25

«¡… será mejor que la dejes sola!»

DEETY:

Después que ayudé a tía Hilda con la puerta del mamparo, regresé a mi asiento…, y no dije nada. Si hubiera abierto la boca, hubiera dicho demasiado. Quiero a Pa un montón, y lo respeto como matemático.

Pa es también una de las personas más egoístas que he conocido nunca. Eso no significa que sea tacaño con el dinero; no lo es. No significa que no compartiría con alguien su último mendrugo de pan…, lo haría. Con un extraño. Pero si no desea hacer algo, no lo hace. Cuando Jane murió, tuve que hacerme cargo de la administración del dinero inmediatamente. A los diecisiete años. Porque Pa simplemente lo ignoraba. Lo único que conseguí que hiciera fue firmar los cheques. Yo estaba luchando por conseguir mi doctorado. Pa parecía pensar que yo debía cocinar, limpiar la casa, ir a la compra, llevar las cuentas, dirigir nuestros negocios, apañármelas con los impuestos…, y conseguir mi doctorado simultáneamente. Una vez dejé que los platos se fueran apilando para ver cuánto tiempo necesitaría para darse cuenta de la situación. Casi dos semanas más tarde dijo:

—Deety, hace días que no lavas los platos, ¿verdad?

—No, señor —respondí.

—¿Eh? ¿Por qué no?

—No he tenido tiempo.

Pareció desconcertado.

—Jane nunca me dio la impresión que tuviera problemas en llevar la casa. ¿Hay algo que va mal, querida?

—Pa, mamá no estaba intentando sacar un doctorado contra un comité de cabezas huecas. Mi tema de investigación fue aprobado hace dos años… Pero he tenido que enfrentarme a hombres, cuatro de siete, que no saben distinguir entre Fortran y Serutan, odian las computadoras, y tienen oscuros temores acerca de los informáticos que van a quitarles sus empleos. Me hacen trabajar más de la cuenta porque ellos no lo comprenden. Y además… Bien, mamá Jane siempre tuvo ayuda, la mía, y una ama de llaves hacia el final.

Pa entiende esas cosas. Contrató una ama de llaves para que se quedara con nosotros hasta que yo obtuve mi graduación. Investigó, descubrió que el jefe del departamento había puesto en mi comité a hombres que no entendían nada sobre computadoras… No a propósito; el jefe del departamento tampoco entendía nada sobre computadoras. Cambié a otro comité, quizá más duro que el anterior, pero que entendía de computadoras. Excelente.

Pa cree ser bueno conmigo y adora a tía Hilda y cree llevarla en volandas. Pa es uno de esos hombres que creen sinceramente en los movimientos de liberación femenina, siempre los apoyan…, pero en lo más profundo de ellos, tan profundo que lo ignoran, sus emociones les dicen que las mujeres nunca deberían dedicarse a otra cosa que a tener críos.

Un error fácil de cometer con tía Hilda… Hay chicas de veinte años más desarrolladas que ella y con muchas más curvas.

Durante un horrible momento, ninguno de los tres dijimos nada. Zebadiah observaba sus instrumentos; Pa miraba directamente al frente.

Finalmente, mi esposo le tendió a mi padre el chiclé que Pa nunca hubiera aceptado de mí.

—Jake. Dime cómo lo hiciste.

—¿Eh?

—Eres un genio. No eres el tipo de mente ausente que necesita a un chico para que le lleve a todos lados. Puedes martillear un clavo sin darte en los dedos, y utilizar herramientas eléctricas sin hacerte picadillo las manos. Eres una buena compañía, y has conseguido atraer de tal modo a una de las tres mejores mujeres que he conocido en mi vida, que has logrado que se casara contigo. Sin embargo, la has insultado públicamente dos veces en un solo día. Dos veces. Dime: ¿has tenido que estudiar para ser tan estúpido? ¿O es un don, como tu genio para las matemáticas? —Pa se cubrió el rostro con las manos. Zebadiah calló.

Pude ver los hombros de Pa agitarse. Luego sus sollozos se detuvieron. Se secó los ojos, se soltó el cinturón de seguridad. Cuando me di cuenta de que se dirigía hacia la puerta del mamparo, solté mi cinturón y me interpuse en su camino.

—Por favor, apártate, Deety —dijo.

