CAPÍTULO IX

Boulogne-sur-Mer

Nadie sirve mejor a su generación que aquel que, por sus obras o por su manera de vivir, transmite plena confianza.

James Joyce

Boulogne-sur-Mer preparó con gran solemnidad la celebración del congreso.

Cintas por las calles, paneles informativos, pancartas, abundancia de estrellas verdes en la pequeña ciudad norteña francesa, y las palabras ESPERO (esperanza) y ESPERANTO, visibles por todo el Centro, suenan a los habitantes a algo mágico y misterioso. En la calle principal, aparece escrito en una pancarta un texto en un idioma que nadie puede adivinar: BOULOGNE-SUR-MER BONVENIGAS LA ESPERANTISTOJN DE LA TUTA MONDO (Boulogne-sur-Mer da la bienvenida a los esperantistas de todo el mundo).

En los alrededores del teatro de la ciudad, donde van a reunirse 688 congresistas venidos de veinte países, flota un ambiente festivo especial: la esperanza brilla en el cielo de Boulogne-sur-Mer. Está preparada una gran fiesta internacional, una primicia para los habitantes de Boulogne y para el resto del mundo: el primer congreso internacional de la historia sin intérpretes va a comenzar el 5 de agosto de 1905.

Sobre la fachada del teatro, junto a la bandera tricolor francesa, ondean al viento, en sus mástiles, banderas esperantistas. Se ven muchas por las principales calles, en los balcones y en las ventanas de muchas casas particulares y sobre el Grand Café, donde tendrán lugar las recepciones del congreso.

La bandera esperantista es verde. En el ángulo superior izquierdo, un cuadrado blanco contiene una estrella verde de cinco puntas con una E en el centro. La crearon tres esperantistas de Boulogne: Michaux, Sergeant y Duchochois. Este último sugirió una bandera verde con bandas de tres colores. Sergeant opinó que sería preferible una bandera neutral y Michaux, que debía contener una estrella verde. Puesto que un decreto de la Prefectura exigía que toda bandera de una sociedad tuviera un signo distintivo, los tres amigos se pusieron de acuerdo en que la letra E debería estar en el centro de la estrella. Bajo ese aspecto la bandera que ondeaba por todo Boulogne será oficializada unánimemente por los congresistas[1].

Clara y Luis partieron de Varsovia hacia París el 22 de julio. Adán se quedó con su abuelo Silbernik en Kovno, y las dos niñas, con su tía Rosalía Levite. El ambiente que la pareja deja tras sí no es tranquilizador. El futuro de la Rusia zarista se está decidiendo. La guerra con Japón había terminado en junio tras la derrota rusa en la decisiva batalla de Mukden[2] y la destrucción de la flota báltica en las aguas de Tsushima. El coloso ruso se doblega. El Imperio Zarista está herido de muerte: han estallado los primeros movimientos revolucionarios, los marineros del acorazado Potemkin se han rebelado en Odesa, convirtiéndose en un foco de agitación, y en Lodz (Polonia), importante centro de industria textil se produce una insurrección y vivos combates en las barricadas.

De camino a Francia, el matrimonio Zamenhof hace una parada en la capital alemana, donde los espera el periodista suizo Jean Borel, uno de los socios de la editorial donde está la sede de la Sociedad Esperantista Berlinesa, de la que varios miembros se volverán a encontrar con el Maestro en Boulogne. La Asociación Esperantista Alemana está organizada.

Cinco días después de su salida de Varsovia, Luis y su esposa están en la capital francesa, invitados por el esperantista y oftalmólogo Émile Javal. El 29 de julio Zamenhof es recibido por el ministro de Educación Bienvenu-Martin, que le impone la orden de la Legión de Honor. “Un gran honor” para el esperanto, declara Zamenhof.

El programa oficial es muy denso. Zamenhof lo sigue con buen humor: banquete en el Ayuntamiento de París, recepción en la Torre Eiffel, velada esperantista en la Universidad de la Sorbona, entrevistas para la prensa, conversaciones con la editorial Hachette, visita a la Sociedad de Impresores Esperantistas, etcétera.

La tarde del 3 de agosto, al fin, la pareja, acompañada por un grupo de esperantistas polacos, se baja del tren en Boulogne-sur-Mer. Luis dice a su esposa: “Se va a producir un acontecimiento histórico importante”.

La consagración es inminente: el esperanto, su donación personal a la humanidad, iniciará el vuelo triunfal desde esta generosa tierra francesa, donde las palabras libertad, igualdad y fraternidad tienen un valor especial.

Zamenhof no sabe todavía que sus anfitriones franceses, decididamente incorregibles, le reservan una sorpresa muy desagradable.

