Cupido contra Pólux
Al tiempo que subía los escalones de la casa de la fraternidad, me encontré con Tarántula Soons, un memo con poca disposición y los ojos saltones.
—¿Podría suponer que estás buscando a Spike? —dijo, y al verme admitir el hecho, me miró con curiosidad y añadió que Spike se encontraba en su habitación.
Subí y, mientras lo hacía, oí que alguien cantaba una canción de amor con una voz que era la incitación para un homicidio justificado. Por extraño que parezca, aquella atrocidad emanaba de la habitación de Spike, y cuando entré, vi a Spike sentado en un diván y cantando algo acerca de las lunas de los amantes y labios suaves de color rojo. Sus ojos brillaban encandilados vueltos hacia el techo y ponía el alma en el escandaloso bramido que sólo él imaginaba a la altura de la melodía. Decir que me quedé sorprendido es decir poco y, cuando se volvió y me dijo: «Steve, ¿no es maravilloso el amor?» podría haberme derribado con un martinete. Además de medir sus buenos seis pies y siete pulgadas y pesar algo más de doscientas setenta libras, Spike tiene un careto que hace que Firpo parezca el personaje adecuado para un anuncio para petimetres, sin contar con que es casi tan sentimental como un rinoceronte.
—¿Eh? ¿Y quién es ella? —pregunté con cierto sarcasmo, a lo que Spike se limitó a suspirar amorosamente y seguir con sus poesía. Aquello me irritó—. ¡Así que por eso no estás entrenando en el gimnasio! —bramé—. Eres un maldito haragán. El torneo de boxeo entre colegios empieza mañana y estás aquí, maldito morsa enorme, cantando cursiladas como si fueras un condenado becerro de tres años.
—¡Lárgate! —dijo, amagando un directo de derecha a mi mandíbula de manera distraída—. Puedo acabar con esos pastores alemanes sin entrenarme.
—Sí —me burlé, agitando nervioso los pies—, y cuando te enfrentes a Mono Gallranan no necesitarás entrenamiento. Será como un juego de niños.
—Boxear —dijo el bobo enamorado— es degradante. Apuesto a que ella así lo piensa. Todavía no sé si voy a participar en el torneo o no.
—¡Hey! —grité—. Después de todo el trabajo que he hecho para ponerte en forma. ¿Estás pensando dejar colgado al colegio?
—Oh, vete a dar una vuelta —dijo Spike, encogiendo el labio de mala manera.
—¡Maldito estúpido elefante! —le espeté, hundiéndole la izquierda hasta la muñeca en el plexo solar. Empezó la batalla. Al acabar, le grité desde el pie de la escalera—: Pronto el colegio será demasiado pequeño para ti.
Su única respuesta fue cerrar la puerta de golpe tan fuerte que sacudió toda la casa, pero al día siguiente, cuando empecé a buscar un sustituto para las entradas de los pesos pesados, apareció el maldito boniato, con una mirada petulante y complacida como pintada en su cara.
—He decidido luchar, Steve —me dijo pomposamente—. Mi chica tendrá un asiento de primera fila; las mujeres adoran la fuerza física y la potencia aliada a la belleza viril.
—Muy bien —dije—, incluso puedes meterla en el cuadrilátero. Tú pelea es el evento principal del día y se celebrará en último lugar.
Ocuparse de la gestión de la sección de boxeo de un colegio no es un asunto fácil. Si las cosas van mal, el mánager tiene la culpa y, si no, los combatientes se ocuparán de ello. Recuerdo una vez que tuve que sustituir a un boxeador de peso medio que no se presentó a su combate. Sólo para darle a los aficionados algo a cambio de su dinero, bajé la guardia en el tercer asalto e invité a mi oponente a que me pegara... y lo hizo. Tardé cuatro horas en despertar y sólo entonces averigüé que llevaba una herradura oculta en el guante, lo que no hizo que aumentara el respeto que siento por este deporte. La herradura está ahora en el museo del colegio, pero no hay mucho que ver en una herradura, por muy doblada que quedara después de entrar en colisión con mi mandíbula.
