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La literatura gauchesca
El Martín Fierro
A.: ¿Cuál es el origen que usted le atribuye a la poesía gauchesca, Borges?
B.: La llamada poesía gauchesca tiene un claro origen en el uruguayo Bartolomé Hidalgo. Mitre no ignoraba ese origen, y cuando Hernández, que era su opositor político, le envió un ejemplar de El Gaucho Martín Fierro en el año 1872, le contestó con una carta muy conceptuosa, como se acostumbraba entonces, en la que le decía: «Hidalgo, será siempre su Homero». O sea que Mitre no ignoraba el origen de ese género poético.
A.: Ahora bien, ¿tenía conciencia el propio Bartolomé Hidalgo de que había inventado un género poético?
B.: No, yo creo que no. Y eso se debe a que Hidalgo fue un poeta bastante mediocre, en esta época merecidamente olvidado. Hidalgo es conocido, en especial, por gracia de sus continuadores. Hilario Ascasubi usó como seudónimo suyo el nombre de un personaje de Hidalgo: Aniceto el Gallo. La línea de ese género es: Bartolomé Hidalgo, Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo y, el más famoso de todos, José Hernández. En prosa podemos mencionar a Eduardo Gutiérrez, el autor de Juan Moreira y, como una suerte de elegía de todo ese género, a Ricardo Güiraldes, el autor de Don Segundo Sombra.
A.: ¿Le parece realmente menor la poesía de Hidalgo? ¿No será que nos parece mediocre porque la comparamos con todo lo que vino después?
B.: Sí, tal vez usted tenga razón. Sin duda, en la época en que se publicó la poesía gauchesca de Hidalgo, para la gente haya resultado asombrosa. Y es indiscutible que ahora, cuando la comparamos con sus espléndidas consecuencias, nos parezca mínima.
A.: Un excelente poeta, inmerecidamente olvidado, es Hilario Ascasubi, ¿no?
B.: Es cierto. Junto a todos los poetas gauchescos, Ascasubi ha sido sacrificado a la mayor gloria de Hernández. Lugones es quien inaugura la canonización de El Martín Fierro en el año 1915. Actualmente, El Martín Fierro que leemos todos no es el de Hernández, es el que leyó Leopoldo Lugones.
A.: ¿Cómo es eso?
B.: Bueno, José Hernández publicó su poema El Gaucho Martín Fierro en la segunda mitad del siglo pasado, pero sin pensar, en ningún momento, que ese personaje fuera ejemplar; por el contrario, él quería mostrar a qué terribles consecuencias llevan el poder del Estado, la leva y el exceso de autoridad. Hernández quería contestar a todo eso y mostrar cómo transforman a un gaucho bueno en un bandido. Después Lugones convierte a ese gaucho en modelo.
A.: ¿Por qué no volvemos a Hilario Ascasubi, un poeta que usted considera importante —como también lo considera Mujica Lainez, que escribió un magnífico libro sobre él—, y nos detenemos un poco en su obra; después seguimos con Hernández? ¿Le parece bien?
B.: Sí. Bueno, yo creo que no hay ninguna duda de que Ascasubi fue un gran poeta. Pero para cantar necesitaba el estímulo de un hecho militar inmediato. Yo recuerdo ahora aquellos versos que él escribió estimulado por la batalla de Cagancha.
Querélos mi vida —a los orientales,
que son domadores— sin dificultades.
¡Que viva Rivera! ¡Que viva Lavalle!
Tenémelo a Rosas… que no se desmaye.
Media caña
a campaña.
Caña entera,
como quiera.
Los de Cagancha
se le afirman al diablo
en cualquier cancha.
Ahora, cuando Ascasubi escribió Santos Vega, su obra más conocida, era un hombre viejo y ya estaba un poco alejado de todo. Pero, como ya señalé, su más alto valor poético lo alcanzó cuando escribió estimulado por una batalla, por una campaña militar o por una victoria. La voz de Ascasubi es distinta a la de Hernández; la de Hernández es una voz grave, triste; la de Ascasubi es una voz de exaltación, de felicidad y de entusiasmo.
A.: Borges, ¿por qué dice usted que cuando Ascasubi escribió Santos Vega, ya era un hombre viejo y alejado de todo?
B.: Porque esa obra la inició y terminó en París. Mitre lo había mandado a Europa, creo que en el año 1860, para enganchar soldados, y él aprovechó para escribir Santos Vega, un romance lánguido y casi inextricable, del que apenas se logran rescatar algunas memorables evocaciones de los indios y del alba. Yo creo que una antología puede dar una mejor medida de su talento que los tres volúmenes que acumuló en París, con menos rigor que complacencia.
A.: Tampoco falta lo brutal a la obra de Hilario Ascasubi. Usted dijo que la voz de este poeta es de felicidad y de exaltación, pero no se puede olvidar que Ascasubi escribió La refalosa, una página que puede equipararse con El Matadero de Esteban Echeverría por lo terrible.
