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No esperaba que le llamase tan pronto.

Veintidós minutos después de las ocho de la mañana siguiente, Pike iba en su coche a la armería cuando sonó su teléfono. No reconoció el número entrante, pero de todos modos respondió.

—Pike.

—Han vuelto. Me dijo usted que le llamase, pero no sabía si debía hacerlo o no...

Era Dru Rayne.

Pike echó un vistazo al reloj para ver la hora, y luego dio la vuelta hacia la tienda de bocadillos, pensando que podía alcanzarla en menos de seis minutos.

—¿Están en la tienda ahora? —Oyó voces tras ella y pisó a fondo el acelerador—. ¿Señorita Rayne? ¿Está bien?

—Han roto el escaparate y... sí, sí, estoy bien. Supongo que fue anoche. Ay, Dios mío, lo siento mucho, no tendría que haberle llamado. Wilson es... Lo siento, tengo que dejarle.

Pike soltó el acelerador, pero siguió dirigiéndose a la tienda, y una vez más aparcó junto a la gasolinera al otro lado de la calle. Dejó su Jeep y se fue a la acera para obtener una mejor visión. El escaparate delantero de la tienda había desaparecido casi por completo, y la puerta principal estaba abierta del todo, sujeta con un cubo de basura. Un joven con un palo rompía tranquilamente lo que quedaba del cristal, quitándolo del marco. Cerca se encontraba una mujer que llevaba un vestido color turquesa señalando hacia los trozos de cristal que quedaban, como si le fuera indicando cuál romper a continuación. Unas sombras se movían en el interior, pero Pike no sabía si Dru Rayne era una de ellas.

Examinó la zona circundante, pero no vio a nadie que le pareciera sospechoso. Mendoza todavía estaría en la cárcel esperando la comparecencia ante el juez; probablemente los que estaban detrás de aquello eran los amigos de la banda de Gomer o Mendoza, que se vengaban por su arresto.

Pike fue andando por la acera para ver mejor los edificios de los alrededores. Nadie atrajo su atención, pero su alarma interna sonó repentinamente al notar el peso de unos ojos que le contemplaban. Conocía a jóvenes soldados recién llegados del desierto que llamaban a eso «sentido arácnido», como en las películas de Spiderman. Decían que si uno pasa en el desierto el tiempo suficiente desarrolla un sexto sentido, como si te picasen hormigas enfurecidas cuando estás en el punto de mira. Pike había recorrido selvas, desiertos y todo lo que un hombre puede recorrer durante la mayor parte de su vida, y ahora notaba ese escozor. Dio entonces una vuelta completa de trescientos sesenta grados, poco a poco, observando los escaparates de las tiendas, los tejados y los coches que pasaban, pero no vio nada. La sensación fue menguando como la marea que retrocede, hasta que desapareció.

El hombre de la gasolinera salió de su oficina cuando Pike volvió a su Jeep. Parecía preocupado.

—No lo dejará aquí, ¿verdad? Dejó usted inutilizado el surtidor de gasolina más de una hora ayer.

—No, hoy no.

El hombre pareció aliviado.

Pike se subió en el coche y se fue al callejón que había detrás de la tienda de Wilson; aparcó junto al Tercel y entró en el local.

Wilson y Dru estaban en la habitación delantera, junto con un joven y la mujer del vestido turquesa. Las mesas que normalmente estaban situadas junto al escaparate se encontraban apartadas a un lado. Dru estaba junto a ellas, hablando por teléfono mientras Wilson barría trozos de cristal hacia un cartón que el chico usaba como recogedor. Wilson había sido fiel a la palabra que dio a las sanitarias de que no iba a quedarse en el hospital. Una venda amarilla y cuadrada le cubría la mitad de la frente.

La mujer del vestido suplicaba a Wilson.

—¿Quieres hacer el favor de escuchar a Dru? No deberías hacer esto. Se te caerá el cerebro.

—Mejor. Así acabará mi sufrimiento.

Pike vio que los vándalos habían hecho algo más que romper el escaparate. Una enorme salpicadura de pintura verde llenaba el suelo, y otro borrón verde formaba un extraño arcoíris en la pared que había detrás del mostrador.

Dru fue la primera que vio a Pike. La sonrisa bailó en sus ojos, y luego levantó un dedo para indicarle que tenía que acabar la llamada. A continuación lo vio Wilson, y empujó furiosamente para colocar los cristales en el cartón.

—Mire todo esto. ¿Lo ve? Le dije que echase a ese desgraciado, sin más, pero no... Ahora esos gilipollas quieren vengarse de mí.

