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El tango

A.: Borges, yo sé que a usted le gusta más la milonga que el tango. ¿Podría explicarme las razones?

En la calle, la buena gente derrocha

sus guarangos decires más lisonjeros,

porque al compás de un tango, que es La Morocha

lucen ágiles cortes dos orilleros.

A.: Ahora bien, Borges, ¿cómo se impone el tango en el pueblo? ¿Cómo llega a convertirse en la música más popular y representativa de Buenos Aires?

Yo soy del barrio del Alto,

soy del barrio del Retiro,

yo soy aquel que no miro

con quién tengo que pelear,

y a quien en el milonguear,

ninguno se puso a tiro.

A.: ¡Qué lindos versos! Lástima que el tango después declina hacia lo nostálgico; sobre todo el tango canción, ¿verdad?

B.: Sí, termina adquiriendo un tono sentimental; sin duda el tono nostálgico del inmigrante europeo. A partir de ahí comienza a ser materia poética de los arrabales. Las zozobras del amor clandestino invaden las plumas de los autores populares, y bueno, el tango se transforma en burla, en rencor, en recriminación hacia la mujer infiel. Pasa entonces a ser tango de desdicha y de lamento. Todo el trajín de la ciudad, todo lo que mueve a los hombres —la ira, el temor, el deseo, el goce carnal— es materia que motiva a los autores de tango. Yo creo que no sería disparatado afirmar que el tango es una vasta expresión de la inconexa comédie humaine de la vida de Buenos Aires.