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«Permítasenos preservar nuestras ilusiones…»

HILDA:

Cuando sea vieja, chupándome las encías ante el fuego y viviendo más allá de mis fechorías, recordaré los siguientes días como los más felices de mi vida. Había pasado por tres lunas de miel antes, una con cada uno de mis maridos con los que había firmado un contrato temporal; dos habían sido buenos, uno había sido estupendo y (finalmente) muy lucrativo. Pero mi luna de miel con Jacob fue celestial. El soplo del peligro agudizaba la felicidad. Jacob parecía no preocuparse, y Zebbie tenía arrancadas, como un bromista pesado. Viendo que Zebbie estaba relajado, Deety echaba a un lado su nerviosismo…, y yo no me preocupaba por nada de aquello, puesto que siempre he esperado terminar como los fuegos artificiales, sin tiempo para ponerme fea e inútil…

Una pizca de peligro añade sabor a la vida. Incluso durante una luna de miel…, especialmente durante una luna de miel.

Una extraña luna de miel… Trabajábamos duro, pero nuestros esposos nunca parecían estar demasiado ocupados para darnos una palmada en el trasero, pellizcarnos un pezón, o adjudicarnos un beso de tornillo. No éramos un grupo de matrimonios sino dos parejas que formábamos una familia, cada uno confortable con los demás. Yo dejé a un lado la mayoría de mis antiguas y retorcidas formas de actuar, y Zebbie empezó a llamarme algunas veces «Hilda» en vez de «Liosa».

Jacob y yo avanzábamos por el matrimonio como el jamón y los huevos. Jacob no es alto (178 centímetros, pero sí comparado con mi escaso uno cincuenta y dos), y su pelo retrocede y su barriga avanza tras años de estar sentado en un escritorio…, pero a mí me parece simplemente correcto. Si deseara mirar a una belleza masculina, siempre podría echarle una ojeada al gigante de Deety…, apreciarlo sin lujuria; mi propio chivo enamorado mantiene a «Liosa» bien tranquila.

No me decidí, cuando Zebbie llegó al campus, a hacerlo mi predilecto por su apariencia sino por su cambiante sentido del humor. Pero si alguna vez hubo un hombre que pudiera representar el papel de John Carter, Señor de la Guerra de Marte, este era Zebadiah Carter, cuyo segundo nombre resulta ser precisamente «John». Enfundado en sus ropas de calle y usando sus falsas gafas de montura de concha parece desmañado, demasiado grande, torpe. No me di cuenta de que era hermoso y agraciado hasta la primera vez en que usó mi piscina. (Esa tarde estuve tentada de seducirle. Pero, por poca dignidad que tenga, había decidido dedicarme únicamente a los hombres maduros, de modo que aparté el pensamiento).

Aquí en Snug Harbor, llevando poca ropa o ninguna, Zebbie parecía como en casa…, un león montañés en gracia y músculos. Un incidente un anochecer me demostró cuán parecido era al Señor de la Guerra de Marte. Una espada…, esas viejas historias me son familiares. Mi padre había comprado las reediciones de bolsillo de Ballantine Del Rey; corrían por toda la casa cuando yo era niña. Una vez aprendí a leer, lo leía todo, y prefería mucho más las historias de Barsoom a los libros de «chicas» que me regalaban en mis cumpleaños y por Navidad. Thuvia era la heroína con la cual me identificaba… «juguete» de los crueles sacerdotes de Issus, cuya virginidad era luego milagrosamente restaurada en el siguiente libro: Thuvia, doncella de Marte. Decidí cambiar mi nombre por el de Thuvia cuando fuera mayor. Al cumplir los dieciocho ya no estaba tan decidida; siempre había sido «Hilda», y ahora un nuevo nombre no me atraía. Fui responsable en parte del nombre de Deety, que la molestó enormemente hasta que descubrió que a su esposo le gustaba. Jacob había deseado llamar a su hija «Dejah Thoris» (Jacob parece y es un profesor, pero es un incurable romántico). Jane tenía dudas. Le dije: «No seas testaruda, Janie. Si tu hombre desea algo, y tú puedes acomodarte a ello sin sufrir, ¡dáselo! ¿Quieres que ame a su hija o la deteste?». Jane pareció pensativa, y «Doris Anne» se convirtió en «Dejah Thoris» en la pila bautismal, luego en «Deety» antes de que supiera hablar…, lo cual satisfizo a todo el mundo. Entramos en una rutina: levantarse temprano cada mañana; nuestros hombres se dedicaban al trabajo con sus instrumentos y sus cableados y sus cosas e instalando el artefacto espaciotemporal en las entrañas de Gay Deceiver…, mientras Deety y yo arreglábamos la casa y hacíamos una limpieza superficial (nuestra casa de las montañas necesitaba muy poca atención…, gracias en su mayor parte al genio de Jacob), y luego Deety y yo nos dedicábamos a algún trabajo técnico que Deety pudiera hacer con alguna ayuda de mi parte.

