4. El perro de Satanás
Permaneciendo en la sombra de los árboles, rodeé el pequeño claro para llegar a un costado de la casa que carecía de ventanas. En las profundas tinieblas, sin luz que traicionara mi presencia, dejé la protección de los árboles y me acerqué a la construcción. Cerca del muro, tropecé con algo voluminoso y blando, y a punto estuve de caer de rodillas. El corazón me dio un brinco en el pecho y me quedé inmóvil, temiendo que el ruido me traicionase. Pero la risa abominable seguía resonando lúgubremente en el interior de la cabaña: a la risa se unía el lamento de una voz humana.
Había tropezado con Ashley, o mejor dicho, con su cadáver. Estaba de espaldas y miraba fijamente el cielo, pero sin verlo. Su cabeza colgaba hacia atrás, dejando ver su desgarrada y arrancada garganta; desde el mentón hasta el cuello no era más que una inmensa herida abierta de forma irregular. Sus ropas estaban empapadas en sangre.
Dominado por un ligero ataque de náuseas, a pesar de estar acostumbrado a las muertes violentas, me deslicé sin hacer ruido hasta la pared de la cabaña y busqué en vano un hueco en los postigos. En la cabaña, la risa había cesado. En aquel momento, la voz terrible, inhumana, retumbaba y hacía que me temblaran los músculos de todo mi cuerpo. Con la misma dificultad que sintiera antes, conseguí interpretar las palabras pronunciadas por la voz.
—...y fue así como los oscuros monjes de Erlik no me mataron. Prefirieron gastar una broma... una broma exquisita desde su punto de vista. Contentarse con matarme habría sido demasiado dulce; encontraron más divertido jugar conmigo durante un momento, como un gato que juega con un ratón, antes de dejarme partir hacia el mundo exterior con una marca que nunca podría borrar... la marca del perro. Así es como la llaman. Y la verdad es que hacen muy bien su trabajo. Nadie sabe mejor que ellos como cambiar a un hombre. ¿Magia negra? ¡Bah! Esos demonios son los mejores científicos del mundo. Lo poco que el mundo occidental conoce sobre la ciencia se ha filtrado, como chorritos de agua, desde aquellas negras montañas.
»Esos demonios podrían conquistar el mundo si quisieran. Saben cosas que los investigadores modernos ni siquiera se imaginan. Saben más cosas sobre la cirugía plástica, por poner un ejemplo, que todos los cirujanos del mundo reunidos. Conocen el funcionamiento de las glándulas como no las conoce ningún científico europeo o estadounidense; son capaces de modificar su funcionamiento y así poder obtener ciertos resultados... ¡y qué resultados, Señor! ¡Mírame, maldito, y enloquece!
Di la vuelta a la cabaña y alcancé una ventana. Eché un vistazo al interior por un intersticio en uno de los postigos.
Richard Brent estaba tendido en un diván en una habitación lujosamente amueblada; aquel lujo parecía algo incongruente en un decorado tan primitivo. Sus manos y pies estaban atados; su rostro estaba lívido y repulsivamente convulsionado. En sus ojos desorbitados se veía la mirada de un loco que finalmente se enfrenta al horror final. Al otro lado de la habitación, la joven, Gloria, estaba tendida sobre una mesa, con los miembros abiertos e impotente; unas cuerdas ataban sus muñecas y tobillos. Estaba completamente desnuda; sus ropas yacían sobre el suelo formando un informe montón, como si hubieran sido brutalmente arrancadas de su cuerpo. Retorcía la cabeza hacia los lados y miraba fijamente y con terror la alta silueta que dominaba la escena.
Le daba la espalda a la ventana tras la cual yo me ocultaba, y miraba a Richard Brent. Por las apariencias, aquella forma era humana... la de un hombre muy alto, delgado, con ropas amplias y oscuras. Una especie de capa colgaba de sus hombros anchos y finos. Sin embargo, al verle, me recorrió un extraño escalofrío. Finalmente, comprendí... era el terror que se había apoderado de mí cuando vi por primera vez aquella forma descarnada en el sendero en sombras, erguido ante el cuerpo del pobre Jim Tike. Emanaba de él algo anormal, algo que solo era aparente porque me daba la espalda. Sin embargo, aquella cosa daba una clara sensación de monstruosodad. Y mis sentimientos eran el horror y la repulsión que los hombres normales sienten de un modo natural cuando se enfrentan con algo anormal.
—Hicieron de mí el horror que soy ahora. Luego me expulsaron —gritaba con aquella voz extrañamente deformada—. Pero el cambio no se produjo en un día, ni en un mes, ¡ni siquiera en un año! Jugaron conmigo como los demonios juegan con un alma que aúlla en las ardientes parrillas del Infierno. A su pesar, más de una vez estuve a punto de morir, pero me sostuvo la idea de la venganza. Durante largos y oscuros años, marcados en escarlata por la tortura y el sufrimiento, soñé con el día en que podría pagar la deuda que tenía contigo, Richard Brent, ¡la venganza del más vil canalla del Infierno!
