18
«… todo el mundo está vivo…»
ZEBADIAH:
Cuatro buenos tentempiés más tarde estábamos listos para echar a andar. Deety nos retrasó con su deseo de repetir su prueba por control remoto. Yo me mantuve firme.
—¡No!
—¿Por qué no, mi capitán? He enseñado a Gay un programa para hacerla subir instantáneamente diez unidades directamente hacia arriba. Es G, A, Y, S, A, L, T, A…, una nueva escapatoria rápida sin complicaciones innecesarias. Luego le recordaré el B, I, C, H, O, S, F, U, E, R, A. Si uno funciona vía intercom, también lo hará el segundo. ¡Puede salvar nuestras vidas, puede salvarlas!
—Oh… —Doblé las telas impermeabilizadas y guardé mi saco de dormir. La mente femenina es demasiado rápida para mí. A menudo puedo llegar a la misma conclusión; pero una mujer llega siempre primero y nunca por el mismo camino que he tenido que seguir yo. Además, Deety es un genio.
—¿Decías algo, mi capitán?
—Estaba pensando. Deety, hazlo conmigo a bordo. No tocaré los controles.
Comprobaré el pilotaje, nada más.
—Entonces no será una prueba.
—Sí lo será. Prometo, cachorro explorador de honor, dejarla caer durante sesenta segundos. O tres unidades de altura por encima del suelo, según lo que se produzca primero.
—Esos intercomunicadores tienen más alcance que diez kilómetros incluso entre ellos.
La recepción de Gay es mucho mejor.
—Deety, tú confías en las máquinas; yo no. Si Gay no capta tu segunda orden…, manchas solares, interferencias, circuito abierto, cualquier cosa…, podré evitar que se estrelle.
—Pero si alguna otra cosa va mal y tú te estrellas, ¡yo te habré matado!
Se echó a llorar.
Así que llegamos a un compromiso. A su modo. La prueba exacta que ella había propuesto originalmente. Gasté combustible moviendo a Gay Deceiver cien metros, salí, y todos nos alejamos. Deety dijo por el intercom:
—Gay Deceiver… ¡Bichos fuera!
Es más sorprendente verlo que estar dentro. Ahí estaba Gay Deceiver a nuestra derecha, luego de pronto estaba a nuestra izquierda. Ningún ruido…, ni siquiera una implosión, ¡splat! Magia.
—¿Y bien, Deety? ¿Estás satisfecha?
—Sí, Zebadiah. Gracias, querido. Pero tenía que ser una auténtica prueba. Lo entiendes, ¿verdad?
Lo admití, aunque albergando la sospecha de que mi prueba hubiera sido más convincente.
—Deety, ¿puedes invertir eso? ¿Ir a alguna otra parte y decirle a Gay que venga a ti?
—¿Algún lugar donde ella no haya estado nunca?
—Sí.
Deety cerró su intercom y se aseguró de que el mío estuviera también cerrado.
—No quiero que ella oiga esto, Zebadiah, siempre me he sentido animística respecto a una computadora. El sofisma patético…, lo sé. Pero Gay es una persona para mí. Suspiró.
—Ya sé que es una máquina. No tiene oídos; no puede ver; no tiene una concepción del espaciotiempo. Todo lo que puede hacer es manipular circuitos de forma compleja…, complejidades limitadas por su gramática y vocabulario. Pero esos límites son definidos. Si yo no me atengo exactamente a su gramática y vocabulario, informa «no programable». Puedo decirle por radio cualquier cosa que pueda decirle de viva voz dentro de la cabina…, e igual puedes hacer tú. Pero no puedo decirle que venga a buscarme tras un recodo de un cañón a unas doce o trece unidades aproximadamente al sudoeste de su aquí-ahora. Esto es algo no programable…, hay cinco elementos no definidos.
—Porque tú lo haces no programable. Has estado alimentándole tonterías y estupideces y esperas que yo me sorprenda a medida que las va soltando…, cuando lo hiciste a propósito.
—¡No es cierto, no lo hice!
Le besé la punta de la nariz.
—Deety querida, deberías confiar en tus instintos. Hay una forma de decirle a Gay qué hacer sin tener que definir ni un solo término nuevo en su vocabulario. Dile que se prepare para un programa en tres partes. Primera parte: salto de un mínimo, diez unidades. Segunda parte: tránsito de doce coma cinco unidades exactamente en dirección dos-dos-cinco. Tercera parte: caída a una unidad de altura sobre el nivel del suelo y estabilización flotando. A ese punto, si lo que tú has descrito como tu localización es aproximadamente correcta, podrás verla y orientarla hacia un aterrizaje sin necesidad de utilizar el retorcedor de Jake.