No soy muy ducha en los trabajos técnicos, puesto que la biología es la única cosa que he estudiado en profundidad y nunca acabé mi graduación. Eso se vio ampliado por casi seis mil horas como ayudante de enfermera voluntaria en el centro médico de nuestro campus, y realicé cursos que hicieron de mí una enfermera no titulada o una ayudante médica o incluso una aficionada paramédica… No chillo a la vista de la sangre, y puedo limpiar un vómito sin el menor escrúpulo, y no vacilaría en firmar como enfermera para todo. Ser una viuda universitaria con demasiado dinero es divertido pero no te llena. Me gusta sentir que he pagado mi renta por el trozo de tierra que estoy usando. Además de eso, poseo una noción superficial de cualquier cosa motivada por mi adicción a la letra impresa, más la asistencia a las conferencias de la universidad que sonaban intrigantes… e incluso a veces el seguimiento de algún curso emparentado con ellas. Asistí como oyente a un curso descriptivo de astronomía, me examiné al final para ver qué tal me había ido…, obtuve una «A». Incluso calculé correctamente una órbita cometaria, para mi sorpresa (y la del profesor).

Puedo instalar un timbre de puerta o desatascar una cañería de desagüe con un desatorador de fontanero… Pero si se trata de algo realmente técnico, contrato a un especialista.

Así que Hilda puede ayudar, pero normalmente no puede hacer el trabajo sola. Gay Deceiver tenía que ser reprogramada… Y Deety, que no parece un genio, lo es. Sólo por ser hija de Jacob debería ser un genio, y además su madre tenía un C. I. que me sorprendía incluso a mí, su amiga más íntima. Lo supe mientras ayudaba a un pobre Jacob abrumado por el dolor a decidir qué cosas guardar, qué cosas quemar. (Quemé retratos poco halagüeños, papeles inútiles y vestidos. Los vestidos de una persona muerta deben ser tirados, regalados o quemados; no debe guardarse nada que no inspire recuerdos felices. Lloré un poco, y eso salvó a Jacob y a Deety de tener que llorar luego). Todos nosotros poseíamos un par de permisos privados de conducir; Zebbie, como capitán Z. J. Carter, Space Ranger de los Estados Unidos de Norteamérica, tenía el «mando» por derecho propio…, aunque nos dijo que su calificación espacial era ampliamente honoraria, tan sólo algún tiempo en caída libre y un aterrizaje en lanzadera. Zebbie es embustero, no se puede confiar en él, y dice mentiras con la misma facilidad con que habla; tuve ocasión de echarle un vistazo a su historial aeroespacial y nos había tomado desvergonzadamente el pelo. Tenía en su haber más horas de vuelo que el viaje de intercambio a Australia que proclama. Algún día me sentaré sobre su pecho y le haré decir a mamá Hilda la verdad. Será interesante… si consigo separar los hechos de la ficción. No creo en esta historia acerca de relaciones íntimas con una canguro hembra. Zebbie y Jacob decidieron que todos nosotros debíamos ser capaces de controlar a Gay Deceiver en todos sus cuatro elementos, en la carretera, en el aire, en trayectoria (no es una espacionave, pero puede realizar saltos a gran altitud en trayectoria balística) y en el espaciotiempo, es decir entre los universos hasta el Número de la Bestia más las variantes imposibles de contar.

Crucé los dedos respecto a ser capaz de aprender aquello, pero ambos hombres me aseguraron que habían instalado un sistema de seguridad que podría sacarme de un montón de hierros retorcidos si alguna vez tenía que hacerlo sola. Parte del problema residía en el hecho de que Gay Deceiver era una chica de un solo hombre; sus puertas se abrían tan sólo a la voz de su dueño o a la huella dactilar de su dedo pulgar, o tabaleando un código especial si fallaban la voz y el pulgar; Zeb tendía a preverlo todo… «Pasando por delante de la ley de Murphy», le llamaba: «Cualquier cosa que pueda ir mal, irá mal». (Mi abuela le llamaba «La regla de la mantequilla cayéndose al suelo»).

