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El negro corazón de Golamira

 

Los siglos pasaban sin detenerse mientras

yo dormía en criptas silenciosas y sombrías

sobre mi tumba protegida por el ave fénix,

pero ahora, al fin, he despertado

LAS VISIONES DE EPEMITREUS

 

Conan estaba durmiendo solo en la alcoba de techo abovedado de su palacio, estrechamente vigilado por sus guardianes. Era un sueño pesado pero inquieto, pues en los últimos días no había dormido ni una hora, ya que intentó luchar contra la insólita plaga que asolaba a su reino. A lo largo de interminables reuniones del consejo que se prolongaban días y noches, buscó la ayuda de los hombres más sabios del país, de los eruditos y doctores.

Pidió que los sacerdotes de Mitra, Ishtar y Asura hicieran rogativas especiales. Conan había escuchado los informes de los espías y de los agentes del orden. También solicitó oráculos y hechicerías de brujos y ocultistas, ! pero todos sus esfuerzos fueron en vano.

Ahora el agotamiento había minado su vigor de hierro. El viejo lobo de pelo grisáceo yacía sobre el lecho, :pero llevaba la cota de malla y su enorme espada se hallaba al alcance de la mano mientras descabezaba su inquieto sueño.

Entonces comenzó a soñar A Conan le pareció oír una voz distante. El eco era lo suficientemente alto como para despertarlo, pero las palabras resultaban confusas y no alcanzaba a comprender la frase, que se repetía una y otra vez entre los muros de su alcoba.

Se puso en pie, y a la vez que sus poderosas piernas estaban desnudas se dio cuenta de que todo era un sueño. Al mirar hacia atrás vio su propio cuerpo tendido sobre la cama. Mientras el voluminoso pecho subía y bajaba, la malla brillaba como si fuera de plata bajo los rayos de la luna que se filtraban a través de los altos y estrechos ventanales.

De nuevo llegó hasta él la llamada lejana y susurrante, que ahora tenía una nota de angustia. Y de una forma que no pudo llegar a comprender, el viejo rey avanzó desde la semipenumbra de su habitación a través de las barreras del espacio y del tiempo hasta que una neblina tan gris como su propia barba lo envolvió por completo, impidiéndole ver a su alrededor. A pesar de todo seguía avanzando, pero de modo distinto a como se hacía en el mundo material que había dejado atrás.

Desde la bruma llegaba hasta él una y otra vez aquella llamada temerosa que había despojado a su espíritu de la envoltura carnal para guiarlo hasta ese universo de misteriosa oscuridad y de brumas fantasmagóricas. Poco a poco, la voz que se repetía incesantemente se hizo más clara.

—¡Conan de Cimmeria! —decía—. ¡Conan de Aquilonia! ¡Conan de las Islas!

Sí, ahora alcanzaba a percibirla con claridad. Pero el rey se sintió desconcertado. ¿Qué significaba el nombre «Conan de las Islas»? Durante sus prolongados viajes, jamás había oído aquel término relacionado con él.

En aquel momento llegó a un lugar en el que le parecía hallarse sobre terreno firme. Y en su sueño tuvo la impresión de que la bruma se disipaba. Una luz tenue y ultraterrena se abrió paso entre los últimos vestigios de niebla. Entonces se vio en un salón de dimensiones gigantescas, cuyas negras paredes y elevado techo abovedado parecían construidos con fragmentos de la noche. La tenue luz daba la impresión de proceder de las paredes, en las que se apreciaban colosales bajorrelieves que llegaban hasta el techo.

Cada palmo de los negros muros estaba trabajado, y formaban un extraordinario conjunto de figuras diminutas que componía un vasto paisaje poblado de millones de guerreros enzarzados en lucha. Al mirar de cerca, el cimmerio se maravilló ante lo extraño de su arnés y de sus armas, que parecían proceder de tierras remotas y de otros tiempos.