—Copiloto, vuelve a tu asiento.

—¡Pero hija, no puedes interponerte entre marido y mujer!

—Dirígete a mí como «astrogador». La capitana no desea ser molestada. ¡Gay Deceiver!

—¡Hola, Deety!

—Registra en el diario de a bordo. No permitiré que se desobedezcan las órdenes del capitán. Papá, regresa a tu asiento, ponte el cinturón… ¡y quédate allí!

—¿O quizá prefieras que te pongamos nosotros? —gruñó Zebadiah—. ¿Con los brazos sujetos debajo del cinturón, y los cierres donde no puedas alcanzarlos?

—Jefe piloto, no intervengas hasta que yo te lo diga. Copiloto, ¡aprisa!

Pa se giró en el aire, casi pateándome el rostro y sin darse cuenta de ello. Estaba hablando entre sollozos:

—¡Pero debo pedirle perdón a Hilda! ¿Puedes comprender eso?

Pero estaba regresando a su asiento.

—Jake, serás un idiota aún más grande si lo haces.

—¿Qué? Zeb, no puedes creer realmente lo que dices.

—Lo creo. Hoy pediste ya una vez disculpas. Hipocresía, como «Liosa» se habrá dado cuenta. Jake, tu única posibilidad de seguir casado es callarte y obedecer; tu palabra ya no vale ni lo que un dólar falso. Pero si sabes comportarte durante cuatro o cinco años, puede que ella olvide. Corrección: puede que te perdone. Nunca olvidará. Establece un largo récord de buen comportamiento y ella quizás acepte tus muchos defectos pequeños. Pero nunca le insinúes que no es tan competente como cualquier hombre. Seguro, será la última en ser llamada en caso de conflicto bélico, y tiene que subirse a un taburete para alcanzar el último estante, pero…, ¿en qué afecta eso a su cerebro? Infiernos, si el tamaño contara, yo sería el supergenio aquí…, no tú. ¿O quizá piensas que el ser uno capaz de dejarse crecer la barba confiere la sabiduría? ¡Jake, será mejor que la dejes sola! Si te vuelves a mezclar harás que las cosas sean aún peores. Tiempo para una diversión: no debíamos dejarle a Pa la posibilidad de responder. Si Pa empezaba a defenderse, avivaría su fariseísmo. La habilidad de la mente masculina para racionalizar sus acciones —buenas y malas— no puede medirse.(Y algunas mentes femeninas también. Pero nosotras las mujeres tenemos más de animal salvaje en nosotras; la mayoría no sentimos ninguna necesidad de justificarnos. Simplemente hacemos las cosas, sean cuales sean, porque deseamos hacerlas. ¿Acaso hay alguna otra razón?).

—Caballeros —añadí, apoyándome en la última observación de Zebadiah antes de que Pa pudiera refutar nada—, hablando de barbas, las vuestras llevan ya tres días creciendo. Si tenemos que acudir a buscar refugio, ¿no deberíamos ir limpios y aseados? Yo voy a peinarme y a arreglarme las uñas, y, Dios sea bendito, me pondré un traje de vuelo limpio. El verde claro, Zebadiah; haciendo juego con tu traje de piloto. ¿Tienes alguno limpio, querido?

—Creo que sí.

—Sí lo tienes; lo vi cuando tía Hilda y yo reorganizamos el inventario. Pa, tu traje de vuelo verde claro está limpio. Ese que llevas tiene arrugas dentro de las arrugas, y una gran mancha de sopa. Los tres debemos lucir como si fuéramos de uniforme. Tía Hilda no, puesto que la capitana y propietaria de un yate no debe vestir como su tripulación —¿«propietaria»?— dijo Pa.

—«Propietaria» —dijo Zebadiah firmemente—. Compartimos nuestros bienes. «Liosa» es la capitana; representa la propiedad por todos nosotros. Simple.

—Ella nos advirtió que no dijéramos mentiras, Zeb.

(Pa sonaba normal…, su habitual yo argumentativo).

—Ninguna mentira. Pero si ella considera necesario mentir por nosotros, debemos apoyarla. Vamos, Jake, pongámonos nuestros zapatos de gala, esos que chirrían; la capitana puede decidir aterrizar en cualquier órbita. ¿Cuán largas son esas órbitas, Deety?