La mujer del vestido turquesa se dirigió al chico que sujetaba el cartón.

—Ethan, cuidado con ese cristal. Cuidado, no te cortes.

Dru acabó la llamada enseguida y se acercó, haciendo un gesto con el teléfono.

—Eran los cristaleros. Dicen que vendrán en cuanto puedan.

Wilson barrió con más fuerza.

—¿Y lo harán gratis?

Pike estaba concentrado en Dru. Se había puesto unos pantalones cortos y una camiseta desgastada, en sus prisas por llegar a la tienda, y tenía el pelo alborotado y los pies manchados de verde. Pike pensó que sus bonitos ojos parecían preocupados aquella mañana, pero no podía dejar de mirarla... como si fuese un libro que él quisiera leer.

—¿Está bien?

Aquella sonrisa de nuevo, rápida y tranquilizadora... Dru se acercó un paso más.

—Sí, estoy bien. Gracias por venir. No quería hacerle perder el tiempo...

—Tendría que haber llamado a la policía.

Dru miró a la mujer del vestido turquesa.

—Ya han estado aquí. Betsy ha visto los cristales rotos cuando ha llegado esta mañana y ha llamado a la policía incluso antes de llamarnos a nosotros.

La mujer se presentó.

—Betsy Harmon, de la tienda de al lado. Fue increíble cómo salvó usted a Wilson.

—Nadie me salvó. Yo lo tenía todo controlado —dijo el aludido.

Betsy levantó las cejas.

—Tú alégrate de que salvara tu culo canijo y dame las gracias por haber llamado a la policía esta mañana. Necesitarás el informe para el seguro.

Wilson lanzó un bufido mientras ayudaba a Ethan a tirar a la basura los cristales rotos que llevaba en el cartón.

—No tenemos seguro, señora mía. Pagamos según vamos haciendo, pasito a pasito. El dinero no crece en los árboles. —Le guiñó un ojo a Pike—. ¿Sabe cuánto me costará lo de emergencias?

Wilson respiraba fuerte. Pike pensó que quizás había dejado el hospital contra el consejo del médico, pero allí estaba, arreglando su tienda. Le gustó eso, y supo que él seguramente habría hecho lo mismo. Se volvió hacia Dru.

—¿Falta algo?

—No, la policía ya nos ha hecho mirar. Solo han roto el escaparate y tirado la pintura. No creo ni que hayan entrado.

—Eran los mismos policías de ayer; la chavalita mexicana, ¿cómo se llama? —dijo Wilson.

Dru frunció el ceño.

—A la oficial Hydeck probablemente no le guste que la llamen mexicana. Ni chavalita.

—Se supone que lo se dirá a los detectives, aunque la verdad, no creo que sirva para nada. Yo le he dicho: «¿Sabe qué?, mejor hágame un favor y no se lo diga. Tendría que haber visto a esos idiotas que vinieron al hospital». —Wilson dejó de barrer y miró a Pike—. ¿Por qué me preguntaron tantas cosas sobre usted? Estaban más interesados en usted que en mí. Así no encontrarán nunca al idiota que hizo esto.

Dru levantó los ojos hacia Pike.

—Ha tenido que hacerlo el hombre al que arrestaron, ¿no? Ese tipo y su amigo.

Pike explicó que Mendoza todavía estaba en custodia, lo cual dejó a Wilson muy disgustado.

—No importa si fue él, si fueron sus amigos o sus malditos parientes. Espere y verá. Cuando salga, vendrá aquí y lo romperá otra vez él mismo.

Wilson levantó la escoba y continuó barriendo, pero dudó como si hubiese perdido el hilo de sus pensamientos. Luego se dio la vuelta lentamente y se tambaleó. Dru chilló:

—¡Wilson!

Ethan fue el primero que llegó y lo cogió, tambaleándose bajo el peso muerto del hombre, mientras Pike lo agarró por los brazos. Wilson se agarró a una mesa para apoyarse y se sentó en un taburete.

—Estoy bien. Dejad que me siente...

Dru estaba pálida.

—Vamos, tranquilízate. Respira. Cálmate un poco, te voy a llevar a casa.

Él le apartó las manos, pero Pike le cogió las muñecas y se metió entre ellos. Wilson intentó apartarlo pero no pudo. Pike le habló con voz suave:

—Se va a hacer daño. ¿No lo ve?

El hombre levantó la vista y lo fulminó con la mirada, pero Pike no se apartó ni lo soltó: lo sujetó hasta que se relajó. Finalmente lo soltó, y Wilson apartó los ojos.

