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«… un caballero virginal, deseoso de romper una lanza…»

JAKE:

Mi bienamada esposa no estaba más deseosa que yo por visitar «Barsoom». Yo había temido que nuestro capitán hiciera lo más sensato: establecer una órbita, tomar fotos, luego regresar a nuestro propio espaciotiempo antes de que nuestro aire se enviciara. No estábamos preparados para explorar planetas extraños. Gay Deceiver era un coche deportivo para solteros. Tenía un poco de agua, un poco menos de comida, aire suficiente para unas tres horas. Nuestro vehículo renovaba su aire por el método de la válvula renovadora. Si daba un «salto alto», sus válvulas renovadoras se sellaban por la misma presión interna del mismo modo que los aviones intercontinentales hipersónicos de trayectoria balística…, pero un «salto alto» no es un viaje espacial. De acuerdo, podíamos ir de punto a punto en nuestro propio o cualquier otro universo en un nada de tiempo, pero ¿cuántos cuerpos celestes poseen atmósferas respirables? Incontables miles de millones…, pero una pequeña fracción de un uno por ciento desde un punto de vista práctico…, y no había ninguna lista publicada de sus localizaciones. No poseíamos espectroscopio, ningún catálogo estelar, ningún equipo de comprobación de atmósfera, ningún instrumento medidor de radiaciones, ningún medio de detectar organismos peligrosos. Colón con sus cascarones estaba mejor equipado que nosotros. Nada de eso me preocupaba.

¿Temeridad? ¿Te paras a comprar un rifle para elefantes cuando un elefante te está persiguiendo?

Tres veces habíamos escapado de la muerte por cuestión de segundos. Habíamos eludido a nuestros asesinos metiéndonos bajo tierra…, y esa seguridad no había bastado. Así que huíamos de nuevo como conejos.

Al menos una vez en su vida cada ser humano debería tener que correr para salvar su vida, para aprender que la leche no proviene de los supermercados, que la seguridad no procede de los policías, que las «noticias» no son algo que les ocurre a los demás. Debería aprender cómo vivían sus antepasados y que él no es diferente de ellos… En los momentos difíciles su vida depende de su agilidad, ingenio, y recursos personales. No me notaba angustiado. Me sentía más vivo de lo que me había sentido desde la muerte de mi primera esposa.

Debajo de la persona que cada uno de nosotros muestra al mundo subyace un ser distinto del de la máscara. Mi propia persona era un arquetipo del profesor. ¿Debajo? ¿Pueden creerse a un caballero virginal, deseoso de romper una lanza? Pude haber evitado el servicio militar…, casado, padre de familia, con una profesión protegida. Pero pasé tres años de entrenamiento básico, sudando con todos los demás, maldiciendo a los instructores…, ¡y amándoles! Entonces me quitaron el rifle, me dijeron que era un oficial, me dieron una silla giratoria y un trabajo inútil. Nunca les he perdonado eso. No conocía en absoluto a Hilda hasta que nos casamos. La había calificado como una amiga de mi perdido amor, pero siempre había pensado en ella como en una persona ligera, una mariposa social. Luego me encontré casado con ella, y aprendí que había sufrido inútilmente mis años de soledad. Hilda era lo que yo necesitaba, yo era lo que ella necesitaba… Jane lo había sabido y nos había dado su bendición cuando al final nosotros nos dimos cuenta de ello. Pero seguí sin darme cuenta de la cualidad diamantina que poseía mi frágil querida hasta que la vi disecar a aquel pseudo «guardia forestal». Matar aquel alienígena había sido fácil. Pero lo que hizo Hilda… Casi estuve a punto de echar mi cena.

Hilda es pequeña y frágil; la protegeré con mi vida. ¡Pero no voy a menospreciarla de nuevo!