B.: Ah, no, por supuesto. Ese poema es de una terrible ferocidad. Esa es una página memorable y alucinatoria. Yo dije en un prólogo que escribí sobre Francis Bret Harte, que los americanos del Norte eran feliz o infelizmente incapaces de escribir en el siglo XIX con una brutalidad similar a la de nosotros. La refalosa, el asesinato del moreno en El Martín Fierro, El Matadero y las monótonas escenas atroces de Eduardo Gutiérrez no han sido igualadas por la literatura norteamericana del siglo pasado. Recuerdo que John Macy observó que la literatura norteamericana era endeble, dulzona, idealista y melindrosa. «El Ulises de grandes ríos y de peligrosos mares no es más que un experto en estampas japonesas», concluía Macy.
A.: Esa imagen vaya si la cambiaron en este siglo, ¿no?
B.: Pero claro, la literatura norteamericana de nuestro tiempo no quiere ser sentimental y repudia a todo escritor que es susceptible de ese epíteto. Han descubierto que la brutalidad puede ser una virtud literaria y el auge de los hardboiled writers, al estilo de los Hemingway está al orden del día.
A.: En uno de los prólogos, en uno de los tantos prólogos, que usted escribió sobre El Martín Fierro, recuerdo estas palabras suyas: «Una función del arte es legar un ilusorio ayer a la memoria de los hombres: de todas las historias que ha soñado la imaginación argentina, la de Fierro, la de Cruz y la de sus hijos, es la más patética y firme».
B.: Caramba, le agradezco que haya recordado eso. Yo creo que El Martín Fierro es una obra maestra. Y es curioso que el personaje se haya impuesto a su artífice.
A.: No entiendo bien lo que acaba de decir. ¿Por qué dice que el personaje se impuso a su artífice?
B.: Bueno, porque al principio Martín Fierro carecía de rasgos diferenciales; era un personaje genérico, pero luego se produjo algo misterioso, algo tal vez no previsto por el autor. En lugar de la víctima quejumbrosa, genérica, que era un poco todos los gauchos, surge el cantor, el cuchillero, el desertor, el rudo varón y, para algunos, para Lugones, más concretamente, el paladín. Y ese personaje, ese Fierro violento y duro, se impone al propio Hernández.
A.: ¿Por qué no hablamos un poco de José Hernández, que repite, en cierta forma, la paradoja de Shakespeare y de Cervantes; es decir la del hombre oscuro, inadvertido por sus contemporáneos, que deja una obra monumental a la memoria de los otros hombres?
B.: Hernández fue indiscutiblemente un gran poeta. Yo creo que debemos admirar la obra de Hernández, que es muy importante, pero no a su personaje. En esto yo creo que hay un error: el culto justo de la obra ha llevado al culto absurdo del gaucho Martín Fierro. Es como si uno confundiera el culto hacia Shakespeare, con el culto de Macbeth, que fue un asesino, por ejemplo. Con Martín Fierro ha ocurrido eso. Ahora, el tono de El Martín Fierro es muy lindo, y una de sus felicidades es que todo se enumera; es decir no se corta lo narrado, no se intercalan descripciones inútiles. Esto sucede aun cuando Hernández cuenta cosas imposibles, por ejemplo.
El gaucho más infeliz
tenía tropilla de un pelo.
No le faltaba un consuelo
y andaba la gente lista
tendiendo al campo la vista,
solo había hacienda y cielo.
A.: ¿Su padre lo llegó a conocer a José Hernández, verdad?
B.: Sí, lo conoció. Era aún un chico cuando lo fue a visitar a su casa, que estaba ubicada cerca de la plaza que hoy se llama Vicente López. Y mi padre recordaba el zaguán de la casa de Hernández, en el que había hecho pintar el sitio de Paysandú. Su hermano Rafael había participado de esa batalla, y creo que fue herido allí. Ahora, como usted dice. Hernández pasó casi inadvertido por sus contemporáneos, no impresionó a nadie. Sabemos que era corpulento, fuerte, que usaba barba y que su memoria era extraordinaria, pero en una ciudad donde casi todos se conocían, él no ha dejado anécdotas. Se dice que, como otros miembros de la familia, era espiritista, y que sus amigos lo apodaban «Martín Fierro». Tulio Méndez nos contó que en la década del ochenta, Hernández recorría a caballo el barrio de Belgrano y que los vecinos le preguntaban qué andaba haciendo; entonces él contestaba: «Adelgazando», y ellos le decían: «Al pingo».
A.: Hernández desempeñó variadas tareas, además del periodismo y de su banca como senador nacional, ¿no?
B.: Sí, y era estanciero; alguna vez fue vagamente militar en los conflictos civiles de la época. Fue también polemista, un temible polemista, profesor de gramática, taquígrafo, agente de compra y de venta de campos y propiedades, y, según me dijeron, fue dueño de una librería, cercana a la Plaza de Mayo. Ahora, él nació en San Isidro y la madre se llamaba Isabel Pueyrredón. Yo recuerdo que Martínez Estrada se asombraba de que no firmara Hernández Pueyrredón; no sé por qué, ya que en esa época los apellidos dobles no se usaban.