La primera prioridad era presentarnos a Gay Deceiver…, enseñarle que todas las cuatro voces y los correspondientes pulgares eran aceptables. Eso tomó un par de horas, con Deety ayudando a Zebbie. El código especial tomó aún menos tiempo, pues estaba basado en una antigua tonada militar…, cuyo especial carácter hacía muy difícil que un ladrón sospechara que aquel coche se abriría si se tabaleaba sobre él de una cierta forma y a una correcta cadencia. Zebbie llamaba la cadencia El soldado borracho, Jacob decía que era El bote cantina. Deety proclamaba que su título era Día de paga, porque había oído todas aquellas canciones populares del abuelo de Jane y las conocía muy bien.

Nuestros hombres aceptaron que podía estar en lo cierto, y ella le puso letra. Su letra incluía El marino borracho en vez de El soldado borracho…, además de Día de paga y El bote cantina.

Una vez hechas las presentaciones, Zeb desentrañó la anatomía de Gay, un volumen de su cuerpo, otro de su cerebro. Tendió el último a Deety, se llevó el otro a nuestro sótano. Los dos días siguientes fueron fáciles para mí, difíciles para Deety. Hice comprobaciones y tomé notas en un bloc, mientras ella estudiaba su libro y fruncía el ceño y se llenaba la cara de tizne y sudaba contorsionándose en increíbles posiciones y en una ocasión maldijo de una forma que hubiera hecho que Jane la reprendiera severamente. Se justificó:

—¡Tía vieja zorra, el chapucero de tu yerno le ha hecho cosas a esta masa de spaghetti que no se merece ninguna computadora decente! Ahora es un híbrido bastardo.

—No deberías llamarle esas cosas a Gay, Deety. No es un bastardo.

—No puede oírnos: he desconectado sus orejas, excepto esa pieza que está comprobando los programas de rastreo de noticias, y eso va a través de este cable que va conectado a esa clavija en la pared; ahora puede hablar con Zebadiah tan sólo en el sótano. Oh, estoy segura de que era una encantadora muchachita hasta que ese gran mono la violó. Tía Hilda, no te preocupes acerca de herir los sentimientos de Gay: no tiene. Como computadora es de lo más idiota. Cualquier insignificante universidad y la mayoría de las escuelas de segunda enseñanza trabajan en tiempo compartido con ordenadores mucho más complejos. Ésta es cibernética primaria, un autopiloto con una capacidad digital limitada y una memoria limitada. Pero la forma en que Zebadiah le ha metido mano la convierte en más que un autopiloto pero no un ordenador general. Un híbrido espúreo. Tiene muchas más opciones aleatorias de las que necesita, y posee un cierto número de funciones extras en las que IBM ni siquiera llegó a soñar nunca.

—Deety, ¿por qué le estás sacando las planchas de revestimiento? Creía que eras estrictamente una programadora. Una especialista en software, no una mecánica.

—Soy estrictamente una matemática especialista en software. No intentaría modificar a este monstruo ni siquiera bajo órdenes escritas de mi amado y sin embargo furtivo esposo. ¿Pero cómo, en nombre de Alá, puede un especialista en software a sueldo pensar en análisis de simplificación de la programación si no conoce los circuitos? La primera parte de este libro indica para lo que fue diseñado y construido este autopiloto… Y la segunda mitad, las páginas fotocopiadas, muestran las locuras que Zebadiah le metió dentro. Este manojo de circuitos integrados habla ahora tres lenguajes lógicos, alternativos…, cuando fue construida para utilizar tan sólo uno. Pero no acepta ninguno de ellos hasta que no ha sido persuadida por la doble cháchara de Zebadiah. E incluso raramente responde a una frase código con la misma respuesta dos veces consecutivas. ¿Qué es lo que dice como respuesta a: «Eres una chica lista, Gay»?

—Lo recuerdo: «Jefe, apuesto a que le dice lo mismo a todas las chicas. Corto».

—A veces. Muy a menudo, puesto que esa respuesta está programada para emitirla tres veces más a menudo que cualquiera de las demás. Pero escucha estas otras: «Zeb, soy tan lista que me asusto de mí misma». «Entonces, ¿cuándo piensas aumentarme el sueldo?». «¡No me importan los cumplidos! ¡Quita tu mano de mi rodilla!». «No tan alto, querido. No quiero que mi amigo lo oiga»… Y hay más. Hay al menos cuatro respuestas para cada una de las frases código de Zebadiah. Él utiliza únicamente una lista, pero el autopiloto responde de varias maneras a cada una de sus frases…, y ninguna de ellas es ni «Enterada» ni «No programable; refrasee».

