16
La comisaría era un edificio moderno y bajo, de ladrillo, rodeado por un muro y unos esbeltos pinos en Culver Boulevard, a un kilómetro y medio de la casa de Pike. Un asta con la bandera americana se erguía orgullosamente ante ella, al otro lado de un tablero que anunciaba un fiador. Las casitas de clase media que se alineaban en el bulevar eran limpias y atractivas. Esos barrios, como la propia comisaría, hacían que resultase difícil de creer que a menudo las guerras entre bandas rivales llenaban la calle de sangre a solo unos minutos de distancia.
Pike aparcó junto a la bandera a las 15.07. La guardia cambiaría a las 16.00, de modo que cualquier detective que no estuviera en el tribunal o sobre el terreno se encontraría dentro acabando su jornada. Necesitaba saber si Button era uno de ellos.
Llamó a Información de la comisaría para averiguar el número del detective, y luego marcó ese número.
—Pacific. Detective Harrison al habla.
—Soy Dale King, de administración. ¿Está ahí todavía Button?
Llamaba al nuevo edificio administrativo, que había reemplazado al centro Parker.
—Sí, no cuelgue, voy a buscarle —contestó Harrison.
Pike esperó hasta que la detective lo puso en espera, y entonces colgó. Creyendo que Button se negaría a verle, fue caminando en torno a la comisaría por el aparcamiento civil, y luego saltó un muro bajo y se dirigió a la estructura de aparcamiento de dos pisos donde guardaban sus coches los oficiales. No le gustaba perder el tiempo, pero no tuvo que esperar mucho.
Catorce minutos más tarde Button salió de la parte trasera de la comisaría con otros detectives y oficiales de uniforme de camino a sus coches. Llevaba un maletín, la chaqueta y la corbata en el otro brazo, y vestía una camisa azul claro con manchas de sudor en las axilas. Portaba también un pequeño revólver sujeto al cinturón.
Pike estaba detrás de una columna cuando pasó Button, dirigiéndose a su furgoneta Toyota color marrón claro. Se cambió la chaqueta del brazo derecho al izquierdo, y estaba buscando las llaves cuando Pike apareció ante él, saliendo de detrás de la columna.
—Button...
Este dio un salto a un lado. Buscó su pistola, dejando caer el maletín y las llaves que acababa de sacar de la chaqueta. Pike levantó ambas manos con calma, mostrando las palmas.
—No pasa nada.
Si Button se sintió violento por su reacción, no lo demostró. Recogió el maletín y las llaves y siguió andando hacia su furgoneta.
—Esta es una zona de aparcamiento para la policía. Vete de aquí.
—Los han raptado.
—¿De qué coño estás hablando?
—Wilson Smith y Dru Rayne. Han desaparecido.
Button abrió la puerta del coche y arrojó la chaqueta y el maletín dentro.
—Se han ido a Oregón, tío. Y otra cosa: Straw está que echa humo. No me importa demasiado, porque es un federal chulo y creído; probablemente te odia más que yo.
—Reuben Mendoza y otro hombre que quizá fuese Gomer han estado en casa de Wilson y Dru a las 8.45 esta mañana. ¿A qué hora ha llamado Smith?
Button ya tenía una pierna metida en la furgoneta, pero salió de nuevo, mirando a Pike con los ojos entrecerrados.
—¿Cómo sabes que me ha llamado?
—Por Hydeck. Estaba en la tienda de Smith cuando hablaste con ella. De ahí fui a la casa de ellos.
—¿De verdad?
—Tienen una cancela delante que hay que atravesar para llegar a la vivienda. El chico de la puerta de al lado ha visto a Mendoza y a otro tío entrando por esa cancela a las 8.45. Se llama Jared Palmer. Habla con él.
Pike vio la tensión en la cara de Button mientras este comparaba el odio que sentía por Pike con lo que estaba oyendo, como si tuviese que trepar una pared antes de poder seguir adelante. Finalmente se alejó un poco, dejando abierta la puerta del Toyota.
—¿Cómo sabe el chico que era Mendoza?
—No lo sabe. Le he enseñado esto. —Sacó la foto. Button le echó una mirada pero no la tocó.
—De uno a diez, ¿en qué medida está seguro?
—Un diez.
—¿Está seguro de la hora?
—La madre ha relacionado los hechos con el programa Today. Jared salió a buscar un batido de chocolate un poco después de las ocho y volvió pocos minutos después de la pausa de la media hora. Eso sitúa a Mendoza allí al menos a las ocho cuarenta y cinco. ¿Cuándo has sabido algo de Smith?
Button miró de nuevo la foto y esta vez dedicó un rato a examinar cuidadosamente a Mendoza.
—¿Y el segundo hombre? ¿Era Gomer?
—No tenía una foto de Gomer. ¿A qué hora has hablado con Smith?
—Sobre las nueve, justamente aquí mismo, quizás un poco más tarde —contestó Button. Frunció el ceño pensando en todo aquello y lo que podía significar si era cierto, pero aun así no quería aceptarlo. Meneó la cabeza—. No, no es posible. No dijo nada de eso.
—Quizá Mendoza le estaba apuntando con una pistola a la cabeza.
