CAPÍTULO VI

Laureles y lágrimas

Nuestros éxitos más brillantes se mezclan con las tristezas.

Pierre Corneille

El hombre que llama a la puerta de la joven pareja Zamenhof, en la calle Przejazd 9, se presenta como Antoni Grabowski, ingeniero químico.

Lo envía Rosalía Levite, y busca al autor del manual de Lingvo Internacia. Según la señora Levite, el «Doktoro Esperanto» es el oftalmólogo L. L. Zamenhof. ¿Es verdad?

Ĉu eble vi estas Doktoro Esperanto?[1]

Luis se pregunta si está soñando. ¿No se ha expresado este desconocido en la lengua internacional? Y ¿no le responde en ese mismo idioma? Se siente emocionado. “¡Oh, corazón mío, no palpites tan inquieto!

Luis tenía razón: la lengua que sólo se escribe, la lengua internacional, desde entonces se hablará.

¿No se ha tendido un puente entre él y ese desconocido, venido de no se sabe dónde, del que no sabe nada, ni su lengua materna, ni su nacionalidad, ni su religión, absolutamente nada?…

Y ¿esas pocas palabras que intercambiaron en el idioma común, no son suficientes para aproximarlos? ¿No han creado esas palabras sin preparación, sin dudas y sin dificultades, una relación directa?

¡Oh corazón mío, no palpites tan inquieto!

El corto poema que escribió Luis en la lengua internacional, como ejemplo incluido en su manual ¿no fue premonitorio?, ¿no anunció el momento crucial que está viviendo?, ¿triunfará Luis en el futuro?

Ho, mia kor’, ne batu maltrankvile,

El mia brusto, nun ne saltu for!

Jam teni min ne povas mi facile

Ho, mia kor’ !

Ho, mia kor’! Post longa laborado

Ĉu mi ne venkos en decida hor’?

Sufiĉe! Trankviliĝu de l’batado.

Ho, mia kor’ ![2]

Tras la aparición del método, se habían enviado día tras día ejemplares en todas direcciones. Se publicaron anuncios en revistas extranjeras, y también en Polonia, principalmente tras la traducción de Zamenhof de su obra del ruso al polaco. Mientras tanto, Clara se encarga de la intendencia. Un alud de correspondencia, cada vez más grande, casi superó la capacidad de trabajo de Zamenhof y de su esposa. Los dos le dedicaron mucho tiempo. Muchas cartas son de admiradores, otras de críticos y burlonas, algunas de estas de volapükistas fanáticos.

Otros, por el contrario, no dudaron en dejar las filas de Schleyer y unirse a las de la lengua internacional, a la que los firmantes de cientos de cartas atribuyeron espontáneamente como nombre el seudónimo del autor. Había nacido el esperanto.

Mientras la lengua del Dr. Esperanto gana terreno sin cesar, Luis observa que el volapük cae en picado. La superioridad de la primera sobre el segundo es reconocida por todos[3].

Grabowski, que había intentado aprender el volapük antes de su encuentro con Schleyer, dice en confianza a Zamenhof: “El autor del volapük habla muy mal su propia lengua. Durante nuestra conversación, a menudo tuvimos que ayudarnos con el diccionario, y no sé quién de los dos debió usarlo más. Sin embargo su idioma, doctor, es una obra maestra a la que ni le falta sutileza, ni belleza. Yo lo sigo estudiando[4]”.

Al final de 1888, el ingeniero químico y políglota Antoni Grabowski, tras hacerse ardiente defensor del esperanto, será el alma[5] del pequeño grupo esperantista que se creó en Varsovia.

En un año, lo mismo que Grabowski, muchos lectores del folleto, periodistas, maestros, profesores, etcétera, comunican su deseo de aprender y difundir la lengua internacional. El antiguo compañero de instituto Alexander Waldenberg, con el que Luis en su día festejara el nacimiento de la «lingwe uniwersala», vuelve a sus amores de adolescente con la firme decisión, esta vez, de mantenerse fiel. La primera carta escrita en esperanto que recibió Zamenhof era de Nikolaj Svesnikov, director del Instituto de Vjatka. El sacerdote lituano Dambrauskas[6] comunica su intención de traducir el manual a su idioma. Otro corresponsal, Julius Steinhaus, se ofrece para traducirlo al inglés. El escritor judío Naftali Neumanowich firmará las ediciones en hebreo y yidis. Zamenhof se encargará de las primeras ediciones en polaco y alemán, mientras que en Nuremberg el periodista, ex volapükista, Leopold Einstein escribirá una gramática más amplia en alemán.

De EE.UU. llegan pronto buenas noticias. La comisión de la Sociedad Filosófica Estadounidense ha emitido un veredicto desfavorable al volapük, no ve en él ninguna de las cualidades que debería poseer una idioma planificado que aspire a la internacionalidad.

