres que escuchan su llamada, te internas en la jungla. Quizás vivas, más posible es que mueras. ¿Crees en la obra de mi magia?

-No lo comprendo -dijo Kane ceñudamente- pero te he visto sacar el alma de tu cuerpo y animar con ella a un cadáver.

-¡Cierto! ¡Yo soy N’Longa, sacerdote del Dios Negro! Ahora, mírame, voy a hacer magia.

Kane observó al viejo mago vudú que se inclinaba sobre el fuego, realizando con sus manos movimientos uniformes y murmurando encantamientos. Mientras miraba, Kane sintió sueño. Frente a él se agitó una niebla a través de la que veía tenuemente la figura de N'Longa. oscura y recortada contra las llamas. Luego, todo se desvaneció.

Kane despertó con un sobresalto, lanzando su mano hacia la pistola que llevaba en el cinturón. N'Longa le sonrió a través de las llamas y un aroma de temprano amanecer apareció en el aire. El hechicero sostenía en sus manos un largo bastón de extraña madera negra. Este bastón estaba tallado de una singular manera, y uno de sus extremos se afilaba hasta formar una aguda punta.

-Esto, vara vudú -dijo N'Longa, poniéndola en manos del inglés-. Allá donde fallen tus pistolas y tu largo cuchillo, esto te salvará. Cuando me necesites, deposítalo sobre tu pecho, coloca tus manos sobre él y duerme. Estaré a tu lado en tus sueños.

Kane sopesó el objeto en sus manos, pues desconfiaba mucho de la brujería. No era pesado, pero parecía tener la dureza del hierro. Por lo menos era un buen arma, decidió. El amanecer apenas comenzaba a deslizarse sobre la jungla y el río.

 

II. Ojos Rojos.

 

Solomon Kane se quitó su mosquete del hombro y apoyó la culata sobre el terreno. El silencio le rodeaba como una niebla. El curtido rostro de Kane y sus destrozadas ropas mostraban los resultados del largo viaje por entre la breña. Miró a su alrededor.

A cierta distancia a sus espaldas, se alzaba la jungla verde y espesa, menguando hasta convertirse en unos bajos arbustos, árboles enanos y altas hierbas. A cierta distancia al frente, se alzaba la primera de una cadena de yermas y sombrías colinas, cubiertas de peñascos, rielando sobre el inmisericorde calor del sol. Entre las colinas y la jungla se interponía una amplia extensión de ásperos e irregulares pastizales, salpicados aquí y allá por racimos de espinos.

Un profundo silencio pendía sobre el territorio. El único signo de vida lo constituía un puñado de buitres que cruzaban las distantes colinas agitando pesadamente las alas. Durante los últimos días, Kane había notado el creciente número de aquellos desagradables pájaros. El sol se mecía bajando hacia el oeste, pero su calor no disminuyó en modo alguno.

Arrastrando el mosquete, comenzó a caminar lentamente. No tenía ningún objetivo en perspectiva. Todo aquello era territorio desconocido y una dirección era tan válida como cualquier otra. Muchas semanas atrás, se había sumergido en la jungla con una decisión nacida del coraje y la ignorancia. habiendo, merced a algún milagro, sobrevivido a las primeras semanas, había ganado en dureza y resistencia, hasta el punto de ser capaz de habérselas con cualquiera de los feroces habitantes de la fortaleza que desafiaba.

Al avanzar, percibía de vez en cuando la pista de algún león, pero no parecía haber animales en los pastos -ninguno que dejase huellas, en todo caso-. los buitres estaban posados en los árboles enanos y, de pronto, a alguna distancia al frente, vio que entre ellos había algo de actividad. Algunas de aquellas oscuras aves volaban en círculos sobre un grupo de hierba alta, descendiendo y elevándose de nuevo. Alguna bestia depredadora estaría defendiendo su caza contra ellos, decidió Kane, y se asombró de la ausencia de rugidos y gruñidos que, por regla general, acompañaban tales escenas. Se despertó su curiosidad y encaminó sus pasos en aquella dirección.

