III. Lilith
Había un diván en mitad de la estancia y en su plateada superficie reposaba una mujer... una mujer de piel clara con el cabello dorado rojizo cayendo alrededor de sus hombros desnudos. Ella se enderezó abriendo espantada sus hermosos ojos grises, y los labios entreabiertos para lanzar un grito que contuvo repentinamente.
-¡Vos! -exclamó-. ¿Cómo habéis...?
Solomon Kane cerró la puerta tras de sí y se acercó con una extraña sonrisa en su rostro oscuro.
-¿No me recordáis , Marylin?
El miedo había ido desvaneciéndose en los ojos de la mujer mientras él hablaba, reemplazado por una mirada de increíble asombro y aturdida perplejidad.
-¡Capitán Kane! no entiendo... parecía que nadie podría nunca llegar...
Pasó una pequeña mano por su frente, tambaleándose repentinamente.
Kane la tomó en sus brazos -era sólo una niña- y la depositó gentilmente en el diván. Allí, tomando amablemente sus muñecas, habló en un tono bajo y apresurado, con un ojo puesto en la puerta todo el tiempo... dicha puerta, por supuesto, parecía la única entrada o salida de la habitación. Mientras hablaba, mecánicamente observaba la habitación, notando que era casi un duplicado de la habitación exterior en cuanto a ornamentos colgados y mobiliario en general.
-Primero -dijo- antes de entrar en otras materias, decidme, ¿estáis estrechamente vigilada?
-Muy estrechamente, señor -murmuró desanimada- no se como habéis llegado aquí, pero no podremos escapar.
-Dejadme deciros brevemente como he llegado hasta aquí y quizás tendréis mayores esperanzas, cuando os hable de las dificultades que he superado. Guardad silencio, Marylin, y os contaré como he llegado buscando a una heredera inglesa en la ciudad demonio de Negari.
"Di muerte a sir John Taferal en duelo. Por qué, no viene al caso, pero hay por medio calumnias y negra mentira. Antes de morir confesó haber cometido un vil crimen años atrás. ¿Recordáis, seguro, el afecto que os profesaba vuestro primo el viejo lord Hildred Taferal, el tío de sir John? Sir John temía que el viejo lord, muriendo sin herederos, pudiera dejaros a vos las grandes posesiones de Taferal.
"Años atrás desaparecisteis y sir John hizo correr el rumor de que os habíais ahogado. Pero cuando yacía moribundo, atravesado por mi estoque, boqueó que os había secuestrado y vendido a un pirata berberisco, al que nombró... un sangriento pirata cuyo nombre no ha sido desconocido en las costas inglesas en tiempos pasados. Entonces partí a buscaros y ha sido un largo y fatigoso camino, pródigo en largas leguas y años amargos.
"Primero surqué los mares buscando a El Gar, el corsario berberisco mencionado por sir John. Le encontré entre el estrépito y el bramido de una batalla naval; murió, pero mientras yacía moribundo me dijo haberos vendido a un mercante de Estambul. Partí hacia Levante y por casualidad di con un marino griego a quien los moros habían crucificado por pirata en la playa. Le descolgué y le hice la pregunta que había hecho a tantos hombres... si en sus correrías vio a una cautiva moza niña inglesa con rizos amarillos. Supe que había sido un tripulante del mercante de Estambul y que en el viaje de vuelta había sido abordado por un esclavista portugués y hundido... este renegado griego y la niña estaban entre los pocos que subieron abordo del esclavista.
"Luego, este esclavista puso rumbo al sur en busca de marfil negro, había sido emboscado en una pequeña bahía de la Costa Oeste Africana, y de vos y vuestro postrer destino nada supo el griego, porque escapó de la matanza y, haciéndose a la mar en un bote, había sido recogido por un filibustero genovés.
"Partí entonces a la costa Oeste, con la débil esperanza de que aún estuvierais con vida, y oí decir a los nativos que, años atrás, una niña blanca había sido tomada de un buque, cuya tripulación fue asesinada, y llevada tierra adentro como parte del tributo que las tribus ribereñas pagan a los jefes de río arriba.
"Después desaparecieron los rastros. Durante meses vagabundeé sin un indicio de vuestro paradero, no, sin señal de que aún vivierais. Entonces pude oír entre las tribus del río acerca de la ciudad demonio de Negari y la reina diablo que guardaba a una mujer extranjera como esclava. y aquí vine."
