IV. La ciudad silenciosa
-Ahora, nosotros encontrar esa ciudad de piedra -dijo N'Longa-.
-¿Sí? ¿Por qué no mandas tu espíritu a matar a esos vampiros? -preguntó consecuentemente Kane-.
-Espíritu necesitar cuerpo de semejante con el que trabajar -respondió N'Longa-. Duerme ahora, empezamos mañana.
El sol se había puesto, el fuego brillaba y parpadeaba en la boca de la caverna. Kane miró a la inmóvil figura de la chica, que yacía donde había caído, y se dispuso a dormir.
-Despiértame a medianoche -le exhortó Kane- y yo vigilaré desde ese momento hasta el amanecer.
Pero cuando finalmente N'Longa sacudió su brazo, Kane despertó para ver la tierra enrojecida por la primera luz del amanecer.
-Es hora de comenzar- dijo el hechicero
-Pero la chica... ¿Estás seguro de que vive?
-Ella viva, hermano de sangre.
-Entonces, en nombre de Dios, no podemos abandonarla aquí, dejándola a merced de cualquier diablo merodeador. O cualquier león que podría...
-No venir ningún león. Aún huele a vampiro por aquí, olor mezclado con el de hombre. Hermano león no gusta de olor a hombre y él temer cadáveres caminantes. Ninguna bestia venir y -concluyó alzando el bastón-vudú y depositándolo cruzado sobre la entrada de la cueva- ningún muerto cruzar ahora tampoco.
Kane le miró sombríamente, sin entusiasmo.
-¿Cómo va a protegerla ese bastón?
-Eso, poderosa ju-ju -dijo N'Longa-. ¡Tu ver criatura-vampiro convertirse en polvo ante ese bastón. Ningún vampiro atreverse a tocarlo ni acercarse a él. Yo dártelo porque, cerca de Colinas de Vampiros, hombres a veces encontrarse con cadáveres caminando por la jungla cuando sombras oscuras. No todos muertos que caminan estar aquí. Y todos tener que absorber vida de hombres... si no, pudrirse como madera muerta.
-Entonces, fabrica muchos bastones de éstos y arma a la gente con ellos.
-¡No poder ser! -el cráneo de N'Longa se agitó violentamente-. ¡Ese bastón ju-ju ser poderosa magia! ¡Viejo, viejo! Ningún hombre viviente podría decir lo viejo que ser ese bastón mágico. Yo hacer dormir a mi hermano de sangre y hacer magia con él para protegerle aquella vez que conversar en la aldea de la Costa. Hoy nosotros explorar y correr; no necesitarlo. Dejarlo aquí para guardar chica.
Kane se encogió de hombros y siguió al hechicero, después de volverse para mirar a la inmóvil figura que yacía en la caverna. Nunca habría consentido en abandonarla tan despreocupadamente, de no haber sabido en el fondo de su corazón que estaba muerta; la había tocado y su carne estaba fría.
Ascendieron por entre las yermas colinas mientras se elevaba el sol. Subieron muy alto, por empinadas pendientes de arcilla, abriéndose camino entre barrancos y grandes peñascos. Las colinas estaban acribilladas de oscuras y amenazadoras cavernas que dejaron cautelosamente atrás, y la carne de Kane hormigueó ante el pensamiento de sus siniestros ocupantes. Ya que N’Longa dijo:
-Vampiros dormir en cuevas la mayor parte del día, hasta puesta del sol. Cuevas contener un cadáver cada una.
El sol se elevó más, haciendo hervir las desnudas pendientes con un calor intolerable. El silencio se cernía sobre la tierra como un monstruo maligno. No habían visto nada, pero Kane, a veces, podría haber jurado que una sombra negra se deslizaba tras una roca ante su proximidad.
-Vampiros permanecer escondidos durante día -dijo N'Longa con una risa contenida-. ¡Tener miedo de hermano buitre! ¡Buitre no tonto! ¡Reconocer muerte al verla! ¡Saltar sobre cadáver y desgarrarlo y comerlo, tanto si estar echado como si caminar!