Finalmente, abriéndose paso por la hierba que se alzaba sobre sus hombros, tuvo, como a través de un corredor cercado por las espesas y ondulantes hojas, una pavorosa vista. El cadáver de un negro yacía boca abajo y, al mirar el inglés, una gran serpiente oscura se alzó y se alejó deslizándose hasta internarse en la hierba, moviéndose tan rápidamente que Kane fue incapaz de decidir su naturaleza. Pero en esta había una enigmática sombra de humanidad.

Kane se detuvo junto al cuerpo, dándose cuenta de que mientras los miembros se veían retorcidos como si estuvieran rotos, la carne no estaba rasgada de la manera que lo habría hecho un tigre o un leopardo. Alzó la vista hacia los revoloteantes buitres y se quedó asombrado al ver a alguno de ellos que volaban rozando la tierra, siguiendo una ondulación de la hierba que marcaba la huida de la cosa que, según todos los indicios, había matado al hombre negro. Kane se preguntó por la clase de ser que las aves carroñeras, que sólo se comen a los muertos, estaban persiguiendo por los pastizales. Pero África está llena de misterios inexplicables.

Kane se encogió de hombros y alzó nuevamente su mosquete. Había corrido gran cantidad de aventuras desde que dejara a N'Longa, lunas atrás, pero aún así, aquel anhelo paranoide le había impulsado cada vez más adelante, le había hecho internarse cada vez con más profundidad por aquellos caminos sin senderos. Kane no hubiera sido capaz dc analizar aquella llamada; lo habría atribuido a Satanás, que atrae a los hombres a su destrucción. Pero se trataba del temerario y turbulento espíritu del aventurero, del vagabundo... el mismo ansia que lanza a las caravanas de gitanos alrededor del mundo, la misma que impulsaba a las naves vikingas a cruzar mares desconocidos y que guía el vuelo de los pájaros salvajes.

Kane suspiró. Allí, en aquella tierra yerma, no parecía haber ni agua ni alimentos, pero se había hartado hasta la muerte del malsano y fétido veneno de la lujuriante jungla. Hasta un páramo de colinas desnudas era preferible, por lo menos una vez. Las contempló allí, en su lugar, elevándose hacia el sol, y comenzó a caminar de nuevo.

Llevaba el bastón mágico de N'Longa en su mano izquierda y, aunque su conciencia aún le creaba problemas por conservar algo tan aparentemente diabólico, nunca se había sentido capaz de decidirse a abandonarlo.

Ahora, mientras se dirigía hacia las colinas, estalló una pequeña agitación en la alta hierba frente a él, que era, en algunos lugares, más alta que un hombre. Un grito agudo y estridente se dejó oír, inmediatamente seguido de un rugido estremecedor. La hierba se dividió y una esbelta figura se acercó velozmente a él, como una pajita arrastrada por el viento... se trataba de una chica mulata, vestida sólo con una especie de falda. Tras ella, unas yardas más atrás pero ganando terreno rápidamente, se aproximaba un enorme león.

La joven cayó a los pies de Kane con un gemido y un sollozo, y se quedó allí, agarrada a sus tobillos. El inglés dejó caer el báculo-vudú, se llevó el mosquete al hombro y apuntó fríamente al rostro del feroz felino, que ganaba terreno a cada instante. Sonó una detonación. La chica gritó una vez y se desplomó de bruces. El enorme gato dio un salto elevado y salvaje, para caer y quedar inmóvil.

Kane volvió a cargar apresuradamente, antes de dedicar una mirada a la forma que yacía a sus pies. La chica estaba tan inmóvil como el león que acababa de matar, pero un rápido examen le mostró que sólo estaba desmayada.

Bañó su rostro con agua de la cantimplora y, al poco rato, ella abrió los ojos y se sentó. El miedo anegó su rostro al mirar a su salvador e intentó levantarse.