—Me gusta la idea. Divertida.

—Bueno…, a mí también. Suelo personalizar las computadoras; pienso en ellas como si fueran gente… Y esta lista de respuestas semi al azar hace que Gay Deceiver parezca mucho más viva…, cuando no lo es. Ni siquiera es versátil, comparada con un ordenador básico. Pero… —Deety sonrió rápidamente—, estoy preparándola para ofrecerle a mi esposo algunas sorpresas.

—¿Como cuáles, Deety?

—¿Te has fijado cómo dice: «Buenos días, Gay. ¿Cómo te encuentras?», cuando se sienta a tomar el desayuno?

—Sí. Me gusta. Es intimo. Ella responde normalmente: «Estoy bien, Zeb».

—Sí. Es un código de prueba. Ordena al autopiloto que se efectúe un autochequeo a fondo e informe de cualquier instrucción en curso o pendiente. Lo cual le toma a ella menos de un milisegundo. Si él no recibiera esta u otra respuesta equivalente, vendría directamente hasta aquí corriendo para ver qué era lo que iba mal. Pero estoy preparándola para añadir otra respuesta. O varias.

—Creí que te habías negado a modificar nada.

—Tía Montañesa, esto es software, no hardware. Estoy autorizada y encargada de ampliar las respuestas para incluirnos a todos nosotros, respondiendo a cada una de nuestras voces. Esto es programación elemental. Tú le dirás buenos días al artilugio, y él te responderá, cuando yo haya terminado con él, y te llamará o bien «Hilda» o bien «señora Burroughs».

—Oh, prefiero que me llame «Hilda».

—De acuerdo, pero deja que te llame «señora Burroughs» de tanto en tanto, para variar.

—Bien…, de acuerdo. Mantengamos su personalidad.

—Incluso puedo hacer que te llame, en voz baja, «vieja zorra».

Dejé escapar una carcajada.

—Hazlo, Deety, por favor hazlo. Pero quiero estar ahí para ver la cara de Jacob.

—Estarás; estará programada para responder de esta forma tan sólo a tu voz.

Simplemente no digas: «Buenos días, Gay», a menos que Pa esté escuchando. Pero he aquí una para mi esposo: Zebadiah dice: «Buenos días, Gay, ¿cómo te encuentras?»… Y el altavoz responde: «Estoy bien, Zeb. Pero llevas la bragueta abierta y tienes los ojos enrojecidos. ¿Estás preparando otro ataque?». Deety es tan solemne y sin embargo tan juguetona…

—¡Hazlo, querida! Pobre Zebbie… Pero puede que no lleve ninguna bragueta susceptible de estar abierta.

—Zebadiah siempre lleva algo en las comidas. Incluso sus calzoncillos llevan bragueta.

No le gustan esos modelos elásticos.

—Pero reconocerá tu voz, Deety.

—Nope. Porque será tu voz…, modificada.

Y así lo hicimos. Tengo una voz de contralto más o menos del estilo de la actriz —o amiga— que grabó originalmente la voz de Gay Deceiver. No creo que mi voz posea sus calurosas e insinuantes tonalidades, pero soy una imitadora por naturaleza. Deety tomó prestado un meneoscopio —¿osciloscopio?— de su padre, mi Jacob, y practiqué hasta que mis modulaciones con respecto al repertorio original de Gay Deceiver fueron lo bastante convincentes… Deety afirmó que nadie podría decir cuáles frases pertenecían a quién sin un análisis profundo.

Me lo pasé estupendamente con ello, como cuando Deety programó que Gay Deceiver le dijera ocasionalmente a mi esposo: «Muy bien… ¡Excepto por mi dolor de riñones, viejo zorrino vicioso!»… Y Jacob se encontró con esta respuesta una mañana en la que yo tenía realmente un terrible dolor de riñones, y seguramente él también. No le alimentamos respuestas que Deety consideró podían ser demasiado obscenas para la «inocente» mente de Jacob… Y yo no le hice ninguna insinuación respecto a cómo su padre me hablaba realmente, en privado. Permítasenos preservar nuestras ilusiones; lubrican las relaciones sociales. Posiblemente Deety y Zebbie se hablaban del mismo modo en privado…, y nos consideraban a nosotros, «pobres viejos», como irremediablemente chapados a la antigua.