—Cien minutos y un poco más. Pero Gay puede hacernos aterrizar desde el otro lado en cinco minutos si la capitana se lo pide.

—Así que hagamos limpieza general y adecentémonos al más puro estilo de Bristol.

Deety, ¿le echarás una ojeada al tablero de mandos mientras Jake y yo nos afeitamos?

—Lo siento, pero no puedo afeitarme hasta que la capitana se una a nosotros —dijo Pa.

Mi maquinilla está a popa.

—Jake, utiliza la mía. Está en la guantera. ¿Te va una Remington? Tú primero —añadió mi esposo—; antes quiero leer las noticias.

—¿Las «noticias»?

—Chica lista ha estado explorando todas las frecuencias, AM y FM, dos veces por segundo. Si hay algo inteligible, lo anota.

—Pero Deet…, el astrogador desconectó los oídos del autopiloto.

—Jake, no comprendo cómo pasaste el examen de física. Deety le dijo a chica lista que cortara el audio. Yo tenía en mente el espectro electromagnético. ¿Has oído hablar alguna vez de él?

Pa soltó una risita.

—Touché! Eso hace las paces por la que recibiste mientras estábamos calibrando.

(Lancé un suspiro de alivio. No había estado intentando salvar el matrimonio de Pa… Ése es su problema. Incluso mi propio matrimonio era secundario; estaba intentando salvar el equipo, y lo mismo hacía Zebadiah. Éramos dos matrimonios y eso es importante…, pero más importantes éramos como equipo de supervivencia, y o trabajábamos juntos sin fricciones o no sobreviviríamos).

Mientras Pa se afeitaba y Zebadiah leía las noticias, me arreglé las uñas. Si me las limpio antes de cada comida y de nuevo al irme a la cama, están sucias sólo entre medio…, sucias como yo. Mamá Jane me lo decía hace siglos, mientras me desenredaba el pelo para ir a la escuela… No era una crítica; era la constatación de un hecho. Los hombres cambiaron asientos para el afeitado, y yo me peiné y sujeté mi cabello en su lugar… Un trabajo que no resulta «penoso» mientras lo mantenga corto, con bucles en vez de rizos. A los hombres les gusta largo…, pero cuidar de un cabello largo es casi una carrera en sí misma, y yo me había visto apretada de tiempo desde que tenía doce años. Zebadiah dejó de palparse la barbilla… Así que deduje que las noticias habían terminado. Pregunté:

—¿Qué tenía que decir chica lista?

—No mucho. Déjame terminar esto. Principalmente el tercer programa de la BBC.

—¿Desde Londres?

Había seguido con su afeitado y no podía oírme. Zebadiah terminó de rasurarse y pasó la maquinilla a Pa, que la guardó, luego se sacó los auriculares y los devolvió a su sitio, fijándolos y asegurándolos. Estaba a punto de preguntarle cuando oí la dulce voz de tía Hilda:

—¡Hola todo el mundo! ¿Qué me he perdido?

—El cometa Halley.

—El Halley… Zebbie, eres un bromista. Jacob… ¡Oh! ¡Os habéis rasurado! ¡Qué encantador! Espera, querido; voy a besarte, estés preparado o no. Un beso en caída libre es algo digno de verse cuando un participante está sujeto por el cinturón de seguridad y el otro flota libremente. Hilda alcanzó las mejillas de Pa, sujetó su cabeza entre sus manos, y tía Hilda flotó como una bandera al viento. Iba vestida pero descalza; me sentí intrigada cuando ella enroscó los dedos de sus pies. ¿Era Pa tan bueno?… Mi padre cúbico, como había pensado hasta hacía poco. ¿Le había enseñado Jane? ¿O…? Cállate, Deety, eres una voyeuse con una detestable curiosidad. Se soltaron, e Hilda flotó entre los dos asientos de pilotaje, una mano en cada uno, y miró a popa. Mi esposo dijo…, a ella, no a mí:

—¿Yo no me merezco un beso? Era mi rasuradora.

Tía Hilda vaciló. Pa dijo:

—Bésalo, querida, o se pondrá de mal humor. —De modo que lo hizo. Se me ocurre que tía Hilda pudo haber enseñado a Zebadiah, y que mamá Jane y tía Hilda pudieron haber sido entrenadas por el mismo maestro antes de que Pa apareciese… Si es así, ¿quién fue mi desconocido benefactor?

