LA GÉNESIS DE HIBORIA (3.ª parte)
NOTAS SOBRE LA CREACIÓN DE LOS RELATOS DE CONAN
POR PATRICE LOUINET
Cuando estaba terminando Hacera una bruja, es muy posible que Howard tuviera la sensación de que podía vender prácticamente cualquier relato de Conan que enviara a Weird Tales. En 1934, tras varios años difíciles, incluidos dos a principios de su carrera en los que no vendió un solo relato, Howard se había convertido en una de las estrellas de la revista. Nacerá una bruja era, según el editor Farnsworth Wright, la «mejor» de las historias de Conan enviadas hasta la fecha. En la columna de cartas al director de casi todos los números de la revista podrían encontrarse alabanzas a Howard y sus historias de Conan y, lo que resulta mucho más significativo, el tejano estuvo presente en diez de los doce números publicados en 1934, con ocho relatos de Conan, cuatro de los cuales obtuvieron la ilustración de portada, un récord realmente impresionante.
Howard llevaba meses trabajando con Conan: El pueblo del Círculo Negro se había escrito en febrero y marzo; La hora del dragón se empezó inmediatamente después y se envió al editor inglés el 20 de mayo. Y Nacerá una bruja se había completado a principios de junio. El único respiro de Howard en estos meses fue la corta visita de su colega E. Hoffman Price, en abril. A principios de junio, Howard se tomó sus primeras vacaciones en mucho tiempo. Más tarde, informó en una carta a su amigo August Derleth de que había «completado varios meses de trabajo ininterrumpido» y le contó que «un amigo y yo hemos hecho un rápido viaje a Nuevo México y al extremo occidental de Texas; he visitado las cavernas de Carlsbad, un espectáculo sin igual en este planeta, y he pasado algún tiempo en El Paso. Era la primera vez que estaba allí…».
El compañero de viaje mencionado era Truett Vinson, uno de sus mejores amigos desde el instituto. Los dos hombres dejaron Cross Plains, el pueblo natal de Howard, a principios de junio y estuvieron fuera una semana. Que el viaje debió de ser muy divertido lo demuestra el hecho de que en casi todas las cartas de las siguientes semanas Howard haría referencia a él, y parece ser que el punto culminante de las minivacaciones fue la visita a las cavernas de Carlsbad, en Nuevo México. Howard quedó muy impresionado por esta maravilla natural y la menciona a mucha de la gente con la que se escribía, como por ejemplo H. P. Lovecraft:
No soy capaz de describir las fantásticas maravillas de la gran caverna. Tendría usted que verla con sus propios ojos para apreciarla. Se encuentra en las montañas, y nunca he visto unos cielos tan azules como los que se elevan titánicamente sobre las sendas azotadas por el viento por las que el viajero debe ascender con esfuerzo para llegar a la entrada. La intensidad de su color desafía todo intento de descripción. La entrada a la caverna es gigantesca, pero las dimensiones del interior la empequeñecen. Uno desciende por una sucesión aparentemente interminable de rampas sinuosas que se extienden casi doscientos cincuenta metros. Entramos a las diez en punto y salimos a las cuatro, más o menos. La lengua inglesa carece de la fuerza necesaria para describir la caverna. Los dibujos no transmiten una idea fidedigna; para empezar, exageran el color. La coloración es realmente apagada, sombría más que brillante. Y tampoco permiten hacerse una idea de las dimensiones, de los intrincados patrones tallados en la arenisca por los milenios… En esta caverna, las leyes naturales parecen suspendidas; es la Naturaleza enloquecida en un despliegue de fantasía. Decenas de metros por encima se eleva el enorme techo de roca, borroso tras una niebla que está eternamente ascendiendo. Unas estalactitas enormes y de todas las formas imaginables cuelgan del techo formando domos y capas traslúcidas, como tapices de hielo. El agua gotea construyendo gigantescas columnas a lo largo de los siglos, y aquí y allá brillan, verdes y extraños, los estanques naturales… Nos movimos por el jardín de unos gigantes de ensueño cuya inmemorial antigüedad era demasiado impresionante de contemplar.
Poco después de regresar a Cross Plains, Howard se embarcó en la creación de un nuevo relato de Conan, Los sirvientes de Bit-Takin. No se trata de una historia especialmente memorable, pues el argumento no resulta demasiado convincente y la heroína es bastante insípida, pero tiene una diferencia muy marcada respecto a otros relatos de Conan, y es el hecho de que transcurre enteramente en una vasta maravilla natural, llena de cavernas y ríos subterráneos que, evidentemente, estaba inspirada en gran medida en la visita a las cavernas de Carlsbad. Como escribía Howard en su conclusión a la carta enviada a Lovecraft: «¡Dios, qué historia podría escribirse tras esta exploración…! En aquel monstruoso mundo subterráneo de penumbra, a más de doscientos cincuenta metros de profundidad, todo parecía posible. Si un monstruo horrible se hubiera levantado entre la oscuridad de las columnas y hubiera extendido unas manos antropomórficas y terminadas en garras sobre los allí presentes, no creo que nadie se hubiese sorprendido». Probablemente Howard decidió entonces que escribiría ese relato.
El resultado no es del todo satisfactorio, pero allana el camino a las obras de superior categoría que se avecinaban: por primera vez en la serie, Howard estaba hilvanando elementos de su tierra natal en la serie de Conan. Era un primer paso muy tímido, por descontado, pero igualmente importante a pesar de ello. La historia no se menciona en ninguna de las cartas de Howard que se han conservado y no ha llegado hasta nuestros días ningún registro de su envío. Fue adquirido por Farnsworth Wright por 155 dólares, pagaderos en el momento de la publicación, y se publicó en el número de marzo de 1935 de Weird Tales. Existe alguna confusión respecto al título original del relato. La historia apareció en las páginas de la revista bajo el título de Jewels of Gwahlur. Howard escribió tres versiones: la primera carece de título, mientras que la segunda y la tercera se titulan Los sirvientes de Bit-Takin. La tercera ha llegado hasta nosotros como una copia en carbón de la enviada a Weird Tales, por lo que puede considerarse la definitiva. Un tercer título, Teeth of Gwahlur, aparece en una lista encontrada entre los papeles de Howard mucho tiempo después de su muerte (de donde proviene también la información referente al precio pagado por la revista). Esta lista no fue elaborada pro el propio Howard, aunque es evidente que deriva de un documento o serie de documentos originales del autor. Las pruebas internas sugieren que la página se preparó después de que la historia se publicara y muy probablemente se redactara como lista de lo vendido hasta entonces a Weird Tales con el propósito de establecer lo que debía la revista a los herederos de Howard tras la muerte de éste. Por regla general, en sus listados de ventas, Howard incluía siempre el título de la versión publicada y no el propio, como es el caso en este documento (La sombra deslizante en lugar de Xuthal del crepúsculo, o Sombras a la lux de la luna, en lugar de Sombras de hierro a la luz de la luna). Es muy probable que la aparición del término «Teeth» fuera simplemente un error: puede que el propio Howard, al escribir el título, estuviera pensando en el nombre del collar de la historia y el error se transmitiera a la transcripción posterior.