Daba la impresión de ser un gigantesco tapiz realizado en piedra negra, como un cuadro a vuelo de pájaro de la historia del hombre, de los olvidados días anteriores al Cataclismo, cuando Atlantis, Lemuria, Valusia y Grondar dominaban la tierra. E incluso de épocas anteriores, en las que los peludos antepasados del hombre vagaban por las selvas y Ka, el Pájaro de la Creación de negras alas, voló por primera vez desde el desconocido Oriente para colocar los cimientos del tiempo.

Por encima de este conjunto de guerreros, reyes y héroes se cernían otras siluetas deformes y terribles. Desde lo más profundo de su espíritu, Conan los reconoció como los Antiguos Desconocidos que gobernaron el universo sembrado de estrellas mil millones de años antes del nacimiento de Gayomar, el Primer Hombre.

Conan tuvo la certeza de que se hallaba inmerso en un sueño intemporal al que su espíritu había sido reclamado por una antigua fuerza que vigilaba al género humano. Con una inquietud propia de su naturaleza bárbara, el cimmerio se dio cuenta de que el polvo impalpable que cubría con una fina capa el suelo de ébano no había sido hollado por ningún pie humano desde épocas inmemoriales. Sí, se dio cuenta de todo eso y de mucho más, pues una vez, hacía muchos años, había tenido un sueño similar, y había pasado también por aquella misma gigantesca garganta negra que era el gran salón de piedra.

Más de veinte años habían transcurrido desde entonces, pero ¿qué son las efímeras generaciones de mortales para quien duerme en las sombrías criptas de Golamira, el Monte del Tiempo Eterno?

El cimmerio llegó entonces a una ancha escalera curva que se alzaba hasta una altura inconcebible. Allí las paredes eran escarpadas y estaban adornadas con extraños símbolos de una escritura esotérica, tan antigua y sugestiva que evocó en el espíritu de Conan recuerdos que se remontaban al amanecer de los tiempos. Al percibir aquellas remembranzas, el rey de Aquilonia sintió un escalofrío y apartó rápidamente la mirada de los enigmáticos jeroglíficos.

A medida que iba ascendiendo por la enorme escalera, el cimmerio notó que en cada peldaño aparecía tallado el contorno sinuoso de una espantosa figura de pesadilla, la de Set, la Vieja Serpiente, el eterno y maligno demonio de las tinieblas. Pero la figura estaba tallada de forma tal que al pisar lo hacía sobre el cuello lleno de escamas de la serpiente. Con esto, los desconocidos constructores de la escalera pretendían que quien subiera por aquellos peldaños repudiase simbólicamente las fuerzas del caos ciego y maligno. El rey de Aquilonia fue ascendiendo paso a paso por la escalera.

Por último divisó una tumba tallada en un bloque de cristal macizo y brillante, que no pudo identificar. Si se trataba de diamante —y lo cierto es que lo parecía—, en tal caso aquella enorme gema tenía un valor tan grande que resultaba imposible de calcular. El frío cristal centelleaba con miles de puntos de inquieta luz, que semejaban una multitud de estrellas prisioneras.

A ambos lados, en la silenciosa oscuridad de la cripta, se alzaban las siluetas imponentes de dos aves fénix, dotadas de poderosos picos y garras, con las alas extendidas como si quisieran cobijar debajo a quien dormía en el sepulcro de diamante.

De las sombras surgió entonces una figura impresionante, vestida con una túnica y rodeada de un halo de luz purísima. El cimmerio contempló en silencio el majestuoso rostro de poblada barba.

—¡Habla, oh mortal! —ordenó la aparición con voz resonante como una trompeta—. Dime, ¿sabes quién soy?

—Sí —repuso Conan con un gruñido—. ¡Por Crom, Mitra y los dioses de la luz, sé que eres el profeta Epemitreus, cuyo cuerpo se ha convertido en polvo hace mil quinientos años!

