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Daniel

Daniel cogió el teléfono de la mujer, la hizo rodar boca abajo y le unió las manos a la espalda con cinta adhesiva. Gran cosa robar un camión de fontaneros Rooter, ya que estaba lleno de materiales muy útiles: cinta adhesiva, cuerdas, alambres... un montón de cosas cortantes.

La mujer no le hablaba ni le miraba, cosa que a Daniel le parecía muy bien. Cuando tuvo sus muñecas seguras, le dio la vuelta y le tapó también la boca con un rectángulo plateado grande que hizo que pareciese un robot. Le gustaba mucho más así.

Estaban en Wilshire Boulevard, en un aparcamiento al otro lado de los pozos de alquitrán de La Brea. A Daniel le gustaba mucho el mamut moribundo. Había una estatua enorme de un mamut atrapado en el alquitrán, como si lo estuviese succionando hasta la muerte. Le gustaba pensar en ese enorme hijo de puta ahogándose en el alquitrán. Se preguntó si el calor sería lo que te mataría primero, quizás hervir hasta morir antes de ahogarse. Eso sería mucho mejor aún.

El teléfono por satélite sonó mientras él subía al asiento delantero. Era el boliviano. Daniel respondió con el tono más profesional y lameculos que pudo.

—Daniel al habla. ¿Sabemos algo de la matrícula?

En lugar de responder a la pregunta de Daniel, el puto boliviano se puso a chillar no sé qué mierdas sin sentido que acabaron con la inevitable pregunta.

—Sí, tengo a la señorita Platt. Sí, señor, está en mi posesión. Está ahora mismo a un metro de distancia de mí. No, señor, no tengo al señor Rainey. Él está con su amigo mexicano, pero lo tendré dentro de unos pocos minutos y conseguiremos lo que queremos.

Bla, bla bla, quejas. Bla, bla, bla, más quejas. Madre mía, ese tío no paraba nunca.

Tobey dijo:

—A tomar por culo.

Cleo dijo:

—Cuélgale a ese mamón.

Daniel se estaba cabreando.

—Señor, ¿ha podido sacar algo en limpio con la matrícula? Me gustaría saber con quién estoy tratando.

El cabrón todavía no tenía repuesta. Ahora quería saber por qué preguntaba por la matrícula y en qué sentido estaba implicado el hombre del Jeep. Daniel se sentía acorralado.

—No sé cómo está implicado, señor. Ha estado en casa de Rainey al menos una vez, y hoy le vi en casa de Azzara. Está claro que sabe quién es esa gente, y eso significa que es un problema.

Más gilipolleces bolivianas. Aquel tío tenía para dar y tomar.

—No, señor. Creo que siguió al mexicano y al señor Rainey desde el aeropuerto, pero no puedo estar seguro de ello. He preferido coger a la señorita Platt.

El puto boliviano chillaba como un grano a punto de estallar, diciendo que el mexicano quizás hubiese llevado al pescador a México. Por eso Daniel no quería hablar con esos hijos de puta, todos unos histéricos chillones.

—Señor, el señor Rainey todavía está en Los Ángeles. La señorita Platt acaba de hablar con él. ¿Puede decirme si se ha enterado de algo? Tengo que moverme con rapidez.

El boliviano vomitó cierta información sobre el tío de las flechas. Se llamaba Pike. Era exmarine, luego oficial de policía. Oyendo esto a Daniel le preocupó que ahora el tío fuese un federal, pero el boliviano le dijo algo interesante.

—Perdón, señor, querría aclarar este asunto. ¿Ya no está en las fuerzas del orden?

Bla, bla bla.

—¿Es un mercenario? ¿Lo sabemos con toda seguridad?