—No todo el conjunto —estaba diciendo Zebadiah—. La mayoría de las grabaciones son de la BBC. Cinco minutos de noticias de la ciudad de Windsor, que debe ser la ciudad que hemos detectado, tan excitantes como las noticias locales de cualquier ciudad en la que nunca hayas estado. Cháchara en ruso. Chica lista lo ha separado para ti.

—Lo escucharé. Pero debo deciros algo que he aprendido. Estaba crispada hace un momento, pero un poco de sueño, y ahora me siento llena de dulzura y luz. Necesito tener un informe de cada uno de vosotros. Todos hemos ido acumulando cansancio. Ahora es hora de dormir en el arroyo Termita, pero casi la hora de comer en la ciudad de Windsor, si ese es su nombre. Podemos volver a nuestra orilla o podemos ponernos en contacto con los británicos. No estoy pidiendo un voto; yo decidiré, y tengo una forma de hacerme cargo de cualquiera que esté cansado. Pero insisto en datos honestos. ¿Deety?

—Capitana tía, dormir nunca ha sido mi problema.

—¿Zebbie?

—Yo era un zombie. Hasta que tú me recargaste. ¡Ahora estoy dispuesto a ir a donde sea! Tía Hilda se ahuecó el cabello.

—Zebbie, deja de tomar el pelo.

—Capitana, en una ocasión anterior te presenté los hechos: mi tiempo de alerta excede las veinticuatro horas. Cuarenta y ocho si es preciso. Si ese beso no te ha estimulado a ti del mismo modo que lo ha hecho conmigo, entonces déjame intentarlo de nuevo y descubrir qué es lo que ha fallado.

Tía Hilda se giró bruscamente:

—Jacob querido, ¿cómo te sientes? Con la diferencia de tiempo esto puede que sea equivalente a estar de pie toda la noche, posiblemente bajo una gran tensión.

—Hilda, mi amor, aunque regresáramos a nuestra orilla junto al arroyo, no podría dormir, sabiendo que este contacto está cerca. Una noche sin dormir no me cansa.

—Pa no está exagerando, capitana tía. Yo he obtenido mi resistencia a pasar noches en blanco de Pa.

—Muy bien. Pero tengo un método de hacerme cargo de cualquiera que pueda haber exagerado. Puedo dejar a una persona a bordo como guardia.

—Capitana, este carromato no necesita guardia.

—Jefe piloto, estaba ofreciendo sueño…, bajo el pretexto de una guardia. El coche cerrado y dormir donde yo he echado mi cabezada… Los de fuera no se darían cuenta de nada. ¿Alguien? Decidlo claramente.

(¡Yo no me hubiera perdido aquello ni por una cría de gato persa! ¿Esperaba realmente Hilda que alguien se quedara atrás? No lo creo).

—Muy bien. Nada de armas de fuego. Caballeros, por favor, dejad vuestras pistolas y cinturones con los rifles, a popa. Zebbie, ¿hay alguna forma de asegurar más esa puerta?

—Seguro. Díselo a Gay. ¿Pero puedo preguntar por qué? Nadie puede entrar violentamente en la cabina sin dañar tanto a la vieja chica que no sea capaz de despegar luego.

—Concedido, Zebbie. Pero traeré visitantes a este lugar. Si alguno es lo suficientemente indiscreto como para preguntar qué hay detrás de la puerta del mamparo, le diré que es mi habitación privada. —Tía Hilda sonrió perversamente—. Si persiste, le congelaré las orejas. ¿Cuál es el programa para bloquearla y desbloquearla?

—Muy complicado. Dile: «Bloquea la puerta del mamparo» o «Desbloquea la puerta del mamparo». Solenoides ocultos. Si el coche está frío, los pernos se retiran.

—Dioses, eras meticuloso.

—No, madam. Los australianos lo eran. Pero resulta conveniente para cosas que no me gustaría perder. Capitana, confío en los bancos menos que en los gobiernos, de modo que llevo mi caja fuerte de valores siempre conmigo.

—Si corto el flujo de la carga, ¿se desbloquea? —preguntó Pa.