Un fuerte escalofrío hizo estremecer a su compañero.
-¡Gran Dios! -gritó Kane golpeándose el muslo con su sombrero-. ¿Es qué no hay fin para el horror en esta tierra execrable? ¡Este lugar está verdaderamente consagrado a los poderes de la oscuridad!
Los ojos de Kane ardían con luz peligrosa. El terrible calor, la soledad y la certeza de los horrores ocultos a uno y otro lado estaban llegando a afectar incluso sus nervios acerados.
-Mantener hermano sombrero sobre la cabeza, hermano de sangre -le previno N'Longa con un bajo y divertido gorjeo-. El hermano sol te matará si no tener cuidado.
Kane movió el mosquete que había insistido en traer y no respondió. Al final subieron a una eminencia y se quedaron mirando hacia abajo, a una especie de altiplano. Y, en el centro de esta elevación, había una silenciosa ciudad dé piedra gris y desmoronada. ¡Al mirar Kane se sintió golpeado por una impresión de edad increíble! Los muros y las casas estaban hechos de grandes bloques de piedra pero, aún así, estaban derrumbándose convertidos en ruinas. La hierba crecía en el altiplano y, muy alta, en las calles de la ciudad muerta. Kane no percibió ningún movimiento en las ruinas.
-Esa es su ciudad... ¿por qué prefieren dormir en las cavernas?
-Por si caerles encima un hermano pedrusco del tejado y aplastarles. Las cabañas de piedra acaban derrumbándose. Quizás tampoco gustarles estar juntos... Tal vez comerse también los unos a los otros.
-¡Qué silencio! -susurró Kane-. ¡De qué forma se cierne sobre todas las cosas!
-Vampiros no hablar ni gritar; ellos muertos. Dormir en cavernas, salir a la puesta del sol y durante la noche. También, tal vez, hermanos tribus de la jungla venir a atacarles con lanzas, vampiros ir a kraal de piedra y pelear tras muros.
Kane asintió. los desmenuzados muros que rodeaban la ciudad eran suficientemente altos y sólidos como para resistir el ataque de los lanceros... especialmente si los defensores eran aquellos demonios con narices como hocicos.
-Hermano de sangre -dijo solemnemente N'Longa-, ¡habérseme ocurrido magia poderosa! Guarda silencio un momento.
Kane se sentó sobre un peñasco y contempló meditabundo los desnudos riscos y las pendientes que les rodeaban. Muy alejado hacia el sur veía el frondoso océano verde de la jungla. La distancia prestaba cierto encanto a la escena. Mucho más cerca, se perfilaban las oscuras manchas que eran las bocas de las cavernas del horror.
N'Longa estaba acuclillado dibujando una extraña figura en la arcilla, con la punta de los dedos. Kane le miraba, pensando lo fácilmente que podrían convertirse en víctimas de los vampiros, si tan solo tres o cuatro de aquellos demonios saliesen de sus cavernas. Y, a la par que este pensamiento pasaba por su cabeza, una negra y horrible sombra cayó, cruzando el vacío, sobre el agachado hechicero.
Kane actuó inconscientemente. Salió disparado del peñasco, donde se sentaba, como una piedra arrojada por una catapulta y su mosquete golpeó hasta destrozar el rostro del espantoso ser que les había sorprendido. Kane hizo retroceder a su enemigo cada vez más, haciéndole tambalearse, sin darle tiempo a defenderse ni contraatacar, vapuleándole con la violencia de un tigre enloquecido.
En el mismo borde del acantilado, el vampiro vaciló, luego perdió el equilibrio, cayendo hacia atrás durante un centenar de pies, para yacer retorciéndose sobre las rocas del altiplano inferior. N'Longa estaba en pie señalando; las colinas dejaban ver a sus muertos.
Salían a montones de las cuevas, figuras silenciosas, negras y terribles que subían por la pendiente y gateaban por encima de los peñascos, dispuestas a atacar, con sus rojos ojos vueltos hacia la pareja de seres humanos situados sobre la silenciosa ciudad. Las cavernas los escupían como en un impío día del juicio.