“Verás, mi querido Lázaro, la Sociedad Estadounidense se pronunciará sobre la lengua internacional y ganarás. Estoy totalmente seguro”, escribe José a su sobrino. Su bondadoso tío lo había previsto con razón. O casi. Luis recibe de Filadelfia un informe firmado por el filólogo Henry Phillips, secretario de la comisión:

“La última propuesta presentada al público y que parece la más simple y racional es la lengua internacional creada por el Doctor de Varsovia, bajo el nombre de «Doktoro Esperanto». Los principios sobre los que se funda parecen correctos: su vocabulario no ha sido creado arbitrariamente por el autor, sino que sus raíces están tomadas del francés, alemán, inglés y parte del latín, contiene palabras que son similares en todas esas lenguas. Se han introducido algunos cambios sólo por razones de eufonía. Por esta razón y también por su gramática, esa lengua es extraordinariamente fácil de aprender […] La gramática es muy simple, tanto como la inglesa, y las reglas para construir palabras son tan claras y fáciles, que el número de raíces es muy reducido […]

“El Doctor es muy modesto y somete su lengua a la crítica pública por un año, antes de darle una forma definitiva. Después de la última revisión piensa presentar su lengua para uso de todos”.

«La decida hor’» (la hora decisiva) sonó en Filadelfia, una ciudad simbólica. Filadelfia, el primer centro intelectual de las trece colonias inglesas de América. En esa gran ciudad de Pensilvania se firmó el 4 de julio de 1776 la Declaración de Independencia de los EE.UU. acompañada de la Declaración de los Derechos Humanos que reconoce que toda persona tiene derecho a la vida, a la libertad y al honor. Tres palabras queridas para el Dr. Zamenhof. «La hora decisiva» sonó en el lugar donde antes había sonado la campana de la libertad, un eco histórico y lejano de valores que el Dr. Esperanto plasmó en la lengua internacional.

Una vez reconocidas estas cualidades por la autoridad competente internacional, la nueva lengua tendrá un gran eco en la opinión pública.

“La fama viene si uno se la merece; y entonces es tan inevitable como el destino, ya que es el destino mismo”. Este pensamiento, expresado algunos años antes por el gran poeta estadounidense Henry Longfellow, profundamente impregnado de la cultura europea, parece estar escrito por L. L. Zamenhof.

La fama del creador del esperanto es un hecho, su destino está ya trazado. Acepta su éxito con perplejidad y algo de aprensión. “Soy todavía incrédulo —escribe a su tío José—. Hace algunos meses esperaba con temor e impaciencia toda señal, toda reacción a mi propuesta. Ahora, ya no sé como protegerme de la gran cantidad de correspondencia que me ahoga […] todos quieren saber, todos tienen algo que decir sobre el asunto.

A responder a estas cartas va dirigido el segundo folleto publicado por Zamenhof, no mucho después del nacimiento, el 11 de junio de 1888, del primer hijo de la joven pareja, Adán.

El Dua Libro de la Lingvo Internacia (segundo libro) está escrito completamente en esperanto. Es un opúsculo de 52 páginas; contiene, en parte, traducciones (de Heine y de Andersen, entre otros). En el prólogo, Zamenhof escribe que no quiere ser el creador de la nueva lengua, sino solamente su iniciador. Todos los que la usen serán sus copropietarios y contribuirán, con el estudio y el uso continuado, a su crecimiento y desarrollo.

Respondiendo a las preguntas y sugerencias de los corresponsales y a las palabras de aliento que ha recibido, Zamenhof expresa su optimismo: “todo eso prueba que mi profunda fe en la humanidad no me había engañado. El genio bueno de la humanidad ha despertado […] ¡viva la fraternidad entre los pueblos!”. La nueva lengua debe servir a un ideal, a una gran causa. A los admiradores que lo colman de alabanzas repite que, puesto que “no es un eminente lingüista”, no reconoce sus propios méritos y recomienda que se interesen, por “la utilidad y el significado de la lengua”, no por su autor, y que “se persuada al público de trabajar en su favor”.

En 1889, en el suplemento al segundo libro[7], recomienda: “Hice por nuestra lengua todo lo que pude; si cada amigo de la lengua internacional hiciese una centésima parte de los sacrificios morales y materiales que yo he hecho en los doce últimos años, todo iría bien y alcanzaría su objetivo en el mínimo tiempo. ¡Trabajemos y esperemos!

Todos los que se unieron a su lengua internacional deben empezar a trabajar. Trabajo y sacrificio van a la par. Felizmente para Luis, los voluntarios comienzan a agruparse junto a él[8].

En Gran Bretaña, un estudiante de lingüística de Oxford, el irlandés Richard H. Geoghegan, de veintidós años, escribe por iniciativa propia una traducción excelente al inglés de La Unua Libro (El primer libro). Es muy superior a la versión inglesa de Steinhaus, que un inglés, según Zamenhof, calificaría como mínimo de macarrónica. Geoghegan fue la primera persona de habla inglesa que aprendió esperanto. Durante su carrera se distinguirá por su labor para descifrar el calendario maya y por su investigación sobre las lenguas aleutianas.