—Así es, ¡oh Conan! Hace muchos años llamé a tu espíritu durmiente ante mí, aquí, en el negro corazón de Golamira. Durante el tiempo transcurrido desde entonces, mis ojos inmortales te han seguido por todos los caminos y todas las guerras. Todo ha salido bien y se ha hecho de acuerdo con los deseos de los Eternos Guardianes. Pero ahora una sombra se cierne sobre las tierras de Occidente, una sombra que sólo tú entre todos los mortales puedes ahuyentar.

El cimmerio se estremeció al escuchar aquellas inesperadas palabras, y se disponía a hablar cuando el hechicero levantó el dedo índice para imponerle silencio.

—Escúchame con atención, Conan —le dijo el anciano—. En épocas remotas, los Señores de la Vida me otorgaron poderes y conocimientos superiores a los que se concede a los demás mortales, con el fin de que luchase contra la infernal y maligna serpiente de Set. Me enfrenté a ella y le di muerte, pero yo mismo dejé de existir en la contienda. Mas tú ya conoces estos hechos de los que hablo.

—Eso cuentan los antiguos libros y leyendas —admitió el cimmerio.

—Y así ocurrió, precisamente —repuso la figura radiante, asintiendo con la cabeza—. Como sabes, ¡oh, hijo del hombre!, desde el comienzo los dioses de la eternidad te concedieron dones para que realizaras notables proezas y conquistaras una fama imperecedera. Has salido indemne de numerosos peligros y muchas fueron las fuerzas del mal que venciste con tu espada. Los dioses están complacidos por ello.

Conan permaneció impasible, y no contestó a estos elogios. Después de una pausa, la voz profunda y resonante de Epemitreus se dejó oír de nuevo.

—Una última tarea te aguarda, ¡oh cimmerio! —dijo el hechicero—, antes de que puedas acogerte a tu merecido descanso. Tu espíritu ya estaba destinado a esa empresa antes del comienzo de los tiempos. Te espera una victoria final de gran trascendencia. Pero el precio a pagar será amargo.

—¿Cuál es la tarea y cuál el precio? —preguntó sin rodeos el rey de Aquilonia.

—La empresa consiste en salvar a Occidente del Horror que ahora mismo amenaza tus fértiles tierras. Una terrible maldición se cierne sobre el mundo, una maldición más sombría de lo que tú mismo imaginas. Ese Horror esclaviza las almas de tu pueblo, mientras que sus pobres cuerpos son desgarrados entre atroces y bestiales tormentos por manos que debieron haberse convertido en polvo hace ochocientos años.

El profeta fijó su penetrante mirada en el rostro sombrío de Conan y agregó:

—Pero con el fin de realizar este cometido es necesario que cedas el trono y la corona real a tu hijo y que te aventures por horizontes desconocidos del océano Occidental, por donde ningún mortal de tu raza se internó desde que Atlantis se hundió bajo las furiosas olas. Esta misma noche saldrás de tu reino, solo y en secreto. Junto con tu corona y tus bienes, dejarás escrita tu abdicación.

»El camino hasta los mares desconocidos es largo y duro, y son muchos los peligros que te amenazarán antes de que alcances el objetivo final, de los que ni siquiera los dioses podrán protegerte. Pero sólo tú, entre todos los hombres, puedes avanzar por ese camino con probabilidades de éxito. Sólo para ti pueden ser los riesgos y la gloria. ¡Piensa que son pocos los mortales a quienes se ofrece la ocasión de salvar al mundo de un desastre!

El hechicero le sonrió desde su halo luminoso. Luego agregó:

—Tan sólo te otorgaré un don. Lleva esto en todo momento, ya que en la hora de la necesidad puede representar tu salvación. No agregaré más al respecto, pues cuando llegue la hora tu corazón te dirá cómo emplear este talismán.