—Jake, sabía que preguntarías eso. Un acumulador en paralelo a los solenoides, flotando. Cierra el coche y olvídalo, y los solenoides trabajarán durante otro mes… a menos que conectes un interruptor en un extraño lugar. ¿Alguien quiere saber dónde está? Si no deseáis saberlo, no hace falta que lo digáis.

No obtuvo respuestas. En vez de ello, dije:

—Capitana, una pistola de agujas, ¿es un «arma de fuego»?

—Hum… ¿Cabe en un compartimento con cremallera en tu bolso?

—Cabe en un compartimento con cremallera oculto.

—Consérvala contigo. Nada de espadas, caballeros, ni tampoco armas de fuego; somos una delegación civilizada. Una cosa que deberíamos llevar: esos walkie-talkies miniatura. Deety y yo en nuestros bolsos; vosotros caballeros en vuestros bolsillos. Si son observados, decid la verdad: son un medio de mantener a nuestro grupo en contacto. Tía Hilda pareció ponerse de pronto severa.

—Esta siguiente orden debería ser por escrito. Por favor, entended que no hay excepciones, ni circunstancias especiales, ni variaciones dejadas al criterio individual. Requiero «enterados y conformes» de cada uno de vosotros o no aterrizaremos. Este grupo no debe separarse. No por treinta segundos. No por diez segundos. No en absoluto.

—¿Responderá la capitana a una pregunta?

—Por supuesto, Zebbie.

—Cuartos de baño. Aseos públicos. Etcétera. Si esos británicos se comportan como sus análogos, tales servicios serán separados para ambos sexos.

—Zebbie, todo lo que puedo decir al respecto es que ya veré una forma de solucionar el problema si se presenta. Pero debemos permanecer juntos hasta que yo…, hasta que yo, la capitana, decida que no es peligroso rebajar un poco la regla. Mientras tanto… Deberíamos utilizar ese impopular cubo séptico antes de aterrizar… Luego, si es necesario, regresar al coche, juntos, para utilizarlo más tarde. Esto no está sujeto a discusión. Una vez nos hallemos en el suelo, vosotros tres, actuando por unanimidad, podéis organizar un motín incruento contra esta orden o cualquier otra. —Tía Hilda miró directamente a su esposo—, y me dejaré patear fuera sin una palabra…, fuera del oficio de capitana, fuera del coche, fuera del grupo. Me quedaré aquí, en Marte-diez, con los británicos, si ellos me aceptan. No más preguntas. No más discusiones, conmigo o entre vosotros. Astrogador.

—¡Enterada y conforme!

—Gracias. Por favor, dilo en su forma completa.

—Comprendo la orden de la capitana y la cumpliré exactamente sin ninguna reserva mental.

—Jefe piloto.

—Comprendo…

—La forma abreviada. Deety ya la ha definido.

—¡Enterado y conforme, capitana!

Tía Hilda se giró en el aire hacia Pa…, y yo contuve el aliento, tres interminables segundos.

—¿Jacob?

—Enterado y conforme, capitana.

—Muy bien. Aterrizaremos tan pronto como recibamos autorización pero no pediremos autorización hasta que hayamos oído las noticias y traducido ese ruso. Entonces le dije que todos habíamos decidido ponernos nuestras mejores galas; pronto llegaría el momento de salir, de modo que… ¿podríamos ser relevados uno a uno? Además, yo quería hacer uso del maldito cubo séptico…, cuando una lo necesita, lo necesita.

Tía Hilda frunció ligeramente el ceño.

—Me gustaría disponer de un traje de vuelo de mi tamaño. Esta ropa…

—¡Tía Hilda! Tu tripulación lleva uniforme, pero tú exhibes el último estilo de Hollywood. Este modelo fue creado por el propio Ferrara y te cobró más de lo que pagaste por esa capa de visón. Tú eres la capitana y vistes como te place. ¡Te lo digo tres veces! —Tía Hilda sonrió.

—¿Debo confirmar en paráfrasis?

—De todas las maneras.