En Alemania, Leopold Einstein es el primer mecenas del esperantismo. Durante la correspondencia con Zamenhof le hace saber que sus ingresos personales le permitirían publicar, a su costa, una revista mensual que llamaría La Esperantisto (El esperantista). ¿Qué piensa Zamenhof? Luis ve la ventaja para la nueva lengua de disponer de un órgano impreso, que se convertirá en la revista oficial de los usuarios y simpatizantes. Acepta la propuesta del periodista alemán. El primer número aparece el 1 de septiembre de 1889 con un editorial de Zamenhof que hace añicos al volapük. Al mismo tiempo, Einstein crea en Nuremberg el primer grupo esperantista de la historia. Su muerte repentina, el 8 de septiembre de 1890, fue una grave pérdida para el joven movimiento esperantista del que era su primer apóstol. La Esperantisto sobrevivirá a su fundador, pero sólo serán seis años de vida agitada, amenazada sin cesar por la bancarrota. Durante mucho tiempo, Zamenhof lanzará llamadas a la generosidad de sus lectores: “¡Ah, si hubiera un rico entre nosotros, el futuro estaría asegurado!”. Pero las personas como Leopold Einstein no abundan.

En Rumania, el Dr. Esperanto encuentra una discípula entusiasta, Marta Fiolle, que se propone editar un diccionario para sus compatriotas.

Zamenhof financia la edición de diversas obras en esperanto, como las de Grabowski y Einstein, y las de Henry Phillips, que se hizo esperantista activo, así como las traducciones de Goethe (Hermano y hermana) y de Pushkin (Viento nevado). Lanza «la literatura original en esperanto», cuya existencia e importancia son desconocidas todavía por el gran público. Un fenómeno sin precedentes en la historia de los idiomas planificados, lo que prueba que el esperanto no es sólo un medio de comunicación: “He aquí la demostración —escribe Pierre Janton— de que una lengua artificial puede expresar todas las posibilidades del alma, cuando, como el esperanto, es capaz de crear y desarrollar su propio sentimiento Zamenhof publica, también a su propia costa, sus diccionarios ruso-esperanto y alemán-esperanto, así como las versiones del manual en inglés y en sueco, el Adresaro (directorio), que contiene nombres y direcciones de miles de esperantistas, gracias a las que se podrán crear uniones fraternales de un país a otro o agruparse en asociaciones nacionales, clubes, etc[9].

Los recursos económicos de la joven pareja se agotan, la crisis financiera aparece en casa: “Puse muchos anuncios en las revistas, envié una gran cantidad de mis libros, etc, […] el esperanto pronto se comerá gran parte de la dote de mi esposa; y el resto lo gastamos pronto, ya que los ingresos como médico son escasos. ¡Al final de 1889 nos quedamos sin un kopek![10]”.

El esperanto no era el único responsable de las dificultades financieras de Clara y Luis Zamenhof. Su situación empeora el día en que, al final de 1888 o comienzos de 1889, Markus Zamenhof visita a su hijo mayor sin avisar.

¿Vuelve para reprocharle, una vez más, que descuida su profesión y tiene una reputación de extravagante? ¿No ha oído decir a su padre, no hace mucho, que los hombre de dinero, entre los que debería estar la mayor parte de su clientela, no pueden fiarse de un oftalmólogo que dedica más tiempo a la correspondencia del esperanto que al estudio de los últimos progresos de la oftalmología?

No, Markus no irrumpió en la casa de Luis para hacerle nuevos reproches. La situación es otra: Markus, condenado a una fuerte multa, amenazado con acabar su vida en la cárcel si no paga, o en Siberia, ¿por qué no?, privado de su puesto de censor, amenazado con la expulsión del claustro de profesores, fue a casa de su hijo en busca desesperada de ayuda.

¿Cómo había llegado Markus Z. a esa dramática situación para tener que venir irreconocible, humillado, encorvado, agotado y con la voz quebrada, a suplicar a su hijo que le saque de ese callejón sin salida en el que se encuentra?

¿Por qué se acosa encarnizadamente en San Petersburgo a ese viejo concienzudo, con una carrera irreprochable de maestro y censor de la prensa judía?

El funcionario del que Markus dependía directamente, un judío converso llamado Nikander Zusmen, había elegido por razones desconocidas a su colega y ex correligionario de Varsovia como chivo expiatorio. Ya le había causado antes algunos problemas, pero sin consecuencias. Esta vez el asunto era mucho más serio. Zusmen había traspasado los límites.

Markus Zamenhof era acusado nada menos que de haber autorizado la publicación, en la revista judía Hazefira, de un artículo muy ofensivo para el mismo zar.

Tema del artículo: los peligros del alcoholismo y el abuso en el consumo del vino. El autor, el Dr. J. Frenkel, afirmaba que un consumo excesivo de vino puede tener serias consecuencias para la salud y por eso recomendaba un consumo moderado. “El abuso del vino —escribía— destruye las funciones intelectuales del cerebro e incluso en algunos casos puede conducir a la demencia y a la pérdida completa de la razón”. En una palabra, un juicioso informe de un médico en un país en el que el alcoholismo es un verdadero problema social.