Una nubécula fulgurante, como hecha de polvo de estrellas, surgía ahora de la palma extendida del profeta. Algo tintineó con un sonido cristalino a los pies de Conan, que se inclinó para recoger el objeto.

—Te haré una última recomendación —dijo Epemitreus—. Los reyes brujos de la antigua Atlantis usaban el emblema del Kraken Negro. Ese emblema aún puede poner en peligro tu vida. ¡Cuídate de él! »Y ahora vete, hijo dilecto de Crom —prosiguió el hechicero—. No resulta aconsejable que los mortales permanezcan durante mucho tiempo en estos sombríos lugares a los que he llamado a tu espíritu. ¡Regresa, oh Conan, a tu ser material, y que la bendición de los dioses de la luz te acompañe para iluminar tu oscuro y temible camino! Jamás volverás a ver el rostro de Epemitreus, ni en este mundo ni en los muchos que vendrán y en los cuales tu alma renacida se aventurará y luchará en existencias posteriores a esta que vives. ¡Hasta nunca!

 

Estremecido por la emoción, Conan se despertó al instante. Se encontró tendido en su lecho, vestido con la ligera cota de malla y cubierto de sudor. ¡De modo que todo había sido un sueño! ¡El vino y las preocupaciones se habían combinado para formar aquella fantástica visión!

Entonces vio el objeto que tenía apretado en la sudorosa palma de la mano. Se trataba de un talismán en forma de ave fénix tallado en un gigantesco diamante. Por lo tanto, aquello había sido algo más que un sueño o un producto de la imaginación.

Tres horas más tarde, mientras una estruendosa tormenta de verano azotaba e iluminaba las torres del palacio, una gigantesca figura con cota de malla, cubierta con una gran capa negra y tocada con un sombrero de ala ancha, salía furtivamente por una poterna en desuso de las murallas de Tarantia. Detrás de ésta salió otra silueta corpulenta que llevaba de las riendas a un nervioso corcel. Se detuvieron un momento, y el hombre que iba detrás comprobó las riendas y la longitud de los estribos.

—¡Maldición! —exclamó el príncipe Conn, que era el que había salido en segundo término—. ¡Esto no es justo! ¡Si alguien tiene derecho a ir contigo, ése soy yo!

El rey Conan negó sombríamente con la cabeza, y numerosas gotas de agua se esparcieron a su alrededor.

—Crom sabe, hijo mío —dijo el cimmerio—, que, si llevara a alguien conmigo, ése serías tú. Pero no somos un par de aventureros sin oficio ni beneficio para obrar según nuestros deseos. No puede obtenerse el poder y la gloria sin asumir responsabilidades. Tardé mucho tiempo en aprender esa lección. Tal vez me espera la muerte; por ese motivo, tú debes permanecer aquí, para gobernar este reino con justicia. Así lo han dispuesto los dioses.

»No confíes en los hombres, excepto en aquellos en quienes yo he puesto mi fe a lo largo de tantos años. No tomes en cuenta la mayor parte de los elogios, pues los reyes atraen a los aduladores como la miel a las moscas. Presta más atención a los hechos de los hombres que a sus palabras. Jamás castigues al que traiga malas nuevas, ni te encolerices con el que da una opinión que te resulta desagradable, pues si lo haces nunca te dirán la verdad. ¡Adiós, hijo mío!

Los dos hombres se estrecharon en un fuerte abrazo. Luego, mientras Conn sostenía las riendas y el estribo del caballo, Conan montó en la silla. Durante unos instantes, la silueta embozada contempló las doradas torres de Tarantia, la esplendorosa gema de Occidente. Luego, tras un saludo final, Conan picó espuelas en dirección al sur, y el jinete y el caballo avanzaron bajo el aguacero, iluminados a trechos por los relámpagos. Al final del largo camino quedaban Argos y el mar.

De este modo, el guerrero más poderoso del mundo inició la última y la más temible de todas sus aventuras.