—Deety, exijo que mi tripulación lleve uniforme. Pero yo visto como me parece, y cuando vi que el mundialmente famoso modisto Mario Ferrara estaba haciendo cambiar las tendencias en el vestido de sport de las mujeres, acudí a él y lo volví loco hasta que conseguí exactamente lo que deseaba. Incluso los repetidos lavados de los pantalones para darles esta apariencia de no completamente nuevos que actualmente tanto furor hace en los yates de la alta sociedad. Cuando volvamos, ¿me regalarás también esas zapatillas de tenis y la cinta para el pelo? Forman parte de la creación del signor Ferrara.

—¡Tía Hilda, cariño, haces que suene cierto!

—Es cierto. Me lo has dicho tres veces. Ni siquiera lamento los mil nuevodólares que he tenido que pagar. ¡Ese hombre es un genio! Ve donde tengas que ir, querida… aprovecha. Jefe piloto, tienes el mando; quiero los auriculares.

Estuve de vuelta en diez minutos, con los trajes de vuelo para mí y Pa y un traje de piloto limpio para mi esposo.

Lancé los trajes a Pa y Zebadiah. Tía Hilda le estaba devolviendo los auriculares a Zebadiah; su traje los alcanzó a los dos.

—Oh, lo siento, pero no mucho. ¿Qué dicen los rusos?

—Que somos malos —dijo mi esposo.

—¿Lo somos? Envuelve tu pistola y cinturón con el traje que te quites y mételo todo bajo el saco de dormir, ¿me harás ese favor?

—¿Con un poco de azúcar?

—¿Al precio actual? Bueno, sí. Mételo bien. Capitana, ¿qué tipo de malos?

—Espías y agentes saboteadores y otras cosas, y piden una indemnización en nombre del zar y la entrega de todos nosotros, de los doce…

—¿Doce?

—Eso dicen…, para someternos a juicio antes de ser colgados. O de otro modo… Este «o de otro modo» contiene una amenaza de guerra.

—¡Cielos! ¿Y vamos a tomar tierra?

—Sí. El comentario británico era de que en fuentes cercanas al gobierno se comentaba que los rusos habían hecho otra de sus periódicas reclamaciones de violación territorial y espionaje, y que la nota había sido rutinariamente rechazada. Tengo intención de ser prudente. No abandonaremos el coche hasta que esté convencida de que vamos a recibir un trato decente.

Poco después estábamos dando saltos de un segundo en un círculo alrededor de la ciudad de Windsor. Pa no soltó otro desatino referido a tía Hilda después del lío de dos horas antes. «Desatino» antes que «insulto»… Pero yo no soy Hilda, soy Deety. Mi ego no se resiente tan fácilmente. Antes de casarme, si un hombre me asediaba y eso me molestaba, acostumbraba a invitarlo a una sesión de tiro al plato. Aunque me ganara (ocurrió una vez), nunca volvía a asediarme.

Si el encuentro es asocial… Bien, soy robusta, fuerte, lucho duramente. Un hombre tiene que ser más fuerte, robusto, y al menos tan bien entrenado como yo, o está perdido. Nunca he tenido que utilizar todavía la pistola de agujas. Pero en dos ocasiones he roto brazos, y en una pateé a un asaltante en plenas partes y dicen que estuvo no sé cuantas horas inconsciente.

Zebadiah estaba teniendo problemas con el control de tráfico.

—… Solicito permiso para aterrizar. Este es el yate privado Gay Deceiver, registro de los Estados Unidos, el jefe piloto Carter al habla. Todo lo que deseamos es autorización para aterrizar. Se están comportando ustedes como esos ya-saben-a-quienes-me-refiero rusos. No esperaba eso de los ingleses.

—¡Espere, espere! ¿Quiénes son ustedes? Suenan cerca de…, pero no podemos localizarles.

—Estamos sobrevolando en círculo su ciudad a una altura de cinco kilómetros sobre el nivel del suelo.

—¿Cuánto es eso en pies? ¿O en millas?

Toqué a mi esposo en el hombro.

—Dile mil seiscientos pies.

—Mil seiscientos pies.

—¿Qué orientación?

—Estamos volando en círculos.

—Sí, pero… ¿Ven la casa imperial en el centro de la ciudad? ¿Qué orientación?

—Volamos demasiado rápido como para que ustedes puedan tomar una orientación.

Mientras usted dice una frase, nosotros hemos dado un par de vueltas.

—Oh, cuéntele eso a los tontos; los viejos marinos nunca se lo creerán.

