CAPÍTULO XV
La hora del adiós
No luchemos contra la fuerza de la necesidad, sabemos que es inexorable.
Esquilo, Prometeo encadenado
Carlo Bourlet ha muerto.
Zamenhof llegó a tiempo a la ceremonia de despedida, el 16 de agosto de 1913. Está con la cabeza baja, los ojos medio cerrados, los dedos entrecruzados, entre las tumbas del cementerio de Montrouge. Desgarrado por el dolor.
Aún no se ha echado la primera paletada de tierra sobre el ataúd del amigo que se va. El amigo viejo y querido, el apasionado defensor del ideal de la estrella, ha fallecido demasiado pronto, a la edad de cuarenta y siete años, víctima de un estúpido accidente. Alrededor de la fosa donde yace Bourlet ahogándose en el silencio eterno, muchos esperantistas franceses y de otros países, que han venido a rendirle homenaje, prometen que lo mantendrán vivo mientras perdure su memoria. El eminente matemático nacido en Estrasburgo, autor de veinte libros de matemáticas, álgebra y geometría, conocido por todos los estudiantes franceses, no será olvidado, pero, con el profesor en la Escuela Superior de Artes y Oficios, no se olvidará tampoco a la persona alegre que por su elocuencia, capacidad de convicción y entrega sin límites, supo atraer al esperanto a muchas personas, intelectuales, jóvenes y viejos, que admiraron su espíritu innovador y su capacidad de trabajo. Íntimo amigo del «majstro», quien escuchaba de buen grado sus opiniones y consejos, Bourlet era el combatiente ejemplar, el ayudante fiel del general Hippolyte Sebert con el que formó la vanguardia del esperantismo francés. Su fidelidad incondicional al movimiento hizo de él modelo de lealtad para todos los esperantistas[1].
La fatalidad golpeó a Carlo Bourlet el 12 de agosto en Annecy. Una espina de pescado tragada casualmente, un absceso en la garganta, unos cirujanos que hicieron, en vano, todo lo posible y la muerte del paciente algunas horas después.
Tan pronto como recibe la noticia, Zamenhof se pone en camino, interrumpe su recuperación en Bad Neuenahr, entre Colonia y Coblenza, y emprende el viaje en el primer tren a París. En Montrouge, conmovido y lloroso, pronuncia un homenaje corto y emocionado al científico, al matemático, al brillante pedagogo, al combatiente social, al hombre del que el mundo esperantista todavía podía esperar mucho:
“Estoy consternado; cada vez que he pensado en la suerte del esperanto, en su progreso, en su lucha, en sus esperanzas para el futuro, siempre aparecía ante mí en primer plano la figura de Bourlet. Aunque se trabajó mucho por el esperanto antes de Bourlet, desde el momento en que se afilió a nuestro grupo, entró nuestra causa una energía nueva. […] Su importante firmeza dio al entonces todavía débil esperanto un apoyo potente y un fuerte impulso. Emprendió una serie de conferencias que no eran sólo teóricas; cada una originaba la fundación de un grupo esperantista. […] A su iniciativa, instigación y ayuda incansable, debemos un gran enriquecimiento de nuestra literatura y la aparición de las obras más importantes en y acerca de nuestro idioma; a su iniciativa y enérgico trabajo debemos la fundación de instituciones importantes, como por ejemplo la Asociación Científica Internacional entre otras. No sólo trabajó en su país y en su ciudad, sino en otros muchos lugares donde se necesitaba ayuda, o donde surgía algún peligro para nuestra causa. Bourlet, incansable ayudante de nuestro querido general Sebert, siempre estuvo dispuesto con su trabajo y ayuda […]. Los organizadores de los congresos de esperanto saben muy bien cuánto trabajó Bourlet, antes, durante y después de los congresos. En 1914 Bourlet aparece ante nosotros como el organizador directo del congreso de su propia ciudad, París; […] prometió que el congreso sería grandioso […] pero la muerte implacable dijo su última palabra.
[…] No todos los esperantistas saben cuánto debe nuestra causa a nuestro difunto amigo. Pero con el tiempo, todos los esperantistas entenderán lo importante que fue el trabajo de Bourlet, y entonces su memoria se honrará demasiado tarde para recompensar la ingratitud que sufrió por parte de algunos, mientras vivía […]
¡Oh, Espíritu de nuestro querido amigo y camarada en la lucha, acepta mi último adiós y, a través de mí, el de todos los «samideanoj» para los cuales trabajaste con tanta abnegación!”