Zeb es el único de todos nosotros que da la apariencia del intrépido explorador… alto, anchos hombros, fuertemente musculado, hábil con las máquinas y con las armas, y (¡sine qua non!) frío en momentos de crisis y dotado con la «voz de mando». Una noche me vi obligado a razonar con mi amor; Hilda creía que yo debía mandar nuestro pequeño grupo. Yo era el mayor de los cuatro, era el inventor del «distorsionador» espaciotemporal… era correcto que Zeb fuera el piloto, pero yo debía mandar. A sus ojos Zeb era algo entre un adolescente ya muy crecido y un afectuoso san bernardo. Señaló que Zeb proclamaba ser un «cobarde de profesión», y que no deseaba responsabilidad. Le dije que ningún líder innato busca el mando; el manto del liderazgo desciende sobre él, y lleva su peso porque debe hacerlo. Hilda no podía comprenderlo…, estaba dispuesta a recibir órdenes de mí pero no de su jovencito preferido «Zebbie». Tuve que ponerme firme: o aceptaba a Zeb como comandante, o mañana Zeb y yo desmontábamos mi aparato del coche de Zeb a fin de que el señor y la señora Carter pudieran irse por su lado. ¿Dónde? Ese no era asunto mío, ni tuyo, Hilda. Me di la vuelta y pretendí dormir.

Cuando la oí sollozar, me di la vuelta de nuevo y la abracé. Pero no cedí. No necesité poner por escrito lo que había dicho; Hilda prometió aceptar todas las órdenes que pudiera darle Zeb…, una vez nos fuéramos.

Pero su capitulación era solamente obligada hasta el sangriento incidente en la piscina. El instantáneo ataque de Zeb cambió su actitud. Desde entonces mi amor aceptó las órdenes de Zeb sin ninguna discusión… y entretanto bromeaba con él y lo fastidiaba como siempre. El espíritu de Hilda no se había roto; en vez de ello había sometido su indomable espíritu a las decisiones de nuestro capitán. Disciplina…, autodisciplina; no hay otra forma. Zeb es por supuesto un «cobarde de profesión»… Evita los problemas siempre que es posible, el rasgo más recomendable en un líder. Si un capitán se preocupa de la seguridad de las personas a su mando, esas no necesitarán preocuparse.

Barsoom seguía hinchándose ante nosotros. Finalmente, la voz de Gay dijo:

—Estimación de distancia, jefe. —Mientras mostraba en la pantalla: «1000 km», y parpadeaba casi inmediatamente a: «999 km». Empecé a contar el tiempo, cuando Zeb lo hizo innecesario:

—¡Chica lista!

—Aquí, Zeb.

—Sigue mostrando estimación de distancia en la pantalla. Muéstralo en altura sobre el suelo. Añade velocidad de descenso.

—No programado.

—Corrección. Añade programa. Muestra en pantalla velocidad de descenso, tan pronto como puedas.

—Nuevo programa velocidad de descenso almacenado. Aparecerá en pantalla cuando altura sobre el suelo llegue a seiscientas unidades.

—Eres una chica lista, Gay.

—La chica más lista del condado. ¡Oh, papi y mami también me lo decían! Cambio.

—Prosigue programas.

La altura sobre el suelo parecía disminuir a la vez rápidamente y con una lentitud que ponía un nudo en el estómago. Nadie decía una palabra; yo apenas respiraba. Cuando «600 km» apareció en la pantalla, las cifras se vieron superpuestas por una rejilla; sobre ella había una empinada curva, altura-contra-tiempo, y una nueva cifra parpadeó debajo de la cifra de la altura sobre el suelo: 1968 KM/H. Mientras la cifra iba cambiando, una brillante abscisa fue descendiendo en la rejilla.

Nuestro capitán dejó escapar un suspiro.

—Podemos dominar eso. Pero daría cincuenta centavos y un cono de helado doble por un paracaídas de freno.

—¿De qué sabor?

—A tu elección, «Liosa». No os preocupéis, amigos; puedo mantenerla sobre su cola y conectar los cohetes. Pero es una forma bastante cara de disminuir la velocidad. Gay Deceiver.