N'Longa señaló hacia un risco que había a cierta distancia de allí y, con un grito, echó a correr velozmente hacia él. Kane le siguió. Desde detrás de los peñascos, surgían garras que les atacaban rasgando sus ropas. Pasaron corriendo ante unas cuevas y, de la oscuridad, surgían monstruos con aspecto de momias que mascullaban en silencio, uniéndose a la persecución.
Las manos muertas se hallaban muy cerca de sus espaldas cuando treparon por la última pendiente y se detuvieron sobre un saliente situado en la cima del risco. Los demonios se pararon un momento, en silencio, luego continuaron tras ellos. Kane agarró su mosquete como si se tratase de un garrote y, con él, aplastó los rostros de ojos rojos, desviando a un lado las manos que saltaban a su encuentro. Los monstruos se encrespaban como una gran ola, él volteaba su mosquete con una silenciosa furia que igualaba a la de ellos. La ola se rompió, retirándose vacilante; luego, volvió a la carga.
¡No... podía... con... ellos! Estas palabras golpeaban su cerebro como un martillo sobre un yunque, mientras destrozaba carne sarmentosa y huesos muertos con sus demoledores golpes. Los arrojaba al suelo, les hacía retroceder a empellones, pero se levantaban y volvían a la carga de nuevo. Aquello no podía durar... ¿Qué hacía N'Longa, en nombre de Dios? Kane lanzó una rápida y dolorosa mirada por encima del hombro. El hechicero estaba en la parte más alta del saliente, con la cabeza echada atrás y los brazos levantados, como en una invocación.
La visión de Kane se emborronó ante la cantidad de horribles rostros de ojos fijos y carmesíes. Los que tenía enfrente, ahora eran espantosos de ver, porque sus cráneos estaban destrozados, sus rostros hundidos y sus miembros rotos. Pero aún perseveraban y los que estaban detrás rodearon sus hombros para agarrar al hombre que les desafiaba.
Kane estaba manchado de rojo, pero toda la sangre era suya. Ni una sola gota de sangre surgía de las, desde largo tiempo atrás, marchitas venas de aquellos monstruos. De repente, un largo y penetrante lamento sonó a sus espaldas: ¡N'Longa! Sonaba alto y claro sobre el estrépito de la implacable culata del mosquete y el resquebrajarse de huesos... la única voz que se escuchó en aquella pavorosa refriega.
La oleada de vampiros se amontonó a los pies de Kane, arrastrándole hacia abajo. Se sintió lacerado por afiladas garras, mientras unos labios flácidos bebían de sus heridas. Tambaleándose, volvió a levantarse, maltrecho y ensangrentado, y se hizo un espacio libre con un arrollador movimiento de su destrozado mosquete. Luego, volvieron a rodearle y cayó al suelo.
-¡Es el fin -pensó, pero, en aquel mismo instante, la presión aflojó y el cielo se llenó repentinamente de un aletear de grandes alas-.
Entonces se vio libre y se levantó tambaleándose, ciego y mareado, preparándose para reanudar la refriega. Pero la horda vampírica huía pendiente abajo y, sobre sus cabezas y pegados a sus hombros, volaban enormes buitres, rasgando y desgarrando con avidez, hundiendo sus picos en la carne muerta. Devorando a las criaturas en su huida.
Kane se rió con ademanes casi enfermizos.
-¡Podéis desafiar a Dios y al hombre, pero no podéis engañar a los buitres, hijos de Satanás! ¡Ellos saben cuándo un hombre está vivo o muerto!
N'Longa se erguía en la cima como un profeta y las grandes y oscuras aves volaban en círculos a su alrededor. Sus brazos aún ondeaban y el gemido penetrante de su voz aún recorría las colinas. Y, sobre el horizonte llegaron, horda tras horda interminable... ¡Buitres, buitres, buitres!, llegados al banquete que tanto tiempo se les había negado. Ennegrecían el cielo con su número, anegaban el sol, y una extraña oscuridad descendió sobre la tierra. Dispuestos en largas y oscuras filas, zambulléndose en las cavernas con un zumbido de alas y un entrechocar de picos. Sus garras rasgando los malignos horrores vomitados por aquellas cuevas.