En las semanas siguientes, Howard decidió volver a experimentar con la saga de Conan. El intento no cristalizó en un relato completo, pero sí que desembocó en una evolución de primera magnitud en la serie. Si Los sirvientes de Bit-Takin había tomado un tímido préstamo de un lugar visitado por Howard, en esta ocasión el tejano optó por una ambientación definitivamente americana, al precio de expulsar al propio cimmerio del mundo hiborio.
En la segunda mitad de 1934 es posible detectar un creciente distanciamiento entre Howard y su personaje, especialmente en las conversaciones que mantuvo con Novalyne Price a partir de agosto. En octubre le confió que estaba empezando a «cansarse un poco de Conan… Este país necesita gente que escriba sobre él. Hay toda clase de historias por aquí».
El autor al que Howard se volvió en busca de inspiración para su nuevo relato era uno de sus favoritos: Robert W. Chambers. La biblioteca de Howard contenía tres de las novelas de este autor sobre la Guerra de la Independencia: The Maid-at-Arrns (1902), The Little Red Foot (1921) y América, or the Sacrifice (1924). Estas novelas le proporcionarían trasfondo e inspiración para su siguiente relato ambientado en la Era Hiboria, Lobos de allende la frontera. Durante muchos años ha estado apareciendo un montón de información confusa y errónea sobre el uso que Howard hizo del material de Chambers, hasta que el erudito Rusty Burke aclaró las cosas. Todas las conclusiones referentes al grado exacto de esta influencia se deben a la investigación de Burke o derivan de sus esfuerzos.
Tal como había hecho en 1932, cuando tomó la decisión de escribir La Era Hiboria para dar mayor cohesión al mundo de Conan, Howard empezó por escribir una serie de notas que lo ayudarían a sentirse más a gusto con los sucesos y lugares sobre los que se disponía a escribir (véase pág. 349). No cabe duda de que las novelas de Chambers estaban muy presentes en la mente de Howard cuando escribió esto. Casi todos los nombres coinciden casi al pie de la letra con los de Chambers: Schohira en lugar de Schohaire, Oriskonie en lugar de Oriskany, Conawaga en lugar de Caughnawaga, etcétera. Además, las situaciones y acontecimientos que Howard describe en este documento evocan claramente la dramatización de la Guerra de la Independencia llevada a cabo por aquél. Otros nombres derivados de la obra de Chambers se colarían en Lobos de allende la frontera.
Lobos es uno de los fragmentos más intrigantes de la serie, precisamente porque no es, en términos estrictos, un relato de Conan. No era la primera vez que Howard intentaba hacer algo diferente con el cimmerio ni, como estamos a punto de ver, la primera vez que experimentaba con otro personaje por sentir que estaba «perdiendo el contacto» con una de sus creaciones.
Poco antes de escribir su novela La hora del dragón, Howard había tratado de escribir otro relato en el que Conan sólo era una presencia fuera del escenario en buena parte de la narración. Sin embargo, en este caso la ausencia de Conan se limita a los primeros capítulos de una historia concebida como una novela; tal como atestigua la sinopsis del relato entero, el cimmerio debía de ser, si no el protagonista del relato, uno de sus personajes principales. La situación es paralela a la que puede verse en Nacerá una bruja, en la que Conan actúa principalmente fuera del escenario. Pero en Lobos de allende la frontera la situación es marcadamente diferente, sobre todo por el hecho de que es un relato en primera persona, en el que Conan no aparece, aunque sí se hace mención a él en varias ocasiones a lo largo de la historia.
Una situación muy similar había surgido varios años antes en la carrera de Howard y nos permite establecer una interesante comparación. En 1926, Howard creó al atlante Kull, su primer personaje fantástico, sobre el que el tejano escribió o empezó a escribir una docena de relatos. Sin embargo, parece ser que en 1928 comenzó a perder interés en el personaje. Entonces se puso a escribir —aunque nunca lo terminó— un fragmento muy interesante en el que el personaje principal no era Kull, que quedaba relegado a un papel menor, sino su amigo Brule, el guerrero picto, cuyas características en el relato eran muy diferentes a las que había mostrado en apariciones anteriores. Según parece, Kull estaba convirtiéndose meramente en un personaje de apoyo en su propia serie, algo muy parecido a lo que le ocurre a Conan en Más allá del río Negro. Howard nunca acabó el relato, pero a partir de aquel momento el personaje de Kull experimentó una revolución drástica. Resulta bastante chocante el hecho de que en estos dos fragmentos, los personajes que ocupan el trasfondo son bárbaros que se han convertido o están convirtiéndose en reyes de un país civilizado. Y en ambos fragmentos, los sentimientos de los nuevos protagonistas, por lo que a la política se refiere, son casi iguales. Comparemos lo siguiente:
Sus habitantes se desperdigaron por las provincias de Schohira, Conawaga y Oriskonie, en el Westermarck; pero muchos de ellos partieron hacia el sur y se establecieron cerca del fuerte Thandara, un asentamiento aislado en la orilla del río Caballo, entre ellos mi familia. Allí se les unieron más adelante otros colonos para los que las provincias más antiguas estaban demasiado pobladas, y gracias a ello la región fue floreciendo. Se la conocía como la provincia libre de Thandara, porque no se había creado por concesión real ni una patente nobiliaria, como las demás, sino gracias al esfuerzo del pueblo, que se la había arrancado a la tierra sin la ayuda de la nobleza. No pagábamos impuestos a ningún barón que, desde más allá de las marcas bosonias, se atribuyera su posesión. A nuestro gobernador no lo nombraba la nobleza, lo elegíamos nosotros mismos, entre nuestras filas, y sólo era responsable ante el rey. Guarnecíamos los fuertes con nuestros propios hombres y nos defendíamos solos tanto en la guerra como en la paz. Y Mitra sabe que la guerra era el estado habitual de las cosas, porque nuestros vecinos eran las salvajes tribus pictas de los Panteras, los Caimanes y las Nutrias, así que nunca había paz entre nosotros. (De Lobos de allende la frontera).