»Y finalmente, la caza comenzó. Cuando llegué a Nueva York, te envié una fotografía de mi... de mi rostro, y una carta que describía con detalle lo que había pasado... y lo que iba a pasar. Loco, ¿realmente pensabas que podrías escapar? ¿Crees que te habría prevenido si no estuviera seguro de tenerte a mi merced? Quería que sufrieras sabiendo lo que te esperaba; que vivieras en el terror y que huyeras y te escondieras como un lobo perseguido. Huiste y te perseguí de un lado a otro. Durante un tiempo, conseguiste escapar de mí refugiándote aquí, pero era inevitable que de nuevo olfatease tu rastro. Cuando los sombríos monjes de Yahlgán me regalaron esto —su mano pareció apuñalar su rostro y Richard Brent lanzó un grito estrangulado—, también instilaron en mi naturaleza algo del espíritu de la bestia que habían copiado.
»Matarte no era suficiente. Quería que mi venganza te alcanzase hasta en el último fragmento de tu ser. Por eso le envié un telegrama a tu sobrina, la única persona en el mundo por la que te preocupabas. Mi plan ha funcionado a las mil maravillas... con una excepción. Los vendajes que llevo desde que salí de Yahlgán se han caído, movidos por una rama, y he tenido que matar al imbécil que me guiaba hacia tu cabaña. Ningún hombre puede contemplar mi rostro y seguir viviendo, salvo Tope Braxton, pero él, a decir verdad, se parece más a un mono que a un ser humano. Le encontré poco después de que ese otro individuo, Garfield, me disparase. Le puse al corriente, pues podía ver en él a un aliado valioso. Es demasiado bestial para que mi rostro le inspire terror, como pasó con el otro negro. Cree que soy algo así como un demonio, pero mientras no me muestre hostil con él, tampoco verá ninguna razón para no aliarse conmigo.
»Me ha venido bien que nos encontrásemos, pues ha sido él quien se lanzó sobre Garfield y le dejó sin sentido cuando este volvía a la cabaña. Yo mismo habría matado a Garfield de buen grado, pero era demasiado fuerte, demasiado hábil con el revólver. Tendrías que haber sacado alguna lección de esta gente, Richard Brent. Llevan una vida ruda y violenta; son tan duros y peligrosos como los lobos de los bosques. Pero tú... tú te has debilitado con la civilización. Morirás muy deprisa. Me gustaría que fueras tan duro como ese Garfield. Me gustaría mantenerte algunos días con vida para hacerte sufrir.
»Le he dado a Garfield una oportunidad de escapar, pero ese loco ha vuelto y tengo que eliminarle. La bomba que arrojé por la ventana habría tenido poco efecto en él. Contenía uno de los secretos químicos que conseguí aprender en Mongolia, pero es eficaz únicamente en relación con la fuerza física de la víctima. Era suficiente para hacer perder el conocimiento a una joven y a un ser degenerado y dado a la buena vida por la civilización, alguien como tú. Ashley pudo arrastrarse fuera de la cabaña. Habría recuperado sus fuerzas rápidamente si no me hubiera arrojado sobre él para dejarle en un estado donde ya no podrá molestarme.
* * *
Brent dejó escapar un lamento. Toda inteligencia había desaparecido de su mirada; no había en ella más que un miedo atroz. Le corría baba por entre los labios. Estaba loco... tan loco como la terrible criatura que fanfarroneaba y vociferaba en aquella habitación del horror. Solo la joven, retorciéndose de un modo lastimoso sobre la mesa de ébano, conservaba la razón. El resto solo era demencia y pesadilla. Repentinamente, un delirio total se apoderó de Adam Grimm; las sílabas pronunciadas con esfuerzo se rompieron con un grito capaz de helar la sangre.
—¡Primero la chica! —boqueó Adam Grimm... o la cosa que fuera Adam Grimm—. La chica... la mataré como vi matar a otras mujeres en Mongolia... la despellejaré viva, lentamente... ¡oh, sí, lentamente! Y sufrirás cuando veas su cuerpo ensangrentado, Richard Brent... ¡tendrás que aguantar lo mismo que aguanté yo en Yahlgán la Negra! ¡Morirá solamente cuando no quede ni un centímetro de piel sobre su cuerpo por debajo del cuello! ¡Mira cómo despellejo a tu bienamada sobrina, Richard Brent!
No creo que Richard Brent entendiera aquellas palabras. No era capaz de comprender nada. Gemía y cacareaba echando la cabeza hacia los lados; sus pálidos labios escupían una espuma sanguinolenta. Levanté el revólver. En aquel momento, Adam Grimm se volvió repentinamente. La vista de su rostro me paralizó y me quedé clavado. Qué maestros inusitados de una ciencia sin nombre residían en las negras torres de Yahlgán es algo que no me atrevo ni a imaginar, pero seguramente alguna magia negra surgida de los pozos del infierno había intervenido en el remodelado de sus facciones.