Tía Hilda palmeó a Zebadiah; éste le pasó el micrófono. Tía Hilda dijo tajantemente:

—Aquí la capitana Burroughs al mando de esta nave. Dígame su nombre, grado y número de identificación.

Oí un gruñido, luego silencio. Veintitrés segundos más tarde otra voz dijo:

—Aquí el oficial de guardia; el zeniente Bean. ¿Se encuentran en problemas?

—No, teniente, sólo tenemos que enfrentarnos con la estupidez. Mi jefe piloto lleva quince minutos intentando obtener autorización para aterrizar. ¿Es éste un puerto cerrado? No se nos dijo así en su embajada en la Tierra. Se nos advirtió que los rusos desanimaban a los visitantes, y evidentemente intentaron arrojarnos fuera de su cielo. ¿Cuál es su nombre completo y su regimiento, teniente?; tengo intención de hacer un informe oficial cuando regrese a casa.

—¡Por favor, madam! Soy el zeniente Brian Bean, de los fusileros reales de Devonshire.

¿Puedo preguntar con quién estoy hablando?

—Muy bien. Hablaré lentamente; por favor, grabe. Soy la capitana Hilda Burroughs, al mando del yate espacial Gay Deceiver, salido de Snug Harbor, en las Américas.

—Capitana, déjeme dejar esto claro. ¿Manda usted tanto la espacionave en órbita como la nave de aterrizaje auxiliar? En cualquier caso, por favor indíqueme las coordenadas de la órbita de su nave para mis registros, y dígame la posición actual de su nave de aterrizaje. Luego podré asignarle un amarradero para aterrizar.

—¿Puede usted darme su palabra como oficial británico y como caballero de que no nos echará de su cielo como intentaron hacer esos vándalos rusos?

—Madam…, capitana… Tiene usted mi palabra.

—Gay salta. Estamos ahora aproximadamente a cuarenta y nueve mil pies por encima de su ciudad.

—Pero… Entendí que decía usted antes «mil seiscientos».

—Eso era hace cinco minutos; esta nave es rápida. —Tía Hilda soltó el botón del comunicador—. Deety, ten preparado el programa especial «saltos». Le dije a Gay que regresara «saltos» a sus memorias, y que borrara sus modos temporales.

Tía Hilda pulsó el botón del micro.

—¿Nos ve ahora? —Soltó el botón—. Deety, quiero que nos situemos encima de ese edificio grande…, la «casa imperial» probablemente…, en una transición. ¿Puedes decirle a Zebbie y Jacob lo que tienen que hacer?

Miré hacia fuera. Debíamos estar en el borde de la ciudad… ¿Pero dónde? ¿Tomar una alineación y triangular? ¡No había tiempo! Piensa en la respuesta, dóblala y divídela por dos. Arco cuatro décimos.

—Pa, ¿puedes hacer un tránsito de veintiún grados de la vertical hacia el ayuntamiento?

—Veintiún grados. Sesenta y nueve grados de zambullida hacia el gran cobertizo en el parque, inclinación relativa aproximada hacia el ángulo de babor… ¡Hecho! Una transición, diez unidades… ¡Hecho!

—Ahora puedo verles, creo —llegó la voz del señor Bean—. Apenas.

—Vamos a bajar —interrumpió tía Hilda al teniente—. Zebbie, ponla en planeo tan pronto como ejecutes. Deety, observa la altura sobre el suelo y grita ¡largo!, si es necesario… No esperes a que te lo digan. Zebbie, ejecuta a mi voz… ¡Jake, ejecuta! —Y estábamos abajo tan rápido que di tontamente con la cabeza contra el techo… especialmente cuando Zebadiah planeó luego verticalmente para ganar velocidad de planeo en aquel blando y lento, lento Marte.

Pero pronto tía Hilda estaba diciendo tranquilamente:

—Estamos sobre la casa imperial. ¿Nos ve?

—¡Sí, sí! ¡Cielos! ¡Maldita sea!

—¡Zeniente, vigile su lenguaje! —Tía Hilda me guiñó un ojo y sonrió silenciosamente.

—Madam le pido disculpas.

—Capitana, por favor —dijo Hilda, sonriendo mientras su voz rezumaba carámbanos.

—Capitana, pido disculpas.

—Aceptado. ¿Dónde debo aterrizar?