Kane extendió una mano para impedírselo y ella se encogió temblando. El rugido del pesado mosquete bastaba para asustar a cualquier nativo que nunca hubiera visto con anterioridad a un hombre blanco, reflexionó Kane.

La chica era esbelta y bien formada. Tenía la nariz recta y de fino puente. Tenía un color marrón oscuro, quizás por una fuerte mezcla bereber.

Kane le habló en un dialecto ribereño, una lengua sencilla que había aprendido a lo largo de sus vagabundeos, y ella respondió dubitativamente. Las tribus del interior comerciaban en esclavos y marfil con los ribereños, y estaban familiarizados con su dialecto.

-Mi aldea está allí -dijo la chica, respondiendo a la pregunta de Kane y señalando con un brazo esbelto y redondeado hacia la jungla meridional-. Me llamo Zunna. Mi madre me azotó por romper una olla de cocina y me he escapado porque estaba enfadada. Tengo miedo. ¡Déjame regresar con mi madre!

-Puedes hacerlo -dijo Kane-, pero yo te llevaré, niña. ¿Te imaginas que aparezca otro león? Has sido muy tonta escapándote.

La chica gimió un poco.

-¿No eres un dios?

-No, Zunna. Sólo soy un hombre, aunque el color de mi piel no sea como el tuyo. Ahora, llévame a tu aldea.

Ella se alzó indecisa, mirándole aprensivamente a través de la descuidada maraña de su pelo. Para Kane, su aspecto era como el de un animalillo asustado. Ella le miró y Kane la seguía. Le indicó que su aldea estaba hacia el sureste y su ruta les acercó más a las colinas. El sol comenzó a ponerse y el rugido de los leones reverberó por los pastizales. Kane miró hacia el cielo occidental; aquel territorio abierto era mal lugar para que a uno le sorprendiera la noche. Mirando hacia las colinas, observó que se hallaban a unos pocos cientos de yardas de la más cercana. Vio lo que parecía ser una cueva.

-Zunna -dijo dubitativamente-, no podremos alcanzar tu aldea antes de que caiga la noche. Si nos quedamos aquí, nos cogerán los leones. Allí hay una caverna donde podríamos pasar la noche...

-¡En las colinas no, amo! gimió-. ¡Prefiero los leones!

-¡Tonterías! -dijo con impaciencia; ya estaba harto de supersticiones nativas-. Pasaremos la noche en aquella caverna.

Ella no discutió más y se limitó a seguirle. Subieron por una corta pendiente y se detuvieron a la entrada de la caverna, un pequeño recinto con paredes de roca sólida y un blando suelo de arena.

-Trae un poco de hierba seca, Zunna -ordenó Kane apoyando su mosquete contra el muro, a la entrada de la caverna-, pero no te alejes y estate atenta a los leones. Voy a encender aquí un fuego que nos mantendrá a salvo, esta noche, de las bestias. Trae un poco de hierba y todas las ramas que encuentres, como una buena chica, y cenaremos. Tengo carne seca en mi morral y también agua.

Ella le dedicó una extraña y larga mirada, y luego se alejó sin una palabra. Kane arrancó la hierba que tenía a mano, notando su textura marchita y seca por la acción del sol y, tras amontonarla, golpeó una piedra contra el acero. Saltó una llama que devoró el montón en un instante. Se estaba preguntando como podría reunir hierba suficiente para mantener toda la noche un fuego encendido, cuando se dio cuenta de que tenía visita.

Kane estaba acostumbrado a las visiones grotescas, pero a la primera mirada se sobresaltó y su columna se vio recorrida por un largo escalofrío. Dos hombres se erguían ante él en silencio. Eran altos, demacrados e iban completamente desnudos. Sus pieles eran de un negro polvoriento con un matiz gris y ceniciento, como de muerte. Sus rostros eran diferentes de cualquiera que hubiera visto jamás. Las cejas eran altas y estrechas. Las narices enormes y con aspecto de hocicos; los ojos eran inhumanamente grandes y rojos. Mientras estaban allí, le pareció a Kane que sólo sus ardientes ojos estaban vivos.