Pero ¿a quién iba dirigido —decretó Zusmen—, sino al zar Alejandro III, ya que es vox populi que tiene una cierta inclinación a la bebida?

El cínico censor de San Petersburgo, bebedor empedernido de coñac, no quiso dar su brazo a torcer. Como mucho aceptaría, ya que la corrupción era un pecadillo común de la burocracia rusa, sustituir la multa por… una propina.

Para proteger al acusado y a los que lo rodean y asegurar la libertad de su padre, Clara y Luis reúnen la suma considerable de cinco mil rublos. Una vez más, la joven esposa no duda en pagar de su propio peculio, cuya merma comprueba angustiada.

Se ha pasado una página dramática, y Markus Zamenhof podrá seguir enseñando; sin embargo no recuperará el puesto de censor y por lo tanto una parte importante de sus ingresos. En cuanto a Clara y a Luis, se quedan con la conciencia tranquila, pero la ruina les amenaza cuando el segundo hijo está por venir. La intranquilidad aparece en la casa de la joven pareja Zamenhof.

Desde este momento la vida del Dr. L. L. Zamenhof, según su propia confesión, “será muy triste”. Es necesaria y urgente una mejora profesional. ¿Debe sentirse culpable Luis porque su consulta de oftalmólogo está vacía, mientras que otros la tienen llena? ¿Recuerda Luis, incluso hasta la obsesión, las regañinas, las advertencias de su padre? ¿Cree que es un padre de familia irresponsable? ¿Piensa que ha puesto en peligro la seguridad de su casa al dedicarse al ideal de su infancia? ¡Qué doloroso es conocer la realidad!

La competencia es muy fuerte en Varsovia para su modesto talento de oftalmólogo; Luis se irá a otro sitio a buscar a los pacientes que exige la seguridad familiar. Los primeros tanteos en la ciudad de Brest-Litovsk, en Bielorrusia, son un fracaso. Después, en Bialystok, encuentra el clima de odio conocido y que no ha cambiado, al mismo tiempo que constata que no existe ninguna perspectiva favorable para su porvenir. Muy contrariado, regresa a Varsovia; además, su querido tío José había muerto durante la estancia de Luis en su ciudad natal.

¿No sería un mensaje este fallecimiento tan doloroso? ¿Qué haría José Zamenhof si estuviera en lugar de su sobrino? No diría: “Lutek, anímate, la vida sigue… No tengo que enseñarte que no se debe perder la esperanza. Pero ¿qué sería de la esperanza sin coraje? Por lo tanto, sobrino, siguiendo los consejos del poeta, sólo tienes que sustituir el desfallecimiento por el coraje, la duda por la certidumbre, la desesperación por la esperanza, las quejas por el sentimiento del deber, y todo irá mucho mejor…” Ya que el tío José era un hombre vivaz con un gran optimismo, nunca cedería ni un centímetro ante los golpes de la adversidad.

Luis se anima, está firmemente decido a intentarlo todo. Vende el apartamento en Varsovia, envía a su esposa embarazada y al pequeño Adán a Kovno con su suegro Silbernik y, en octubre de 1889, viaja en tren al puerto de Kherson, en el Mar Negro, en la desembocadura del Dnieper.

En Kherson hay, según se dice, sólo un oftalmólogo, una mujer, Anna Ostrovskaya, a la que los judíos no van, ya que vive lejos de su barrio.

Pero ¿hay suficientes pacientes en Kherson para dos?

“Allí esperaba encontrar pan para mi familia —escribirá al abogado Michaux en 1905— pero mi esperanza se quedó en nada. Mis ingresos allí no solamente no me dieron la posibilidad de alimentar a mi familia, sino que no eran suficientes ni para mi; a pesar de mi manera de vivir muy modesta y estoica, a menudo no tenía ni siquiera para comer, a veces me quedaba sin almorzar. Ni mi esposa ni mi familia supieron nada de esto, ya que no quise disgustar a Clara, y en mis cartas la consolaba constantemente diciendo que me iba bien, que tenía buenas perspectivas, y que pronto la haría venir conmigo, etcétera”.

El joven médico tiene un fuerte sentido del deber, siempre obedece sólo a su conciencia. Un día, en una crisis de desesperación, no pudiendo aguantar más, mezcla las lágrimas con las mentiras.

En Bialystok, el niño sentimental, de una nobleza de ánimo juvenil, al que seguía atormentando el disparate de Babel, estaba consternado, muy consternado por las disputas que dividían a los habitantes. Sin embargo, no lloraba.

En Moscú, en Varsovia, el estudiante, que con un gran proyecto arraigado en su corazón, había renunciado a los placeres de la juventud y vivía la soledad de su secreto, renunciando estoicamente a compartir las diversiones que crean la experiencia y la confianza con los compañeros, no lloró.