En las islas somos todos de una misma sangre, pero de tribus diferentes, y cada tribu tiene costumbres y tradiciones que le son propias. Todos reconocemos a Nial, de los Tatheli, como rey supremo, pero su poder es muy limitado. No interfiere con nuestros asuntos internos, ni establece impuestos o realiza levas…
No exprime a mi tribu, los borni, ni a ninguna otra. Ni interfiere cuando dos tribus van a la guerra, a menos que la tribu amenazada sea una de las tres que pagan tributo […]. Y cuando los lémures o los celtas o cualquier otro enemigo extranjero o banda de saqueadores nos ataca, manda emisarios a todas las tribus para pedir que dejen a un lado su enemistad y luchen codo con codo. Y esto es bueno. Podría ser un tirano si quisiera, porque su tribu es muy fuerte, y con la ayuda de Valusia podría hacer lo que le viniese en gana, pero sabe que, aunque con la ayuda de su tribu y sus aliados, podría aplastar a todas las demás, nunca volvería a haber paz… (Del fragmento sin título de Kull).
Se trata de algo más que semejanzas pasajeras. En ambos casos, la agitación política descrita puede interpretarse como un reflejo de una agitación similar que tenía lugar en la psique de Howard, relacionada con la situación social de su protagonistas habitual: Kull, rey de Valusia, y Conan, futuro rey de Aquilonia. En ambos casos, los pictos —mencionados hasta entonces sólo una vez en la saga de Conan (en El fénix en la espada)— aparecen como el catalizador necesario para el cambio: Brule es un picto y la amenaza que representan para los asentamientos aquilonios desencadena los sucesos relatados en Lobos de allende la frontera. Los pictos —los omnipresentes salvajes del universo de Conan— obligan a los personajes howardianos a revelar su auténtica naturaleza.
Al igual que ocurrió con el fragmento de Kull en su momento, Howard no acabó Lobos de allende la frontera. La primera versión era en parte una historia y en parte una sinopsis, mientras que la segunda fue abandonada. Es probable que el relato tomara prestados demasiados elementos de Chambers y fuera además un ejercicio necesario, pero preliminar, para que Howard pudiera tomar la medida a la nueva fase de la evolución del personaje.
Decir que Más allá del río Negro nació de las cenizas de Lobos de allende la frontera es constatar lo obvio. Sin embargo, esta vez Howard logró librarse casi por completo de la influencia de Chambers. En Río Negro no hay elementos argumentales que puedan atribuirse a la obra de Chambers y sólo algunos nombres revelan la conexión inicial (Conajohara, por ejemplo, ya aparecía en Lobos, y «Balthus» deriva de «Baltus», el personaje de The Little Red Foot). Más allá del río Negro es Howard en estado puro.
El relato le era especialmente querido al tejano. Le contó a August Derleth que «quería ver si era capaz de escribir un relato interesante de Conan sin connotaciones sexuales». Con Lovecraft se mostró más explícito, al afirmar que lo último que le había vendido a Weird Tales era «una serie en dos partes. Más allá del río Negro, un relato de la frontera. […] En la historia de Conan he intentado usar un estilo y una ambientación totalmente nuevos: he abandonado las ambientaciones exóticas de las ciudades perdidas, las civilizaciones decadentes, las bóvedas doradas, los palacios de mármol, las bailarinas vestidas de seda, etcétera, y he ambientado mi relato en un escenario de bosques y ríos, cabañas de madera, pueblos fronterizos, colonos vestidos de piel de ciervo y salvajes pintarrajeados».
Fue con Novalyne Price con quien Howard desnudó por completo los sentimientos que le inspiraba este relato:
Bob empezó a hablar. Pero no criticó la civilización; por el contrario, alabó las cosas sencillas que la civilización tenía que ofrecer: estar en las esquinas de las calles charlando con los amigos; caminar con el calor del sol a la espalda y un perro fiel al lado; ir a recoger cactus con tu novia…
[…]
»Le vendí a Wright un relato parecido hace unos meses». Se volvió y me miró, un poco agitado. «Me sorprendió bastante que lo aceptara. Es diferente a todos los demás relatos de Conan… No hay sexo… sólo hombres en lucha contra el salvajismo y la barbarie que amenaza con engullirlos. Quiero que lo leas cuando se publique. Está repleto de las pequeñas cosas de la civilización, las pequeñas cosas que hacen que la gente crea que merece la pena vivir y morir por la civilización». […]
Estaba muy contento porque el relato trataba sobre su país ¡y se había vendido! Siempre había sentido el deseo de escribir más sobre nuestra patria, no los típicos cuentos de vaqueros o de pistoleros del salvaje Oeste, aunque Dios sabe que este país está lleno de historias como ésas esperando que las escriban. Pero en el fondo de su corazón, él quería decir algo más. Quería contar el sencillo relato de esta nación, y de las penalidades que sufrieron los colonos, enfrentados a un pueblo aterrado y semibárbaro, los indios, que trataba de aferrarse a un modo de vida y a una tierra que amaba. […] «Pero una novela en la que se reflejara el miedo de los colonos en su búsqueda de una vida nueva, y el miedo de los indios en su defensa de una existencia condenada… En fin, chica, ésa sería la mejor novela jamás escrita sobre la vida del sudoeste».
»Traté de escribirla para ver lo que hacía Wright. Tenía miedo de que no la aceptara, ¡pero lo hizo! ¡Por Dios, lo hizo!»
Muchos especialistas en la obra de Howard consideran que Más allá del río Negro es su mejor obra, la que encierra la esencia de su filosofía: la barbarie es el estado natural de la humanidad. La civilización es algo antinatural. Es un capricho del azar. Y la barbarie, en última instancia, siempre acabará triunfando.
De hecho, todos los personajes que no son bárbaros acaban teniendo finales desagradables: Tiberias, el mercader, presentado como el epítome de la decadencia civilizada, es, por supuesto, el primer ejemplo, retratado con evidente desprecio como un hombre que no quiere o no puede adaptar sus civilizadas costumbres a la vida de la frontera. Pero incluso los fronterizos, nacidos en un mundo civilizado pero habituados a la vida en la frontera, no tienen esperanzas de prevalecer: «Eran hijos de la civilización que habían regresado a una especie de semibarbarie. Él pertenecía a un linaje de bárbaros de mil generaciones de antigüedad. Ellos habían aprendido el sigilo y la astucia, pero en él eran innatas. Los superaba hasta en la elegante economía de movimientos. Ellos eran lobos; él un tigre». Todos ellos, incluidos Balthus y Valannus, acaban muriendo a causa de esto y el genio de Howard se manifiesta en el hecho de que no sacrifica la historia a las convenciones habituales del género.