Algunos días antes, los responsables del congreso, Michaux, Bourlet, Javal y Sebert se habían reunido en casa de Théophile Cart, en París, para conocer el discurso que el Maestro pronunciaría en la solemne inauguración. Todos muestran el mayor respeto por los sentimientos e intenciones de Zamenhof, pero no están dispuestos de ningún modo a aprobar sus ideas —“las encuentro algo nebulosas”, dice uno de ellos—, que piensa dar a conocer públicamente en Boulogne. Temen lo peor.

Los cinco hombres no son librepensadores. Pero, en cuestiones religiosas, todos prefieren guardar las distancias y que también las guarde el esperanto. Bourlet es inteligente, afable, pacífico, pero, como sincero y honesto que es, está convencido que sería un apoyo para Zamenhof, si se le dijese abiertamente que sigue un camino equivocado. En nombre de la todopoderosa razón, Cart y Sebert, aunque fieles esperantistas, ponen de relieve que hay mucha ingenuidad en el texto del Maestro[3]. Por su parte el abogado Michaux, conocido por su buen corazón hacia todos los ladrones y vagabundos de Boulogne, es el único que defiende que, a pesar del riesgo, no es digno impedir a Zamenhof expresarse libremente. Javal, molesto puesto que también es judío, reconoce que, por el ambiente de la polémica antisemita que el reciente asunto de Dreyfus ha creado en Francia, sería preferible no decir que Zamenhof es judío.

En una palabra, se debe convencer necesariamente a Zamenhof de que borre de su discurso toda exageración de emoción, de lirismo y de misticismo. ¡Si lograran convencerle —tranquila y afablemente— de que desista de la plegaria que quiere recitar como conclusión! Su Preĝo sub la verda standardo (plegaria bajo el estandarte verde) contiene palabras que no todos están dispuestos a oír, palabras que a algunos les podrían parecer incongruentes.

¿Son indispensables esas palabras para la difusión del esperanto?, ¿desea Zamenhof proclamar que cristianos, hebreos o mahometanos, somos todos hijos de Dios?, ¿esto no podría parecer, a una parte del público presente, inadecuado o ridículo? ¡Zamenhof debe comprender que existe el peligro de provocar un tumulto en el salón!

Cuando le exponen el problema, no puede creer lo que oye: la censura de los eminentes esperantistas de Francia va más allá de su capacidad de comprensión.

¡Y estas personas son esperantistas!, ¡y se creen idealistas!, ¡y además liberales! Está asombrado, se siente muy triste, profundamente desilusionado por esas personas a las que estima y que se llaman sus hermanos esperantistas.

Rápidamente surge en él esa fuerza, que es la voluntad de ser fiel a sí mismo, de no desviarse del camino que eligió en su juventud. Impone su autoridad para hacerles callar y escuchar atentamente lo que va a decir a continuación.

Es totalmente inaceptable que modifique tan siquiera una coma de su discurso, inaceptable que no se oiga ante el primer congreso esperantista de la historia esa plegaria escrita con amor y convicción; es inaceptable que los congresistas no lo conozcan como es. Zamenhof será hasta el final como el esperanto ha querido que sea. Sin embargo, por consideración a sus anfitriones, renuncia a leer la última estrofa de la plegaria, no se le oirá leer en alto: “Cristianos, hebreos y mahometanos, todos somos hijos de Dios”… “Pero amigos míos”, dice en voz queda, como si hablara para él mismo, “¿no opináis que esto es verdad?

La tarde del sábado 5 de agosto es la inauguración solemne en el teatro de Boulogne. Veinte naciones están representadas en la platea; las delegaciones esperantistas se mezclan con cientos de invitados y muchos periodistas en un murmullo confuso de conversaciones en francés y en esperanto[4].

Están aquí todos los grandes esperantistas europeos, venidos para aportar al Maestro un testimonio personal de solidaridad en su batalla por un idioma común, neutral y fraternal. Están allí para demostrar que el padre del esperanto no ha predicado en el desierto. Sólo un ausente digno de recordar: Louis de Beaufront.