Que siga viva, que siga prosperando la única de las incontables lenguas construidas por el hombre, se debe a Bourlet, se debe a todos estos pioneros que, desde hace un cuarto de siglo, se han relevado al timón. Con paso lento y cansado, Zamenhof, pensando en ellos, se aleja de la sepultura, sobre la que se amontonan ramos de flores y coronas. Al volverse lanza aún una última mirada de despedida al que ahora abandona junto a otros entusiastas trabajadores, ya inscritos en la historia del esperanto. Sus nombres acuden a su memoria: Einstein, Trompeter, Wasniewski, Javal, el inglés W.T. Stead[2], desaparecido en el naufragio del Titanic la noche del 14 al 15 de abril de 1912, después el Dr. Henri Dor, muerto en octubre, y el ingeniero alemán Rudolf Diesel[3], inventor del motor que tomó su nombre, gran admirador del esperanto, y, ahora, Bourlet: tú que diste vida a la «lingvo internacia», ahora es ella la que te hará vivir a ti. El recuerdo acompañará a Zamenhof al congreso de Berna, donde es recibido el 24 de agosto por los «samideanoj» con el fervor habitual. Sin embargo, nada más llegar, intentó huir de toda clase de formalidades. Se mezcló lo más discretamente posible con los 1015 delegados de treinta países[4]. El lingüista René de Saussure preside, y en su discurso inaugural anuncia que después del retiro de Zamenhof en Cracovia, el esperantismo ha entrado en una nueva etapa. Llamado a la tribuna y saludado con una gran ovación, vive unos minutos emotivos cuando se le da una medalla de oro en nombre de todos los congresistas. A pesar de estar retirado de la dirección, se siente obligado a decir unas palabras:
“El esperanto ya no depende de un solo hombre para triunfar, ni de un único grupo. Unos vienen, otros se van, pero el esperanto seguirá su camino hasta que el ideal de una lengua internacional, que unirá a todos los pueblos con un vínculo de comprensión mutua, sea realizado victoriosamente para el bien de la humanidad”.
Una verdad que el Doktoro Esperanto transmitió a las generaciones de esperantistas hasta hoy, y contra la que, según él, sería inútil luchar.
Entre aplausos, Zamenhof vuelve a su sitio en el patio de butacas junto a Clara y sus tres hijos. Adam y Sofía han venido de Lausana, donde estudian Medicina y, para que la reunión familiar fuera completa, los padres llevaron consigo a Lidia, la más joven. Tenía nueve años, la niña conocía algunas palabras en esperanto; las más útiles según ella, palabras como «ĉokolado» (chocolate) y «bonan nokton» (buenas noches); rechazó aprender más, pero para participar en el viaje y asistir al congreso esperantista en Berna sin aburrirse demasiado, —le dijo a su mamá— siguió un curso intensivo de esperanto: en seis semanas aprendió lo suficiente —¡es posible!— para que no la dejasen en casa. Y hoy Lidia está muy contenta de estar aquí, muy orgullosa de ser la hija del famoso señor al que todos admiran.
¿Significa la asistencia de la familia Zamenhof que el padre del esperanto deseaba manifestar públicamente, en el congreso de Berna, que tiene intención de alejarse un poco del movimiento para ocuparse más de su familia y de sus asuntos privados?
Así lo interpretaron algunos congresistas. Sin embargo, aunque ahora desempeña el papel de marinero anónimo en vez del de capitán, Luis sigue mostrando buena voluntad y nunca rehuye, cuando se le pide ayuda. Si se le consulta, está dispuesto a dar su opinión o aceptar las propuestas. Si se le informa de los acontecimientos más nimios, hace comentarios, pero recomienda, que los informes sean enviados a todos automáticamente. ¿Irá al congreso de París en 1914? Salvo su estado de salud, no ve nada que pudiera impedirle estar allí. ¿Qué opina del congreso universal en Edimburgo en 1915, como se prevé en Berna? No tiene nada que objetar. Y ¿sobre el congreso otra vez en los EE.UU.? Muy buena idea, opina, ya que volvió de Washington con muy buenos recuerdos. Siguió con interés los constantes progresos del esperanto en los EE.UU., sabe que el idioma cuenta allí cada vez con más amigos. Después de la fundación de los primeros grupos en 1905 en Nueva York, Filadelfia y Boston, nacieron otros muchos en Chicago y principalmente en Seattle, desde donde el esperanto se irradia a lo largo de la costa norte del Pacífico. Entre 1906 y 1908, un famoso periodista estadounidense, George Brinton McClellan Harvey, futuro embajador de los EE.UU. en Gran Bretaña, hizo propaganda del esperanto en el North American Review. A consecuencia de ello aparecieron muchos nuevos adeptos y simpatizantes, entre ellos grandes personalidades[5].
