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El tango
A.: Borges, yo sé que a usted le gusta más la milonga que el tango. ¿Podría explicarme las razones?
B.: Bueno, esto se debe a que a mí me molesta la sensiblería del tango, que pasa de la provocación y del coraje a una forma sentimental y quejumbrosa. En eso hay una confusión: el tango no es la música natural de los barrios de Buenos Aires, sino la de los burdeles. Yo he sostenido siempre que lo representativo es la milonga. La milonga es un infinito saludo que narra, sin apuro, duelos y cosas de sangre; muertes y provocaciones; nunca gritona, entre conversadora y tranquila. Yo creo que la milonga es una de las grandes conversaciones de Buenos Aires, como lo es también el truco, ese juego de naipes dialogado y lleno de picardía.
A.: Sin embargo, el tango puede discutirse —de hecho lo discutimos—: es una realidad de Buenos Aires y, como toda realidad, encierra un secreto. Le propongo que lo indaguemos: ¿cuál es, según usted, el origen del tango?
B.: Yo siempre he adherido a las conclusiones de tres investigadores que, de diversas maneras y puntos de vista, lo han historiado. Me refiero a Muzzio Sáenz Peña, Vicente Rossi y Carlos Vega. Los tres llegan a una misma conclusión: el tango se origina en los prostíbulos. Hay una historia muy difundida, no obstante, que el cine y el teatro divulgaron con mucha frecuencia, que asegura que el tango nació en los conventillos de La Boca del Riachuelo. Lo pintoresco del lugar y las virtudes fotográficas que brinda, han llevado a los devotos de esa música, por lo general cultores poco profundos, a suscribir esa versión.
A.: En su libro Evaristo Carriego, yo recuerdo ahora que usted se inclina por el primero de los orígenes mencionados, y agrega que personalmente realiza ciertas investigaciones que confirman lo dicho.
B.: Sí. Esas investigaciones yo las realicé ayudado por algunos amigos míos. Mi relación con el guapo Nicolás Paredes, por ejemplo, me permitió conocer personalmente a don José Saborido, autor del tango La Morocha; conversé también con Ernesto Pondo, el autor de Don Juan y luego con los hermanos de Vicente Greco, que fue el autor de La viruta y de La tablada, dos tangos muy famosos de aquella época.
A.: ¿Coincidían los relatos de esas personas, Borges?
B.: Bueno, yo diría que sí, pero con algunas variantes. Ahora, en lo esencial, en lo que me interesaba a mí, creo que todos coincidían; el origen, la procedencia del tango, era indudablemente el prostíbulo. Recuerdo que Saborido, que era uruguayo, le atribuyó una cuna montevideana; Ernesto Poncio optó por su barrio y por los prostíbulos que funcionaban en la recova del Retiro. Unos años después, cuando yo trabajaba en el diario Crítica, hice una investigación sobre el mismo tema, y recuerdo que los porteños del Sur se remitieron a la calle Chile; los del Norte, por su parte, sostenían que la cuna del tango había sido la calle del Temple, la meretricia calle del Temple, que hoy se denomina Viamonte, y está ubicada en pleno centro de Buenos Aires. Algunos también mencionaban a los prostíbulos que había en la calle Junín, allá por el barrio del Once; pero todos, sin excepción, coincidían en que el origen del tango era prostibulario.
A.: En cuanto a las fechas. ¿Existen precisiones sobre la época en que nace el tango, Borges?
B.: Yo recuerdo que Muzzio Sáenz Peña, que investigó ese tema a través de ciertas circunstancias, llega a la conclusión de que las posibles fechas en que el tango comienza a interpretarse en Buenos Aires, data del año 1880. O sea que entre 1880 y 1890 nace el tango.
A.: El rechazo hacia esa música que venía de las orillas habrá sido unánime, ¿no?
B.: En efecto. La gente de bien, el patriciado, sobre todo, no quería saber nada con esa música prostibularia. Pero hacia 1910, sin duda adoctrinados por el buen ejemplo de París, esa misma gente ya había cedido, abriéndole de par en par las puertas a ese personaje que llegaba triunfal de Europa, aunque había nacido en los burdeles de Buenos Aires.
A.: ¿Qué instrumentos usaban esos primitivos músicos de tango, Borges?