Los ojos y la frente eran los de un hombre normal; pero la nariz, la boca y las mandíbulas eran capaces de sobrepasar las más horrorosas y demenciales pesadillas. Me doy cuenta de que soy incapaz de encontrar palabras para describir lo que vi de un modo adecuado. Estaban repulsivamente estiradas, como el hocico de un animal. No había mentón; las mandíbulas sobresalían como las de un perro o las de un lobo, y los dientes, al descubierto en medio de una mueca bestial, eran relucientes colmillos. Cómo podían articular semejantes mandíbulas palabras humanas es algo que no sabría decir.
Pero el cambio era más profundo y no se limitaba solo a las facciones, al aspecto exterior. En sus ojos, que ardían como los carbunclos de las llamas del Infierno, había un destello que nunca ha brillado en los ojos de ningún ser humano, ya estuviera cuerdo o loco. Cuando las sombras menos demoníacas de Yahlgán modificaron el aspecto del rostro de Adam Grimm, produjeron en su alma un cambio equivalente. Aquello ya no era un ser humano; se había convertido en un verdadero hombre lobo, tan terrible como los de las leyendas de la Edad Media.
La criatura que fuera Adam Grimm se lanzó sobre la joven. Una hoja curvada centelleó en su mano... un cuchillo de desollador. Me sacudí, arrancándome del horror y el aturdimiento que me inmovilizaban. Disparé por el intersticio del postigo. Siempre he sido un excelente tirador. Vi que la capa se agitaba bajo el impacto de la bala. En el estruendo de la detonación, el monstruo titubeó y el cuchillo de deslizó de entre sus dedos. Luego, instantáneamente, se volvió y atravesó con la velocidad del rayo la habitación. Se dirigía hacia Richard Brent. A la velocidad del rayo, comprendí lo que pasaba. Dándose cuenta de que no podía llevarse a la muerte consigo más que a una única víctima, hizo su elección en un instante.
No creo que se me pueda reprochar lógicamente lo que ocurrió entonces. Habría podido volar en pedazos el postigo, lanzarme a la habitación y luchar a brazo partido con la criatura en que se había convertido Adam Grimm a manos de los monjes de Mongolia Exterior. Pero el monstruo fue tan rápido que Richard Brent estaría muerto de todos modos antes de que yo tuviera tiempo de entrar en la alcoba. Hice lo que me pareció más evidente... seguí disparando por la ventana al horror que saltaba a través de la estancia.
Aquello debería haberle detenido... las balas tendrían que haberle alcanzado y dejarle muerto y tendido en el suelo. Sin embargo, Adam Grimm siguió saltando hacia adelante, indiferente a las balas que destrozaban su cuerpo. Su vitalidad era más que humana, más que animal; había algo demoníaco en él, algo engendrado por la magia negra que había hecho de él lo que era. Ninguna criatura de este mundo habría podido atravesar aquella habitación bajo semejante lluvia mortal de plomo ardiente. A aquella distancia, yo no podía fallar mi objetivo. Se tambaleaba con cada impacto, pero solamente cayó cuando le alojé una sexta bala en el cuerpo. Y entonces se arrastró y reptó, como una bestia, sobre las manos y las rodillas. Baba y sangre chorreaban de sus gesticulantes mandíbulas. Me dominó el pánico. Frenéticamente, desenfundé mi segundo revólver y lo descargué sobre aquel cuerpo que se retorcía y que seguía avanzando a duras penas, perdiendo sangre con cada movimiento. Pero todo el Infierno no habría podido privar a Adam Grimm de su presa y la propia Muerte quedó intimidada por la terrible determinación que animaba a aquella criatura que una vez fue humana.
Con doce balas en el cuerpo, literalmente destrozado, con el cerebro saliéndosele del cráneo por un agujero en la cabeza, Adam Grimm alcanzó al hombre tendido en el diván. La deforme testa cayó; un gorgoteo salió de la garganta de Richard Brent cuando las repulsivas mandíbulas se cerraron con un chasquido. Durante un instante de demencia, las dos terribles caras parecieron fundirse bajo mi horrorizada mirada... el ser humano y el ser inhumano, ambos locos. Luego, con un movimiento de bestia salvaje, Grimm levantó la cabeza, arrancando la vena yugular de su enemigo; la sangre cubrió las dos siluetas. Grimm levantó la cabeza, los colmillos chorreaban y su hocico se veía cubierto de sangre. Sus labios se encogieron en un último y abominable estallido de risa que fue interrumpido por una marea de sangre, al tiempo que se derrumbaba y caía sobre el suelo donde quedó inmóvil para siempre. 33