Zamenhof todavía cree realmente en su propio futuro esperantista, pero ha apostado de una vez por todas por el futuro del movimiento mismo y por esta obra de aproximación de los pueblos que, sin duda, tiene que desembocar en un triunfo total. ¿No ha asistido por la tarde, en el Casino de Berna, a una escena altamente simbólica? Después de que el abogado alemán Schiff hablara fervientemente de la amistad francoalemana, el general Sebert corrió hasta él para darle la mano, y también el coronel irlandés Pollen lo saludó mientras los congresistas, a coro, cantaban La Espero. Lo que un trío de esperantistas hermanados puede hacer, lo puede hacer todo el mundo. ¡Ése es el credo del Doktoro Esperanto! En esta tierra pacífica de Suiza, no puede imaginar, en 1913, que pronto empezarán a tronar los cañones en Europa…
Precisamente ese mismo año Zamenhof habría deseado convocar un congreso sobre «homaranismo» en esa tierra hospitalaria, Suiza, como alguna vez había sugerido Javal. De ello informó a Bourlet, que le persuadió a rechazar el proyecto. Grabowski opinó lo mismo: Suiza permitiría el congreso, pero ¿cree Luis que alguien aceptaría participar? ¡La hora del «homaranismo» no ha llegado todavía! Sin embargo, liberado de la responsabilidad y de las obligaciones impuestas por el movimiento esperantista, intentó un tímido retorno al «homaranismo» por medio de un librito que publicó en Madrid en 1913, tras la negativa de Hachette a publicarlo. Los principios del «homaranismo», anteriormente definidos en publicaciones anónimas, se expusieron otra vez, esta vez con la firma del Dr. L. L. Zamenhof. Pero el autor intentó concretar su pensamiento en un lenguaje simple y moderno, esperando hacer comprender mejor al lector sus conceptos religiosos personales.
“Puedo llamar por el nombre de Dios o por otro nombre a la fuerza más alta, incomprensible para mí y que es la causa de las causas en el mundo material y moral, pero soy consciente de que todos tienen el derecho a imaginar la esencia de esa fuerza tal y como les dicta la prudencia y el corazón o las enseñanzas de su Iglesia. Nunca debo odiar o perseguir a alguien porque su fe en Dios sea distinta a la mía.
Soy consciente de que la esencia de los verdaderos mandatos religiosos radica en el corazón de los hombres, en su conciencia, y de que el principio fundamental de esos mandatos es: haz con los otros lo que deseas que los otros hagan contigo; todo lo demás de la religión lo veo como añadidos que cada hombre, conforme a su credo, tiene el derecho de considerar como obligaciones impuestas por la palabra de Dios, o como comentarios que, mezclados con leyendas, nos dieron los grandes maestros de los diversos pueblos y como costumbres establecidas por la gente y cuya realización, o no, depende de nuestra voluntad.
Si no creo en ninguna de las religiones reveladas existentes, no tengo que permanecer en ninguna de ellas sólo por motivos étnicos, y con mi permanencia equivocar a la gente por mis propias convicciones y perpetuar la separación de las razas durante interminables generaciones, sino que debo llamarme librepensador abierta y oficialmente —si las leyes de mi país lo permiten—, sin identificar el pensamiento libre especialmente con el ateísmo, pero reservando a mi creencia una libertad total”.
Los valores del Dr. Zamenhof, visionario independiente y experto conocedor del alma humana, se definen en un artículo en el que había trabajado mucho, y que después no había querido enviar a algunos grandes periódicos internacionales:
“De las personas que creen que su religión es la única y la verdadera revelada por Dios, no podemos hablar, ya que no podemos ni queremos obligar a nadie a dejar su credo; además, ni siquiera sufren la división de la humanidad, ya que la feliz sensación de que ellos son los únicos que tienen la verdad divina, les recompensa con creces de los grandes sufrimientos. Pero existe hoy un gran número de personas, que desde hace tiempo han dejado de creer en los dogmas particulares de una u otra Iglesia, que no se distinguen unas de otras por su fe personal y a las que, por tanto, la religión no debería en ningún caso separar, cuando de hecho la religión las separa aún más que a los creyentes.
