Introducción
De Robert Ervin Howard ya hemos dicho casi todo lo que se podía decir en cuanto a sus aspectos biográficos. Además, como complemento a todo ello, hemos publicado la novela autobiográfica El rebelde hace muy poco tiempo, lo que nos ha permitido adentrarnos en las interioridades de la vida de nuestro escritor en sus primeros tiempos, cuando intentaba vender las primeras historias y poemas a Weird Tales y convertirse en escritor profesional. Los cuentos que presentamos en la presente antología no corresponden a esa primera etapa, sino a la última de su vida, cuando la idea del suicidio ya empezaba a rondarle por la cabeza.
Escrita muy al final de su vida (aunque ya sabemos que no al final de su carrera), la novela podría haber tenido ciertos toques pesimistas que pudieron ser eliminados de la versión publicada en The Unique Magazine para aligerarlo suavemente. La misma traducción que están a punto de leer estuvo a punto de ser publicada hace muy pocos años en una editorial que creo que ni siquiera llegó a ver la luz (o alguna historia igual de triste en la que no quiero entrar); para ella escribí un texto muy breve que me gustaría recuperar entero, ya que allí no pudo aparecer. Dice así:
Siempre he sido un amante de las novelas de aventuras más descabelladas. Siempre he pensado que el punto álgido de la literatura de acción es el ciclo de Marte de Edgar Rice Burroughs. Quizá por eso y no por otra cosa siempre he sentido una atracción irresistible por las novelas que se desarrollan en esos mundos llenos de intriga, de alta intriga, y aventuras sin fin ni principio. No sé cuántas veces habré dicho que no he visto mejor arranque para una novela que el del segundo volumen del ciclo marciano: Los dioses de Marte. De buenas a primeras, casi sin saber cómo, nos vemos envueltos en una aventura en un mar muerto de un planeta desconocido luchando por nuestra vida y por la de nuestros seres queridos. La continuación de ese comienzo no desmerece.
Sthephen Fabian. En esta página y en la siguiente, dos de las láminas del portafolio Almuric publicado en 1977 por Jonathan Bacon de Stygian Isle Press, del que solo se hicieron 350 copias.
Y lo mismo pasa con esta novela de Robert E. Howard. Un luchador, un hombre excepcional en nuestra Tierra (un hombre que no deja de recordarme al Den de Richard Corben, aunque al Den del mundo de llegada: un gigante entre los hombres y todo un campeón), da con sus huesos sin saber cómo ni por qué en un mundo donde puede desarrollar al máximo todas esas características que hacen de los héroes de Howard el paradigma del bárbaro y el del bravo combatiente que todos deseamos ser (al menos, eso era lo que pasaba antes de estas sesiones de castración a la que nos vienen sometiendo desde hace un tiempo).
Si el resto de la obra de Howard no es enmarcable en el terreno de la ciencia ficción —salvo por los pocos cuentos que aquí presentamos—, Almuric tampoco puede serlo más que con cierto esfuerzo. La ciencia ficción necesita una cierta dosis de especulación que aquí no encontramos. Son aventuras del estilo de las de Otis Adelbert Kline, John Buchan o Leigh Brackett. Que ocurran en Venus, en la llanura de Pamir o en Marte, no son más que accidentes para unos y para otros. Lo que cuenta no es la especulación —y creo que eso es importante para calificar a una novela como de ciencia ficción—, sino la acción. Quizá por eso las novelas de Leigh Brackett, de quien acabo de terminar una magnífica serie —otra vez— marciana, son traspasables del espacio al lejano oeste (y si no me creen, lean la novelización de Río Bravo que publicó Cénit hace ya tantos años) sin que ninguna de ellas sufra la menor merma.
De modo que, si no es ciencia ficción, la novela de Howard es... Pues es eso, lo de siempre, es una novela de Robert E. Howard. Con todo lo bueno y lo malo que siempre podemos esperar de él.