El hijo ejemplar, incomprendido, respetuoso con la voluntad de un padre obtuso, injusto e intransigente, tampoco lloró.

El treintañero que no había olvidado el sueño de una humanidad feliz y fraternal, al que presiona el deseo de mantener a la familia, que es también su obra, no puede contener sus lágrimas y, al final, lo confiesa todo a su esposa.

Como es demasiado orgulloso para buscar ayuda económica entre sus conocidos, al final sólo cederá ante la tristeza e insistencia de Clara; “aceptará una ayuda económica de su suegro, el generoso fabricante de jabón que no le negará su ayuda e invertirá mucho dinero en él”[11].

Y mientras tanto, el esperanto queda como el firme guardián de sus días y sus noches, el esperanto nunca le deja, lo asedia, lo cobija, lo persigue, incluso en los momentos más desesperados… Cuando Luis, mueve inconscientemente la cabeza, es porque desea quitarse el lastre de esa idea que a veces surge de su mente, una idea insistente, ante la que rehúsa capitular: “esperanto, amigo ayer, amigo siempre, ¿te harás mi enemigo mañana?

Como en Kherson, el esperanto es el compañero del exilio, lo mismo que en Moscú y en Veisiejai. Clara envía a su esposo la correspondencia de sus admiradores esperantistas que son cada vez más y más entusiastas. Se escribe al «Doktoro Esperanto» —en esperanto— desde América, desde Australia, desde varios países europeos: W. H. Trompeter y L. E. Meyer desde Alemania, Daniele Marignoni[12] desde Italia, Louis de Beaufront desde Francia. M. Bogdanov desde Bulgaria, Ch. Nielsen desde Dinamarca, José Rodríguez Huertas[13] desde España, R. Libeks desde Letonia, y muchos otros, cuyos nombres están ligados a la historia de la lengua internacional. Entre ellos sobresale el periodista Vladimir Majnov, que, desde hace más de un año, se había convertido en el abogado del esperanto en San Petersburgo, hasta el punto de ganarle la simpatía del gran duque Konstantin Romanov. ¡Cuánto dinero gasta Luis en sellos para responder a todos esos amigos de la lengua internacional! Mientras ahorraba para estos gastos, tuvo que olvidarse de los regalos para su hijita Sofía, que había nacido en diciembre de 1889.

El invierno fue crudo; Luis sufrió mucho. Con la llegada de la primavera, han transcurrido cinco o seis meses desde la llegada del Dr. Zamenhof, piensa: “Kherson es un chasco, debo reconocerlo”. Solo le queda volverse a… Varsovia.

El cuatro de abril de 1890, informa a su esposa de que todo va bien en lo referente al esperanto, especialmente desde que aparece en Alemania la revista La Esperantista, aunque su proyecto de Liga Esperantista, “para ayudar al movimiento de una manera organizada”, es un fracaso. Pero lo que le pide su corazón desde hace tiempo es volver a Polonia.

“Me gustaría regresar a Varsovia”, escribe. “No he encontrado aquí lo que esperaba. Y el clima no me conviene. Los meses de invierno son terribles. ¡Como médico, me he recetado cambiar mi lugar de residencia! Sin embargo, como muy bien sabes, queda un escollo: ¿qué haré, cómo podré vivir en Varsovia?, ¿encontraré allí trabajo ahora, cuando antes no lo tuve? Con todo el dolor de mi corazón, querida, debo pedir, una vez más, ayuda a tu padre, que es el único que puede sacarme de esta situación. Me avergüenzo terriblemente; por eso te ruego, cariño, que intercedas por mí, por nosotros… Esperaré tu respuesta como un condenado a muerte espera el indulto.

La petición de ayuda salió hacia Kovno. Los hielos del Dnieper se resquebrajan bajo los primeros rayos del sol de primavera. Lázaro puede, al fin, admirar el gran río que fluye imparable hacia el mar. Y vuelven a su memoria las palabras de su tío José:

“La primavera siempre vuelve, Lázaro. La primavera es el tiempo en que todo parece más hermoso y lleno de esperanza… Para nosotros, la primavera es cuando tenemos fuerza para romper lo que nos reprime y nos paraliza en nuestro camino: fracaso, infelicidad, muerte de seres amados. Y de nuevo continuamos, mirando hacia delante, hacia el camino de la vida… Con paciencia, partiendo de cero, pero siempre con esperanza. Entonces nuestro corazón se apasiona otra vez y vemos el objetivo que Dios ha elegido para nosotros[14].

Empezar otra vez de la nada con esperanza… Está de nuevo en Varsovia a finales de mayo. En el nuevo apartamento en la calle Novolipki, a dos pasos de la calle en la que había vivido antes de su marcha, nuevos clientes se presentan en su consulta, pero los pacientes no son suficientes para garantizarle el sustento familiar. Sigue un periodo de alegrías y tristezas, de confianza y pesimismo, que Clara aguanta con coraje, dispuesta a subir la moral de su esposo, agotado por los muchos trabajos.

