26

Elvis Cole

Cole todavía estaba en el despacho cuando Pike lo llamó y le dijo que se iba a acercar para contarle lo de los cuerpos. Cole sugirió que se reuniesen en su casa, diciendo que prepararía la cena mientras hablaban y que podían tomarse unas cervezas. No mencionó a Dru ni a Wilson, ni la horrible sensación que le producían las malas noticias que estaba a punto de comunicar a su amigo.

La moribunda luz del sol se iba fundiendo en una neblina color magenta cuando Cole subía por la colina hacia su casa. El tráfico en Laurel Canyon era brutal, de modo que tomó un atajo por el vecindario, serpenteando entre los árboles y las casitas con sus verjas de Outpost Drive a Mulholland. Cole conducía un Stingray Convertible amarillo de 1966 que le gustaba mucho. Corría estupendamente y era divertido conducirlo, pero no lo lavaba a menudo, de modo que estaba sucio. Pike lavaba su Jeep todos los días. Su inmaculada piel roja estaba tan brillante y pulida que Cole decía en broma que probablemente la suciedad resbalaba y se la llevaba el viento. Pensando en el reluciente Jeep de Pike, Cole se sintió triste. Habría sido un agradable paseo a casa cualquier otra noche, el Stingray con la capota bajada y el fresco aire del cañón perfumado de eucalipto e hinojo silvestre. Cualquier otra noche habría sido perfecto.

Su casa era de madera de secuoya, con tejado a dos aguas, en una calle pequeña en Woodrow Wilson Drive, en la parte superior de un cañón. La casita, que hubo que reformar, tenía dos dormitorios y dos baños, y Cole la compró un año que andaba bien de dinero, antes de que los precios se disparasen. Si hubiese querido comprarla después no habría podido. No había jardín digno de ese nombre, ya que estaba colgada en lo alto de una pendiente, pero tenía una terraza que recorría la parte trasera de la casa y desde la cual había una vista magnífica del cañón y la ciudad.

Cole aparcó en el garaje y se dirigió a la cocina. Un gato negro se encontraba aposentado en el mostrador. Miró su cuenco al entrar Cole y emitió un suave maullido.

—Sí, ya. Vamos a arreglar lo tuyo lo primero.

Le puso comida fresca y agua, y luego sacó una cerveza Negro Modelo. El gato levantó la vista desde la comida.

Miau...

—Vale, pero no demasiada.

Cole le puso un poco de cerveza en un platito.

El gato venía con la casa, y formaba parte de la vida de Cole desde hacía más tiempo que ningún ser vivo excepto Joe Pike. Era un animal de malos instintos, dado a atacar a la gente, Cole no sabía por qué. Una vez un hombre que reparaba el aire acondicionado y la calefacción estaba trabajando en la caldera en el armario de la entrada. El operario estaba arrodillado ante la puerta, de espaldas a la entrada, cuando el gato se le subió a la espalda y le mordió en el cuello cuatro veces. El seguro de Cole se hizo cargo de la reclamación, pero tuvo que hacer un trabajo especial sin contabilizar para su agente de seguros para poder obtener una nueva póliza.

—Va a ser una noche dura, amigo.

El gato saltó de su mano con sorprendente suavidad y volvió a comer.

La casa estaba caliente, ya que llevaba todo el día cerrada, de modo que Cole abrió las grandes puertas que daban a la terraza. Sacó un pequeño filete de falda del congelador para que se fuera descongelando, abrió una lata grande de alubias, las enjuagó y las reservó para que se fueran secando. Por aquel entonces ya se había acabado la primera Modelo, de modo que abrió una segunda y se la fue bebiendo mientras cortaba calabacines, berenjenas japonesas y dos tomates grandes para asarlos. Lo bueno que tenía cocinar era que te olvidabas de todo. Cortar y sazonar hacía que fuera más fácil no pensar. La Modelo también contribuía en gran medida a ello.

Cuando las verduras estuvieron preparadas Cole subió escaleras arriba, se puso una camiseta y volvió a la terraza para encender la Weber. El cielo era como una maravillosa sangría por aquel entonces, y le inspiró para tomarse otra cerveza.

Cuando entró de vuelta en casa, Joe Pike estaba ya en la cocina. Sin anunciarse, silencioso como un fantasma. El gato estaba metido entre sus tobillos, ronroneando. Pike era la única persona, además de Cole, a la que podía soportar aquel gato.

Elvis señaló con la botella hacia las verduras.

—Ensalada de alubias con verduras asadas. Quizás un poco de cuscús. Para mí, carne asada. ¿Te parece bien?

—Bien.

Claro.

Observemos cómo el amigo leal prepara el tema para la velada festiva.

—Voy a por una cerveza. Coge una tú, y me pones al corriente mientras preparo el carbón.