—No, imposible. El chico está equivocado.
—Ha visto el yeso, y eso no se lo he dicho yo, Button. Me ha dicho que el hombre iba enyesado. Lo ha visto entrar por la cancela a las 8.45.
Button miró de nuevo la foto, como si todavía no consiguiera verla con claridad.
—He hablado con él. Estaba bien.
—No si Mendoza estaba allí.
Button enrojeció y sus ojos se encogieron como si fueran dos bolitas oscuras.
—¿Me estás diciendo que he pasado algo por alto?
—¿Lo has hecho?
La academia enseñaba a los oficiales que la gente que afirma cosas bajo coacción ofrece señales reveladoras. Son deliberadamente lacónicos y dubitativos porque tienen miedo de decir algo erróneo. La estructura de sus frases a menudo es confusa o repetitiva por el mismo motivo, y su voz suele temblar o romperse debido a la contracción del esófago, causada por la adrenalina que fluye por su organismo.
—Te digo que estaba bien. No parecía un tipo que tiene una pistola en la cabeza. Ni siquiera ahora, recordándolo, me parece que hubiese ninguna de las señales.
—Entonces olvidemos las señales. ¿Qué ha dicho?
—Que la gente como nosotros (y eso nos incluiría a mí y a ti, Pike, a quien ha mencionado específicamente) no hacíamos más que empeorar las cosas, costarle una fortuna, y que les iban a matar por nuestra culpa. ¿Quieres más? Me ha dicho también que me metiera a Mendoza y todo el resto de Los Ángeles por el culo.
Button iba gritando cada vez más, de modo que tres oficiales que pasaron se quedaron mirando. Esperó hasta que se hubieron ido para seguir hablando, pero sus ojos seguían furiosos.
—Pero ¿a ti qué coño te importa, de todos modos? No es asunto tuyo.
—Como dijo Smith, quizá lo haya empeorado.
Button apartó la vista como si se sintiera incómodo de repente.
—¿Por qué crees que han desaparecido?
—Eres la última persona con la que han contactado. Mucha gente les ha intentado llamar, pero no responden y no han devuelto las llamadas.
—Eso no significa nada. Puede haber cien motivos diferentes para eso.
—Por ejemplo que Mendoza pasó por su puerta.
Button se quedó de nuevo mirando el suelo, y luego suspiró.
—El tío estaba enfadado, ¿vale? Pero sonaba natural; solo enfadado y desahogándose. Me ha dicho lo que le han hecho en la tienda, lo de las cabezas y todo eso, y que se iban a Dodge unas semanas para dejar que las cosas se enfriasen.
—Oregón.
—Han dicho que tenían amigos allí. Y ya está. Aunque aceptase que Mendoza estaba en su puerta, nada de lo que ha dicho el tío llama la atención. No intentaba transmitir ningún mensaje oculto. No había ninguna súplica sutil de ayuda. No lo veo.
Pike se creyó la afirmación de Button sin dudar, aunque su descripción de la llamada no cuadraba con la presencia de Mendoza. Pike había esperado alguna insinuación o pista de lo que había ocurrido y de dónde podían estar.
—Entonces, ¿qué hacía Mendoza en su casa? —dijo.
Button suspiró, y Pike supo que se estaba preguntando exactamente lo mismo.
—¿Cómo se llama el chico?
—Jared Palmer. Vive en una casa blanca moderna, al lado de la de Smith.
Button se sacó un bloc y bolígrafo de su bolsillo y lo apuntó.
—Bien. Llevaré la ficha con las fotos de Gomer. —Se metió de nuevo el bloc en el bolsillo, pero no parecía demasiado contento—. ¿Te ha dicho lo del yeso él solo? ¿No le has dicho nada tú primero?
Pike negó con la cabeza, y Button frunció el ceño.
—Putos gilipollas. Mendoza se enfrenta a una acusación por agresión que sabe que el fiscal agravará a lesiones, y no es capaz de dejar las cosas...
Pike sabía a qué se refería Button, pero no dijo nada porque sus pensamientos eran demasiado oscuros. Las cárceles estaban llenas de asesinos convictos a los que habían servido un muslito de pollo cuando querían un cuarto, o que creían que les faltaban al respeto cuando una mujer no les hablaba en un autobús, o que estaban convencidos de que un camarero les ignoraba. Cuando un hombre se sentía frustrado o furioso, cualquier razón bastaba.
Button empezó a alejarse pero luego volvió. Pike vio que todavía tenía la foto de Mendoza. Se la tendió, pero, cuando fue a cogerla, Button no la soltó.
—Supongo que no recuerdas las normas, ya que devolviste la placa. Si tenemos que acusar a ese idiota has eliminado al chico, Jared, como testigo. Al haberle enseñado una foto como esta, su abogado alegará que tú convenciste al chico de que el hombre al que vio era Mendoza, aunque hubiese visto a otro. Y el juez lo aceptará.
Button soltó la foto y volvió a su furgoneta.
Pike sabía que tenía razón, pero el caso no le importaba nada. Lo que le importaba era Dru Rayne.
Estaba a mitad de camino hacia su Jeep cuando llamó Elvis Cole.