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La literatura policial
Poe y Chesterton
Alifano: Borges, usted siempre se interesó por el género policial, y con Adolfo Bioy Casares se dedicaron, en una época, a escribir cuentos policiales. Ambos, además, fueron los fundadores de la colección El Séptimo Círculo, donde se editaron importantes autores del género, traducidos por ustedes. ¿Por qué se llamó así esa colección?
Borges: Con Bioy necesitábamos un título, y yo le propuse: busquemos el círculo de los violentos en el Infierno de La Divina Comedia. Ese círculo resultó ser el séptimo. Y quedó bien. Porque si hubiera sido el sexto, el octavo o el cuarto no nos habría servido: en cambio el Séptimo Círculo era perfecto. Tuvimos esa suerte y bautizamos entonces con ese nombre a la colección.
A.: Borges, creo que sería importante indagar sobre la novela policial. ¿Qué orígenes le atribuye usted?
B.: Hace algunos años yo tuve una polémica con Roger Caillois sobre ese tema. Creo haber tenido la razón y tenerla todavía; aunque, después de haber estado en el Japón he aprendido que se debe procurar que el interlocutor sea quien tenga la razón y no uno. Pues bien, en aquel momento yo era poco o nada japonés y lo traté a Caillois con bastante descortesía y con cierta dureza. Yo dije que el género policial era un invento de Edgar Allan Poe, que escribió Los crímenes de la calle Morgue, La carta robada, El escarabajo de oro y Tú eres el hombre, entre otros cuentos memorables. En esas obras está prefigurado todo lo que se hizo después en el llamado género policial. Además, Poe inventó la ficción del hombre que descubre un crimen por medios lógicos, a fuerza de razonamiento. Y el hecho de que eso sea contado por un amigo de él menos inteligente; lo cual, desde luego, no corresponde a la realidad ya que los crímenes se descubren por investigaciones, por delaciones o por azar; pero no por medio de razonamientos. El caballero Augusto Dupin es el hombre sedentario que reflexiona sobre un delito y encuentra la solución, y eso, después, fue heredado famosamente por la pareja Sherlock Holmes y Watson, de Conan Doyle, y por los cuentos del Padre Brown, de Chesterton.
A.: ¿Es en los cuentos cortos donde Poe volcó la mayor parte de su genio creador, verdad, Borges?
B.: Yo creo que en ellos es donde está su obra más lograda, más que en ningún otro género que haya cultivado; más que en la poesía y que en la crítica. Yo creo que sus cuentos policiales fueron los que lo hicieron acreedor del lugar que hoy ocupa en la literatura. La novela policial es un género que Poe contribuyó a definir en la teoría y a perfeccionar en la práctica. Todo parte de él. Yo he pensado siempre que Poe tenía conciencia, además, de que el género policial es un género fantástico. Una prueba de ello es que él escribe en Estados Unidos, pero hace que su detective sea francés; es decir, él lo sitúa en París, en una lejanía, y esa lejanía es el sitio donde ocurren los crímenes. Indudablemente Poe sabía que si sus narraciones las hubiera situado en Nueva York, la gente habría buscado una similitud. Pero al ubicarlos en otra ciudad, hacía que esos hechos resultaran lejanos e irreales. Por eso yo sostengo que el género policial es un género fantástico. Hay también una idea que inventó Poe: la idea de que algo se torna invisible precisamente por ser demasiado visible.
En su cuento La carta robada, por ejemplo, Poe nos presenta a un político al que le han robado una carta muy importante. La policía examina de un modo muy prolijo la casa. La examina con vidrios de aumento, se fija en las junturas de las baldosas, en la encuadernación de los libros. Están buscando minuciosamente el escondrijo donde puede estar la carta, pero no consiguen encontrarla. Luego el caballero Augusto Dupin encuentra la carta; esa carta estaba encima de la mesa. O sea que el lugar donde estaba era tan evidente, tan visible estaba la carta que, por esa misma razón se había tornado invisible.
A.: Esa misma idea creo que la retoma Chesterton en «El hombre invisible», ¿no es así?