El profesor Feodor Avilov ha venido de Tiffis[5], en Georgia, donde había fundado un grupo de esperanto en 1896. L. L. Zamenhof y él se conocieron en la escuela elemental en Bialystok. También está allí Bolingbroke Mudie, el funcionario de la Bolsa londinense, fundador de The Esperantist. No lejos de él, otro inglés, hijo adoptivo del compositor Mendelssohn, el pintor Félix Moscheles, que pintará el retrato de Zamenhof[6]. Al fondo del gran salón, el editor de Upsala, Paul Nylén, que diez años antes había publicado el primer número de Lingvo Internacia y su compatriota Per Ahlberg, fundador de la Sociedad Esperantista Sueca; el profesor Charles Lambert, de la Universidad de Dijon, donde atrajo al esperanto a muchos jóvenes y no tan jóvenes; Monseñor Luigi Giambene, miembro de la Congregación del Santo Oficio, que está hablando con el padre Dambrauskas, recién llegado de su lejana Lituania. Un adolescente que ha venido de Suiza atrae las miradas. Es el más joven de los participantes. Se llama Edmond Privat. Nadie ha oído hablar de él. Nadie supone que pronto se hablará mucho de él. No hay intérpretes por ninguna parte.

¿Para qué valdría un intérprete en ese gran salón, donde ninguna barrera lingüística separa a los delegados? Tan pronto se saludan se expresan fácilmente, sea cual sea su origen, en ese idioma «rompehielos», que es de su propiedad. El 5 de agosto de 1905, el teatro de Boulogne-sur-Mer es la embajada del país de todos y de ningún sitio, el país de todos y de nadie. «Esperantujo» (el país del esperanto) ya existe.

Reina un gran silencio cuando, precedidas por Michaux, las personalidades esperantistas y las autoridades locales suben al estrado: Cart, Bourlet, Sebert, el alcalde Péron, el concejal Bilbocq y el presidente de la Cámara de Comercio Farjon. En medio de ellos un hombre bajo, vestido totalmente de negro, algo calvo y con la barba grisácea, al que enseguida se dirigen todas las miradas. A los discursos oficiales les siguen los saludos. Un momento de gran emoción se palpa en los asistentes cuando Michaux da la palabra al padre del esperanto:

“Os saludo, queridos compañeros, hermanos y hermanas de la gran familia humana, que habéis venido de países próximos y lejanos, desde las más diversas naciones del mundo, para saludaros fraternalmente, en nombre de la gran idea que nos une. Te saludo también, gloriosa tierra de Francia […]”

Su boca está seca, tiene un nudo en la garganta. Pronuncia, por primera vez, un discurso público en esperanto, está emocionado y le tiemblan las manos.

“No se han reunido jefes de gobiernos ni ministros, para cambiar el mapa político del mundo, […] ningún cañonazo alrededor de la modesta casa en la que nos encontramos; pero por el aire de nuestro salón vuelan misteriosos sonidos, sonidos muy débiles, apenas audibles, pero sonidos que toda alma sensible puede captar: son los sonidos de algo grande, que está naciendo ahora […]”

“En la más remota antigüedad, […] la familia humana se separó y sus miembros dejaron de comprenderse. Los hermanos creados según un modelo, hermanos que tenían todos las mismas ideas, el mismo Dios en sus corazones, hermanos que debían ayudarse y trabajar juntos por la felicidad y la gloria de su familia, esos hermanos se volvieron extraños los unos para los otros, se separaron aparentemente, quizá para siempre, en pequeños grupos enemigos, y entre ellos comenzó una guerra interminable […]”

Desde hace miles de años los poetas y profetas soñaron con un futuro remoto, cuando la humanidad se uniera de nuevo en una familia. Pero eso era sólo un sueño, que nadie ha considerado en serio, en el que nadie ha creído.

“Y ahora es la primera vez que el sueño de miles de años empieza a realizarse. En esta pequeña ciudad del litoral francés se ha reunido gente de los más diversos países y naciones, y se encuentran no como sordos o mudos, sino que se comprenden los unos a los otros, hablan unos con otros como hermanos, como miembros de una misma nación”.

“[…]Todos nos sentimos miembros de una misma nación, miembros de una misma familia, y por primera vez en la historia de la humanidad nosotros, miembros de los pueblos más distintos, nos encontramos unos junto a otros no como extraños, no como competidores, sino como hermanos que, sin imponer su idioma al otro, se comprenden, no sospechan uno del otro por el desconocimiento que los divide, se aman y se dan la mano no hipócritamente, como un extraño a otro extraño, sino sinceramente, como un ser humano a otro ser humano”.