A.: Borges, ¿por qué no me habla un poco más de su teoría, opuesta a la de Lugones, por supuesto, de que Fierro no es un caso ejemplar?
B.: Bueno, la prueba de que Fierro no es ejemplar es de que, al cabo de tantos años, recordamos los nombres de algunos famosos matreros: Juan Moreira, Hormiga Negra, Calandria, los hermanos Barriente; en el Uruguay, el «Peludo» Menchaca… Pero esos nombres los recordamos como al pasar; sin embargo, la mayoría de la gente tiene una gran simpatía por el hombre solo que pelea contra la partida. También suponer que todos los gauchos fueron matreros, me parece absurdo; hay algo que muchos olvidan y que yo lo he dicho en un poema: el gaucho pelea contra la partida, pero quiénes eran la partida; otros gauchos evidentemente. Toda la caballería, en las diversas guerras argentinas (la Guerra de la Independencia, la Guerra del Brasil, las Guerras Civiles, la Campaña del Desierto) estaba compuesto por gauchos. Y esas guerras, en su mayoría, han sido guerras victoriosas. Ahora el gaucho que nos quieren poner de ejemplo, el gaucho Martín Fierro, no es ningún modelo de conducta. Es un gaucho matrero, desertor, racista, pendenciero…
A.: ¿No piensa que Güiraldes escribió Don Segundo Sombra con la idea de marcar esa diferencia?
B.: Yo creo que sí. En esa obra el gaucho aparece como un hombre de paz, como un hombre cortés y amable. Un gaucho similar encontramos en los Romances del Río Seco de Lugones. Esto no le resta ningún mérito a Hernández, ya que el autor de El Martín Fierro había tomado el caso de ese pobre gaucho fugitivo para señalar los abusos de autoridad. Hernández era federalista, como Estanislao del Campo, y se oponía a esas formas despóticas de tratar a la gente indefensa. El Martín Fierro él lo escribió con un sentido político, pero luego fue mucho más allá de ese propósito, ya que ha dejado un personaje que es parte de nuestra memoria.
A.: Sin embargo, el propio Hernández argumenta otras razones cuando se refiere a su obra. Él dice que escribió ese libro como un pasatiempo para distraerse del tedio de la vida de hotel.
B.: Ah, sí, lo recuerdo a eso. Pero es un argumento que no invalida el contenido verdadero del libro. Ese hotel, según Leopoldo Lugones, estaba ubicado en la calle 25 de Mayo, casi frente a la Plaza de Mayo; pero hay otras personas que dicen que Hernández se refiere a un hotel de Santa Ana do Livramento, cuya parte oriental se llama Rivera, y que El Martín Fierro fue escrito allí. Eso se debe también a ciertos brasileñismos que tiene el poema; posiblemente, Hernández conoció a los gauchos riograndenses y le recordaron o encontró cierta semejanza con los gauchos de la provincia de Buenos Aires. Pero, en general, se acepta la idea de que El Martín Fierro fue escrito aquí y no en el Brasil. Yo acepto esa teoría. Hernández, según parece, escribió esa obra en diez días. A él le convenía pasar inadvertido en Buenos Aires para plegarse a la revolución de López Jordán, permaneció oculto en el hotel y durante ese tiempo escribió El Martín Fierro.
A.: Es como si Hernández se hubiera preparado toda la vida para escribir ese libro, ¿no, Borges?
B.: Es cierto, además, de hecho, ha sido lo único que escribió, ya que el resto de su obra no tiene importancia. En la segunda parte del poema se narra la muerte de Cruz, y esto ha sido escrito por Hernández de una manera memorable:
De rodillas a su lao
yo lo encomendé a Jesús.
Faltó a mis ojos la luz,
tuve un terrible desmayo,
caí como herido del rayo
cuando lo vi muerto a Cruz.
Es como si Martín Fierro no quisiera describir la muerte de Cruz, como si le escamoteara un poco a ese hecho desgraciado. Luego sigue:
Aquel bravo compañero
en mis brazos expiró;
hombre que tanto sufrió
varón que fue tan prudente
por humano y por valiente
en el desierto murió.
A.: Esos versos son de una gran belleza. Yo recuerdo ahora un cuento suyo, que se llama El fin. Martín Fierro vuelve a encontrarse con el moreno, pero el moreno es quien lo mata a él.
B.: Yo escribí ese cuento imaginando que ese hecho, de la manera en que yo lo relato, pudo haber sido entrevisto por Hernández. Ahora mucha gente ha dicho que yo escribí ese cuento en contra de Hernández, lo cual es absurdo. Creo que ese cuento lo habría aprobado el artífice de El Martín Fierro; salvo que como yo soy un mal versificador no me animé a escribirlo en verso.