Se ha escrito mucho sobre el sentido exacto del último párrafo del relato. Mucha gente, erróneamente, atribuye la afirmación a Conan, como si fuera una expresión de sus sentimientos, pero no es Conan sino un colono sin nombre el que pronuncia estas palabras. El hecho de que la barbarie acabe siempre por vencer no es más que una simple constatación de lo que acaba de pasar: sólo Conan y los pictos han sobrevivido a la batalla, pues su naturaleza es la supervivencia. El propio Howard había dejado muy claro, al comienzo del relato, que Conan tenía más en común con los pictos a los que combatía que con los aquilonios:
Pero algún día se alzará un hombre y unirá a treinta o cuarenta clanes, como pasó con los cimmerios hace años, cuando la gente de Gunderland intentaron empujar las fronteras hacia el norte. Trataron de colonizar la zona meridional de Cimmeria; destruyeron algunos clanes sin importancia, construyeron una ciudad amurallada, Venarium… Ya conoces la historia.
—Sí, en efecto —respondió Balthus mientras se encogía. El recuerdo de aquel sangriento desastre era una mancha en las crónicas de un pueblo orgulloso y guerrero—. Mi tío estaba en Venarium cuando los cimmerios atacaron las murallas. Fue uno de los pocos que escaparon a la matanza. Lo he oído contar la historia muchas veces. Una horda voraz de bárbaros salió de las colinas sin previo aviso y asaltó Venarium con tanta furia que nadie pudo resistírseles. Los hombres, las mujeres y los niños fueron masacrados. Venarium quedó reducido a una masa de ruinas carbonizadas, lo que sigue siendo hoy en día. Los aquilonios fueron rechazados hasta más allá de las fronteras y no han vuelto a intentar la colonización de Cimmeria. Pero tú hablas de Venarium como si lo conocieras. ¿Acaso estuviste allí?
—En efecto —gruñó el otro—. Yo formaba parte de la horda que asaltó las murallas.
[…]
—¡Entonces, también tú eres un bárbaro! —exclamó sin poder contenerse.
El otro asintió sin dejarse ofender por sus palabras.
—Soy Conan, un cimmerio.
La importancia del pasaje no se debe solamente a que nos proporciona información biográfica adicional sobre el cimmerio, sino a que expresa de manera explícita la conexión entre Conan y los pictos. Conan es un bárbaro «tan feroz como los pictos, y mucho más inteligente» y por eso sobrevivirá. La insistencia en la naturaleza primitiva del cimmerio, mucho más marcada que en cualquiera de los relatos anteriores, muy probablemente provocara la emergencia de Balthus como el personaje con el que los lectores —y el propio Howard— podían identificarse. El crítico George Scithers dijo una vez que era indudable que Howard se había introducido a sí mismo, junto con su perro Patches, en el relato, bajo el disfraz de Balthus y Segador. Como hombre civilizado que era, Howard no podía albergar más esperanzas de sobrevivir en la Era Hiboria que sus personajes civilizados.
En este género, es realmente raro ver un final tan terrible, en el que la mayoría de los personajes muere y la situación es peor al acabar el relato que a su comienzo. Howard estaba tratando de transmitir un mensaje, más que de añadir otro relato de Conan a su bibliografía.
Farnsworth Wright compró Más allá del río Negro a principios de octubre de 1934. El relato se publicó por capítulos en los números de mayo y junio de 1935 de Weird Tales, pero sin los honores de la portada. O Wright quería añadir un poco de variedad a sus portadas (le había concedido poco antes ese privilegio a Los sirvientes de Bit-Takin) o la ausencia de una heroína semidesnuda le impedía hacerlo. Sin embargo, la portada de mayo de 1935 no exhibía a una mujer desnuda, así que la pregunta quedará sin respuesta.
Según parece, en los meses de octubre y noviembre de 1935, Howard estaba demasiado ocupado con su romance con Novalyne Pride para dedicar tiempo a los relatos de Conan. Sin embargo, aproximadamente en las mismas fechas en que Más allá del río Negro era aceptado, recibía malas noticias desde Inglaterra. «Acabo de recibir una carta en la que se me informa de que la compañía inglesa que se había comprometido a publicarme el libro [la novela de Conan, La hora del dragón] ha quebrado. Qué mala suerte. El libro está en manos de la compañía que ha comprado sus activos, pero de momento no he sabido nada de ellos». No obstante, la novela no tardó en serle devuelta. Probablemente Howard la retocara un poco antes de enviarla a Weird Tales a finales de año y no tardó en recibir la noticia de que había sido aceptada, probablemente a principios de junio de 1935. Aparentemente, Wright se alegraba de que Howard estuviera volviendo a relatos menos experimentales. «Dice que es la mejor historia de Conan que he escrito hasta la fecha».
En diciembre, mientras informaba a Lovecraft de la venta de Más allá del río Negro y comentaba su tono poco habitual, añadió: «Algún día voy a tratar de escribir una historia más larga del mismo estilo, una serie en cuatro o cinco partes».
Parece ser que no esperó mucho para hacerlo. El negro desconocido es uno de los relatos de Howard sobre cuya composición carecemos de información, pero su creación puede fecharse alrededor de enero o febrero de 1935, gracias a las versiones parciales de otros relatos escritos en el dorso de varias de las páginas. En la cara posterior de El negro desconocido se encuentran varias páginas de relatos escritos entre diciembre de 1934 y principios de 1935. Cabe suponer que Howard empezó a trabajar en esta serie después de la revisión —y aceptación— de La hora del dragón.
Evidentemente, El negro desconocido se concibió como una especie de continuación de Más allá del río Negro, en la que Conan vuelve a enfrentarse a los pictos, y de nuevo es un relato muy experimental, en el que el cimmerio no aparece hasta la mitad de la novela corta. (Aparece, claro está, en el primer capítulo, pero su identidad no se revela al lector).
El negro desconocido nunca ha recibido la atención que merece por parte de la crítica, en primer lugar porque no se publicó en su forma original hasta 1987, cuando Karl Edward Wagner lo incluyó en su antología. En todas sus apariciones anteriores fue mutilado de manera implacable. Aparentemente se trata de un relato sencillo, que mezcla elementos propios de las historias de piratas con otros de las de indios, pero esto no es razón suficiente para despreciarlo de plano, como se ha hecho en ocasiones. El negro desconocido resulta un relato sumamente complejo una vez que se entiende que está repleto, consciente o inconscientemente, de elementos autobiográficos, mucho más que ningún otro relato escrito por Howard hasta la fecha.
