21

A las siete y cuatro minutos de la mañana siguiente, Pike recibió la llamada que lo cambió todo. Un minuto antes, a las siete y tres, estaba mirando la casa de Carla Fuentes desde un arbusto de camelias en el jardín trasero, y el cielo lechoso prometía un día de niebla aun entre las hojas.

Había relevado a Cole a las cuatro de la mañana, aparcando a una manzana y media de distancia de la casa de Carla, en un profundo charco de sombras bajo un sicomoro. Se agachó tras el volante, a salvo mientras todo el barrio dormía todavía, pero sabía que la gente se empezaría a mover en cuanto amaneciese. Un hombre sentado en un vehículo aparcado llamaría rápidamente la atención, de modo que Pike encontró un nuevo sitio detrás del arbusto de camelias antes de que la parte oriental del cielo se iluminase. No veía la zona delantera de la casa, pero sí tenía una visión perfecta de la puerta de atrás, de la mayor parte del camino de entrada y del interior de la cocina, a través de las ventanas.

Se encendió una luz en el dormitorio principal a las seis y diez. Unos minutos más tarde se encendió también la de la cocina, y Carla Fuentes entró en ella. Estaba sola y llevaba una camiseta blanca. Pasó varios minutos ante el mostrador haciendo algo que Pike no pudo ver, y luego volvió al dormitorio. Pike supuso que había preparado una cafetera. Esto se confirmó varios minutos más tarde cuando ella volvió a la cocina, se sirvió una taza y se la llevó al salón. Pike pensó que probablemente estaba viendo la tele.

La vio dos veces más antes de las siete y tres minutos.

Durante ese rato salió el sol, los pinzones empezaron a cantar entre los arbustos y un sinsonte ocupó un lugar ruidoso encima del garaje. Pike pensó qué haría si Carla se iba de casa o si aparecía Mendoza, pero a las siete y tres no había hecho todavía ningún movimiento para salir y Mendoza no había llegado aún.

A las siete y cuatro minutos Pike recibió la llamada.

Su teléfono emitió un suave zumbido al vibrar. Lo llevaba en el muslo, donde lo había colocado para poder cogerlo haciendo el mínimo de movimientos, envuelto en una tela fina para ahogar el sonido. Le sorprendió que la identificación de llamada indicase CIUDAD DE LOS ÁNGELES. Eso significaba que la llamada se había originado en un teléfono propiedad del municipio. Pike no sabía si contestar o no, pero al final decidió coger la llamada.

—Pike.

—Contestas rápido para ser tan temprano.

Era Button, que parecía tranquilo y cómplice.

—¿Has comprobado a Mendoza?

—Sí. Creo que tenías razón en lo que decías. ¿Le has encontrado?

—No.

—Puedo ayudarte en eso. Tengo aquí algo que quiero que veas. Ven a echar un vistazo.

La voz de Button sonaba tan inexpresiva que Pike sabía que no era una petición amistosa, y algo en la naturaleza de la elección de palabras y la hora temprana de la llamada le azotó como un viento del desierto.

—¿Se trata de Wilson y Dru?

—Si quieres te mando un coche.

—¿Los has encontrado?

—Estoy en Washington Boulevard, donde cruza el canal. No tiene pérdida.

—Dime si son ellos, Button.

Button colgó sin responder y el viento del desierto sopló en el pecho de Pike como el acero helado. Salió del arbusto, se deslizó por encima de la verja al jardín vecino y luego corrió hacia su Jeep. Estaba a menos de diez minutos de la posición de Button, y fue informando a Cole mientras conducía.

—¿Quieres que vuelva a lo de Mendoza? —preguntó Cole.

—No, espera. Si es Wilson o Dru, la policía aparecerá en su casa en cuanto despejen la escena del crimen. Si hay algo más en su calle, tenemos que encontrarlo ahora mismo.

—Ya, Joe, pero, escucha... —La voz de Cole se suavizó—. No pierdas la esperanza, ¿vale?

Pike interrumpió la llamada en silencio. Momentos después quedaba atrapado en un atasco, a tres manzanas del canal, y supo que se dirigía hacia la escena de un crimen importante. Un oficial uniformado desviaba el tráfico hacia el oeste obligando a todo el mundo a girar.

Cuando Pike se identificó, el policía le dirigió hacia un aparcamiento detrás de un restaurante tailandés. Varios coches de policía se encontraban a ambos lados del canal, y dos más bloqueaban el puente de Washington Boulevard. Un furgón del médico forense estaba en el extremo más alejado del canal. Mientras Pike aparcaba, vio que el nivel del agua estaba bajo. Los canales de Venice no fluían libremente hacia el mar: una o dos veces a la semana se abrían unas esclusas construidas en el puente, permitiendo que los canales se drenasen con la marea baja y se volviesen a llenar de agua limpia cuando subía la marea. Ahora era baja y el agua había retrocedido, revelando un muro bajo de losas de cemento gris que cimentaban las orillas y la suave pendiente del fondo.

Mientras aparcaba, Pike vio a Futardo. Estaba con un pequeño grupo de detectives y policías de uniforme al borde del canal, mirando algo en el agua. Button se había quedado en el otro extremo del puente con Straw. El hombre de la camisa naranja se encontraba con ellos, pero ahora iba de azul. Fue el primero que vio a Pike, luego Button y Straw se volvieron también. Button atravesó el puente hacia Futardo e hizo señas a Pike de que se uniera a ellos.

Pike notó que el corazón se le aceleraba al acercarse. Dos hombres con botas de pescador andaban por el agua, mientras otros dos tipos con botas hasta las rodillas extendían una lámina de plástico azul en el fondo fangoso. Los cuatro llevaban largos guantes de goma que les llegaban hasta los hombros. Una camilla esperaba solemne, cerca.

El rostro de Button carecía de expresión cuando Pike se acercó, pero una profunda arruga surcaba la frente de Futardo. Pike se preguntó qué estaría pensando. Button ya se había quitado la chaqueta, anticipándose al calor que venía, y llevaba las manos en los bolsillos. No las sacó para saludarle. Por el contrario, hizo un gesto hacia el canal.

—Ahí lo tienes.

Pike miró y en aquel momento se dio cuenta de que todas sus suposiciones eran erróneas.