—Estoy atareada, jefe.

—Siempre olvido que no puedo pedirle que muestre en pantalla demasiados datos a la vez. ¿Alguien sabe la presión atmosférica de Marte al nivel del mar…, quiero decir de la «superficie»? No habléis todos a la vez.

Mi querida dijo vacilante:

—La media es de unos cinco milibares. Pero, capitán…, esto no es Marte.

—¿Eh? Entiendo: sí, no lo es…, y por la apariencia de todo ese verdor, Barsoom debe tener mucha más atmósfera que Marte. —Zeb aferró los controles, hizo caso omiso de la computadora, balanceó cautelosamente sus alerones—. No siento que muerdan al aire. «Liosa», ¿cómo estás en astronomía? ¿Grado de girl scout?

—Nunca pasé de novata. Acudí como oyente a un curso, luego me suscribí a Astronomía y a Cielo y Telescopio. Como distracción.

—Jefe científico, has justificado de nuevo mi fe en ti. Copiloto, tan pronto como tengamos aire que morder, voy a reducir velocidad hacia el este. Nos dirigimos demasiado cerca del terminador. Deseo aterrizar a la luz del día. Mantén un ojo atento al nivel del suelo. El último trecho planearemos… pero no quiero aterrizar en medio de un bosque. O en tierras baldías.

—A tus órdenes, señor.

—Astrogador.

—¡Sí, señor!

—Deety querida, observa a babor… y hacia delante, lo que puedas ver en torno mío.

Jake mirará por el lado de estribor.

—Capitán…, yo estoy a estribor. Detrás de Pa.

—¿Eh? Chicas, ¿cómo demonios os las habéis arreglado para cambiar los sitios?

—Bueno… Tú nos diste prisa, señor… Y en medio de una tormenta una se sienta en lo primero que encuentra.

—Dos faltas por haberos equivocado de asientos… Y nada de jarabe en los pastelillos calientes que vamos a tomar como desayuno tan pronto como hayamos aterrizado.

—Oh, no creía que fuera posible tomar pastelillos calientes.

—Puedo soñar, ¿no? Oficial científico jefe, observa mi lado.

—Sí, capitán.

—Mientras Deety mira por el lado de Jake. Cualquier pasto para vacas.

—¡Hey! ¡Siento el aire! ¡Está mordiendo los alerones!

Contuve el aliento mientras Zeb sacaba suavemente la nave de su caída, frenando hacia el este.

—Gay Deceiver.

—¿Qué ocurre ahora, asustaniñas?

—Cancela programas de muestreo en pantalla. Ejecuta.

—Inshallâh, ya sayyid.

La pantalla quedó vacía. Zeb la había mantenido conectada hasta justo el límite de la velocidad crítica. Aún estábamos altos, aproximadamente seis unidades, todavía en vuelo hipersónico.

Zeb empezó a abrir lentamente sus alas mientras velocidad y altitud decrecían. Una vez estuvimos por debajo de la velocidad del sonido, abrió sus alas a tope para máximo planeo.

—¿Alguien se ha acordado de traer un canario?

—¿Un canario? —dijo Deety—. ¿Para qué, jefe?

—Es mi forma educada y gentil de recordaros a todos que no tenemos ninguna forma de comprobar la atmósfera. Copiloto.

—Capitán —asentí.

—Deja al descubierto el interruptor de emergencia. Sujétalo cerrado mientras quitas la abrazadera. Mantén la mano alta de modo que todos podamos verlo. Una vez informes que el interruptor está listo para ser operado, entonces yo liberaré las válvulas de renovación de aire. Si pierdes el conocimiento, tu mano se relajará y el interruptor nos enviará de vuelta a casa. Espero. De todos modos… ¡A todo el mundo!: si alguien se siente mal o mareado o débil…, o ve que cualquiera de nosotros empieza a desplomarse, ¡que no espere! Dé la orden oral. Deety, deletrea la orden a la que me refiero. No la digas…, deletréala.