—Ya vienen los cristaleros. Tenemos que limpiar todo esto. En cuanto se arregle todo este follón me voy a casa, pero dejadme descansar un rato, por favor.

Pike miró a Dru y luego les dejó algo de espacio.

Salió por la puerta principal y se quedó de pie en la acera. Pensó en la policía. Hydeck era una buena oficial, pero aquel no era el crimen del siglo. Button y Futardo debieron de emitir la orden sobre Alberto Gomer el día anterior; quizá visitaron su última dirección conocida, o quizá no, pero si Gomer no abrió la puerta no debieron de perder demasiado tiempo con un caso de atraco. Quizá le hubiesen pasado el tema a patrulleros como Hydeck y McIntosh. El retrato de Gomer se habría distribuido al repartir el trabajo junto con fotos y órdenes de detención de violadores, asesinos, pedófilos y otros criminales peligrosos que se creía que podían estar en la zona. Hydeck y McIntosh probablemente habían dejado caer unas palabras entre las bandas de Venice que conocían, preguntando por actos de vandalismo y diciéndoles que era mejor que no volviera a ocurrir, pero la investigación no habría ido más lejos. Estaban demasiado ocupados persiguiendo a violadores y asesinos.

Pike examinó los edificios, coches y tejados de nuevo. Esperaba notar la sensación de que le observaban, pero no sentía nada, así que volvió adentro. Miró a Wilson primero y luego a Dru.

—Esto no volverá a ocurrir.

Wilson puso mala cara.

—¿Es usted un adivino? ¿Cómo sabe que no volverá a ocurrir?

—Porque hablaré con ellos.

Wilson se echó atrás en el taburete como si Pike no fuese más listo que los gilipollas que fueron a verle al hospital.

—¿Sabe qué? Déjelo ya, ¿vale? La cosa ya está hecha, y no sabemos quién ha sido, así que no lo empeore. —Hizo una seña hacia Betsy—. Entre tú y este, al final vais a conseguir que me asesinen.

—No seas idiota —contestó Betsy.

Dru se quedó mirando preocupada a su tío, luego se alejó y se dirigió al almacén. Pike la siguió y la encontró llorando. Cerró los ojos con fuerza y luego los abrió, pero las lágrimas no desaparecieron.

—Es un hombre imposible. Ha resultado muy difícil intentar salir adelante en este sitio, y ahora encima tenemos a esa gente. —Cerró los ojos de nuevo y levantó una mano, como deteniéndose a sí misma—. Lo siento.

Pike le tocó el brazo. Le dio un sencillo toque y luego bajó la mano.

—No pasa nada.

—Llevo años diciéndome eso a mí misma.

—Esta vez es diferente.

Pike volvió a su Jeep y una vez más miró la hora. Gomer estaba desaparecido, pero Pike sabía dónde encontrar a Mendoza. Seguramente lo habrían llevado a la comisaría de policía de Pacific Community, esperando su acusación formal después de darle el alta del hospital. La oficina del fiscal del distrito tenía cuarenta y ocho horas para formular una acusación contra él a partir del momento de su arresto, pero Pike sabía que probablemente lo habrían puesto el primero de la lista a causa de su herida. Eso significaba que era posible que aquel mismo día, en algún momento, formularan la acusación. Si había algún tipo de fianza, lo soltarían.

Pike llamó a su armería. Tenía cinco empleados, dos a tiempo completo y tres que habían sido agentes de policía. Un hombre llamado Ronnie dirigía la tienda, y llevaba mucho tiempo con Pike.

—¿Te las podrás arreglar sin mí esta mañana?

—Sí. ¿Por qué?

—Ha surgido algo. Voy a estar ocupado un tiempo.

—Tómate el tiempo que necesites. Haz lo que te parezca.

—¿Puedo pedirle a Liz que me haga un favor?

—Si está disponible... ¿Qué necesitas?

La hija menor de Ronnie era fiscal antibandas de la oficina del fiscal de Compton. Pike le explicó lo de Reuben Mendoza, que esperaba en la comisaría de Pacific para su aparición ante el tribunal.

—Probablemente presenten una acusación formal hoy, pero quizá se lo queden hasta mañana. ¿Puede averiguármelo?

—¿Dónde puedo encontrarte?

—En el móvil.

—Te llamo enseguida.

Ronnie lo llamó ocho minutos más tarde.

—Es hoy, lo han llevado esta mañana. Será en el juzgado del aeropuerto, en Hawthorne. ¿Necesitas alguna ayuda?

—No, estoy bien.

Pike cerró su teléfono y se fue a cazar a Reuben Mendoza.