En Kovno, Alejandro Silbernik se preocupa por las necesidades de su hija y de su yerno, en el que sigue creyendo.

La vuelta a casa es una vuelta activa al esperanto. Zamenhof intensifica su actividad, principalmente tras la desaparición de Leopold Einstein: como teme el desvío de Christian Schmidt, director de La Esperantisto, asume la responsabilidad de la parte financiera y de la redacción de la revista y descubre públicamente su verdadera identidad. La firma «Doktoro Esperanto» cede lugar a la de L. L. Zamenhof y la «lingvo internacia», se identifica cada vez más con el esperanto. Como el déficit crece cada vez más, la revista entra pronto en bancarrota. Se salva en el último momento gracias a la aparición de un nuevo mecenas alemán, Wilhelm Heinrich Trompeter, geómetra de Westfalia. Promete asumir los gastos de la publicación durante tres años, y propone pagar un salario de cien marcos a Luis como responsable de la redacción ‘‘Todos los temores, todas las preocupaciones han desaparecido —escribe Zamenhof—. El futuro de la revista y del movimiento del esperanto está ahora asegurado. […] podemos mirar al futuro con confianza”.

El movimiento se extiende sin cesar, ya es internacional. En junio de 1891 el manual había aparecido ya en quince idiomas[15]. Esto muestra el terreno conquistado por la lengua en cuatro años, en un momento en el que las comunicaciones eran todavía muy lentas. Las ediciones con mayor tirada se hacen en ruso y en polaco; también son importantes en danés, italiano, alemán, francés, checo y sueco. Aparece una nueva revista esperantista en Sofía, donde existe una sociedad desde 1889. Se crearon grupos en muchos lugares como en Nuremberg (Alemania), presidido por Christian Schmidt[16]; en San Petersburgo, el club “La Esperanza”. En Bélgica, Charles Lemaire publica el libro titulado: L’Espéranto, solution triomphante du probléme de la langue universelle. Un estudiante japonés de veintitrés años aprende esperanto en Alemania, en Friburgo de Brisgovia: Asajiro Oka, que sería famoso biólogo, es el primer esperantista japonés. En Varsovia, la familia Zamenhof toma parte activa en la difusión del esperanto, especialmente tres de los cuatro hermanos de Luis: Félix farmacéutico, León y Alejandro, médicos, que se distinguirán en la naciente literatura esperantista. Junto a Grabowski, que será amigo íntimo del Maestro, los periodistas Leo Belmont, Jozef Wasniewski y Alejandro Brzostowski, el estadístico Adam Zakrzewski, procedente del volapük, que será el primer historiador del esperanto, todos desempeñan un papel relevante en la batalla esperantista. Un polaco eminente, el lingüista librepensador Jan Baudoin de Courtenay, pionero de la fonología, hará crecer el número de miembros después de la adhesión del oftalmólogo Kazimierz Bein, futuro fundador de la Sociedad Polaca de Oftalmología y del Instituto de Enfermedades Oculares de Varsovia. Bajo el seudónimo de Kabe (sus iniciales) será uno de los más brillantes exponentes de la literatura esperantista. Al comienzo del siglo XX, Bein-Kabe se hará notar por una obra esperantista monumental, la traducción de El faraón, extensa y magistral obra del gran escritor polaco Boleslaw Prus. En 1911 abandonará el esperanto por causas no del todo conocidas hasta ahora. Así nació el verbo «kabei», que en esperanto significa «dejar el movimiento esperantista».

L. L. Zamenhof se ahoga en preocupaciones a pesar del éxito del esperanto. Para este infatigable trabajador siempre es un placer traducir a la lengua internacional las obras de novelistas o poetas famosos: en otoño de 1891 acaba la traducción de The Battle of Life de Charles Dickens, respondiendo al desafío de los críticos que habían asegurado que esa obra era intraducibie al esperanto. Pero aunque las deudas se amontonan, porque la clientela se reduce de nuevo y su propia salud se resiente, el Dr. Zamenhof no se desanima. De nuevo tiene que volver a poner orden en su propia vida. Incluso si el objetivo parece alejarse de lo que se puede conseguir…

Para eliminar obstáculos de su camino, la reordenación incluye también al esperanto:

“Con este número —escribió en el número de noviembre-diciembre de 1891 de La Esperantisto— debo interrumpir, por algún tiempo, mi trabajo en nuestra empresa. No lo hago por falta de buena voluntad o por pereza; el tema es muy querido para mí como para que pueda olvidarlo un solo día. Pero, desgraciadamente, el hombre depende de las circunstancias; existen circunstancias contra las que se puede luchar sólo hasta un cierto limite, hasta que llega el momento de la absoluta imposibilidad.