Pero volvamos al torneo. Los diferentes miembros del college de Spike a quienes yo representaba tuvieron diferente fortuna en los primeros combates; el luchador de peso pluma ganó a los puntos y el de peso mosca empató con su contrincante de San Janice. Como de costumbre, los pesos pesados eran muy pocos, sólo Spike y Mono Gallranan, de la Universidad de Burke, se presentaban aquella noche. Aquel gorila era casi tan alto y pesado como Spike, y no entró en el equipo de fútbol por culpa de su hábito de romperles los brazos y las piernas a los miembros de su equipo en los partidos de entrenamiento. Su aspecto es aún más prehistórico que el de Spike, así que ya se pueden imaginar el espectáculo que dieron aquellos dos hombres de las cavernas cuando se enfrentaron. Sin embargo, Spike estaba contento al verse en la posibilidad de distinguirse en algún evento deportivo, pues siempre fue demasiado perezoso para destacar en el fútbol o algo parecido. La chica estaba en un asiento de primera fila. La pelea no duró mucho, así que no sé manera mejor de describirla que narrarla asalto por asalto. Lo que aquellos dos merluzos no sabían sobre los puntos más delicados del boxeo podría llenar varias enciclopedias, pero yo había conseguido meterle a Spike algunos consejos en su cabezota y esperaba que pudiera obtener la victoria, aunque fuera luchando con las armas de un arte perdido para casi todos los aficionados.
PRIMER ASALTO
Spike falló un zurdazo a la cabeza y el Mono le largó una izquierda al cuerpo. Spike le colocó la derecha en la cara y, a cambio, se llevó tres zurdazos a la nariz. Intercambiaron derechazos al cuerpo, y el Mono dejó temblando a Spike con una chisporroteante izquierda al viento. El Mono falló una derecha y ambos luchadores entraron en clinch. Al separarse, Spike se despidió del Mono con un derechazo a la mandíbula. El Mono le largó una izquierda a la cabeza y una derecha al cuerpo y Spike se estremeció sobre los talones con un directo de izquierda a la cara.
SEGUNDO ASALTO
El Mono falló una derecha, pero le asestó a su adversario un golpe de izquierda en la mandíbula. Se trabaron, y Spike le golpeó a placer. El Mono se tambaleó y Spike le metió un derechazo en la mandíbula cuando se separaron. El Mono se trajinó a Spike en el cuadrilátero con izquierdas y derechas a la cabeza y el cuerpo. Spike se cubrió y, a continuación, le coceó con un directo de derecha a la mandíbula que casi le arrancó la cabeza al Mono. El Mono se trabó a Spike y le castigó con cortos derechazos directos al cuerpo. Justo con la campana, Spike le largó al Mono un gancho de izquierda en toda la mandíbula.
TERCER ASALTO
El Mono bloqueó la izquierda cargada de plomo de Spike y le lanzó tres ganchos cortos a la mandíbula. Spike se volvió loco y el Mono le dejó helado con un derechazo a la mandíbula. Otro derechazo más y empezaron a sangrarle los labios. Spike salió de aquello con fiera determinación y condujo al Mono hasta las cuerdas con una serie de ganchos de izquierda corta al vientre y la cabeza. El Mono lanzó su propio ataque y llevó a Spike al centro del cuadrilátero, donde se encontraron cara a cara, intercambiando golpes brutales en la cabeza y el cuerpo. El Mono cargó con fuerza y le largó un zurdazo a la mandíbula. Spike se agachó, dejó pasar el golpe por encima del hombro, y largó un cruzado de derecha a la mandíbula del Mono, que cayó sobre la lona. Cuando el árbitro llegó a la cuenta de «¡Nueve!» sonó la campana.
El cuidador del Mono hizo lo que pudo, pero su pupilo seguía aturdido cuando salió a luchar el cuarto asalto. Le grité a Spike para que acabara con él rápidamente, pero también que tuviera cuidado.
Spike avanzó con cautela, se enfrentaron durante un segundo hasta que Spike golpeó y le hundió al Mono la izquierda hasta la muñeca en el plexo solar, a lo que siguió con la derecha impactando en el mentón con una fuerza capaz de derribar una casa. El Mono golpeó la lona y se quedó inmóvil.
Entonces Spike, el muy bobo, le dio la espalda a su enemigo caído y se acercó sonriendo a las cuerdas haciendo reverencias. Abrió la boca para
decirle algo a su novia y el Mono, que se había levantado antes de acabar la cuenta, levantó la derecha desde el suelo y golpeó con todas sus ganas las abiertas fauces de Spike. El árbitro podría haber contado hasta el millón. Poco después, Spike, sentado en el cuadrilátero, me dijo:
—Steve, las mujeres son un montón de tonterías. Estoy harto de ellas.
Le respondí:
—Pues si has llegado a esa conclusión, vale la pena la paliza.