—Esto… Doce kilómetros y medio no pueden integrarse en unidades de diez kilómetros.
¿Vuelo impulsado?
—¿Gastar combustible? Encanto, seguro que suspendiste la geometría en la escuela superior. Utilizando herramientas euclidianas, un compás y una regla de cálculo, determina rumbo y distancia, luego determina cómo llegar hasta ti en enteros de diez unidades… no fracciones.
Mi esposa se me quedó mirando. Luego sus ojos se iluminaron.
—Tránsito un mínimo rumbo exacto uno-siete-tres y dos tercios, luego tránsito un mínimo rumbo exacto dos-siete-seis y un tercio. La solución de la imagen en el espejo utiliza el mismo rumbo a la inversa. Mucho más fácil aún utilizando más de dos mínimos.
—Pasa a primera fila de la clase. Si no puedes localizarla, haz que ella efectúe una curva de rastreo…, según las localizaciones de sus propios instrumentos. Cariño, ¿puedes hacer realmente eso al estilo euclidiano?
—Puedo aproximar eso al estilo euclidiano… ¡Pero tú no has previsto el dotarme de compás y regla de cálculo! Inscribe: círculo radio doce coma cinco. Bisecciona círculo horizontalmente por el centro; conviértelo en cuadrantes trazando una vertical. Bisecciona el cuadrante inferior izquierdo…, eso da un rumbo exacto dos-dos-cinco o sudoeste. Luego sitúa el compás a diez unidades e inscribe arcos desde el centro y desde el punto situado al sudoeste del círculo; las intersecciones proporcionan rumbos y vértices que pueden sustituir la exactitud de los cálculos tanto de la regla como del compás. Pero simplemente visualizar esa construcción… Bien, yo conseguí visualizar ángulos de dos-siete-cinco y uno-siete-cinco. Más bien chapuceros.
»Así que lo hice con más precisión a través del teorema de Pitágoras, dividiendo el triángulo isósceles en dos triángulos rectángulos. La hipotenusa es diez, un lado es seis y un cuarto… y eso nos da el lado que falta como siete coma ocho-cero-seis-dos-cuatro-siete y algo más…, lo cual te proporciona un rumbo, y puedes deducir el otro por el escandaloso quinto axioma. Pero lo comprobé por trigonometría. Arco seno punto siete-ocho-cero-seis-dos-cuatro-siete…
—¡Ya basta! Te creo. ¿De qué otras formas puedes programar a Gay para encontrarte, utilizando su actual vocabulario?
—Esto… ¿Quemando combustible?
—Si es necesario.
—Le haría dar un salto mínimo, luego maximizaría mi señal. Ven hacia mí.
—Por supuesto. Ahora haz lo mismo sin utilizar combustible. Tan sólo el retorcedor de Jake.
Deety se quedó pensativa y con apariencia de tener doce años, y luego dijo de pronto:
—¡La marcha del borracho! —Y casi inmediatamente añadió—: Pero yo debería mantener una señal durante toda la marcha para que ella estuviera segura a cada paso de que yo estoy dentro de su radio. Gay debería comprobar el nivel de la señal a cada vértice. Eso le permitiría localizar con exactitud la fuente de la señal.
—¿Qué método es más rápido? ¿Venir en tu busca gastando energía? ¿O la marcha del borracho?
—Bueno, la… —respondió Deety. Pareció sorprendida—. Todo el proceso se realizará transistorizadamente.
—Jake utiliza las palancas moviéndolas a mano…, pero cuando Gay se autodirige no hay partes móviles. Todo está transistorizado.
—Zebadiah, ¿estoy pensando correctamente? Utilizando energía, a esa distancia, digamos doce kilómetros, Gay debería ser capaz de acudir a mi lado en tres o cuatro minutos. Pero…, Zebadiah, ¡eso no puede ser cierto!… Sin utilizar ninguna energía, y basándose en los números aleatorios y el puro azar en una marcha de borracho, Gay debería encontrarme en menos de un segundo. ¿Dónde me be equivocado?
—No te has equivocado en absoluto, Deety querida. No te pongas nerviosa. Los primeros cincuenta milisegundos bastarían para mostrarle la localización del punto exacto; antes de que se cumpliera ese cincuentavo milisegundo podría estar encima de la raya de tu pelo. Todo listo en una décima de segundo…, o menos. Pero amor, aún no hemos hablado de la mejor manera de hacerlo. Dije que tenías que confiar en tus instintos. Gay no es una cosa. Es una persona. Nunca sabrás lo aliviado que me sentí cuando vi que vosotras dos os hacíais amigas. Si ella se hubiera sentido celosa de ti… ¡Los dioses nos libren de una máquina vengativa! Pero no está celosa; ella cree que tú eres de primera.