B.: Se dice que el instrumental primitivo de esas orquestas eran el violín, la flauta y el piano; más tarde, creo que bastante más tarde, se incorporó el bandoneón, que es de origen alemán. Esto, en cierta forma, confirma mi teoría —en realidad la teoría que han sostenido otros y a la que yo adhiero— de que el tango no nació en los conventillos, en los arrabales de la ciudad. En esos sitios, el instrumento habitual era la guitarra pulsada por los payadores o los trovadores que venían del campo. Pero hay otros hechos que reafirman esta teoría: las mujeres no querían participar de ese baile de perdularias; me refiero, claro está, a las mujeres del pueblo, que veían en esa música algo infame y deshonroso. Los personajes que eran sus cultores tenían una cierta lascivia, y es mejor no recordar los títulos de esos tangos: El Fierrazo, La Parda, El Choclo, El Mame. Yo recuerdo que cuando era chico, en Palermo, mi barrio, solía ver bailar en las esquinas a parejas de hombres; el baile era, por supuesto, el tango. Esas imágenes fueron espléndidamente fijadas por Evaristo Carriego en sus Misas Herejes, cuando dice en esos versos memorables:
En la calle, la buena gente derrocha
sus guarangos decires más lisonjeros,
porque al compás de un tango, que es La Morocha
lucen ágiles cortes dos orilleros.
A.: Ahora bien, Borges, ¿cómo se impone el tango en el pueblo? ¿Cómo llega a convertirse en la música más popular y representativa de Buenos Aires?
B.: Bueno, ese «reptil de lupanares», como lacónicamente lo define Leopoldo Lugones, con cierto dejo desdeñoso, en su libro El payador, tuvo que luchar arduamente para imponerse en los salones del centro; en los barrios tampoco fue fácil. El tango, que ya tenía pasaporte internacional y se había adecentado bastante en París, no le seguía siendo simpático a la gente de bien, que le conocía ese origen prostibulario y esa índole sexual y pendenciera.
A.: ¿Hablemos un poco de ese rasgo pendenciero que caracteriza al tango y que tanto le interesa a usted?
B.: Sí. Yo he anotado las similitudes y relaciones que guarda el carácter pendenciero del tango con otras circunstancias literarias. El tango expresa directamente algo que los poetas de distintas épocas han querido decir con palabras: la convicción de que pelear puede ser una fiesta. Yo recuerdo ahora que en La Ilíada, por ejemplo, se habla de los aqueos para quienes la guerra era más dulce que regresar a la querida tierra natal; también es conocida la actitud de Paris, el hijo de Príamo, que corrió velozmente y con una gran alegría a la dura batalla.
A.: ¿Esa vertiente brusca y pendenciera que usted le atribuye al tango tiene también un origen sexual, además de belicoso?
B.: Esas vertientes yo creo que son manifestaciones de un impulso similar. La palabra hombre, por ejemplo, connota capacidad belicosa y sexual en todas las lenguas que yo conozco. La palabra virtus, en tanto, es de origen latino y quiere decir coraje, esa palabra procede de vir, que es varón. En el tango se da eso: los primeros compositores, por lo general, solían buscar lo malévolo y lo sexual. No desdeñaron tampoco lo alegre, lo humorístico y lo vistoso, aunque siempre lleno de bravatas y de compadradas. Esos autores se semejaban mucho a los payadores, que fueron anteriores y, en cierta forma, sus precursores. El tango, en especial el tango antiguo, el llamado tango-milonga, suele como música transmitir esa belicosa alegría cuya expresión verbal ensayaron, en otro siglo, los rapsodas griegos y germánicos. Ahora los autores de letras de tango han buscado siempre ese tono valiente, ese tono brusco y compadre, y han escrito con cierta felicidad algunas obras que sin duda podemos ubicar dentro de esa tradición.
A.: ¿Pero al principio el tango no tuvo letra, no?
B.: No, al principio no la tuvo, pero apenas se le hubo incorporado, esas letras fueron circunstanciales y obscenas; casi siempre llenas de bravatas. Yo recuerdo aquellos versos de un tango-milonga que dicen:
Yo soy del barrio del Alto,
soy del barrio del Retiro,
yo soy aquel que no miro
con quién tengo que pelear,
y a quien en el milonguear,
ninguno se puso a tiro.
A.: ¡Qué lindos versos! Lástima que el tango después declina hacia lo nostálgico; sobre todo el tango canción, ¿verdad?
B.: Sí, termina adquiriendo un tono sentimental; sin duda el tono nostálgico del inmigrante europeo. A partir de ahí comienza a ser materia poética de los arrabales. Las zozobras del amor clandestino invaden las plumas de los autores populares, y bueno, el tango se transforma en burla, en rencor, en recriminación hacia la mujer infiel. Pasa entonces a ser tango de desdicha y de lamento. Todo el trajín de la ciudad, todo lo que mueve a los hombres —la ira, el temor, el deseo, el goce carnal— es materia que motiva a los autores de tango. Yo creo que no sería disparatado afirmar que el tango es una vasta expresión de la inconexa comédie humaine de la vida de Buenos Aires.