De pronto, en el patio de butacas, espontáneamente, cientos de personas entusiasmadas se toman de las manos. Zamenhof respira y mira con gran emoción este espectáculo de nobles gestos provocado por nobles palabras. Y con voz fortalecida invita a sus amigos, a que “sean conscientes de la importancia del día de hoy, porque hoy entre los muros acogedores de Boulogne-sur-Mer no se han reunido franceses con ingleses, rusos con polacos, sino personas con personas”:

“Nos hemos reunido hoy para mostrar al mundo, por hechos irrefutables, lo que el mundo, hasta ahora, no había querido creer. Mostraremos al mundo que la comprensión recíproca entre personas de distintas naciones es fácil de alcanzar, que para todo esto no es necesario que un pueblo humille a otro, que los muros entre los pueblos no son inevitables y eternos, que la comprensión recíproca entre los seres de la misma especie no es un sueño fantástico, sino algo totalmente natural que, por circunstancias desgraciadas y vergonzosas, ha sido retrasada por mucho tiempo, pero que tarde o temprano tenía que venir y que por fin ha llegado, que ahora se muestra todavía con demasiada timidez, pero una vez empezado, ya no se detendrá y pronto reinará en el mundo con tanta fuerza, que nuestros nietos no querrán creer que antes fue de otra manera, que la gente, los grandes del mundo, tiempo atrás no se comprendían entre sí. Todo el que dice que un idioma neutral artificial no es posible, que se acerque a nosotros y se convencerá”.

Después de un homenaje al pionero Johann Martin Schleyer y a tres importantes esperantistas desaparecidos, Leopold Einstein, Wilhelm Heinrich Trompeter y Jozef Wasniewski, Zamenhof resume el trabajo realizado hasta ahora por el movimiento esperantista, y puesto que su corazón “está lleno de algo indefinido y misterioso”, siente el deseo de “aliviarlo con una plegaria”, volviéndose “a una Fuerza superior e invocar su ayuda y bendición”.

“[…] en este momento, no soy de ninguna nación, sino una simple persona, así mismo también siento que no pertenezco a ninguna nación o religión particular, soy simplemente un hombre. Y en este momento veo ante los ojos del alma sólo esa Fuerza superior que toda persona siente en su corazón, y a Ella va dirigida mi plegaria”.

Con una voz al principio apenas audible, y después cada vez más alta, recita las primeras cinco estrofas de la Plegaria bajo el estandarte verde, mientras junto a él Cart, Bourlet y Sebert se preguntan —se puede imaginar— cómo acabará todo esto. Y comienza a recitar las primeras estrofas de la plegaria (el texto en esperanto se incluye en el anexo I):

A Ti, poderoso misterio invisible,

Fuerza que gobiernas el mundo;

a Ti, gran fuente de amor y verdad

y fuente de vida constante;

a Ti, a quien todos presentan distinto

pero todos te sienten igual en el corazón;

a Ti, que creas Tú que reinas,

hoy te rezamos.

A Ti no venimos con credo nacional,

con dogmas de ciego fervor.

Silencia ahora toda disputa religiosa

y reina sobre la fe del corazón

con Él, que es para todos iguales

con Él, el más verdadero,

henos aquí, hijos de la humanidad

junto a tu altar.

Creaste a la humanidad perfecta y bella

pero se dividió en la batalla.

Un pueblo ataca a otro pueblo cruelmente,

el hermano al hermano como un chacal.

Seas quien seas, fuerza misteriosa,

escucha la voz de la plegaria sincera.

Devuelve la paz a los niños

de la gran humanidad.

Juramos trabajar y luchar

para reunir a la humanidad.

Mantennos, Fuerza, no nos dejes caer,

pero déjanos vencer el obstáculo.

Danos la bendición, bendice nuestro trabajo,

da fuerza a nuestro fervor;

que siempre contra los ataques

salvajes tengamos coraje.

Mantengamos el estandarte verde en alto

significa el bien y la belleza.

La Fuerza misteriosa del mundo nos bendecirá

y conseguiremos el objetivo.

Destruiremos las murallas entre los pueblos

y crujirán y se derrumbarán.

Caerán para siempre, y el amor y la verdad

reinarán en la Tierra.

Zamenhof se sienta. Un aplauso atronador suena en la sala. Suenan gritos de ¡viva el esperanto!, y ¡viva Zamenhof! El tono vibrante del Maestro provoca un entusiasmo general. El éxito del primer congreso esperantista está asegurado: la ferviente fe de Zamenhof y su apasionado idealismo han vencido los temores de los dirigentes esperantistas franceses. El apasionamiento de los congresistas aumenta cuando empiezan a sonar las primeras notas del himno esperantista La Espero (La Esperanza), con música de un francés, el barón Félicien Menu de Ménil[7] y letra de Zamenhof, que cientos de voces cantan a coro[8]:

Un nuevo sentimiento ha venido al mundo

Por el mundo va una fuerte llamada

Con alas de un viento propicio

Que vuele ahora de un lugar a otro

En la siguiente estrofa

Bajo el signo sagrado de la esperanza

Se reúnen luchadores pacíficos,

Y la obra crece rápidamente

Por el trabajo de los esperantistas.

