13. EL MENDIGO CIEGO QUE TENÍA COCHE
Parecía un mendigo como hay muchos
Buscando unas migajas y cerveza
Chesterton
El alba, gris y fría, empezaba a insinuarse sobre el río mientras nosotros entramos en el abandonado bar del Templo de los Sueños. Gordon estaba interrogando a los dos hombres que habían permanecido de guardia en el exterior del edificio en tanto que sus infortunados compañeros
—Señor, tan pronto como oímos el silbato, Leary y Murken entraron corriendo en el bar y penetraron en la sala del opio, mientras que nosotros esperábamos aquí en la puerta del bar, según sus órdenes. En ese mismo instante, varios drogadictos harapientos salieron dando tumbos y los cogimos. Pero no salió nadie más y no oímos nada de Leary y Murken; así que nos limitamos a esperar aquí hasta que usted llegó.
—¿No vieron a un negro gigantesco, o al chino, Yun Shatu?
—No, señor. Un poco después llegaron los patrulleros y dispusimos un cordón de vigilancia alrededor de la casa, pero no vimos a nadie.
Gordon se encogió de hombros; unas cuantas preguntas rutinarias le habían asegurado que los cautivos eran adictos inofensivos, y los había dejado marchar.
—¿Están seguros de que no salió nadie más?
—Sí, señor..., no, espere un momento. Un viejo mendigo, ciego, salió, lleno de suciedad y vestido con harapos, con una chica igualmente harapienta guiándole. Le detuvimos un instante pero no mucho..., ese pobre desgraciado era inofensivo.
—¿Sí? —Gordon dio un respingo—. ¿Qué camino siguió?
—La chica le guió por la calle hasta la siguiente manzana y entonces se detuvo un automóvil, ellos entraron y se marcharon, señor. Gordon le miró fijamente.
—La estupidez del detective londinense se ha convertido justamente en un chiste internacional —dijo, sarcástico—. Sin duda, no se les ocurrió que hubiese algo de extraño en el hecho de que un mendigo de Limehouse se fuese en su propio coche.
Y luego, despidiendo con un gesto impaciente a sus hombres, que intentaban decir algo más que los disculpase, se volvió hacia mí y pude ver el cansancio dibujado en las cuencas de sus ojos.
—Señor Costigan, si sube a mi apartamento quizá podamos aclarar algunas cosas.