El tono flemático de Kane, su narración sin adornos, no daban indicios del pleno significado de esta historia, lo que subyacía tras esas palabras calmas y mesuradas; las luchas por tierra y mar, los anos de privación y esfuerzos descorazonadores, el incesante peligro, el perenne vagabundear a través de tierras desconocidas y hostiles, la labor tediosa y mortífera de arrancar la información deseada a los ignorantes, hoscos y poco amistosos salvajes.
-Llegué aquí -dijo simplemente Kane. ¡Pero qué mundo de coraje y esfuerzo estaba representado en esa frase! Un largo y rojo camino, sombras negras y carmesíes bailando una danza demoníaca, marcada por espadas centelleantes y el humo de la batalla, de palabras titubeantes cayendo como gotas de sangre desde los labios de moribundos-.
Solomon Kane no era ciertamente un dramatizador. Contaba su historia de la misma forma que había superado obstáculos terroríficos... fría y sumariamente, y sin gestos heroicos.
-Ved, Marylin -concluyó gentilmente- no he llegado tan lejos ni hecho tanto para rendirme ahora. Valor, chiquilla. Encontraremos una salida de este espantoso lugar.
-Sir John me puso en su arzón -dijo aturdida la chica, hablando lentamente, como si su idioma natal le resultara extraño por años de desuso, mientras rememoraba con palabras titubeantes una tarde inglesa de hacía muchos años-. Me llevó a la orilla del mar, donde aguardaba el bote de una galera tripulada por hombres fieros, oscuros y bigotudos y con cimitarras y grandes anillos en los dedos. El capitán, un musulmán con cara de halcón, me tomó, yo lloré de miedo y él me llevó a su galera. Pero fue amable a su manera conmigo, yo era poco más que una niña, y al final me vendió a un mercante turco. Este mercante se le reunió en la costa sur de Francia, tras muchas singladuras.
"Este hombre no me causó mal, aunque yo le temía porque era un hombre de continente cruel, y me hizo entender que sería vendida a un sultán negro de los moros. Sin embargo, el mercante fue abordado por un esclavista de Cádiz y todo sucedió como habéis dicho.
"El capitán esclavista me creyó el retoño de alguna rica familia inglesa y pensaba conseguir un rescate de mí, pero en una horrible y oscura bahía de la costa africana pereció con todos sus hombres, excepto el griego que habéis mencionado, y fui cautiva de un salvaje caudillo.
"Tuve mucho miedo y pensé que me mataría, pero no me causó daño y me envió al interior con una escolta, junto con mucho del botín tomado al barco. Este botín, incluida yo misma, como sabéis, estaba destinado a un poderoso rey de los pueblos del río. Pero nunca lo recibió, pues una banda de saqueadores de Negari cayó sobre los guerreros de la costa y mataron a todos. Entonces fui traída a esta ciudad, siendo desde entonces esclava de la reina Nakari.
"Cómo he sobrevivido entre todas estas escenas de batalla, crueldad y muerte, no lo se."
-La providencia os ha guardado, niña -dijo Kane- el poder que cuida de débiles mujeres y niños desamparados; el que me guió a pesar de todos los estorbos y el que nos conducirá fuera de este lugar. Dios mediante.
-¡Mi gente! -exclamó repentinamente, como despertando de un sueño-, ¿qué es de ellos?
-Todos con buena salud y fortuna. niña. excepto aquel que os ha perjudicado durante estos largos años. Bueno, el viejo sir Taferal tiene la gota y jura tan de seguido que temo por su alma. Aunque para mí que viéndoos, pequeña Marylin, se enmendará.
-Aguardad, capitán Kane -dijo la chica- no puedo entender por qué habéis venido solo.
-Vuestros hermanos quisieron venir conmigo, niña, pero no era seguro que vivierais, y yo detestaba que ningún otro Taferal pudiera morir en tierras lejos del buen suelo inglés. Libré el país de un mal Taferal... justo era que restaurara a su lugar a un buen Taferal, si aún vivía... Yo y sólo yo.
El propio Kane creía esta explicación. Nunca trató de analizar sus motivos y nunca titubeaba cuando su mente se decidía. Aunque siempre actuaba por impulsos, creía firmemente que todas sus acciones estaban gobernadas por razonamientos fríos y lógicos. Era un hombre nacido fuera de tiempo... una extraña mezcla entre puritano y caballero con un toque de antiguo filósofo, y más de un rasgo de pagano, aunque la ultima afirmación le hubiera dejado mudo. Un atavismo de los días de audaz caballería, un caballero errante en las sombrías ropas de un fanático. Un hambre en su alma le conducía adelante y adelante, una urgencia de enderezar todos los entuertos, proteger a todos los seres desvalidos, vengar todos los crímenes contra la rectitud y la justicia. Voluntarioso y desaforado como el viento, era constante en un sólo asunto... estaba seguro de sus ideales de justicia y rectitud. Así era Solomon Kane.