Nuestra empresa ya tiene amigos bastante expertos y trabajadores… Por eso espero que mi ausencia temporal no se haga sentir y no aporte ningún perjuicio. Espero que los amigos sigan con entusiasmo el querido trabajo que juntos comenzamos y que tarde o temprano vencerá, sin duda vencerá, sin importar si éste u otro miembro cae en la difícil batalla. Las personas pueden caer, si sus pies flaquean, pero la idea nunca caerá y donde caiga un luchador, aparecerán tarde o temprano otros diez más fuertes y más preparados.

He hecho todo lo posible, me he mantenido así tanto tiempo como pude, y ahora debo dejarlo y pensar en fortalecer mis pies, que se resisten a llevarme. Pasado algún tiempo, mis heridas sanarán, y entonces, amigos, me veréis entre vosotros, en la fila de los luchadores más enérgicos. Sobre la manera de trabajar, los amigos y los clubes se cartearán y se aconsejarán entre sí. Sólo tengo una petición para mis amigos: que trabajen en consenso y que se ayuden unos a otros. Si algo no os gusta, no os contentéis con una simple crítica, criticar es muy fácil, sino esforzaos por hacerlo mejor. Que de los errores no surjan disputas, sino mejoras.

Me mostraré agradecido a mis amigos, pero ellos continuarán escribiéndome sobre todo en lo que atañe a nuestro idioma […] pero no se ofendan si dejo sin responder la mayor parte de las cartas…

Reordenarlo todo, tomarse un respiro. Dar vida, auténtica vida a la familia que se tambalea, a los dos niños que crecen, a la esposa abnegada hasta el heroísmo. Sin traicionar nunca a la gran causa que ilumina sus días y arrulla sus noches. He ahí el programa de Zamenhof.

Primero, ¿qué hacer para recobrar el prestigio en su especialidad de oftalmólogo? En la burguesía judía de Varsovia, donde desea encontrar sus pacientes el Dr. Zamenhof, es donde tiene más reputación de extravagante. Su padre no desaprovecha ocasión para recordárselo: mientras arrastre el estigma del esperanto, Luis no conseguirá convencer a esos burgueses de que uno puede interesarse por el nuevo idioma y al mismo tiempo curar la conjuntivitis y otras enfermedades. Por eso es preferible aceptar los hechos: en la consulta del médico no sólo hay esperantistas.

Reflexionando después del fallecimiento de su madre, muerta tras una larga enfermedad a los cincuenta y tres años, Luis acepta los consejos de sus hermanos y de los amigos médicos de Varsovia, donde los oftalmólogos son muchos y se disputan una clientela que no es tan grande: ahora encontrará una buena oportunidad en las ciudades de provincia, rechazadas muy a menudo por los oftalmólogos.

Como sus actividades esperantistas lo habían retenido en Varsovia más de lo aconsejable, el Dr. Zamenhof tendrá una nueva oportunidad en octubre de 1893. Esta vez su objetivo es la ciudad de Grodno, en Niemen, ciudad de Bielorrusia, que antes fue lituana, después polaca, antes de ser anexionada por Rusia en 1795.

Grodno en ese tiempo tiene sólo treinta mil habitantes y ningún oftalmólogo. Su población crece continuamente, por las oleadas de emigrantes judíos rechazados de Moscú o de otros lugares y de campesinos que la miseria empuja a la ciudad, donde residen por un tiempo. Además, el coste de la vida es mucho más bajo que en Varsovia. Luis está contento y hace venir también a Clara y a los dos niños. Opina que al comienzo de su estancia actuó con prudencia, ya que consiguió elevar rápidamente el nivel de vida de la familia. Dedicará el año 1894 al establecimiento de una clientela sólida, que valora bien sus tratamientos.

Sin embargo, cuando intenta forjarse un porvenir, el pasado vuelve obstinadamente con sus fracasos. Otro oftalmólogo abre una consulta; el bello edificio que acaba de construir se viene abajo, de nuevo las privaciones, y Grodno se parece a Kherson cada vez más.

Aquí, como en Varsovia, el oftalmólogo Zamenhof se busca a sí mismo y sólo encuentra reiteradamente al Dr. Esperanto. El miope, el présbita, el astigmático, no mitigan su compasión por la desgracia del prójimo; es la humanidad lo que quiere ver en el fondo de sus ojos. Las salidas de emergencia siempre conducen a un mismo callejón sin salida. Un callejón que se llama destino. Deberá cargar con ese peso durante toda su vida. Salvo su padre, toda su familia, Clara, sus hermanos, su suegro, todos comprendieron que Luis nunca se librará de esa fuerza que lo vigila siempre y en todos los lugares. ¿Cómo podría rehusar, en Grodno, la única y verdadera tarea que exige su vida?

A pesar de su semirretiro del esperanto, sigue manteniendo una amplia correspondencia con sus amigos y discípulos[17]. En Varsovia se había fundado un grupo esperantista, pero las autoridades rusas, suspicaces, lo prohibieron al cabo de algunas semanas. Grabowski, Belmont, todos los polacos fieles al esperanto volvieron a las reuniones privadas. Desde su refugio de provincias, el Maestro dirige como puede la Liga Esperantista, finalmente creada con la ayuda de los suscriptores de La Esperantisto. Más adelante hablaremos de ello. También prepara la edición de Universala Vortaro (Dicccionario Universal) con casi tres mil voces —que crecerá continuamente— y traduce al esperanto la célebre tragedia de Shakespeare Hamlet.