La historia está ambientada en las costas del equivalente en la Era Hiboria a los Estados Unidos, en una época que se corresponde a grandes rasgos con nuestro siglo XVII. Es el relato de los primeros colonizadores —o algo parecido— de un continente que aún está dominado en gran medida por tribus salvajes, contrapartida en este universo de los indios americanos. Una niña tiene un papel relevante en la historia, cosa rara en la ficción de Howard. Tina es un misterio para el lector: se presenta como «la desgraciada chiquilla que había arrebatado de las garras de un amo brutal en aquel largo viaje desde las costas meridionales». Los pocos niños que aparecen en las historias escritas de Howard comparten todos una infancia infeliz. Todos son huérfanos o han sido abandonados por sus padres y Tina no es ninguna excepción. Sin embargo, en este caso parece ser que Belesa la ha adoptado. Un misterioso negro está oculto en el bosque que rodea la empalizada de los colonos.
»¿Eres tú el hombre negro que acecha en el bosque que nos rodea?», pregunta la heroína de la novela de Nathaniel Hawthorne, La letra escarlata, a su marido, Roger Chillingworth. La novela de Hawthorne, publicada en 1850, presenta elementos de notable semejanza con el relato de Howard. Ambas historias se centran en una mujer y su hija (real o adoptada), forzadas a vivir en un entorno hostil, víctimas del desprecio de los hombres que las rodean. La ambientación y el marco temporal son asombrosamente similares, y Pearl, la joven heroína de la novela de Hawthorne, es una niña tan extraña y misteriosa como Tina. En ambas historias, la niña es aterrorizada por un misterioso negro que casi nunca aparece en escena. Hay demasiadas semejanzas como para considerarlo producto de la casualidad. Hawthorne no estaba presente en la biblioteca de Howard y su nombre no se menciona en ninguno de los documentos suyos que han llegado hasta nosotros. Sin embargo, parece más que probable que lo hubiera leído, puede que en la escuela: La letra escarlata parece haber aportado gran parte del escenario de El negro desconocido, aunque los sucesos narrados en ambas no tienen nada en común.
Todo esto invita a una lectura diferente del relato, en la que Tina puede verse como una niña huérfana, especialmente sensible a la presencia del negro. Para aquellos lectores que estén familiarizados con la biografía de Howard la cosa resultará aún más sorprendente, puesto que la madre de Pearl en la novela de Hawthorne se llamaba Hester, y el padre, al que no conoce, la contrapartida del negro de Tina, era el médico de ojos azules, Roger Chillingworth. La madre de Howard se llamaba Hester y estaba casada con un médico de ojos azules.
Parece ser que Howard no logró vender El negro desconocido a Weird Tales, aunque no queda constancia documental de que lo intentara. Es muy probable que las veleidades experimentales de Howard irritaran a Wright y que alrededor de febrero o marzo de 1935, por primera vez desde hacía muchos meses, rechazara un relato de Conan. Howard decidió salvar todo lo posible y reescribió la historia. Se inventó a un nuevo personaje —Terence Vulmea, un pirata irlandés— para reemplazar a Conan, eliminó todas las referencias hiborias y envió el nuevo cuento, con el título de Espadas de la Hermandad Roja a su agente, Otis Adalbert Kline, a finales de mayo de 1935. La nueva versión anduvo circulando durante varios años hasta que logró venderse en 1938, pero la revista que iba a publicarla quebró, así que esta versión no vio la luz hasta 1976.
El siguiente relato de Conan no tuvo nada de experimental. Parece ser que Los antropófagos de Zamboula se escribió en torno a marzo de 1935, a juzgar por los relatos que aparecen en el dorso de las páginas de los borradores. Es un cuento rutinario, de calidad similar a los que Howard se había visto obligado a escribir cuando andaba mal de dinero. Rodeado de obras maestras como Más allá del río Negro, El negro desconocido y el futuro Clavos rojos, queda totalmente eclipsado. Según parece, Conan tomó prestada la ambientación de varias aventuras situadas en Oriente Próximo que estaba escribiendo al mismo tiempo (historias de sus personajes Kirby O’Donell y Francis Xavier Gordon) y parte del argumento de una historia de detectives que no había logrado vender, Guests ofthe Hoodoo Room, que muy probablemente precediera al relato de Conan en varios meses. En Guests también nos encontramos con unos caníbales que atrapan a pobres desgraciados en una habitación de hotel preparada a tal efecto. El argumento es muy poco convincente, pero es muy posible que Howard supiera que esto no impediría que Wright aceptara la historia. La escena en la que Zabibi/Nafertari baila desnuda entre las serpientes parece haber sido escrita con un solo propósito: hacerse con la portada. Y la ilustración de Brundage para este relato es, de hecho, digna de mención. El hecho de que el cimmerio no apareciera en ella era algo a lo que Howard empezaba a acostumbrarse: de las nueve portadas de Weird Tales dedicadas a un relato de Conan, el cimmerio sólo aparece retratado en tres.
El 22 de diciembre de 1934, Howard hizo a Novalyne Price un sorprendente regalo: una copia de Las obras completas de Fierre Louys, en lugar del libro de historia que ella esperaba.
—¿Un libro de historia? —pregunté, sorprendida.
Él cambió de posición en la silla y sonrió.
—Bueno…, sí. Una especie de historia.
Entonces Bob me dijo que el libro describía, de manera muy vivida, nuestra «decadente civilización».
[…]
Después de que Bob se marchara, desenvolví el envoltorio del libro y empecé a examinarlo con sumo cuidado. Leí la dedicatoria de nuevo tratando de encontrarle sentido: «Los franceses tiene un solo don: la habilidad de engalanar lo podrido y convertir los gusanos de la corrupción en aves cantoras de poesía… como demuestra este libro».
Algún tiempo después, Novalyne preguntó a Howard por su peculiar regalo.
—Bob, ¿por qué me regalaste el libro de Pierre Louys?
Se volvió y me miró.
—¿No te ha gustado?
—Es un poco atrevido para mí —dije a la defensiva—. No he leído mucho.
—Léelo… Llevas una vida protegida. No sabes lo que pasa en el mundo.
Eso me irritó.
—No me gustan ese tipo de cosas —dije, enojada—. Me parece que saberlas no convierte el mundo en un lugar mejor. Sólo te convierte en cómplice.