El les habló, pero no le contestaron. Les invitó a comer con un movimiento de su mano y ellos se acuclillaron silenciosamente, cerca de la entrada de la caverna, tan lejos de los agonizantes rescoldos del fuego como se pudieron situar.

Kane se volvió hacia su morral y empezó a sacar las tiras de carne seca que llevaba. Una vez que miró a sus silenciosos huéspedes, le pareció que estos observaban el resplandor de las cenizas del fuego, más que a él.

El sol estaba a punto de hundirse tras el horizonte occidental. Un resplandor rojo e intenso se extendió sobre los pastizales, hasta que todas las cosas cobraron el aspecto de un agitado mar de sangre. Kane se arrodilló sobre su morral y, al alzar la vista, vio a Zunna aparecer por la ladera de la colina con los brazos llenos de hierba y ramas secas.

Al mirar, sus ojos se desorbitaron; las ramas cayeron de sus brazos y su grito atravesó el silencio, inflamado con una terrible advertencia; Kane giró sobre una de sus rodillas. Dos grandes figuras se cernieron sobre él, mientras se levantaba con el suave movimiento de un leopardo saltando. Llevaba el bastón mágico en la mano y con él atravesó el cuerpo de su más cercano antagonista, con una fuerza que hizo que la afilada punta atravesara los hombros de la figura. Entonces, los largos y enjutos brazos del otro se cerraron, rodeándole, y ambos se vinieron juntos al suelo.

Las uñas del extraño, tan largas y curvas como garras, desgarraron su rostro y sus horribles ojos rojos se clavaron en los de él con terrible amenaza; mientras, Kane se retorcía girando y, repeliendo con un brazo las atenazadoras manos, sacaba una pistola. Presionó la boca de ésta contra el costado del salvaje y apretó el gatillo. Al sonar la mitigada explosión, el cuerpo del desconocido saltó espasmódicamente ante la conmoción ocasionada por la bala, pero sus labios se limitaron a abrirse en una horrorosa mueca.

Un largo brazo se deslizó bajo los hombros de Kane, la otra mano le agarró el pelo. El inglés sintió que su cabeza era irresistiblemente proyectada hacia atrás. Agarró con ambas manos las muñecas del otro, pero la carne que encontró bajo sus frenéticos dedos era tan dura como la madera. El cerebro de Kane daba vueltas, su cuello parecía estar a punto de romperse con un pequeño incremento de la presión. Con un volcánico esfuerzo, echó su cuerpo hacia atrás, rompiendo la mortífera presa.

Ya tenía al otro encima y las garras se cerraban otra vez. Kane encontró y levantó su vacía pistola, y sintió el cráneo del hombre romperse como una cáscara cuando, con todas sus fuerzas, proyectó el largo cañón hacia abajo. Y. una vez más, los marchitos labios se separaron con horrible sarcasmo.

Entonces, algo muy parecido al pánico puso su mano sobre Kane. ¿Qué clase de hombre era aquel, que todavía amenazaba su vida con rasgantes dedos tras recibir un tiro y ser mortalmente aporreado? Seguramente no se trataba de un hombre, ¡sino de uno de los hijos de Satanás! Ante aquel pensamiento, Kane saltó con un fulgurante movimiento y los encarnizados combatientes cruzaron el terreno rodando, yendo a detenerse sobre las ascuas, a la entrada de la cueva. Kane apenas sintió el calor, pero la boca de su enemigo se abrió, esta vez en aparente agonía. Los espantosos dedos soltaron su presa y Kane se liberó de un salto.