“Soporté pacientemente durante cuatro años las dificultades de la vida y de mi profesión en Grodno”, escribirá en 1905. En 1897, mientras sus amigos festejan en todo el mundo el décimo aniversario del esperanto, cede ante la insistencia de Silbernik, de su padre, y de sus hermanos y decide hacer las maletas y regresar a Varsovia para otro nuevo intento.

Para que vuelva a Polonia en las mejores condiciones profesionales, su suegro le sugiere que siga un curso de perfeccionamiento de oftalmología en Viena. El generoso Alejandro Silbernik vuelve a pagarle el viaje y la estancia. No sin emoción, Zamenhof redescubre durante cuatro meses, desde agosto de 1897 hasta el final del año, la maravillosa capital austro-húngara. Viena ocupa un lugar privilegiado en su corazón[18].

Los ricos lo han despreciado y han negado a su familia la posibilidad de vivir entre ellos; por eso, al volver a Varsovia, decide alojarse en la parte pobre del barrio judío, en la calle Dzika, 9[19]. Está decaído. Aludiendo años después al bache en el que entonces estaba inmerso, confesaría que “sintió que era la última oportunidad que se le presentaba, y que si no la aprovechaba estaría perdido”. Durante todo el año estuvo casi loco de desesperación, pero al final, gracias a una energía renovada, la suerte le sonrió.

Era el único oftalmólogo que tenía consulta junto a un barrio miserable, un laberinto de callejuelas nauseabundas, sucias y ruidosas. Su llegada no pasó desapercibida. Empezaron a venir algunos pacientes. Son pobres, desgraciados, que nunca habían podido pagarse el lujo de una visita al oftalmólogo. Si van allí es porque corre la voz de que el Dr. Zamenhof es una persona compasiva con los desheredados, y de que sus honorarios son bajos. Además, había traído desde Viena un excelente tratamiento contra la conjuntivitis granular que sufrían muchos.

Luis no era de esas personas que rechazaban tratar a cualquier paciente sin dinero. Siempre se siente afectado por los sufrimientos de los otros: ¿No lucha, con el nuevo idioma, por la felicidad de sus hermanos? ¿Dejaría que corrieran el riesgo de perder la vista, sólo por falta de dinero? En la consulta del Dr. Zamenhof no es norma dejar de pagar, por supuesto, pero sí ocurre a menudo y Clara teme que algunos se aprovechen de la generosidad de su esposo. El boca a boca le crea una reputación de persona generosa y de oftalmólogo eminente.

Desde entonces, su sala de espera no se vacía; trabajadores con los ojos lesionados, modistillas cuya vista se desgasta en oscuras habitaciones, niños desnutridos, a los que amenazan la falta de vitaminas y las enfermedades oculares, viejos tenderos que ven cada vez peor, todo un mundo mísero, de treinta a cuarenta personas al día, pasa por su consulta.

El presupuesto familiar se equilibra poco a poco. ¿Se aproxima el final del túnel? “Desde 1901 —contará después Zamenhof— mi clientela es tan amplia, que mis honorarios pueden, al fin, cubrir mis gastos. Estoy salvado. Después de tantos años de lucha, podré por fin alcanzar una vida más tranquila”.

Tras la marcha del último paciente, después de cenar rápidamente en familia, se encuentra solo en su escritorio, consulta médica de día, gabinete de trabajo por la tarde para el Maestro del esperanto. Allí lee, escribe, traduce, recibe a esperantistas, habla alguna vez con su esposa en la lengua internacional.

La decoración es simple, austera: una mesa, una lámpara de petróleo, una palangana, una jarra de agua, en las paredes cuatro paneles con letras y cifras para la exploración de la vista y dos fotos, una de su amada madre y otra de su padre, que algunas veces contempla levantando la mirada. Al lado, cuatro estantes de libros de esperanto.

Y un cuadro sobre el que medita, como si aportase serenidad a su corazón. Lo pintó su hermano Alejandro, dieciocho años más joven que él, un cuadro de aficionado, sin valor artístico —Luis lo sabe— pero siempre lo había fascinado.

¿Por qué? No sabría explicarlo…

¿Es porque todo tiene un significado simbólico para el oftalmólogo que es y para el mentor que quisiera ser para sus hermanos los hombres? ¿O es porque ese Edipo con los ojos arrancados, lleno de dolor, pintado así por el artista, lo conmueve en lo más profundo del alma?

¿No será que él, inconscientemente, se identifica con esa Antígona, modelo de abnegación, que guía todos los días a su padre ciego, lejos de Tebas? ¡Caritativa Antígona, que sólo sabía repartir amor!