Howard, que en su vida escribió tan sólo tres textos que puedan ser considerados como novelas (la que aquí presentamos, Cortan el conquistador y La maldición de la triple hoja), fue capaz de conseguir una fama que muy pocos hombres de su profesión han logrado mantener hasta tanto tiempo después de su muerte. Posiblemente la fortuna de que sus temas sean intemporales (porque, después de todo, aunque Howard se mueva en un territorio donde la barbarie y la destrucción reinan por doquier, sus héroes parecen animados por unos ideales que, aunque salvajes y primitivos, están revestidos de la misma nobleza y romanticismo viril que los personajes que tan sutilmente plasmaran Jack London y Joseph Conrad) le ha permitido llegar hasta nosotros a pesar de la intensa labor de zapa que sobre su obra han realizado hombres de gran valor, pero de escaso escrúpulo: L. Sprague de Camp, Lin Cárter, Bjorn Nyberg..., por citar sólo unos pocos. Y si los demás mundos de Howard siempre han estado rebosantes de ese salvajismo del que apenas nos separan dos comidas, en esta novela la brutalidad de la acción, la sanguinaria condición de todos los participantes en la trama es tan desbordante, tan agotadora, que no podemos dejar de pensar en si todo esto no sería un canto de cisne de un hombre que ya pensaba en la muerte, que ya atisbaba el suicidio como solución cuando empezó a escribir.
Hoy por hoy ignoramos el verdadero final de la novela. Quizá sea el que Tim Conrad y Roy Thomas plasmaron en la versión tebeo de este Almuric y que hace, otra vez, muchos años publicó la revista Epic. Lo que es seguro es que no es el final que conocemos. Lo cierto es que parece verse la mano de Otis Adelbert Kline en las últimas líneas de la novela, donde se hace un intento para que nuestro héroe se aproveche finalmente de las ventajas de una hipotética civilización olvidando el destino de bárbaro que, después de todo, le corresponde. En breves palabras: sustituyendo la negrura del abismo del que no se vuelve por un final feliz más acorde con los gustos (no acabo de entender este comportamiento) del público.
En fin, si no conocéis la obra, os espera un buen rato lleno de aventura y romance. Si la conocéis, os espera lo mismo, pero con ese alegre gustillo del que ya sabe lo que va a pasar y lo aguarda lleno de emoción. Dejando de lado los rebuscados estereotipos de la literatura moderna, esas enormes y voluminosas novelas donde nunca pasa nada, esas eternas series de puerilidades sin cuento, esas sagas supuestamente de fantasía que no dejan de ser más que memeces, ¿qué más le podéis pedir a la vida que un buen par de bíceps, una novia maciza y un montón de enemigos a los que matar? A mí me vale con menos.
Digo (o dije) un poco más arriba que Almuric no es una novela de ciencia ficción, y puede que no lo sea en cuanto a su desarrollo, pero la arrancada de la misma, donde el doctor Hildebrand teje los hilos para enviar a Esau Cairn al lejano planeta Almuric, es claramente ciencia ficción, pero ciencia ficción al estilo Burroughs: muy poca ciencia y esta muy descabezada y sin sentido. No hay explicaciones, más que las que pueden desprenderse de la propia acción de la obra. En cierta manera, Howard escribía estilo Howard, esto no lo podemos negar, y adentrarse en especulaciones científicas no creemos que estuviera en su mente, ni en este ni en ninguno de los cuentos que siguen. De hecho, las dos únicas apariciones que conozcamos en revistas del genero de la ciencia ficción son «El pueblo de la Costa Negra» en Spaceways y Science Fiction y la de «Por el amor de Barbara Alien» en The Magazine of Fantasy and Science Fiction, aunque puede haber más (pero lo dudamos). De todos modos, lo que es cierto es que Howard, pese a estar en lo más alto de su carrera, nunca publicó nada en Astounding, Wonder o Amazing, por poner algunos ejemplos sueltos, pero destacados.
En cuanto al resto de los relatos que componen esta antología tenemos pocas cosas que decir.