La causa es la siguiente: la mayoría de la gente necesita para su vida unas normas externas, sin las que se sienten como perdidos; necesitan no sólo un programa ético concreto, sino también algunas costumbres, fiestas, ceremonias para los principales momentos de la vida y de la muerte: todo esto lo podemos tener sólo cuando pertenecemos a una comunidad religiosa definida. Como el paso a otra comunidad religiosa exige aceptar los dogmas, que el no creyente no puede aceptar, al no desear mentir, el no creyente permanece en la comunidad religiosa en la que nació. Esto, se quiera o no, lo obliga a ser hipócrita, y esta hipocresía toma su forma más dura en la educación de los niños, que ven constantemente que su padre habla de una manera pero actúa de otra, haciendo lo que Dios prohíbe, etc. A causa de la aparente pertenencia a las distintas religiones, en razón de las diferentes costumbres y modos de vida y del constante recuerdo de las diferencias de origen, entre el no creyente de una religión y el no creyente de la otra siempre hay un muro que los separa.
Existen personas que tienen el coraje de apostatar públicamente de la religión en la que han nacido y adherirse a escondidas a la comunidad de los agnósticos, pero de eso tampoco sacan provecho.
Cuando olvidan todas las tradiciones religiosas, las fiestas, toda sumisión a las reglas de la vida, entonces su vida se vuelve demasiado prosaica y también esto se refleja con sufrimiento en la educación de los niños, porque a los niños no se les puede educar con teorías abstractas, necesitan señales y sensaciones externas. El hijo de un no creyente nunca puede tener en su corazón este calor y esta bondad que la Iglesia, las costumbres tradicionales, la presencia de Dios en su corazón, da a los hijos de una persona religiosa. El hijo de un no creyente sufre cruelmente cuando ve a otro niño, con semblante feliz, ir la iglesia o prepararse para la fiesta religiosa, mientras pregunta a su padre ¿cuál es nuestra religión?, ¿dónde está nuestra iglesia?, y recibe por respuesta: Dios no existe, no tenemos iglesia.
Y sin embargo esta ausencia de religión no ayuda mucho a eliminar las barreras religiosas entre los seres humanos, porque sólo la igualdad positiva, no la negativa, puede unir a la gente”.
¿Se puede considerar judío al que afirma lo anterior? ¿No es más exactamente un auténtico «homarano», un hombre entre los hombres? A estas preguntas Zamenhof respondió rechazando participar en París, en 1914, en el primer congreso de la Liga Mundial de Esperantistas Judíos:
“Yo, desgraciadamente, no puedo daros mi adhesión —les escribió—. Por mis convicciones, soy «homarano» (miembro de la humanidad), y no puedo unirme al objetivo e ideales de un grupo o religión específica. Estoy profundamente convencido de que todo nacionalismo representa para la humanidad la mayor desgracia, y de que el objetivo de todos los hombres debería ser crear una humanidad fraternal. Es verdad que el nacionalismo de los pueblos oprimidos como acto de autodefensa —es más perdonable que el nacionalismo de los pueblos opresores; pero si el nacionalismo de los fuertes es innoble, el de los débiles es imprudente; el uno engendra al otro lo refuerza y los dos terminan por crear un círculo vicioso de desgracias de las que la humanidad nunca saldrá, a menos que cada uno de nosotros sacrifique su propio egoísmo de grupo y se esfuerce en fundamentarlo sobre un terreno neutral. Esta es la causa por la que, a pesar de los sufrimientos desgarradores de mi pueblo, no quiero unirme al nacionalismo hebreo, y quiero trabajar sólo a favor de una justicia absoluta entre los seres humanos. Estoy totalmente convencido de que haciéndolo contribuiré mejor a la felicidad de mi pueblo que con una actividad nacionalista[6]…”
Durante los meses que siguen al congreso de Berna, en la vida de Zamenhof se mezclan alegrías y decepciones, noticias buenas y malas. ¿Su salud? En diciembre de 1913 escribe a Théophile Cart: “Mis fuerzas ya están agotadas y realizo mis trabajos con mucha dificultad”. Pero, incluso enfermo, el Dr. Esperanto se sigue informando puntualmente de la vida del mundo esperantista, que sigue un camino lleno de éxitos y adversidades.
Sin embargo, Zamenhof no se abandona al pesimismo. ¿Ha olvidado alguna vez su noble y fuerte ideal?
A principios de 1914 escribe a Sebert:
“El año pasado fue para nosotros realmente desdichado; sin embargo, no tenemos motivos para desesperar, ya que justamente el hecho de que, a pesar de las importantes pérdidas, nuestra causa sigue tranquilamente su camino, debe reconfortarnos, porque nuestra causa ya no depende ni de personas ni de circunstancias. Tampoco tienen que asustarnos los ataques ni las protestas constantes de algunas personas dentro de nuestras filas, ya que usted notó, ciertamente, desde hace tiempo, que a estos ataques la gran mayoría de los esperantistas no le prestan atención; los conflictos internos existen casi únicamente en París y espero que también allí todo, tarde o temprano, se tranquilice.