El salvaje ser del cráneo partido se levantaba sobre una mano y una rodilla cuando atacó Kane, volviendo a la carga como un lobo famélico que acosara a un bisonte herido. Saltó desde un lado, aterrizando de nuevo sobre la nervuda espalda, con sus brazos de acero buscando y logrando una presa indestructible y mortal; y mientras caían junto a tierra rompió el cuello del otro, de tal manera que el espantoso rostro muerto quedó mirando por encima de uno de los hombros. El cuerpo estaba inmóvil, pero a Kane le pareció que ni siquiera entonces estaba muerto, porque los ojos rojos aún ardían con horrible luz.

El inglés se giró para ver a la joven acurrucada contra la pared de la caverna. Buscó su báculo; estaba tirado sobre un montón de polvo, sobre el que yacían unos cuantos huesos desmoronados. Se quedó mirando, con la cabeza dándole vueltas. Luego, con una zancada, levantó el bastón vudú, volviéndose hacia el hombre caído. Al hacerlo, su rostro se pobló de severas líneas; luego, lo hundió en el pecho del salvaje, atravesándolo. Y ante sus ojos, el gran cuerpo se deshizo, disolviéndose en polvo mientras el miraba horrorizado, del mismo modo que su primer oponente cuando Kane atacara con el bastón por primera vez.

 

III. Magia onírica.

 

-¡Gran Dios! -susurró Kane-. ¡Esos hombres estaban muertos! Vampiros! Esto es obra manifiesta de Satanás.

Zunna se acercó gateando hasta sus rodillas y se agarró a ellas.

-Esos son muertos que caminan, amo -gimoteó-. Tendría que haberte advertido.

-¿Por qué no saltarían sobre mí nada más llegar? -preguntó él-.

-Temían al fuego. Esperaban que los rescoldos se apagaran del todo.

-¿De dónde vienen?

-De las colinas. Los de su especie habitan por centenares entre los peñascos y las cuevas de esas colinas, y viven de los humanos, porque matan a los hombres, devorando sus espíritus cuando estos abandonan el tembloroso cuerpo. Sí, ¡son devoradores de almas!

"Amo, rodeada por las más grandes de esas colinas, hay una silenciosa ciudad de piedra y, en los días más antiguos, en tiempo de mis antepasados, ese pueblo vivía allí. Eran humanos, pero no como nosotros, porque habían regido esta tierra durante innumerables eras. Los antepasados de mi pueblo les hicieron la guerra y mataron a muchos, y sus magos hicieron a todos los muertos como eran éstos. Al final, todos murieron.

"Y, durante eras, han hecho presa en las tribus de la jungla, bajando por las colinas a medianoche y a la puesta del sol, para frecuentar la jungla y matar, y matar. Los hombres y las bestias huyen de ellos y sólo el luego puede destruirles."

-Aquí está lo que les va a destruir -dijo hoscamente Kane, alzando el báculo mágico-. A la magia negra hay que combatirla con magia negra, y desconozco el hechizo que puso N'Longa en él, pero...

-Eres un dios -decidió Zunna en voz alta-. Ningún hombre podría vencer a dos de los muertos que caminan. Amo, ¿no podrías liberar a mi tribu de esta maldición? No hay ningún lugar al que podamos huir y los monstruos nos matan a su gusto, atrapando a los caminantes fuera del muro de la aldea. ¡La muerte habita en esta tierra y nosotros morimos sin esperanza!

En lo profundo de Kane se agitó el espíritu del cruzado, el fuego del implacable... del fanático que dedica su vida a combatir los poderes de la oscuridad.

-Vamos a comer -dijo-, luego encenderemos un gran fuego en la boca de la caverna. El fuego que mantiene alejadas a las bestias, hará lo mismo con los demonios.

 

Más tarde, Kane estaba sentado justo en el umbral de la cueva, con la mandíbula apoyada sobre su puño cerrado y los ojos mirando hacia el fuego, sin verlo. Tras él, en las sombras, Zunna le observaba atemorizada.