-Marylin -dijo ahora bondadosamente, tomando sus pequeñas manos entre sus dedos encallecidos por la espada-. A fe mía que habéis cambiado mucho en estos años. Erais una pequeña doncella mofletuda y sonrosada cuando os sentaba en mis rodillas en la vieja Inglaterra. Ahora parecéis cansada y pálida de rostro, aunque sois tan bella como las ninfas de los libros paganos. Hay fantasmas escondidos en vuestros ojos niña... ¿os han maltratado aquí?
Ella se tumbó sobre el diván y la sangre se retiró lentamente de su ya pálida faz, tomando hacia un blanco mortal. Kane comenzó a acercarse. Su voz llegó en un susurro.
-No me preguntéis. Hay hechos que es mejor que queden ocultos por la oscuridad de la noche y el olvido. Hay visiones que hieren los ojos y dejan su ardiente marca por siempre en el cerebro. los muros de antiguas ciudades, no alzadas para los hombres, han contemplado escenas que no deben hablarse, ni aun en susurros.
Sus ojos se cerraron fatigados y Kane sintió preocupación, sus sombríos ojos siguieron inconscientemente las finas líneas azules de las venas resaltadas por la antinatural blancura de su piel.
-Aquí hay algo demoníaco -musitó-. Un misterio...
-Cierto -murmuró la chica- ¡un misterio que era viejo cuando Egipto era joven! Una maldad innombrable más antigua que la oscura Babilonia... que se incubaba en terribles ciudades negras cuando el mundo era joven y extraño.
Kane frunció el ceño preocupado. A las extrañas palabras de la chica sintió un extraña sacudida de temor en las profundidades de su cerebro, como si la débil memoria racial se agitara en los golfos de eones de profundidad, conjurando espantosas y caóticas visiones, ilusorias y pesadillescas.
Repentinamente, Marylin se sentó erguida con los ojos desorbitados y fulgurando atemorizados. Kane oyó abrirse una puerta en algún lugar.
-¡Nakari! -susurró ella con urgencia-. ¡Rápido! ¡No debe encontraros aquí! ¡Ocultaos rápidamente y -mientras Kane se giraba- guardad silencio suceda lo que suceda!
Se recostó en el diván, fingiendo dormitar mientras Kane cruzaba la habitación y se ocultaba tras unos tapices que colgaban sobre el muro, ocultando un nicho que podía haber contenido alguna vez algún tipo de estatua.
Acababa de hacerlo cuando la única puerta del cuarto se abrió y una extraña y bárbara figura apareció en ella. Nakari, reina de Negari, visitaba a su esclava.
La mujer vestía como cuando la había visto en el trono y los coloreados brazaletes y tobilleras tintinearon mientras cerraba la puerta tras de sí y entraba en la habitación. Se movía con los movimientos fáciles y sinuosos de un felino y, a su pesar, el observador sintió admiración ante aquella elástica belleza. Pero al mismo tiempo sufrió un estremecimiento de repulsión, porque sus ojos relucían con un maldad vibrante y magnética tan vieja como el mundo.
"¡Lilith!", pensó Kane. "Es tan bella y terrible como el purgatorio. Es Lilith... esa enloquecida y amorosa mujer de la antigua leyenda."
Nakari se detuvo junto al diván, observando a su cautiva durante un instante y, con una enigmática sonrisa, se inclinó y la sacudió. Marylin abrió los ojos, se sentó y se deslizó del diván arrodillándose ante su salvaje ama... algo que hizo maldecir a Kane para sí. La reina rió sentándose sobre el diván, indicando a la chica que se levantara, y pasó un brazo por su talle sentándola en su regazo. Kane observó confundido mientras Nakari acariciaba a la chica con ademanes divertidos e indolentes. Podía ser afecto, pero a Kane le recordaba un leopardo ahíto jugueteando con su víctima. Había un aire de mofa y crueldad estudiada en todo el asunto.
-Eres muy dulce y hermosa, Mara -murmuró perezosamente Nakari- más hermosa que las otras chicas que me sirven. Se acerca el momento, pequeña, de tus nupcias. Y nunca novia más hermosa ha sido llevada hasta las Escaleras Negras.