—Zebadiah, ¿tú crees eso?
—Dejah Thoris, lo sé.
Deety pareció aliviada.
—Yo también lo sé…, pese a lo que dije antes.
—Deety, para mí todo el mundo está vivo. Algunas partes se hallan durmiendo y algunas están amodorradas y algunas otras están despiertas pero bostezando…, y algunas tienen los ojos muy abiertos y no dejan de mover el rabo y siempre están dispuestas a actuar. Gay es una de esas.
—Sí, lo es. Lamento haberla llamado cosa. ¿Pero cuál es esa «mejor manera»?
—¿No resulta obvia? No le digas cómo…, simplemente dile hazlo. Dile: «¡Gay, ven a buscarme!». Esas cuatro palabras están en su vocabulario; la frase es compatible con su sintaxis. Ella te encontrará.
—¿Pero cómo? ¿Siguiendo la marcha del borracho?
—Una décima de segundo quizá le parezca demasiado tiempo… Ella te quiere, amor.
Rebuscará en sus memorias y tomará la solución óptima. Puede que no sea capaz de decirte cómo lo hizo, puesto que borra automáticamente de su memoria todo aquello que no se le dice que debe recordar luego. Creo que lo hace; nunca he estado seguro. Jake e Hilda se habían alejado un tanto mientras Deety y yo estábamos hablando.
Ahora estaban volviendo, así que nos dirigimos hacia ellos. «Liosa» dijo en voz alta:
—Zebbie, ¿qué pasó con ese paseo?
—Inmediatamente —admití—. Jake, tenemos unas tres horas. Deberíamos estar de vuelta antes de la puesta de sol. ¿Correcto?
—Correcto. La temperatura descenderá rápidamente a la puesta del sol.
—Ajá. No podemos efectuar una auténtica exploración hoy. Así que lo consideraremos como un entrenamiento. Completamente armados, formación en patrulla, disciplina radio, y siempre alertas, como si hubiera un «hombre de negro» detrás de cada arbusto.
—Aquí no hay arbustos —objetó Hilda.
Fingí no haberla oído.
—¿Pero qué constituye «completamente armados», Jake? Cada uno de nosotros tenemos rifles. Tú tienes ese automático del ejército estilo antiguo que derribará cualquier cosa a la que dispares si estás lo suficientemente cerca, pero… ¿Cuán bueno eres disparando?
—Bastante bueno.
—¿Cuán bueno es «bastante bueno»? (La mayoría de la gente tiene tanta precisión con una pelota de béisbol que con una pistola).
—Capitán, no pretenderé alcanzar un blanco a más de cincuenta metros de distancia.
Pero si deseo darle, me ocuparé de que el blanco esté dentro de alcance y entonces le daré.
Abrí la boca…, y la volví a cerrar. Cincuenta metros es un largo alcance para esa arma.
¿Acaso mi suegro estaba fanfarroneando?
Deety captó mi vacilación.
—Zebadiah… Pa me enseñó a manejar la pistola en el campo de tiro del centro de entrenamiento de oficiales de la reserva. Le he visto practicar con blancos móviles a treinta metros. Le vi fallar uno. Una vez.
Jake carraspeó.
—Mi hija ha omitido mencionar que fallé la mayoría de los blancos sorpresa.
—¡Padre! «La mayoría» significa «más del cincuenta por ciento». ¡Y eso no es cierto!
—Poco le faltó.
—Seis ocasiones. Cuatro cargadores, veintiocho blancos en tres…
—¡Ya basta, amor! Jake, es una tontería discutir de cifras con tu hija. Con mi especial de la policía no puedo esperar alcanzar nada a más de treinta metros…, excepto cubrir el fuego. Pero me hago a mano mi propia munición y le pongo mi propio explosivo; el resultado es casi tan letal como cualquiera de esos obuses tuyos. Pero si se presentan problemas, o queremos obtener un poco de carne, utilizaremos los rifles, apoyados por la pistola de Deety. Deety, ¿puedes disparar?
—Puedo volarte el sombrero sin ninguna dificultad.
—Eso no me ha gustado «Liosa», tenemos cinco armas de fuego, somos cuatro… ¿Hay alguna que te vaya?