Y finalmente

Bajo un fundamento lingüístico neutral

Comprendiéndose los unos a los otros

Los pueblos juntos haremos

Un gran grupo familiar

Zamenhof introdujo en este himno un nuevo sentimiento, la llamada al mundo, el esfuerzo por la paz, la esperanza, la obra, el idioma neutral, la comprensión, la armonía de la familia humana, es decir todo en lo que cree. Tiene la certeza: bajo la estrella verde, bajo los pliegues de la bandera verde; tiene esperanzas, piensa que podrá guiar a los pueblos hacia la fraternidad, aportándoles lo que les falta y lo que más necesitan, un idioma común. Es un experto en la comunicación oral; confía su receta a cientos, a miles de hombres de buena voluntad, para que sean sus mensajeros y colaboradores.

La multitud se dispersó en la templada noche de la región de Boulogne; todos regresan, con el sentimiento del deber cumplido, a su lugar de descanso, sobre los acantilados del canal de la Mancha. Al día siguiente, domingo, el sacerdote esperantista Emile Peltier celebrará la misa para los congresistas en la iglesia de Nôtre Dame. En su homilía dice: ‘‘Los corazones de todos los que están aquí, están llenos de sentimientos de fraternidad… Deseo que por medio del esperanto los creyentes de todas las religiones confraternicen, que los sacerdotes católicos, protestantes, judíos o ruso-ortodoxos puedan unirse alrededor del esperanto y trabajar en armonía por la fraternidad universal…

Bajo el sol del verano se reúne ante la iglesia un cortejo de calesas. Luis, Clara, sus amigos, las autoridades de la ciudad inician el viaje al balneario Wimereux, a seis kilómetros de Boulogne, frente a los altos acantilados de Dover, para el banquete de camaradería esperantista. Se brindará a la salud del matrimonio Zamenhof, por la paz universal, por el éxito de la empresa común: ¡lo que el Dr. Zamenhof sembró durante dieciocho años, traerá al mundo frutos de inestimable valor! Pasarán años, quizá siglos, ¡no importa! El ser humano recogerá alguna vez los beneficios de un idioma unificador. Otros muchos, antes que Zamenhof debieron esperar pacientemente antes de ser escuchados, comprendidos y reconocidos. Pero ¿no es un dulce suplicio saber esperar?

Y ahora, ¡al trabajo! Trabajo práctico, según las recomendaciones de Zamenhof. Un verdadero torbellino de actividades, escribirá Grabowski en sus memorias.

El lunes 7 por la mañana los congresistas se reúnen para discutir las preguntas que aparecen en el orden del día. Preside Zamenhof. Dos vicepresidentes: el abogado Alfred Michaux y el rector Emile Boirac, que la mayor parte del tiempo dirigirá los debates, y lo hará con tacto y eficacia para satisfacción general.

La Declaración sobre el esperantismo propuesta por el autor del esperanto es aprobada sin ningún cambio. Para Zamenhof, esto es el primer éxito. Este importante documento será conocido por todos los esperantistas como «la bulonja deklaracio» (declaración de Boulogne).

También La Fundamento de Esperanto, que acaba de editar Hachette, es aceptado sin discusión. Puesto que protege al esperanto contra todo intento, caprichoso y contradictorio, de reformas, el Fundamento es el principio vivo del idioma internacional. En el prólogo Zamenhof recalca la necesidad de no poder cambiar el idioma, como condición absoluta de su unidad y estabilidad; explica cómo el esperanto “podrá sin romper esa unidad, enriquecerse poco a poco por formas y palabras nuevas”, que se muestren necesarias. El Fundamento, además, contiene la gramática con las dieciséis reglas, el Ekzercaro (ejercicios) y La universala vortaro, un diccionario universal con algunas de las 1800 primeras raíces de esperanto[9].

Los congresistas aceptan unánimemente esta guía que protege al idioma internacional contra toda desviación y evita las innovaciones de particulares. “Zamenhof lo previó todo”, dicen unos. “Es la obra de un genio”, añaden otros. Todos hacen notar que el Fundamento no sólo no paralizará el desarrollo del idioma, sino todo lo contrario: lo provee de una vía segura hacia su evolución. Todo nuevo proyecto sería una prueba que haría peligrar la unidad del idioma. En una palabra, con el esperanto el idioma común está totalmente acabado. “La estructura del esperanto, tal y como está definido en el Fundamento de Zamenhof es irreprochable[10]: el sistema es sólido e inmutable. Debido a su éxito, el esperanto no se salvará de las críticas y aparecerán diversas variantes, como veremos después. “Todos ellos convergen en el sistema inicial, sin tener su simplicidad y armonía, pero ninguno de ellos ha sido probado tanto tiempo a escala mundial, y todos se quedaron en proyecto[11].