Pike sacó una cerveza del frigorífico. Cole cogió una tercera y lo siguió fuera. El gato fue tras ellos. Le gustaba examinar el promontorio en busca de ratones y ardillas de tierra.

Cole movió los carbones, cosa completamente innecesaria. Observemos la técnica inmaculada con la que el «mejor amigo del mundo» pospone con evasivas el momento de la verdad.

—Tú primero, luego sigo yo. ¿Qué les ha ocurrido a Mendoza y Gomer?

Pike le contó lo que sabía de Mendoza primero, y luego pasó a Gomer. Al principio Cole solo fingió escuchar, pero el aspecto visual de aquellos crímenes le atrajo. El cuerpo de Gomer se encontró detrás del volante de un coche aparcado junto al extremo norte del Grand Canal. La sangre que había en el vehículo sugería que fue asesinado allí mismo. El primer corte probablemente era una puñalada hacia abajo, en el lado izquierdo del cuello, que rebanó la arteria carótida, el esófago, gran parte de la musculatura circundante hasta el hueso —que resultaba visible—, y la parte superior del tórax. El segundo corte iba desde la oreja derecha atravesando la garganta hasta la base de la oreja izquierda, exponiendo también el hueso.

Pike dijo:

—No saben el momento de la muerte de Mendoza con certeza, pero Gomer probablemente murió entre las once de la noche y la una de la madrugada. Cuando la policía me ha dejado, he comprobado el lugar donde le han encontrado: tenía una vista frontal de la casa de Wilson. Probablemente Mendoza iba sentado en el otro lado.

Cuando Cole se dio cuenta de lo que estaba diciendo Pike levantó la mano.

—Espera un momento. ¿Me estás diciendo que esos dos tíos estaban vigilando la casa?

—Sí.

—Pero eso no tiene sentido... Si han cogido a Wilson y a Dru esta mañana, ¿por qué volver a la casa? ¿Qué era lo que querían?

—Quizás a alguien de quien les hablaron Wilson y Dru, pero es solo una suposición. Tal vez fue el hombre que les mató. La luz que he visto en el dormitorio del piso de arriba cuando te he llamado esta mañana probablemente era del asesino, el mismo hombre que entró por la ventana de la cocina.

A Cole no le gustaba nada todo aquello, ni lo que podía significar.

—Mendoza y Gomer han vuelto a buscar a ese hombre, pero el otro ya estaba allí. ¿Les ha visto primero y les ha hecho salir?

Pike inclinó la cabeza hacia el otro lado, y el ocaso color anaranjado se reflejó en sus gafas de sol.

—Sí. Creo que todavía estaba vigilando la casa cuando yo he pasado por allí esta mañana. Lo he notado.

Cole hurgó en los carbones y miró las pavesas que se arremolinaban al calor. Todo había cambiado en el espacio de un día. La extorsión de barrio se había convertido en una falsedad. El vandalismo y el asalto eran un truco de prestidigitación para ocultar algo mucho peor, y ahora Cole sabía que los magos eran unos mentirosos. Nada de todo aquello era real, y probablemente nunca lo había sido.

La voz de Pike surgió de las ascuas.

—Ahora tú.

Cole miró a su amigo.

—He hablado con Steve Brown, el propietario de la casa de Smith, y también con Jared. Tengo que contarte algunas cosas, y no te van a gustar. No creo que Dru haya sido sincera contigo.

Cole hizo una pausa para ver la reacción de Pike, pero fue la propia de un maniquí de unos grandes almacenes. El gato se apartó del borde de la terraza, pasó entre las piernas de Pike otra vez y luego se sentó, con los ojos entrecerrados, vigilante.

Cole dejó su botella en la barandilla.

—Brown no conoce a Wilson Smith ni ha oído hablar nunca de él. Dejó que Dru usara su casa porque tenían una historia. Se suponía que ella tenía que estar allí sola, y Brown se ha puesto furioso cuando ha averiguado que alguien estaba viviendo con ella. No sabía nada de ningún tío, ni de que Dru trabajase en el restaurante de Wilson ni nada por el estilo. Creía que vivía de una pensión. Hasta que hemos hablado esta mañana, esperaba reemprender su relación con ella cuando volviese.

Pike se quedó inmóvil, en el borde de la terraza. A Cole le habría gustado poder ver detrás de las gafas oscuras, pero esa imagen le estaba vedada.

—Después de hablar con Brown he ido a ver a Jared. Me ha explicado cosas que desmienten todo lo que te contó esa mujer sobre sí misma. No es bueno, Joe. Es muy malo, la verdad.

—¿Qué?

El gato se acurrucó a los pies de Pike. Su rabo se agitaba y retorcía mientras Cole contaba lo que le había dicho Jared. Hizo un resumen, pero no le ahorró nada.