Ahora todos los vampiros huían hacia su ciudad. La venganza, contenida durante eras, se había abatido sobre ellos y su última esperanza estaba en los grandes muros que habían mantenido alejados a los desesperados enemigos humanos. Bajo aquellos tejados derruidos podrían hallar refugio. Y N'Longa miró cómo se introducían en su ciudad formando un río, y se carcajeó hasta que los riscos devolvieron su risa.
Ahora, todos estaban dentro y las aves formaron una nube sobre la ciudad condenada, posándose en sólidas hileras a lo largo de los muros, y afilándose los picos y las garras en las torres.
Y N'Longa entrechocó piedra contra acero, acercándolos a un haz de hojas secas que había traído consigo. Este prendió instantáneamente y él se enderezó, arrojando el llameante objeto hacia lo lejos, por encima de los acantilados. Con una lluvia de chispas, éste cayó como un meteoro sobre el altiplano inferior y la alta hierba se incendió.
El Miedo fluía en olas invisibles desde la silenciosa ciudad bajo ellos, como una niebla blanca. Kane esbozó una feroz sonrisa.
-La hierba está marchita y quebradiza por la sequía... esta estación ha llovido incluso menos de lo normal; arderá rápidamente.
Como una serpiente escarlata, el fuego recorrió la alta hierba muerta. Se extendió más y más, y Kane, desde su lugar en lo alto, aún sentía la temible intensidad de los cientos de pupilas rojas que observaban desde la ciudad de piedra.
La serpiente escarlata ya había alcanzado los muros y se levantaba como para enroscarse y cerrarse a su alrededor. Los buitres se elevaron con su pesado aleteo y planearon reluctantes. Una errabunda ráfaga de viento avivó la llama y se extendió como una larga y roja sábana alrededor del muro. Ahora, la ciudad se hallaba rodeada por todas partes con una sólida barricada de llamas. El rugido llegó hasta los dos hombres que estaban en el alto risco.
Las llamaradas cruzaban volando por encima del muro, prendiendo en la alta hierba de las calles. Un grupo de llamas saltó, creciendo con terrorífica velocidad. Calles y edificios quedaron envueltos por un velo rojo y, a través de aquella giratoria niebla carmesí, Kane y N'Longa vieron cientos de oscuras siluetas corretear y contorsionarse, para desvanecerse de repente en rojas explosiones de llamas. Un intolerable hedor de carne descompuesta y ardiente se elevó hacia lo alto.
Kane miraba asombrado. Aquel era, verdaderamente, un infierno sobre la tierra. Como en una pesadilla, recorrió con la mirada aquel caldero rojo y rugiente en el que unos oscuros insectos peleaban contra su condenación, pereciendo. Las llamas saltaron subiendo en el espacio unos centenares de pies y, de súbito, por encima del rugido se alzó un grito bestial e inhumano, como un chillido que llegara cruzando golfos sin nombre de espacio cósmico, cuando un vampiro, en su muerte, rompió las cadenas de silencio que le habían mantenido preso durante siglos sin cuento. Alto y obsesionante, se elevaba como el canto de cisne de una raza evanescente.
Entonces, las llamas desaparecieron de repente. El incendio había sido un fuego de rastrojos, corto y voraz. Ahora, el altiplano mostraba una extensión ennegrecida y la ciudad era una masa carbonizada y humeante de piedra desmenuzada. No había ni un cadáver a la vista, ni siquiera un hueso calcinado. Sobre todo ello giraban las oscuras bandadas de buitres, pero también estos comenzaban a diseminarse.
Kane miró fija y ávidamente hacia el limpio cielo azul. Aquella visión era, para él, como la de un fuerte viento marino disipando una niebla de horror. Desde algún sitio le llegó el velado y lejano rugir de un león en la distancia. Los buitres se alejaban, aleteando en líneas negras y desordenadas.