El resultado del primer día del congreso es que, con relación a la unidad del idioma, todo buen esperantista deberá conocer la obra básica, que el Fundamento deberá quedar, para siempre, inalterable y que, “hasta el día en que una institución central decida enriquecer (nunca cambiar) el Fundamento para oficializar las nuevas palabras y las nuevas reglas, todo lo que es bueno y no se encuentra en esta obra, será considerado como «no obligatorio, pero sí recomendado»[12].

Incluso antes de la clausura del congreso, los analistas, observadores y comentaristas son conscientes de que, contra toda apariencia, no hay nada dogmático o dictatorial en las reglas fundamentales propuestas por Zamenhof. De forma gráfica se puede decir que el Fundamento funcionará como un extintor al primer aviso de incendio. La prueba es que varias décadas después de su aprobación, se constata que el esperanto es un idioma vivo, tan vivo como cualquier idioma natural. Además por su rigor mismo, se puede atribuir al Fundamento un cierto valor psicológico, puesto que sigue siendo respetado por los esperantistas de todo el mundo.

Por la tarde, durante el banquete en el Casino, Zamenhof es muy ovacionado cuando declara que está muy animado por los resultados positivos de los primeros trabajos del congreso. Después, a propuesta de Grabowski, se le otorga el título de «héroe del día». Edmond Privat también es muy aplaudido; ya se conoce mejor al joven suizo cuya presencia se había hecho notar durante la solemne inauguración. Es el congresista más joven. Tiene quince años, ha venido solo desde Ginebra y el lunes, ante el congreso, presentó brillantemente un pequeño discurso, que gustó mucho a Zamenhof. Privat fundó, en colaboración con su amigo Hector Doler, la revista Juna esperantisto (joven esperantista). Su primer objetivo era hacer un boletín local, pero traspasó las fronteras desde el segundo número y tenía cada vez más suscriptores jóvenes de distintos países.

A los postres se pronunciaron diversos discursos. El ruso Ostrovski, de Yalta, se alegra de que, “gracias al esperanto ha adquirido un maravilloso sexto sentido, que le permite entenderse libremente con tantos extranjeros”. El sacerdote suizo Schneeberger, presidente de la Sociedad Esperantista Suiza, expresa un deseo: “Suiza, en el corazón de Europa, que alguna vez sea el corazón del mundo esperantista, el corazón de la humanidad”. El periodista L. Pourcines, de Nancy, habla en nombre de la prensa francesa; “La prensa, dice, debe ser principalmente un instrumento de educación, es bueno y necesario que la idea del idioma puente internacional penetre en las multitudes… Después de haberse unido a vuestra batalla pacífica, la prensa informará de que el esperanto es la solución… Señores, vuestro trabajo es noble y grandioso, como vuestro objetivo; ¡puedo asegurar el apoyo de la prensa!

Al día siguiente se discute el proyecto de una organización mundial esperantista propuesto por Zamenhof. Varios delegados muestran desconfianza y oposición, que Zamenhof no logra explicarse. Además se da cuenta de que los amigos de Louis de Beaufront, el «gran ausente», se destacan entre las filas francesas. ¿Temen que una organización central ejerza una autoridad excesiva sobre los esperantistas o que atente contra la libertad individual? Incluso Théophile Cart, por lo general hombre moderado, se exaspera; al final consigue que el congreso adopte una resolución insignificante, que Zamenhof califica de fútil: “el Congreso Universal de Esperanto en Boulogne-sur-Mer expresa, por unanimidad, el deseo de que las actuales sociedades esperantistas nacionales mantengan relaciones lo más estrechas posibles”. En otras palabras, el congreso no se expresa sobre nada en concreto. La idea de liga, de federación, se pospone «ad kalendas grecas». Zamenhof está desilusionado, pero no se emociona demasiado. Sabe —ya que no es la primera vez en su vida— que debe esperar pacientemente.

Y que los temas pospuestos no van a fracasar necesariamente.

Zamenhof pasa del decaimiento al entusiasmo. Tras adoptar sin demora la creación de dos comités provisionales —el lingüístico y el organizador de los congresos anuales— los congresistas le muestran, de nuevo, su total confianza, que suscriben con aplausos. Desgraciadamente el papel del comité lingüístico no ha sido definido claramente. El último día del congreso, el sábado 12, apoyado por la mayoría de los congresistas, Boirac sugiere, que “el más cualificado de los esperantistas nombre a los futuros miembros del comité lingüístico”. Zamenhof lo rechaza sin dudar. Como siempre, no desea desagradar a nadie, y menos exponerse a las críticas: “Cada vez que nombrara a alguien, me arriesgaría a molestar a otro. Mejor que los congresistas lo decidan”, sin embargo tras advertir que el comité debería constar de sólo cuarenta miembros, muy bien escogidos, elegidos entre los más antiguos esperantistas, los más fieles, los que tengan más méritos, ¡el congreso fijará el número en ciento dos! Zamenhof se sorprende, pero eludirá todo comentario. Era evidente, para la minoría favorable a su tesis, que así se complicaba mucho el trabajo del comité, tanto más cuando no todos los miembros elegidos tienen el mismo nivel ni conocen igual de bien el esperanto. Aunque se encontraba entre los elegidos, Grabowski no manifestó ninguna alegría y Zamenhof le oirá refunfuñar: ¡“Menos mal que se trata de un comité provisional!