B.: Es cierto. En esa narración hay un enano que fabrica sirvientes mecánicos o robots, y que vive en una casa que está ubicada sobre un cerro. Todo eso sucede en Londres, en invierno. Este señor recibe amenazas de muerte sin saber quién se las ha dejado. El Padre Brown, que es amigo de él, va a dar cuenta a la policía y al salir le encarga al portero que vigile la casa; también hace lo propio con un vendedor de castañas. El asesino, por supuesto, puede entrar en cualquier momento para cumplir su amenaza. Cuando regresa ven pisadas en la nieve, pisadas que van y que vuelven. Le preguntan al vendedor de castañas si vio entrar a alguien a la casa; el vendedor de castañas dice que no. Le preguntan al portero; el portero también dice que no. Luego suben al departamento, y allí encuentran cenizas en la chimenea y los muñecos mecánicos. Surge entonces la posibilidad de que los muñecos hayan matado y devorado a su artífice. Viene después la solución: el crimen ha sido cometido por un personaje tan visible que se ha tornado invisible. El amenazado ha recibido cartas que no sabe cómo llegan… La conclusión es esta: el asesino es el cartero que ha entrado en la casa sin ser visto; sin ser visto porque es un hábito de la casa. Lleva su uniforme de cartero, mata a su enemigo, lo mete en una bolsa que usa para las cartas, luego quema las cartas. Por eso aparecen las cenizas en la chimenea. Y las pisadas que vuelven están grabadas en la nieve con más intensidad por el peso del cadáver que lleva en su bolsa.
A.: Ese argumento confirmaría su teoría de que el género policial es también un género fantástico, ya que sugiere la posibilidad de los muñecos mecánicos que asesinan a su artífice.
B.: Sí. Y esto tiene también su origen en Poe: sobre todo en La carta robada, y en Los crímenes de la calle Morgue. Allí está la idea del crimen cometido en un cuarto cerrado; solo que la solución es, en ese caso, un mono. Una solución terrible, por supuesto, ya que ese orangután trepa a los lugares donde no puede llegar el hombre.
A.: Indiscutiblemente, toda la literatura policial surge entonces de Edgar Allan Poe.
B.: Sin ninguna duda. Para mí Poe es, como ya dije, su máximo artífice; es el maestro indiscutido del género policial. Él tenía varias razones para cultivar esos cuentos, aparte del hecho evidente de que sus mejores aptitudes apuntan en esa dirección. En su época, si nos remitimos a un hecho meramente anecdótico, había un buen mercado para este tipo de materiales. Las revistas llenaban sus páginas con esos cuentos. Poe fue redactor y director de esas revistas, y trataba de complacer a su público publicando relatos cortos de buena calidad. La mayor parte de esos relatos estaban escritos por él mismo. Cuando Poe apareció en escena, el cuento corto ya estaba floreciendo en Norteamérica por obra de Irving y Hawthorne, de manera que él lo adoptó y lo perfeccionó al máximo.
A.: Borges, ¿qué le parece si volvemos a su polémica con Roger Caillois? ¿Cuál era el punto de vista sobre el género policial?
B.: Bueno, Caillois sostenía que la novela policial era anterior a Poe, ya que el espía o el actor de la época de Napoleón Primero, eran, según él, personajes del régimen policial. Ahora, yo creo que esto es una falacia. Especialmente porque el género policial no tiene nada que ver con la policía, es una obra literaria ajena a este tipo de crónica. El hecho de que antes de Poe hubiera espías y policías es ajena a esta cuestión. Pero curiosamente, a raíz de esta polémica nos enemistamos con Roger Caillois. Luego él, con gran generosidad de su parte, incluyó un libro mío en su colección y me dio su voto en el premio Internacional de Editores de Formentor. Ambos nos olvidamos luego de esa polémica sin importancia, desde luego. Pero, en general, creo que yo soy el que tiene razón, y mi punto de vista de que Poe es el inventor del género policial es el que se ha aceptado.
A.: ¿Han tratado otros autores el origen del género policial?