—Ya eres cómplice, te guste o no. —Estaba empezando a alterarse—. Mira, chica, cuando una civilización empieza a decaer, lo único en lo que piensan los hombres y las mujeres es la gratificación de sus cuerpos. Se obsesionan con el sexo. Eso impregna su manera de pensar, sus leyes, su religión… todos los aspectos de su vida.
[…]
—Eso es lo que estoy tratando de decirte. Los hombres dejan de leer ficción porque sólo quieren historias sobre sexo… Hace unos años, pasé una mala época y tuve que escribir relatos… sobre sexo. Ahora voy a volver a ese mercado… Maldita sea, el sexo está en todo lo que ves y oyes. Es lo mismo que cuando cayó Roma.
[…]
—Voy a trabajar en un relato así, un relato de Conan. Escúchame. Cuando tienes una civilización agonizante, el estilo de vida normal y aceptado no es suficiente para satisfacer los insaciables apetitos de las cortesanas y, finalmente, de todo el pueblo. Recurren al lesbianismo y a cosas así para satisfacer sus deseos… Voy a llamarlo La llama roja de la pasión.
Evidentemente, La llama roja de la fasión era la historia que acabaría por llamarse Clavos rojos, aunque Howard no estaba preparado aún para ponerla por escrito. Pocos meses después, a finales de abril o en mayo de 1935, Howard mantuvo otra conversación sobre el mismo tema con Novalyne:
Bob me reconoció que no había dejado de escribir historias de Conan. Lo sentí, porque por lo poco que he leído, es un personaje que no me gusta mucho.
Me dijo que tenía una idea para un relato de Conan que estaba a punto de cristalizar. Aún no estaba preparado para escribirla. Lo único que había hecho hasta el momento había sido tomar algunas notas y apartar la idea para que madurara en su subconsciente hasta que terminara de cobrar forma.
—¿De qué trata? —le pregunté.
—Creo que esta vez voy a escribir la historia más excitante y sangrienta de todas. No creo que te guste.
—Si es sangrienta, no. —Lo miré, un poco confundida—. ¿A qué te refieres con «historias excitantes»?
—Por Dios. Mis relatos de Conan están repletos de sexo.
[…]
En los relatos de Conan que Bob me había dejado no había sexo. Sangre sí, pero sexo no.
—¿Hay sexo en los cuentos de Conan? —pregunté con incredulidad.
—Pues claro. Así era él… Bebía, iba con prostitutas, peleaba… ¿Qué otra cosa había en la vida?
Sin embargo, no empezaría a escribir Clavos rojos hasta varias semanas después. El 6 de mayo de 1935. Howard le escribió a Farnsworth Wright: «Siempre he detestado escribir este tipo de cartas, pero la necesidad me obliga a hacerlo. Es, en pocas palabras, una petición urgente de dinero… Como usted sabe, hace ya seis meses que El pueblo del Círculo Negro (cuyo cheque se me adeuda) apareció en Weird Tales. La revista me debe más de ochocientos dólares por relatos ya publicados y que supuestamente debían pagarse en el momento de la publicación: dinero suficiente para pagar todas mis deudas y proporcionarme un cierto desahogo si fuera posible recibirlo todo de una vez. Puede que sea imposible. No quiero mostrarme irrazonable. Sé que los tiempos son duros para todos. Pero no creo que sea irracional pedirle que me pague un cheque al mes hasta que la deuda quede saldada. Honestamente, al paso que vamos, ¡me haré viejo antes de haber cobrado! Y en este momento necesito el dinero urgentemente». La necesidad de Howard era real, puesto que la salud de su madre estaba empeorando a un ritmo alarmante y los gastos médicos de su tratamiento iban en aumento.
Hacía falta otro incidente de gravedad en la vida de Howard para que cuajara la historia. A principios del verano, Novalyne Price empezó a verse con uno de los mejores amigos del escritor, Truett Vinson. Howard lo descubrió pocas semanas después, cuando Truett y él se disponían a hacer un viaje a Nuevo México. Vinson y el tejano estuvieron fuera una semana y sólo podemos imaginar el estado mental de Howard durante esos días.
El punto culminante de la visita fue Lincoln, escenario de la famosa «guerra sangrienta del condado de Lincoln». Fue durante esta visita cuando Howard encontró los últimos elementos que necesitaba para escribir Clavos rojos: a pesar de los nombres pseudoaztecas, el origen de Xuchotl y sus habitantes se encuentra, no en el lago Zuad, sino en la pequeña ciudad de Nuevo México. El siguiente pasaje, extraído de la carta que Howard le envió a Lovecraft el 23 de julio de 1935 es bastante largo, pero resulta indispensable para entender lo que Howard estaba tratando de hacer en Clavos rojos.
[Vinson y yo] llegamos a la antigua ciudad de Lincoln, que se alza soñolienta entre las severas montañas como un fantasma de un pasado sangriento. De Lincoln, Walter Noble Barns, autor de la saga de Billy el Niño, ha dicho: «La ciudad se fue a dormir al final de la guerra del condado de Lincoln y no ha vuelto a despertar. Si no llega ninguna vía férrea para unirla con el resto del mundo, podría seguir dormitando durante mil años. Encontraréis Lincoln ahora igual que estaba cuando Murphy, McSween y Billy el Niño la conocieron. La ciudad es un anacronismo, una especie de pueblo momificado…».
No se me ocurre una descripción mejor. Una ciudad momificada. En ningún otro lugar me he visto cara a cara con el pasado de manera más vivida; en ningún lugar ha sido tan realista, tan comprensible. Fue como salir de mi propia época para entrar en un fragmento del pasado, que hubiese sobrevivido de alguna manera… Lincoln es una ciudad fantasma; una ciudad muerta; y sin embargo sigue viviendo con una vida que murió hace cincuenta años… Los descendientes de los viejos enemigos conviven pacíficamente en esta pequeña ciudad; pero yo me pregunto si las viejas rencillas han muerto realmente, o si los rescoldos siguen humeando y podrían convertirse en llamas por un soplido descuidado.
[…]
Nunca he sentido en otra parte las mismas sensaciones que me inspiró Lincoln: una especie de predominio del horror. Si existe una ciudad fantasma en este hemisferio del mundo, es Lincoln. Tuve la sensación de que si pasaba allí la noche, los fantasmas de los muertos se meterían en mis sueños. La propia ciudad parecía un cráneo blanqueado y sonriente. Al caminar tenía la sensación de estar pisando esqueletos. Y, según tengo entendido, esto no es ningún artificio de la imaginación. Muchos hombres murieron en Lincoln.