¡Moliére y Labiche en esperanto! En el Teatro Municipal los congresistas asisten, el miércoles por la tarde, a un «estreno mundial»: ante un público perteneciente a veintiocho países, actores aficionados de ocho naciones representan dos obras en esperanto: La kontraŭvola geedziĝo (La boda forzada) traducida por el francés Victor Dufeutrel, y La mizantropo kaj la arverniano (El misántropo y el arverno) comedias cuya sutileza Zamenhof no había podido disfrutar en el original, porque su conocimiento del francés era escaso. Nueve años antes, en Smolensk[13], aficionados rusos habían interpretado una versión en esperanto de La brandfaristo (el destilador de brandy) de Tolstoi, pero esto ocurrió sólo ante compatriotas. En Boulogne-sur-Mer los esperantistas demostraron que gracias al idioma internacional, el teatro clásico, independientemente de la cultura a la que pertenezca, puede llegar a los espectadores de todo el mundo. Las palabras en esperanto no tienen nacionalidad. Tampoco los aplausos.

Al día siguiente, los esposos Zamenhof y un grupo de congresistas se toman un descanso. Se embarcan en el transbordador Onward hacia Folkestone. Los esperantistas Bolingbroke Mudie, Felix Moscheles y el director del balneario los reciben con todos los honores: una calurosa recepción en el Ayuntamiento, con la bandera verde ondeando en la fachada al lado de la Union Jack. Por la tarde la caravana esperantista viaja a Dover, donde la recepción es aún más calurosa. Tras esta excursión esperantista oficial al Reino Unido, Zamenhof, su esposa y su grupo de amigos regresan a Francia el día 11, por Calais, en el barco Deutschland. Un vino de honor en el puerto, recepción en la Cámara de Comercio, visita al teatro en construcción, banquete en el Casino. En todos los sitios Zamenhof es saludado con entusiasmo con vivas de los esperantistas locales.

El congreso resultó muy animado en estos dos últimos días, los anfitriones británicos y de Calais recibieron con gran honor a sus invitados y el idioma internacional regresa rebosante de salud de esa escapada al otro lado del Canal. Los semblantes alegres de los congresistas, el sábado 12, durante la solemne clausura, lo demuestran. Todo lo que bien empieza, bien acaba. Boirac pronuncia un corto discurso, que evidencia el éxito indiscutible de la primera reunión esperantista internacional. Muy emocionado, Zamenhof lo sigue en el estrado para despedir a los asistentes que le aplauden con emoción. Mediante algunas palabras, pide a sus amigos esperantistas que no se duerman en los laureles; queda todavía mucho por hacer; más que nunca el lema es: ¡trabajemos y difundamos el mensaje! Un último ĝis la revido! (hasta la vista). La cita es el 28 de agosto de 1906 en Ginebra para el Segundo Congreso Universal, donde se volverán a encontrar por invitación de los esperantistas suizos.

Sin duda, el congreso de Boulogne-sur-Mer no había cumplido todas sus promesas. Sobre ello medita Zamenhof en el tren que le lleva a París. Por ejemplo, su gran idea de la fraternidad y del amor universal habría encajado mejor si en su discurso hubiera introducido algunas palabras sobre el «hilelismo», esa religión de religiones a la que no renuncia. Mencionará este pesar en una carta enviada, un mes después del congreso, a su amigo Javal: “El esperanto no es más que un aspecto de esta idea general a la que llamo «hilelismo» y sobre la que he pensado durante toda mi vida. La idea del «hilelismo» parece una simple utopía; aunque es fácilmente realizable, y si un día tuviera suficiente tiempo y mejor salud, la llevaría a cabo”.

Sin embargo, está convencido de que los esperantistas que asistieron a Boulogne son capaces de dar a conocer en todo el mundo lo que ellos mismos pudieron constatar. Desde ahora, sólo personas mal informadas o de mala fe podrán decir que el valor práctico del esperanto, en todos los aspectos de la vida, no ha sido demostrado todavía[14]. Además, los 688 congresistas formarán el embrión alrededor del que emergerá una sólida comunidad internacional, condición necesaria para la perpetuidad de un idioma cuya futura vitalidad constituirá un fenómeno social y lingüístico único en toda la historia de la humanidad.