—G, A, Y, D, E, C, I, E, V, E, R, LL, E, V, A, N, O, S, A, C, A, S, A.

—La has deletreado mal.

—¡No lo he hecho!

—Sí lo has hecho: la «i» antes de la «e» y después de la «c». Las invertiste.

—Bueno… quizá lo hice. Ese diptongo siempre me ha traído problemas.

¡Floccinaucinihilipilificator!

—¿Así que entiendes su significado? A partir de ahora, en Barsoom, la «i» vendrá antes de la «e» en todas las circunstancias. Por orden de John Carter, Señor de la Guerra. He dicho. ¿Copiloto?

—Interruptor de emergencia a punto, capitán —respondí.

—Vosotras, chicas, contened la respiración o respirad, como queráis. El piloto y el copiloto van a respirar. Voy a abrir las válvulas de renovación de aire. Intenté respirar normalmente, y me pregunté si mi mano se relajaría si me desvanecía.

La cabina se enfrió bruscamente, y la calefacción se puso automáticamente en marcha. Me sentí normal. La presión de la cabina ligeramente más alta, pensé, a causa del aire inyectado.

—¿Todo el mundo se siente bien? ¿Todo el mundo se nota bien? ¿Copiloto?

—Me siento estupendamente. Tú tienes muy buen aspecto. También Hilda. No puedo ver a Deety.

—¿Oficial científico?

—Deety parece normal. Yo me siento bien.

—Deety. Di algo.

—¡Dios mío, había olvidado a lo que huele el aire fresco!

—Copiloto, cuidadosamente, ¡muy cuidadosamente!, vuelve a poner la abrazadera de seguridad en el interruptor, luego vuelve a taparlo. Informa cuando hayas terminado.

Unos pocos segundos más tarde informé:

—Interruptor de emergencia asegurado, capitán.

—Bien. Veo un campo de golf; aterrizaremos. —Zeb conectó los motores de vuelo. Gay respondió, cobró vida. Trazamos una espiral, planeamos brevemente, aterrizamos con un suave traqueteo—. Hemos aterrizado en Barsoom. Regístralo, astrogador. Fecha y hora.

—¿Eh?

—En el cuadro de instrumentos.

—Pero ahí dice cero ocho cero tres y aquí apenas acaba de amanecer.

—Regístralo según Greenwich. Junto con ello registra la hora local estimada y Barsoom día uno. —Zeb bostezó—. Espero que no vengan a desearnos buenos días demasiado pronto.

—¿Demasiado sueño para unos pastelillos calientes? —inquirió mi esposa.

—Nunca hay sueño para eso.

—¡Tía Hilda!

—Deety, guardé un poco de masa receta de la abuela. Y leche en polvo. Y mantequilla.

Zebbie, no hay jarabe…, lo siento. Pero hay jalea de uva en un tubo. Y café liofilizado. Si uno de vosotros abre esa portezuela, tendremos preparado el desayuno en unos pocos minutos.

—Oficial jefe científico, antes tienes que cumplir con un deber.

—¿Debo? Pero… ¿Sí, capitán?

—Tienes que poner tu delicado pie en el suelo. Es tu planeta, tu privilegio. El lado de estribor del coche, bajo el ala, es el tocador de señoras…, el lado de babor es el urinario de caballeros. Las damas pueden obtener escolta armada si lo solicitan. Me alegró que Zeb se acordara de eso. El coche disponía de un «cubo de primeros auxilios» bajo el almohadillado del asiento trasero de babor y, junto a él, bolsas de plástico. Deseaba no tener que utilizarlo nunca.

Gay Deceiver era maravillosa pero, como nave espacial, dejaba mucho que desear. De todos modos, nos había llevado sanos y salvos hasta Barsoom. ¡Barsoom! Visiones de guerreros y hermosas princesas…