Es verdad que nuestro objetivo no hace, en este momento, grandes progresos; pero vive con vigor y esto es suficiente. Tarde o temprano nuestros enemigos se cansarán y entonces nuestra causa florecerá de nuevo”.
Por consiguiente, el congreso de 1914, en Francia, debe ser un acontecimiento bello y grande. Las fechas están fijadas: del 2 al 10 de agosto. ¿Y qué se sabe del local? Léon Gaumont propuso el palacio que lleva su nombre, el cine más grande del mundo. Bourlet inició los primeros preparativos poco antes de morir, y la propaganda que había hecho produce ahora efectos espectaculares. Desde primeros de año, cientos de esperantistas de todas partes del mundo han anunciado su asistencia. Los organizadores esperan que venga mucha gente a París; el Décimo Congreso Universal ha de ser un acontecimiento extraordinario. Los rayos de la «Ciudad Luz» juegan a favor del esperanto.
Zamenhof aceptó que se representase en París su traducción de Georges Dandin; entre todas las obras de Moliére, esta comedia cruel es tal vez su preferida, quizá porque el autor critica sutilmente las desgracias que pueden causar las diferencias sociales. Espera que sea posible incluir en el programa de la velada teatral, al menos en parte, la versión en esperanto de La mort de Socrate, comedia en cuatro actos de Charles Richet[7], traducida por Jean Couteaux, doctor en Derecho. Aparte de la creación literaria, todo lo que se relaciona con la traducción al esperanto de prosa, poesía o teatro despierta el interés y la aprobación del Dr. Zamenhof. Desde hace unos años ve con alegría que los estantes de su biblioteca se llenan de traducciones y las cartas que recibe contienen testimonios de esperantistas de lejanos países, que son felices de leer, gracias al idioma internacional, obras de todo el mundo, aún no traducidas a sus lenguas maternas, las así llamadas lenguas minoritarias por contraste con las lenguas dominantes, el inglés, el francés, el alemán, el español, el ruso, etc. Así se prueba que el ideal del esperantismo es la divulgación de la herencia cultural de todos y cada uno de los pueblos. ¿Cómo no iba a aceptar con placer Zamenhof el trabajo de los traductores, hecho voluntariamente para los lectores esperantistas de todos los países, grandes o pequeños? Casi todas las obras maestras les interesan, y el catálogo del idioma auxiliar se acrecienta día tras día. Contiene obras clásicas y modernas, comedias y tragedias.
La edición en esperanto de obras de la literatura española[8] también fue importante en estos primeros años. Entre otras se tradujeron las siguientes: tres capítulos de El Quijote, (1905, traducidos por V. Inglada, C. Bourlet y G. C. Law para un concurso organizado con motivo del tercer centenario de la obra de Cervantes). El texto completo de la obra inmortal lo tradujo en 1977 F. de Diego y lo publicó la Fundación Esperanto en Zaragoza. El médico a palos de L. Fernández de Moratín (1906, V. Inglada), La malquerida de J. Benavente (1906), El sí de las niñas de L. Fernández de Moratín (1907, N. Maclean), El licenciado Vidriera de M. de Cervantes (1908, J. Perogordo), La perfecta casada de fray Luis de León (1909, A. Jiménez Loira), El nido ajeno de Benavente (1909, V. Inglada), Vergara de B. Pérez Galdós (1911, F. Redondo), etc. Algunas de estas obras se publicaron primero en fascículos encartados en las revistas de la época. En 1908 aparece la primera traducción del catalán, La mare de Santiago Rusiñol, traducida por A. Sabadell, quien en 1909 traduce del mismo autor Fulls de la vida.
De las literaturas de otros países, si se citasen aquí algunos nombres de autores traducidos por los primeros esperantistas, la lista se haría interminable para dar una idea del gran trabajo realizado en veinte años en el campo de la traducción. Zamenhof tiene motivos para estar contento del camino que en el campo de la cultura abre el esperanto.
Después de algunas semanas la estrella verde se eleva sobre el cielo parisino. Quizás logre hacer volver la concordia entre los esperantistas franceses. Esto es un sueño, cuya realización Zamenhof desearía ver tras tantos años de desacuerdos, disputas, ambiciones frustradas, en suma, todo lo que choca con sus sentimientos de ciudadanos del mundo.
El Doktoro Esperanto no se imagina que la muerte pronto va a llamar a la puerta de Europa. En Berna se había despedido para siempre de los congresos universales de esperanto, pero él no lo sabe.