Daniel escuchó con mucha atención. Al hombre de las flechas lo echaron a patadas de la policía, luego se convirtió en soldado de fortuna y trabajó para empresas de seguridad privada muy importantes en todo el mundo, incluida Centroamérica. Daniel pensó que eso era estupendo, y se preguntó si alguna vez sus caminos se habrían cruzado. Los cárteles contrataban mercenarios de vez en cuando, y también los gobiernos que combatían a esos cárteles. Daniel nunca conoció a ninguno de esos chicos a quien no pudiera cargarse.

—¿Sabemos para quién está trabajando?

El boliviano no tenía mucho más que decir. Estaban investigando, aún intentaban averiguarlo, bla, bla, bla. Daniel se preguntó si no le estaría dando largas.

—Tengo que irme, señor. La próxima vez que hablemos tendré mejores noticias. Se lo prometo.

Más alabanzas rimbombantes y efusivas hacia el trabajo de Daniel.

—Gracias, señor. De verdad. Es usted muy amable.

Payaso.

Daniel colgó el teléfono.

Tobey lanzó una risita, entre susurros.

—«Es usted muy amable», esa sí que es buena.

Cleo se unió a él.

—Muy amable, qué pedazo de burro.

Parecían unas putas cotorras.

—¿Queréis hacer el favor de callaros?

—Callaros...

—Callaros, callaros...

Daniel miró el mamut metido en el alquitrán, con la cabeza levantada y los colmillos muy altos, como si rogase a Dios que le sacara del pozo. Se preguntó si el boliviano le habría mentido sobre el tío de las flechas. Si aquel tipo era un mercenario, quizá los bolivianos lo hubiesen contratado para encontrar a Rainey y Platt, igual que le habían contratado a él. Quizá les hubiesen dado a los dos la misma información y le hubiesen dado al hijo de puta toda la mierda que habían sabido por Daniel. Era posible que hicieran algo así, y a Daniel le daba dolor de cabeza. Le dolía de lo lindo.

La tranquila voz de Tobey le calmó.

—Para, Daniel.

La suave voz de Cleo también le consoló.

—Para, para, para.

—Vale.

Daniel se concentró en el mamut, intentando imaginar qué se debía de sentir al acabar hirviendo en alquitrán caliente. Probablemente no te ponía caliente.

Tobey se reía como un loco.

—Esa sí que es buena, Daniel; esa sí que es buena.

Cleo también se reía.

—Me matas de risa, Daniel; me matas, me matas.

Daniel dejó a un lado la paranoia. O bien los bolivianos le estaban intentando joder o bien no era así, y probablemente no era así. Ni siquiera los bolivianos eran tan tontos como para joder a un hombre lobo.

El tío de las flechas probablemente había oído hablar de la recompensa y trabajaba por su cuenta. A Daniel le parecía muy bien. Si era mercenario significaba que estaba en esto por el dinero, cosa que significaba que se le podría comprar llegado el momento, pero Daniel no sabía nada; el muy zopenco había perdido a Rainey y se había parado a comerse una hamburguesa. Quizá no volviese a ver en la vida al tatuado con las gafas de sol vestido con ropa de mierda.

Tobey le reprendió suavemente.

—No seas estúpido, Daniel.

—Estúpido, estúpido.

Los chicos tenían razón. Si los bolivianos no habían dado información al tío de las flechas, entonces es que el tío era rematadamente bueno. Apareció en el canal, apareció en el letrero luego... Era peligroso. Daniel tendría que tener mucho cuidado.

Tobey dijo:

—Vigilar nuestras espaldas.

Cleo dijo:

—Vigilar, vigilar.

Daniel dijo:

—No os preocupéis, chicos. Yo os cubro.

Daniel cogió el teléfono de la mujer y la miró. Estaba allí echada como si estuviera muerta. Le gustaba mucho así.

—Tu puto novio será mejor que llame pronto. Me estoy poniendo nervioso.

Ella no se movió. Ni un estremecimiento. Sencillamente se le quedó mirando con aquellos ojos estrechos, vigilantes, como si estuviera pensando.

Daniel sacudió el teléfono y le sonrió.

Cuánto más muerta, mejor.