Entre Boulogne y París, Zamenhof logró disponer de tiempo libre en la región de Amiens. Pretextando graves —y no menos imprecisos— problemas de salud, Louis de Beaufront había comunicado que no puede dejar su domicilio en Folies, junto a Roye y que lamenta faltar —añadió modestamente— a todos los que esperaban, al fin, encontrarse con el número uno del esperantismo francés. Puesto que no estaba entre estos últimos, Bourlet había dejado entender que el congreso «estaría mejor». Además, recordó, ¿no se cuenta, desde hace tiempo, que antes de presentarse como maestro de esperanto, Beaufront trabajó en su propio proyecto de idioma internacional, el «adjuvanto», de cuya mediocridad se dio cuenta muy pronto, y por eso prefiere no hablar de este viejo pecado?, ¿no se ha mencionado que dejó correr infamias sobre Zamenhof, acusándolo de recibir, a escondidas, fuertes sumas de la editorial Hachette?

Siempre con un gran ánimo, haciendo oídos sordos a todas las habladurías, tras decidir no inmiscuirse en luchas personales, Zamenhof opta por saludar a Beaufront en su casa de campo antes de dejar Francia. ¿Qué ocurrió en esa entrevista? Tras volver a París por la tarde, no reveló nada de su encuentro con el ofendido e impenetrable «marqués», el único esperantista al que le gustaba presentarse como el más fiel de los fieles del Dr. Esperanto: “Todo está en orden, todo va bien”, dijo lacónicamente a los próximos, y no habló más del tema.

Clara y Luis, sin prisas, regresan a Varsovia. El doctor está cansado. En Boulogne, todos los que lo vieron por primera vez tenían la impresión de que Zamenhof, de cuarenta y seis años, aparentaba más edad. Trabaja demasiado y su salud le sigue dando disgustos. “Me siento débil —confia a Javal en una carta de septiembre de 1905—, y no puedo trabajar ni siquiera la mitad de lo que trabajaba antes; y como no puedo reducir mi actividad profesional, lo quiera o no, debo reducir mi correspondencia esperantista”. Sin embargo, volviendo de París, tras una corta etapa en Viena, el matrimonio Zamenhof se permite algunos días de reposo en Miedzeszyn, en el campo polaco, no lejos de Varsovia.

Allí Zamenhof, con la mente en reposo, hace balance del trabajo realizado en Boulogne… Primeramente, algo positivo para el movimiento esperantista es el Fundamento, un documento intocable que garantiza la disciplina de los hablantes del idioma internacional y su estabilidad, similar a la de cualquier idioma, cuyas reglas inmutables, a menudo irracionales, deben ser toleradas y trasmitidas por sus hablantes. De eso extrae Zamenhof una lección que todos los esperantistas conocen: “El que ya ha aprendido el esperanto debe tener la absoluta certeza de que no se va a ver obligado a volverlo a estudiar, de que ninguna palabra aprendida perderá su valor, y de que nunca va a dejar de ser entendido por otros esperantistas […] Existen, sin embargo, medios para mejorar el idioma, sin tocar el Fundamento. Con la introducción de neologismos, que no sustituyan a las palabras primitivas, sino que coexistan con ellas”. Opina, —y los mejores esperantistas de su tiempo lo apoyan— que las dieciséis reglas gramaticales sin excepción son la piedra angular del edificio lingüístico, pero que una palabra nueva, un giro, una metáfora, una nueva terminación o afijo, se aceptarán si son gramaticalmente correctos, y por lo tanto no se considerarán como una violación del Fundamento.

El punto negativo es que el proyecto de Liga Mundial se ha aplazado «sine die». Y por supuesto, frente a la resistencia del grupo francés, con Beaufront a la cabeza, para que el esperanto pudiera ser sólo un idioma y nada más, Zamenhof siente como un fracaso personal que el «hilelismo» (o el «homaranismo») ni siquiera haya sido mencionado. Esta idea lo persigue, lo asedia. Ahora que el idioma internacional ha nacido, le parece que la misión a la que está asociado queda por hacer.

Quiere esforzarse por borrar esos dos puntos negros. De los días triunfales vividos en Francia tiene un recuerdo inolvidable. Pero ya piensa en Ginebra el año que viene.

Con sus cuatro idiomas y su estatuto de país neutral, ¿no sería Suiza el foco espiritual ideal para la comunidad esperantista de todo el mundo[15]?