Marylin comenzó a temblar y Kane pensó que estaba a punto de desvanecerse. Los ojos de Nakari refulgían extrañamente bajo sus párpados de largas y rizadas pestañas, y sus labios rojos y llenos se curvaban en una débil sonrisa tentadora. Cada una de sus acciones parecía premeditada con algún siniestro propósito.
Kane comenzó a sudar profusamente.
-Mara -dijo la reina- has sido honrada sobre las otras chicas, pero no estás contenta. Piensa cuanto te envidiarán las muchachas de Negari, cuando los sacerdotes entonen la canción nupcial y la Luna de Calaveras asome sobre la cresta negra de la Torre de la Muerte. Piensa, pequeña novia-del-amo, ¡cuantas muchachas han dado su vida para ser esta novia!
Y Nakari rió a su odiosa y musical manera, como en una broma extraña. Entonces se interrumpió bruscamente. Sus ojos se estrecharon hasta convertirse en hendiduras mientras recorrían el cuarto y todo su cuerpo se tensó. Su mano fue al ceñidor y empuñó una daga larga y fina. Kane espió a lo largo del cañón de su pistola, con el dedo sobre el gatillo. Sólo una renuencia natural a disparar contra una mujer le impidió enviar la muerte al salvaje corazón de Nakari, porque pensó que estaba a punto de matar a la chica.
Luego, con un movimiento felino y elástico, ella lanzó a la chica de sus rodillas y retrocedió por la habitación con los ojos clavados con llameante intensidad en el tapiz tras el que estaba Kane. ¿Le habían descubierto esos ojos? Pronto lo sabría.
-¿Quién está ahí? -interpeló con fiereza-. ¿Quién se esconde detrás de esos colgantes? No te veo ni oigo ¡pero se que hay alguien ahí!
Kane guardó silencio. El instinto de bestia salvaje de Nakari le había traicionado y estaba inseguro sobre el camino a seguir. Su próxima acción dependía de la reina.
-¡Mara! -la voz de Nakari chasqueó como un látigo-. ¿Quién está tras esas colgaduras? ¡Responde! ¿Debo volver a hacerte probar el azote?
La chica parecía incapaz de hablar. Se acurrucaba donde había caído, sus hermosos ojos llenos de terror.
Nakari, sin apartar su ardiente mirada, buscó tras sí con su mano libre asiendo un cordón que colgaba del muro. Lo sacudió sañudamente. Kane sintió que los tapices se abrían a cada lado descubriéndole.
Durante un instante la extraña escena no varió... el sombrío aventurero, con sus raídas vestiduras manchadas de sangre, esgrimiendo en la mano derecha un pistolón... al otro lado de la habitación la reina salvaje con su refinamiento bárbaro, un brazo todavía asiendo al cordón, la otra mano manteniendo una daga frente a ella... la chica prisionera temblando en el suelo.
Luego, habló Kane.
-¡Guarda silencio, Nakari, o morirás!
La reina pareció aturdida y sin habla por la súbita aparición. Kane salió de entre los tapices y se aproximó lentamente.
¡Tú! -ella encontró al fin la voz-. ¡Debes ser aquel de quien hablaban los guardianes! ¡No hay otro hombre blanco en Negari! ¡Dijeron que caíste a la muerte! ¿Cómo entonces...?
-¡Silencio! -la voz de Kane cortó con dureza sus balbuceos asombrados; sabía que la pistola no significaba nada para ella, pero comprendía la amenaza del largo acero en la mano izquierda- Marylin -dijo, todavía hablando inconscientemente en el lenguaje de las tribus del río-. Coge cordones de las colgaduras y átala...
Estaba aproximadamente en mitad de la habitación ahora. El rostro de Nakari había perdido mucho de su perplejidad desamparada y en sus ojos ardientes surgió un reflejo astuto. Dejo caer deliberadamente su daga como gesto de rendición y entonces, repentinamente, alzó sus manos sobre la cabeza y tironeó de otro cordón. Kane escuchó el grito de Marylin pero antes de que pudiera apretar el gatillo o incluso pensar, el suelo cedió bajo sus pies y se precipitó en una negrura abismal. No cayó mucho y aterrizó sobre sus pies; pero la fuerza de la caída le hizo doblar la rodilla y mientras lo hacía sintió una presencia en la oscuridad tras de sí, algo chocó contra su cráneo y se desplomó en un abismo aún más oscuro de inconsciencia.