«El negro sabueso de la muerte», aparecido en Weird Tales, nos recuerda en su comienzo, y mucho, a las aventuras de Steve Harrison, tanto por el ambiente donde se desarrolla la historia, esos pinares oscuros y tenebrosos llenos de amenazas desconocidas, como por la brutalidad de algunas de sus escenas, especialmente aquella en la que el protagonista, llamado Kirby Garfield, lucha a muerte con un gigantesco negro huido de la prisión... un duelo que acaba con una brutal sesión de estrangulamiento que no deja de recordar una de las más celebradas aventuras de Conan el cimerio: «Sombras en Zamboula» («Shadows in Zamboula», en Weird Tales, noviembre de 1935). Sin dejar de anotar, de pasada, una nueva aparición del nombre Gloria asignado nuevamente al principal personaje femenino. El relato, además, trata de nuevo de los adoradores de Erlik, el dios de las montañas de Mongolia, que convierten al personaje «malo», si tal cosa es posible, de la historia en un auténtico monstruo (aquí entra la ciencia ficción de la historia) mediante los procedimientos de cirugía reconstructiva de los satánicos adoradores del dios.
Cabecera para un posible cómic basado en el relato «People of the Black Coast»; por lo que sabemos, está inacabado hasta el momento. Es obra de Stephane Sabourin, con quien hemos intentado ponernos en contacto infructuosamente para su publicación en este mismo volumen.
En «El rey del pueblo olvidado», donde nuevamente aparece Erlik, donde nuevamente aparece Mongolia, donde nuevamente aparece una región montañosa y desierta, agreste a decir basta, la aventura (este relato, además de ser ciencia ficción, es un relato de aventuras clásicas, estilo El Borak, por poner un ejemplo) arranca en un desfiladero poblado por arañas gigantes y acaba en una ciudad amurallada protegida por adelantos científicos desconocidos en Occidente: el uso de la electricidad como arma, un cañón que dispara rayos de algún tipo. Ansias de dominar el mundo por parte del científico loco de rigor y un personaje femenino que atiende nuevamente al nombre de... Gloria (esto podría pasarse ya de castaño oscuro). Lo más destacable: la civilización perdida en el seno de unas montañas inaccesibles en el corazón del desierto del Gobi, algo que no deja de recordarnos, y bastante, a Abraham Merritt.
«El pueblo de la Costa Negra» (ya ni insisto en que la protagonista se llama de nuevo Gloria) fue llevado al cómic de la mano de Roy Thomas y John Buscema en el número 99 de Conan el Cimerio bajo el título (español) de «Los hombres cangrejo de los acantilados oscuros» (¡càspita!), la aventura precisamente anterior a la muerte de la Reina de la Costa Negra, Bélit, en el número 100. La historia se modifica cuanto haga falta para que el héroe ni muera ni pierda a su amada. Los hombres cangrejos de la historia (de la historia de verdad), con sus poderes telepáticos y su ciudad en la cima de unos acantilados monstruosos que rodean la totalidad de la isla, son realmente unos seres diabólicos cuya existencia plantea una serie de dudas terribles: su civilización, fuerte y poderosa, ¿es de este mundo o de otro? Si es de otro mundo, la historia podría enmarcarse a la perfección en los ciclos de Cthulhu, con sus seres marinos importados de las estrellas. Ese relato, para mi gusto, uno de los que más fuerza tienen en esta antología, es una maravillosa obra de arte.
Los dos últimos relatos del volumen, muy breves, pero muy intensos, nos envían a las junglas asiática (Indochina) y americana (Ecuador), pero de maneras muy distintas. «Las enredaderas serpiente» es un clásico relato de selva donde se encuentra lo que no se busca. Nuestros expedicionarios, que quieren encontrar orquídeas, acaban dando con la madriguera del mal en estado puro: una horda de lianas chupadoras de sangre que esperan la llegada de los confiados viajeros para saciar un hambre milenaria. Terror delirante y un toque de ciencia ficción (en este caso a cargo de una especie desconocida y potencialmente mortal).