-Dios de los Ejércitos! -murmuraba Kane-. ¡Concédeme tu ayuda! Es mi mano la que debe levantar la antigua maldición que pesa sobre esta oscura tierra. ¿Cómo voy a pelear contra estos muertos diabólicos que no ceden ante armas mortales? El fuego lea destruye, se les puede romper el cuello inutilizándoles, el báculo-vudú les hace desmoronarse convertidos en polvo. si se les atraviesa con él, pero ¿de qué sirve eso? ¿Cómo puedo vencer a los centenares que frecuentan esas colinas alimentando su vida con la esencia de la existencia humana? ¿No es cierto, como dice Zunna, que en el pasado los guerreros cargaban sobre ellos, sólo para encontrar con que habían huido a su ciudad de elevados muros, en la que ningún hombre puede atacarlos?

La noche pasaba lentamente. Zurma dormía con su mejilla apoyada sobre su brazo redondo e infantil. El rugido de los leones agitaba las colinas y Kane aun estaba sentado, mirando pensativamente el fuego. Fuera, la noche estaba llena de susurros, crujidos y pisadas furtivas y suaves. Y, a veces, Kane, al alzar la mirada interrumpiendo alguno de sus pensamientos, creía percibir el destello de grandes ojos rojos allende la parpadeante luz del fuego.

El gris amanecer se deslizaba sobre los pastizales cuando Kane agitó a Zunna para que despertase.

-Que Dios se apiade de mi alma por flirtear con magia pagana -dijo- pero quizás las influencias demoníacas deban ser combatidas con la misma clase de influencias. Cuida el fuego y avísame si hay peligro.

Kane se tendió sobre su espalda en el suelo de arena y colocó sobre su pecho el bastón-vudú, doblando las manos sobre él. Se durmió instantáneamente y, mientras dormía, los sueños llegaron a él. A su ser invadido por el sueño, le pareció caminar a través de una gruesa niebla y, en ella, al igual que en la realidad, encontró a N'Longa. Este habló, y las palabras fueron claras y vívidas, grabándose en su conciencia con la suficiente profundidad como para salvar el abismo entre sueño y vigilia.

-Manda a la chica a su aldea inmediatamente después de la salida del sol, cuando los leones se hayan retirado a sus guaridas -dijo N'Longa-, y pídele que traiga a su amante consigo a la cueva. Una vez aquí, debes hacer que se acueste como si fuera a dormir, con el bastón-vudú agarrado.

El sueño se desvaneció y Kane se despertó de repente, asombrado. ¡Qué extraña y vívida había sido la visión, y qué extraño escuchar a N'Longa hablar en inglés sin utilizar el dialecto! Kane se encogió de hombros. Sabia que N'Longa declaraba poseer el poder de proyectar su espíritu a través del espacio, y él mismo había visto al hechicero animar el cuerpo de un cadáver. No obstante...

-Zunna -dijo Kane, dejando de pensar en la cuestión-. Voy a acompañarte hasta el borde de la jungla y tú deberás continuar hasta tu aldea y regresar aquí, a esta caverna, con tu amante.

-¿Con Kran? -preguntó ella ingenuamente-.

-No importa como se llame. Come y nos marcharemos.

El sol volvió a inclinarse, descendiendo hacia el oeste. Kane estaba sentado en la caverna, esperando. Se había encargado de que la niña llegase a salvo al lugar en que la jungla desembocaba en los pastizales y, aunque le remordía la conciencia al pensar en los peligros que podían surgir, dejó que continuara sola y regresó a la caverna. Ahora estaba sentado, preguntándose si no sería condenado a las llamas eternas por jugar con las hechicerías de un mago negro, fuera o no su hermano de sangre.

Al sonar unas ligeras pisadas, Kane cogió el mosquete; entonces entró Zunna en compañía de un joven alto y espléndidamente constituido, cuya piel marrón le mostraba como perteneciente a la misma raza que la chica. Sus suaves y soñadores ojos se fijaban en Kane con una especie de impresionada adoración. Evidentemente, la chica no había minimizado, en su relato, la gloria de aquel nuevo dios.

