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Al Presidente le fueron concedidos pues sus plenos poderes y el Patrón se convirtió en su jefe de Estado Mayor. Al fin podíamos actuar. El Patrón tenía en mente una campaña muy sencilla. Ya no podía tratarse de una simple cuarentena, como había pensado organizar cuando la infección se limitaba al área de Des Moines. Antes de comenzar la lucha, teníamos que localizar al enemigo; pero era imposible que los agentes del gobierno pasasen por la criba a millones de personas. Los ciudadanos debían actuar por sí mismos. El Presidente promulgaría un decreto —«Espaldas desnudas»— por el cual se pretendía que toda la población permaneciese con el torso desnudo hasta que el último de los titanes hubiese sido localizado y muerto. Se permitía a las mujeres usar sujetador, ya que una larva no podía ocultarse bajo los finos tirantes de esta prenda.

Organizamos una gran campaña a fin de preparar el terreno para el discurso que el Presidente dirigiría a toda la nación.

El actuar con rapidez nos había permitido capturar vivos a siete parásitos dentro de los sagrados muros del Congreso. Los conservábamos ahora sobre huéspedes animales. Los mostraríamos a toda la nación, juntamente con las escenas menos truculentas de la película que me filmaron. El mismo Presidente aparecería con pantalón corto y se pasarían modelos para mostrar lo que debería llevar la temporada siguiente el ciudadano bien desvestido, incluyendo la armadura de metal que cubría la nuca y la columna vertebral y cuyo objeto era proteger a su usuario incluso durante el sueño.

Lo preparamos todo en una sola noche, en la que consumimos litros de café. El golpe final consistía en mostrar al Congreso reunido en sesión permanente para discutir la situación, con cada uno de sus miembros, hombres y mujeres, mostrando la espalda desnuda.

Faltaban veintiocho minutos para la retransmisión estereoscópica, cuando el Presidente recibió una llamada de la calle. Yo me hallaba presente; el Patrón había estado toda la noche con él y me había hecho permanecer con ellos para ayudarle. Íbamos todos con pantalón corto; el decreto había empezado a aplicarse ya en la propia Casa Blanca. El Presidente no se molestó en evitar que oyésemos su conversación.

— Al habla —dijo, y añadió—: ¿Estás seguro? Muy bien, John, ¿qué aconsejas, pues? Comprendo. No, no creo que diese resultado…, será mejor que vaya. Di a todo el mundo que se prepare. —Dejó el teléfono y se volvió hacia un ayudante—. Di que suspendan la retransmisión estereoscópica. —Se volvió hacia el Patrón—: Vamos, Andrew, tenemos que ir al Capitolio.

Hizo venir a su ayudante y se retiró para vestirse a una habitación contigua; salió de ella vestido como concernía a la solemnidad de la ocasión. No nos dio la menor explicación. Nosotros permanecimos con la espalda desnuda, y nos fuimos con él hacia el Capitolio.

Era una sesión conjunta. Me puse muy nervioso al ver que todos los miembros del Congreso y el Senado iban vestidos como siempre. Después vi que los guardias iban con pantalón corto y el torso desnudo y eso me tranquilizó.

Al parecer, algunos de los presentes preferían morir antes que hacer algo que menoscabase su dignidad, y los senadores los primeros, aunque los miembros del Congreso les seguían a poca distancia. Habían concedido al Presidente la autoridad que pedía; habían discutido y aprobado el decreto «Espaldas desnudas»., pero no parecían pensar que también se aplicaba a ellos. Después de todo, ellos ya habían sido registrados y depurados. Ese argumento tal vez no convencía a todos, pero nadie quería ser el primero en despojarse públicamente de sus ropas. Todos se sentían inquietos, pero permanecían vestidos por completo.

Cuando el Presidente apareció en la tribuna, esperó hasta que reinó un absoluto silencio en la sala. Entonces empezó a despojarse con calma y con estudiada lentitud de sus ropas. Cuando quedó desnudo de medio cuerpo para arriba se detuvo. Entonces se dio la vuelta, levantando los brazos. Finalmente habló:

— He hecho esto —dijo— para que podáis ver que la persona que ostenta el poder ejecutivo no se halla en poder del enemigo. —Hizo una pausa—. ¿Pero, y vosotros?

Pronunció la última palabra como un latigazo.

El presidente señaló con el dedo a un joven diputado.

— Mark Cummings…, ¿es usted un ciudadano leal o un espía del enemigo? ¡Quítese la camisa!

— Señor Presidente.

La interpelación venía de Charity Evans, representante del Maine, y que tenía aspecto de una linda maestra de escuela. Se levantó y vi que llevaba un precioso traje de noche. Su falda se arrastraba por el suelo, pero por arriba iba tan escotada como era posible. Se volvió como un modelo en un desfile de modas; el vestido mostraba la espalda totalmente desnuda.

— ¿Está bien así, señor Presidente?

— Perfecto, señorita.

Cummings se estaba desabrochando la chaqueta con dedos temblorosos; su rostro estaba escarlata. Alguien se levantó en mitad del hemiciclo… Era el senador Gottlieb. Parecía salir de una grave enfermedad; estaba pálido, su tez tenía un tono terroso y sus labios estaban azulados. Pero se mantenía muy erguido y, con increíble dignidad, siguió el ejemplo del Presidente. Después dio también la vuelta completa; sobre su espalda se veía la marca escarlata que había dejado el parásito.

Con voz grave, dijo:

— Ayer, en este mismo lugar, pronuncié palabras que preferiría haber muerto antes que haberlas dicho. Pero ayer yo no era dueño de mis actos. Hoy sí. ¿No veis que la patria está en peligro? —De pronto apareció una pistola en su mano—. ¡De pie, hatajo de inútiles! ¡Mataré a todo aquel que no muestre su espalda desnuda dentro de dos minutos!

Los que se hallaban junto a él trataron de sujetarle el brazo, pero él dio una rápida vuelta y derribó a uno de sus adversarios. Yo saqué mi pistola, listo para ayudarle, pero no fue necesario. Los parlamentarios comprendieron que su colega era tan peligroso como un toro enfurecido y retrocedieron.

Tras un instante de duda, todos empezaron a desnudarse con el entusiasmo de una colonia nudista. Un hombre corrió hacia la salida, pero lo atajaron en el pasillo. De todos modos, no llevaba parásito alguno. Pero conseguimos capturar a tres. Tras lo cual la sesión prevista empezó a retransmitirse con diez minutos de retraso y el Congreso inauguró su primera sesión con la espalda desnuda.