[…]
Lincoln es una ciudad fantasma, pero no es sólo el hecho de saber que tanta gente murió allí lo que la convierte en eso para mí. He visitado muchos lugares en los que la muerte estaba muy presente…, pero ninguno de ellos me afectó como lo ha hecho esta ciudad. Creo que se cuál es la razón. Burns, en el espléndido libro en el que narra el enfrentamiento, pasó totalmente por alto un elemento: y no es otro que el efecto de la geografía, o quizá debería decir la topografía, sobre sus habitantes. Creo que la geografía es la causante de la manera extremadamente salvaje y sanguinaria que adoptó esta lucha, una crueldad que ha impresionado a todos aquellos que han intentado hacer un estudio racional sobre este enfrentamiento y de las razones psicológicas que había detrás. El valle que alberga a Lincoln se encuentra aislado del resto del mundo. Grandes extensiones desérticas y montañosas lo separan del resto de la humanidad, desiertos tan terribles que no pueden sustentar poblaciones humanas. La gente de Lincoln perdió el contacto con el mundo. Aislados como estaban, sus asuntos, sus relaciones mutuas, cobraron una importancia y un significado desproporcionado respecto a su sentido real. Su mutua proximidad provocó que los celos y los resentimientos se enconaran y crecieran alimentándose a sí mismos, hasta que alcanzaron proporciones monstruosas y culminaron en las sanguinarias atrocidades que asombraron incluso a los habitantes del oeste de aquella época. Imagine usted el angosto valle, oculto entre las colinas peladas, aislado del mundo, cuyos habitantes se veían obligados a convivir unos junto a otros, odiando y odiados, y finalmente asesinando y siendo asesinados. En lugares aislados y cerrados como éste, las pasiones humanas se inflaman y arden, alimentándose de los impulsos que las engendran hasta llegar a un punto en el que resultan inconcebibles para la gente que vive en lugares más afortunados. Con un espanto que confieso con franqueza, imaginé el reinado de terror que debió de abatirse sobre aquel valle inundado de sangre. Día y noche de tensa espera hasta que el trueno de los disparos repentinos rompiera la tensión por un momento y los hombres cayeran como moscas… seguido por un nuevo silencio y un nuevo levantamiento de la tensión. Ningún hombre que valorase la vida osaba hablar. Cuando sonaba un disparo de noche y un ser humano gritaba de agonía, nadie se atrevía a abrir la puerta y ver quién había caído. Me imaginé a personas atrapadas como ratas, sumidas en el terror, la agonía y la carnicería. Personas que iban a trabajar de día con la boca cerrada y miedo en los ojos, esperando en cualquier momento un disparo por la espalda. Personas que de noche se acostaban temblando con las puertas cerradas, temiendo oír pasos sigilosos, una mano en el picaporte, la repentina detonación del plomo tras las ventanas. En Texas, este tipo de enemistades solían resolverse a campo abierto, en grandes extensiones de terreno. Pero la naturaleza del valle Bonito determinó la naturaleza de este conflicto: angosto, concentrado, horrible. He oído hablar de gente que se ha vuelto loca en lugares aislados; creo que la guerra del condado de Lincoln estaba teñida de locura.
Tras regresar a Cross Plains, a finales de junio de 1935, Howard se sentó finalmente a escribir la historia que había estado germinando en su mente durante tantos meses. Si la sanguinaria guerra del condado de Lincoln, su concepción del sexo en las historias de Conan, la situación de tensión que se vivía entre Novalyne, Vinson y él mismo, y el rápido deterioro de la salud de su madre, proporcionaron el marco inmediato para el nuevo relato de Conan, varios prototipos contribuyeron a darle forma.
Más de dos años antes había completado el cuento de Conan Xuthal del crepúsculo, considerado con justicia una especie de precursor de Clavos rojos. La llegada de Conan y de una mujer a una ciudad aislada del resto del mundo hiborio, en el que tienen que enfrentarse a una mujer malvada y a sus decadentes habitantes, es la estructura básica que comparten ambas historias. Xuthal del crepúsculo es un relato bastante inferior, probablemente porque Howard no era aún un escritor lo bastante maduro para darle el tratamiento que merecía. La heroína resultaba insípida y la historia era claramente comercial. Sin embargo, Howard le comentó a Clark Ashton Smith que «en realidad no está tan exclusivamente centrada en las aventuras de espada como la publicidad podría indicar».
Entre los papeles de Howard se encontró también una sinopsis para una historia de detectives protagonizada por Steve Harrison que tiene grandes similitudes con la de Conan. La sinopsis no está fechada, pero probablemente se escribiera unos meses antes que el relato de Conan: «[E]xistía una antigua enemistad entre los Wiltshaw y los Richardson, transmitida en la actualidad a los últimos descendientes de cada familia. Otra familia, los Barwell, se involucró en la lucha hasta que hace treinta y cinco años, hostigada por los Richardson y los Wiltshaw, su última representante, una mujer sombría y enjuta, se marchó con su hijo tras jurar que se vengaría de los dos clanes […] Con el tiempo [Harrison] descubrió que el doctor Ellis era en realidad Joe Barwell, que había regresado y había vivido diez años en la ciudad para consumar su venganza […]».
Howard no tuvo el menor problema en amalgamar a los dos Barwell de la sinopsis en Tolkemec. Probablemente otro personaje de la sinopsis del relato de Harrison, Esaú, «un hombre alto y delgado, dotado de gran fuerza… un neurótico, realmente tan fuerte como un toro» fuera la inspiración para Olmec, «un gigante de pecho enorme con los hombros de un toro», hecho que sustenta además la asociación bíblica del nombre de Esaú con el hirsuto Olmec.