—Oh, partiendo de la casa imperial, hay un campo de aterrizaje al sur, a unas doce millas. Les diré que la reciban.

Hilda soltó el botón y dijo:

—Gay salta.

Y colgó el micrófono.

—Qué lástima que la radio de ese teniente se haya cortado justo antes de que pudiera decirnos a qué distancia estaba ese campo —dijo—. ¿O fue nuestra radio?

—Capitana —dije—, sabes muy bien que ambas radios funcionaban correctamente.

—Cielos, debo estarme haciendo vieja. ¿Estaba chica lista grabando?

—Siempre lo está, durante las maniobras —dije—. Luego borra las grabaciones en ciclos de diez horas.

—Entonces mi mal oído no importa. Por favor, pídele que repita las últimas frases del teniente. —Lo pedí, y Gay lo hizo—. Deety, ¿puedes hacer que lo borre todo desde después de la palabra «sur»?

—Tía, no vas a ir al cielo. —Hice que Gay borrara a-doce-millas-les-diré-que-la-reciban.

Pero no conocerás a nadie allí.

—Probablemente no, querida. Zebbie, ¿cómo consigue una que chica lista aterrice por sí misma sin combustible?

—Deety podrá responderte mejor de nuevo. A menos que… Jake, ¿se lo explicarás tú?

—Eso es cosa de Deety. Yo también quiero aprender.

—De acuerdo —admití—. Tápale los oídos a Gay, Zebadiah. Gay puede efectuar con exactitud cualquier transición si conoce con precisión dónde se halla su blanco. Incluso un salto de menos de un mínimo. Descubrí eso el día en que llegamos aquí cuando estábamos probando el control remoto. El resto vino de perfeccionar la rutina de «bichos fuera», haciéndole efectuar una pausa y barrer el blanco y, si está obstruido, entonces saltar. Tía Hilda, si pretendes aterrizar, será mejor que no estemos muy por debajo de cinco unidades o deberemos saltar y empezar de nuevo.

—He logrado sustentación de aire, capitán.

—Gracias, Zebbie. Deety, hazlo. Déjanos aprender a todos.

—De acuerdo. Necesito ambos pilotos. No has dicho dónde hay que aterrizar.

—¿No estaba claro? Inmediatamente al sur de la casa imperial. Creo que es un terreno de desfiles. Nada en él excepto un mástil de bandera en el lado norte. Sitúala frente al edificio, pero evita ese mástil.

—Tendría que hacerlo muy mal para golpearlo. Zebadiah, apunta al lugar donde desees estacionar. Yo hablaré con Gay. Luego sitúala en vuelo nivelado en la orientación que desees, y comunícale «ejecuta». Pa, Gay debería hacer una pausa a exactamente media unidad, para ver que su lugar de estacionamiento esté despejado y para comprobar la distancia. Esta parada no necesita ser larga, una fracción de segundo, pero; si falla en hacerla, intenta saltar. Probablemente no puedas; si me he olvidado algo al depurarla, quizá todos nos volvamos radiactivos. Habrá sido muy agradable conoceros a todos. De acuerdo, ábrele las orejas. —Mi esposo lo hizo.

—Gay Deceiver.

—Hola, Deety. Te he echado en falta.

—Autoaterrizaje sin energía.

—¡Marchando una de aterrizaje por mí misma sin una gota de combustible! ¿Dónde?

—Nuevo blanco. Palabra código: «Terreno de desfiles». Método de punto de tiro y telémetro.

—Muéstramelo. ¡Puedo hacerlo!

Toqué el hombro de mi esposo.

—Déjale verlo.

—Sobre el blanco, Gay. Firmes sobre el blanco.

—Alineación tres siete dos nueve, tres siete cero cero, tres cinco nueve nueve… ¡Lo tengo, Deety! —Zebadiah nos hizo elevarnos, apuntó al norte.

—¡Ejecuta!

Estábamos estacionados frente a la gran escalinata frontal. Aquel mástil de bandera estaba a diez metros del morro de Gay.

Pa dijo:

—Deety, pude ver que estábamos muy cerca, pero no me daba tiempo a actuar. Claro que tus programas siempre funcionan.

—Hasta el día en que uno nos haga estallar. Tía Hilda, ¿qué hacemos ahora?

—Esperar.