«El momento supremo», un cuento que parece reposado, todo es una conversación entre científicos, acaba de la manera más brutal posible cuando el hombre que puede salvar el mundo de su completa aniquilación (en este caso una destrucción causada por los hongos) se niega a hacerlo y para ello decide vivir «el momento supremo» de una vida dedicada al estudio y anclada en un pasado de desesperación. Y es que la venganza no es buena compañera de juegos.
Cuentos de ciencia ficción (renuncio a intentar decir aquí lo que es una cosa tan esquiva y lo dejo para mejor ocasión), fantasía y terror, pero con unos toques científicos que nos permiten encajarlos en este volumen sin mayor problema. Siempre podemos pensar, y creo que sin temor a equivocarnos, que la ciencia ficción de Howard es mucho más cercana que la de otros autores. Después de todo, Howard se limita en sus cuentos a seguir determinados patrones que pocas veces altera y con la ciencia ficción no podía ser menos. No hay ningún mundo alienígena (todo pasa en casa), no descubrimos presencias reales de seres de otros mundos más que de forma velada (o porque queremos que así sea, al menos en mi caso), los principios y quizá las resoluciones de las historias son como el resto de los de su producción de aventuras. El texano nos lo pone difícil a la hora de etiquetarle.
Como resumen: ¿ciencia ficción? Pues a lo mejor sí; pero también, a lo mejor no, ya que se trata de una ciencia ficción un tanto extraña donde la ciencia apenas está presente. Quizá en los relatos no incluidos aquí (especialmente en «El terror de acero» y en «La puerta al jardín», ambos fragmentarios) encontremos algo más de ciencia (en el primero de los relatos nos las vemos con un monstruo mecánico, un robot —aunque esta palabra nunca aparece en el texto—; en el segundo, con una puerta interdimensional que nos lleva a otros mundos). En otro de los relatos excluidos, «El último hombre blanco», la lucha encarnizada de las razas humanas lleva a la aniquilación de todas las razas menos la negra; en la novela El último hombre blanco, Howard nos describe una guerra fratricida al estilo de las novelas del Capitán Danrit (el héroe de Verdún), donde el peligro negro, el peligro amarillo y el peligro de cualquier color que no sea blanco, es algo que tenemos que afrontar en un futuro cercano para poder sobrevivir. Como no podía ser menos, en la novela de Howard la raza blanca está condenada a muerte. Racismo salvaje y opiniones que resultan chocantes hoy en día... pero que en tiempos de Howard resultaban casi de andar por casa. Las novelas de Sax Rhomer, alguna de las novelas de Erle Stanley Gardner, La guerra infernal de Giffard y Robida, las novelas de las guerras del futuro del ya citado Danrit... todas ellas trataban de lo mismo: de las terribles guerras que se avecinaban y de lo mucho que habría que luchar para vencer... en el mejor de los casos, porque en el peor...
Para incluir la producción completa de ciencia ficción de Robert E. Howard nos faltaría quizá algún relato (seguramente, «The Gondarian Man»), pero no han llegado a tiempo a nuestras manos. Faltan, también, los diversos materiales de esta temática (los fragmentos «El terror de acero», «El último hombre blanco» [estos dos relatos aparecieron en nuestra revista Delirio, revisen su colección], «La puerta al jardín» y lo que se conoce de la novela El último hombre blanco, así como el relato «El desafío del Más Allá» [un round-robin escrito en colaboración con C. L. Moore, Abraham Merritt, H. P. Lovecraft y Frank Belnap Long]). De todos modos, los fragmentos ya aparecerán en ese volumen (o volúmenes) destinados en un futuro a recoger todo el material incompleto de Robert E. Howard.
Howard jugó a muchas cosas con sus textos. La ciencia ficción no fue de las más abundantes (de hecho es de lo que menos escribió), pero los resultados no son inferiores al resto de su producción. Aunque algunos de sus cuentos son ya conocidos (desgraciadamente, no se puede tener todo) y este volumen esta lejos de ser tan completo como nos hubiera gustado, creemos que el resultado no desmerece del resto de los publicados en nuestra colección. Decidan ustedes.
FRANCISCO ARELLANO,
agosto de 2012.