Clavos rojos es la contrapartida de Más allá del río Negro. Con éste, Howard escribió el relato definitivo de temática «barbarie versus civilización», con la conclusión de que «en última instancia siempre vencerá la barbarie». También afirmó que «la civilización es antinatural». Clavos rojos es la historia en la que desarrolló con mayor amplitud este tema. En todas las historias que había escrito sobre el particular, la decadencia de las civilizaciones, reinos, países o ciudades no se consumaba en su totalidad: una vez divididos, y por tanto debilitados, los pueblos civilizados eran sistemáticamente arrasados por las hordas bárbaras que esperaban a sus puertas. En Más allá del río Negro, los pictos desempeñaban este papel; en Los dioses de Bal-Sagoth, un relato de 1930 cuya construcción se asemeja mucho a la de Clavos rojos, el responsable de la destrucción es el «pueblo rojo». Clavos rojos se diferenciaría de ellos en el sentido de que no habría ninguna tribu de bárbaros esperando a las puertas de Xuchotl. Por primera vez en la ficción de Howard, el proceso de civilización, con sus fases de decadencia y disgregación, llegaba a su inevitable final. Xuchotl es una ciudad «antinatural», en el sentido al que se hace referencia en Más allá del río Negro. Civilizarse es quedar completamente aislado de la naturaleza y sus fuerzas. Esta es la razón por la que la ciudad está separada, no sólo del resto del mundo hiborio y de las tribus bárbaras, sino, igualmente importante, de la propia naturaleza: Xuchotl está aislada por techos y murallas que la cubren por completo; la luz es artificial, así como la comida: sus habitantes comen «frutos que no se plantan en la tierra, sino que obtienen sus nutrientes del aire». Y en cuando a los propios xutchotlanos, todos ellos —a excepción de Tascela— han nacido en la ciudad. Xuchotl es el epítome de una civilización decadente, tal como Howard la concebía. Es el lugar en el que, en sus propias palabras, «lo anormal se vuelve normal». Al igual que en Más allá del río Negro, Howard quería transmitir un mensaje y estaba preparado para seguir el curso de las cosas hasta el final.
Clavos rojos es un relato tan rico en matices que no podemos aspirar a explorarlo en todo detalle en un texto tan corto como éste; podrían decirse muchas cosas de la relación entre Conan y Valeria, por ejemplo, en la que resulta tentador ver un paralelismo con la de Howard y Novalyne Price, que era también todo un temperamento. La Valeria de la Hermandad Roja es, además, un cambio refrescante con respecto a los personajes femeninos más pasivos de Howard. (Aunque había creado algunas mujeres interesantes antes que Valeria y antes de conocer a Novalyne, como Bélit en La reina de la costa negra y Sonya de Rogatino en el relato histórico La sombra del buitre). En Tascela, la vampiresa que se niega a morir, se alimenta de mujeres jóvenes y, celosa de Valeria, lucha por captar la atención de Conan, resulta más que tentador ver una representación ficticia de la madre de Howard, que siempre se mostró hostil hacia Novalyne Price. Así, Olmec podría verse como el padre de Howard y la historia entera como un relato alegórico, en el que Howard y Novalyne llegaban al universo decadente en el que se había convertido la casa del escritor…
Howard envió Clavos rojos a Farnsworth Wright el 22 de julio de 1935. Al día siguiente escribió a Clark Ashton Smith. «Ayer le mandé a Wright un relato en tres partes. Clavos rojos, que sinceramente espero que le guste. Es un cuento, el más sombrío, sanguinario e inmisericorde que he escrito en esa serie hasta ahora. Demasiada sangre, tal vez, pero me he limitado a describir las que, honradamente, creo que serían las reacciones de unas personas reales a las situaciones de las que pende el argumento de la historia». Más adelante le comentó a Lovecraft: «El último relato que le he vendido a Weird Tales —y puede que la última obra de ficción que escriba jamás— era una serie de Conan en tres partes, la más sanguinaria y excitante que jamás he escrito. No estaba satisfecho con mi forma de tratar a las sociedades decadentes en estos relatos, porque la degeneración está tan acentuada en ellas que incluso en la ficción es imposible ignorarla como motivación y como hecho, si es que esta ficción aspira a algún realismo Yo la he pasado por alto en todos los relatos anteriores, como si fuera un tabú, pero en esta historia no. Cuando la lea, si es que llega a hacerlo, por supuesto, me gustaría saber qué le parece cómo he tratado el tema del lesbianismo». (Uno se pregunta si el «lesbianismo» era el tema central del relato para Howard. La historia sólo toca el tema a través de la naturaleza vampírica de Tascela, pero, después de la Carmilla de Le Fanu, esto no era ninguna novedad).
Tal como menciona Howard, la historia fue aceptada por Weird Tales, que inició su publicación pocos días después de su suicidio y la terminó en el mismo número en el que se anunció su muerte en la revista. Fue el último relato de Conan.
El interés de Howard —y su producción— en el último año de su vida estuvo cada vez más orientado al Oeste, y no escribió un solo relato de fantasía en este período. Pocas semanas antes de morir, escribió que estaba barajando la posibilidad de volver a hacerlo. Tras su muerte, se encontraron entre sus papeles dos versiones para una extraña historia —ambientada en la Norteamérica del siglo XVII—, prueba de que no había abandonado del todo la idea de escribir relatos de fantasía. El que hubiera o no regresado a Conan al cabo de algún tiempo es una pregunta que quedará sin respuesta.
En 1935, Howard envió varios relatos a Inglaterra a través de su agente, Otis Adalbert Kline. Los relatos, dirigidos al representante de Weird Tales en el Reino Unido, incluían varios cuentos de Conan, enviados el 25 de septiembre: Más allá del río Negro, Nacerá una bruja y Los sirvientes de Bit-Takin. Es muy probable que no albergara auténticas esperanzas, puesto que envió hojas arrancadas de Weird Tales, en lugar de originales mecanografiados. En cualquier caso, el intento fue infructuoso.
Su último trabajo con Conan data de marzo de 1936, cuando dos aficionados, John D. Clark y P. Schuyler Miller, le enviaron una carta en la que intentaban establecer la cronología de los relatos de Conan. La carta de Howard, reproducida en este volumen, es esencial para el lector interesado en la «biografía» de Conan. Por poner un ejemplo, en ella escribió que Conan «realizó su primer viaje más allá de las fronteras de Cimmeria. Este, por extraño que pueda parecer, fue hacia el norte en lugar de hacia el sur. Por qué o cómo se produjo, no puedo decirlo, pero pasó varios meses con una tribu de aesires, luchando contra los vanires y los hiperbóreos». Clark y Miller no podían saber que con esto estaba refiriéndose a La hija del gigante de hielo, el segundo relato de Conan, que había sido rechazado por Wright y no se había publicado en su forma original. Con su respuesta, Howard incluyó un mapa, ampliado a partir de los toscos esbozos que había realizado en 1932. Sería su último contacto con Conan.
Robert E. Howard se suicidó el 11 de junio de 1936. Conan de Cimmeria, sin embargo, sigue con nosotros. A pesar de algunos años difíciles, ha conseguido sobrevivir y no da muestras de debilidad.
La longevidad del bárbaro no habría sorprendido a Howard.
En última instancia, el bárbaro siempre acaba por triunfar.