—Si quieres hablar con él otra vez, iré contigo, pero creo que Jared está diciendo la verdad. Cuando le he dejado, he cogido algunas cosas de la casa que tenían las huellas de Wilson y Dru y se las he llevado a John Chen. No sé si esa gente está fichada, pero podría ser, y las huellas igual nos ayudan a averiguar quiénes son. También he hablado con Lucy. Hasta que sepamos algo de Chen, lo único que he podido darle son sus nombres, pero su investigador está intentando ver si puede encontrarlos en Nueva Orleans. Y eso es todo. Eso es lo que he hecho.

Pike pareció tambalearse ligeramente, como si le empujara la brisa, pero el aire estaba quieto.

—Lo siento, tío. Si quieres que deje lo de Chen y Lucy, dímelo.

Pike se volvió hacia el cañón y puso las manos en la barandilla. Cole se preguntó si necesitaba agarrarse para dejar de tambalearse.

—No. Que sigan.

—Está bien. ¿Quieres otra cerveza?

Pike negó con la cabeza.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó Elvis.

—¿Sobre qué?

—Estamos metidos en esto porque quieres ayudar a esa mujer. Y me parece muy bien, pero ahora quizás hayan cambiado las cosas...

—Ella sigue necesitando ayuda.

—Vale. Si es lo que quieres...

—Sí, es lo que quiero.

El gato agitaba el rabo a una velocidad frenética, y sus ojos eran dos ranuras peligrosas.

—Lo siento, tío —dijo Cole.

Su teléfono sonó. Cole no pensaba contestar, pero quiso darle algo de tiempo a Pike. Cubrió la parrilla y entró a buscar el móvil. Cogió el receptor un segundo antes de que saltara el contestador y habló por encima de la grabación.

—Eh, estoy aquí. No cuelgue... Voy a parar esto.

—¿Señor Cole?

Cole no reconoció la voz de aquel hombre.

—Sí, soy yo. ¿Quién es?

—Me llamo Charles Laine. Usted estuvo hoy en mi casa, en el canal. Habló con mi ama de llaves de mi sistema de vigilancia.

Cole miró hacia el exterior para ver dónde estaba Pike, pero este había abandonado la barandilla.

—Sí señor. Gracias por llamarme.

—No, tranquilo. ¿Es por la investigación policial? La policía vino ayer.

—Sí, señor, es lo mismo, pero yo no soy policía. Soy investigador privado con licencia, trabajando en un caso privado.

—Ya lo sé. Tengo su tarjeta. Irma dice que usted me preguntó si grabamos lo que recoge la cámara.

Cole miró al otro lado de la terraza, pero tampoco veía allí a Pike.

—Sí, señor. Estamos intentando identificar a dos hombres que quizá pasaran por su casa ayer por la mañana.

—Tal vez pueda ayudarle. El sistema que tengo sí que graba, pero no estoy seguro de que se vea el trozo de calle suficiente. Se ve una parte, sí, pero la cámara está enfocada para grabar a la gente que se acerca a mi puerta.

—Ya entiendo. ¿Podría echarle un vistazo a lo que tenga?

—Claro. Intentaré hacer una copia esta noche. Nunca lo he hecho antes, pero tengo un librito de instrucciones por alguna parte... Si funciona, se la daré mañana. Si no, igual tiene que venir usted aquí.

—Eso sería estupendo, señor Laine. Muchísimas gracias.

Cuando Cole colgó al final, salió a la terraza. Quería compartir la única buena noticia que había tenido aquel día, pero cuando salió, Joe Pike se había ido.

—¿Joe?

El gato tampoco estaba.

—¿Joseph?

El cañón se tragó su voz.

Cole volvió a la barandilla. Mucho más abajo, las primeras luces parpadeantes titilaban en la sombra. La oscuridad se iba acumulando en los oscuros tajos como una niebla morada, e iría trepando a medida que moría el sol hasta que acabara consumiéndolo. Pero ahora no, todavía no.

—No va a pasar nada, colega. Solo duele durante un tiempo...

Su voz era un susurro destinado solo a sí mismo.

Luego el gato gruñó, en algún lugar a su derecha y por debajo, en el promontorio. Empezó muy bajo pero fue aumentando de volumen, como un terrible grito de guerra, hasta que llenó todo el cañón con un angustioso gemido, como si estuviera sufriendo. Cole pensó que era el gato. Estaba bastante seguro de que era el gato.

Se inclinó por encima de la barandilla, intentando ver. Se estiró todo lo que pudo, intentó encontrar al gato escuchando su maullido, pero no vio nada. El animal estaba allí, pero tan bien escondido que no era capaz de encontrarlo.

A veces quieres ayudarles pero no puedes.