Pidió al joven que se tumbara mientras dirigía el báculo hacia él y se lo ponía en las manos. Zunna se acurrucó a su lado con los ojos muy abiertos. Kane retrocedió, medio avergonzado de aquella farsa, y preguntándose que saldría de todo aquello, si salía algo. ¡Entonces, para su horror, el joven jadeó una vez y se puso rígido! Zunna gritó, levantándose de un salto.

-¡Has matado a Kran! -gritó corriendo hacia el inglés, a quien la impresión había dejado sin habla-.

Entonces, la chica se detuvo de repente, vaciló, se pasó lánguidamente la mano por el entrecejo... y se deslizó hacia el suelo, para yacer junto al cuerpo inmóvil de su amante, con los brazos alrededor de éste.

Y aquel cuerpo se movió de repente, hizo movimientos reflejos con las manos y los pies; luego se sentó, liberándose de 105 apretados brazos de la chica aún inconsciente.

Kran alzó la vista hacia Kane y sonrió, con una sonrisa sabia y astuta que, de algún modo, parecía fuera de lugar en su rostro. Kane se sobresaltó. Aquellos dulces ojos habían cambiado de expresión, haciéndose ahora duros, brillantes y arteros... ¡Los ojos de N'Longa!

-Dime -dijo a Kane con voz grotescamente familiar-, hermano de sangre, ¿no vas a saludar a N'Longa?

Kane guardó silencio. Su carne hormigueaba a pesar de sí mismo. Kran se levantó extendiendo los brazos de forma insegura, como si sus miembros fueran nuevos para él. Se palmeó con aprobación el pecho.

-¡Yo, N'Longa! -dijo en su viejo y jactancioso estilo-. ¡Poderoso hechicero! Hermano de sangre, ¿no me conoces, eh?

-Eres Satanás -dijo Kane con sinceridad-. ¿Eres Kran o N'Longa?

-Yo N'Longa -aseguró el otro-. Mi cuerpo duerme en la cabaña del hechicero, en la Costa, a muchas jornadas de viaje de aquí. Yo tomar prestado por un tiempo el cuerpo de Kran. Mi espíritu cubrir diez días de marcha en un suspiro, veinte días en el mismo tiempo. Mi espíritu salir de mi cuerpo y expulsar el de Kran.

-¿Y Kran está muerto?

-No, el no muerto. Yo enviar su espíritu durante un tiempo a la tierra de las sombras... enviar también el espíritu de la chica para hacerle compañía; ellos poder regresar a su debido tiempo.

-Esto es obra del Diablo -dijo Kane con franqueza-, pero te he visto hacer una magia aún más perversa... ¿Debo llamarte N'Longa o Kran?

-Kran... ¡bah! Soy N'Longa... ¡cuerpos como vestidos! ¡Yo, N'Longa, en éste ahora! -dijo golpeándose en el pecho-. Kran volverá a su debido tiempo.. entonces, él, Kran, y yo, N'Longa, misma forma que antes. Kran no existir ahora; ser N'Longa quien ocupar este cuerpo de un semejante. ¡Hermano de sangre, soy N'Longa!

Kane asintió. Aquella era, en verdad, una tierra de horror y brujería; cualquier cosa era posible, incluso que la aguda voz de N’Longa hablara desde el gran pecho de Kran, y que los arteros ojos de N'Longa le mirasen centelleando desde el rostro atractivo y juvenil de Kran.

-Yo conocer esta tierra desde hace mucho -dijo N'Longa, abordando el problema-. ¡Poderosa magia la de esos muertos! No tener momento que perder... ya saber... yo haberte hablado en sueños. Mi hermano de sangre querer aniquilar a esos paisanos difuntos, ¿eh?

-Se trata de algo opuesto a la naturaleza -dijo Kane sombrío- en mi tierra se les conoce por el nombre de vampiros... Nunca esperé encontrarme con toda una nación de ellos.