B.: Dorothy Sellers ha escrito contra Edgar Allan Poe diciendo que sus argumentos son tenues hasta la transparencia, que el lector desde las primeras líneas los adivina. Yo pienso que esto no es cierto. Dorothy Sellers olvida que el lector de cuentos policiales ha sido creado por el mismo género policial. Es decir, si uno lee un cuento policial lo lee pensando en quién será el asesino. O sea, sospechando todo de antemano. En cambio, los primeros lectores de Poe no eran lectores de cuentos policiales. De modo que leían de otro modo. Vamos a suponer, por ejemplo, que el Quijote fuera una novela policial —felizmente no lo es, felizmente es otra cosa—. Pero, supongamos que lo fuera, entonces leeríamos: «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…». Y uno pensaría esto: «Bueno, el que dice esas palabras es, sin duda, el criminal ya que por algún motivo no quiere acordarse». Y después «… no ha mucho tiempo que vivió un hidalgo». Y uno seguiría pensando: «Quizás ese hidalgo vive y va a ser asesinado o ha sido asesinado recientemente». Vale decir que leemos un texto del género policial sospechando todo de antemano, pero ese tipo de lectura ha sido creada por el mismo cuento policial. Nosotros, lectores contemporáneos de cuentos policiales —yo me debería excluir porque ya hace tiempo he dejado de leerlos— somos criaturas de Poe: hemos sido creados por él. Sin esos primeros cuentos policiales no existiría este tipo de lectores ni esa literatura. De modo que esa acusación es totalmente falsa.
A.: ¿Qué opinión le merecen los actuales autores de cuentos y de novelas policiales?
B.: Yo estoy un poco desactualizado con relación a lo que ahora se escribe en el género. Pero los que conozco creo que se han apartado de la genuina tradición que caracteriza al cuento y a la novela policial. Ese hombre tranquilo que descubre crímenes ha sido reemplazado por un individuo excéntrico y violento. Sobre todo los autores norteamericanos tienden a pintarlos con esas características y los detectives se parecen a los criminales; esto, a mí me parece que no encaja dentro del clima que debe tener la novela policial. Yo creo que esos autores no tienen demasiado que ver con el género tradicional inventado por Poe.
A.: ¿O sea que usted desdeña la violencia dentro del género?
B.: Cuando yo leía cuentos policiales prefería una tranquila aldea inglesa. Chesterton ha sido uno de mis autores preferidos. Todos sus cuentos policiales son también cuentos fantásticos; ahora, lo fantástico en su literatura siempre está sugerido. Al cabo de un tiempo el lector olvida el argumento policial y lee los cuentos de Chesterton como cuentos fantásticos. En Inglaterra se ha respetado más la tradición del cuento policial que en Norteamérica donde ha sido reemplazado por novelas en las que intervienen la violencia y el sexo, del todo ajeno al origen del género literario que creó Poe.
A.: Pero sigamos con Chesterton, uno de los autores por los que usted profesa una gran devoción. ¿Por qué no me habla un poco de él?
B.: Chesterton fue un gran escritor en todas las formas literarias que cultivó y, como usted dijo, yo me considero un devoto de él. Era un escritor cristiano y, también, un hombre muy gordo. Bernard Shaw, que le encantaba hacer bromas famosas, dijo una vez que la Iglesia Católica era un barquito que zozobraba cuando Chesterton se subía encima. Ahora Chesterton era también un gran poeta épico; La balada del caballo blanco, por ejemplo, es un admirable poema. Sus metáforas parecen hechas por Hugo; son metáforas que crean una realidad maravillosa. En cuanto a Las sagas del Padre Brown, presentan casi siempre un misterio que al fin es reemplazado por explicaciones de tipo demoníaco o mágico. Una obra de Chesterton que me parece admirable es El hombre que fue jueves; en esa novela todos los miembros de la sociedad anarquista son policías y el jefe es una especie de divinidad; es decir, que Dios es también el demonio en esa obra.
A.: ¿Cuál es el cuento policial que más le interesa de los que usted escribió?
B.: Bueno un cuento que me gusta de los que yo escribí es El jardín de senderos que se bifurcan. Además, me sentí muy orgulloso cuando el Mister Magazine, una publicación de los Estados Unidos me otorgó un premio por ese cuento. Me sentí muy orgulloso —y se lo dije a mi madre, que por esa época vivía— sobre todo de que me tomaran en serio a mí, un mero escritor rioplatense.
A.: Yo esperaba también que me dijera que le gustan los cuentos de Bustos Domecq.
B.: No, esos cuentos no me gustan por el estilo barroco en el que están escritos. Pero, bueno, no podíamos escribir de otra manera. Con Bioy nos poníamos a escribir y luego nos convertíamos en ese personaje que se llama Bustos Domecq o Suárez Lynch: ese personaje se apodera de la acción y la echa a perder llenándola de situaciones exageradas. Eso, claro, no depende de nosotros sino de ese tercer hombre, nosotros pasamos a ser simplemente sus dóciles e irritados amanuenses. Pero le repito, esos cuentos policiales a mí no me gustan nada, y creo que a Bioy tampoco.