—Capitán Zebbie, la única vez que disparé un arma me caí de culo, la bala fue a incrustarse en el techo, y me dolió el hombro no sé cuánto tiempo. Mejor dejadme que vaya delante para localizar minas enterradas en el suelo.
—Zebadiah, ella podría llevar mi pistola de agujas.
—«Liosa», te pondremos en el centro y llevarás el botiquín; eres el oficial médico…, armado con la pistola de agujas de Deety para defensa personal. Jake, ya es tiempo de que guardemos esas espadas y dejemos de pretender que somos guerreros barsoomianos. Botas de campaña. Voy a ponerme ese sudoroso traje de piloto casi igual a los trajes de vuelo que llevabais tú y Deety…, los cuales os sugiero que os volváis a poner. Deberíamos llevar cantimploras con agua y raciones de campaña. No puedo pensar en nada que pueda servirnos como cantimploras. ¡Maldita sea! Jake, no estamos haciendo las cosas de acuerdo con los libros.
—¿Qué libros? —preguntó Hilda.
—Esas novelas acerca de exploraciones interestelares. Siempre hay una gigantesca nave madre en órbita, cargada con todo lo necesario, desde catéteres hasta Coca-Colas, y la exploración se efectúa con vehículos de aterrizaje, en contacto constante con la nave madre. De alguna forma, no estamos haciéndolo así.
(La razón principal de comportarnos casi militarmente era tremendamente realista. O Jake o yo, uno de los dos, debíamos hacer juramento de honor de permanecer con vida para cuidar de las dos mujeres y los niños aún por nacer; exterminar la plaga de los «hombres de negro» pasaba a un miserable segundo plano ante esto).
—Zebbie, ¿por qué me estás mirando?
No sabía que lo estuviera haciendo.
—Estoy intentando imaginar cómo vestirte, querida. «Liosa», luces esplendorosa con tu bisutería y tu perfume. Pero no es lo más indicado para una incursión entre los matorrales. Quítate todo eso y déjalo a un lado. Tú también, Deety. Deety, ¿tienes algún otro traje de vuelo que pueda ser ajustado para Hilda?
—Seguro que tengo algo. Pero va a llevar horas hacer un buen trabajo. Mi costurero no es muy completo.
—El trabajo de horas puede hacerse otro día. Hoy lo arreglaremos con imperdibles.
Pero tómate todo el tiempo necesario para hacer un buen trabajo rellenando tus zapatones para adecuarlos a sus pequeños pies. Maldita sea, tendría que tener unas botas de campaña adecuadas. «Liosa», recuérdamelo cuando hagamos ese viaje de compras a la Tierra-sin-J.
—Oírte es obedecerte, eminencia. ¿Se me permite hacer una pregunta parlamentaria?
Me sorprendió.
—Hilda, ¿qué he hecho para que utilices ese tono helado?
—Se trata de lo que no has hecho. —Sonrió de pronto, alzó una mano y me palmeó la mejilla—. Lo haces bien, Zebbie. Pero te estás pasando. Mientras Gay Deceiver esté en el suelo, todos somos iguales. Pero tú has seguido dando órdenes a derecha e izquierda.
Fui a responder; Jake me cortó:
—Hilda, amor, en una expedición exploradora, la situación es equivalente a un vehículo en movimiento. Necesitamos de nuevo un capitán. —«Liosa» se giró hacia su marido.
—Concedido, señor. ¿Pero puedo apuntar que todavía no estamos en tal expedición?
Zebbie te ha consultado; no ha consultado ni a Deety ni a mí. ¿Nos ha pedido información?… ¡Mucho menos todavía! Simplemente ha establecido la ley. ¿Qué somos nosotras, Zebbie? ¿Pequeñas mujercitas de compañía cuyas opiniones carecen de todo valor?
Déjate atrapar por la labia de una mujer atractiva, y te hallarás a merced del tribunal.
—«Liosa», tienes razón y yo estoy completamente equivocado. Pero antes de que dictes sentencia alego circunstancias atenuantes: juventud e inexperiencia, más un largo y dedicado servicio.
—No puedes —intervino mi auxiliadora esposa—. Puedes alegar una u otra, pero no ambas. No pueden superponerse. —«Liosa» se puso de puntillas y me besó en la barbilla.
—En el caso de Zebbie pueden superponerse. ¿Sigues deseando saber lo que podemos utilizar como cantimploras para el agua?
—¡Por supuesto!
—Entonces, ¿por qué no lo preguntas?
—¡Pero si lo he hecho!
—No, capitán Zebbie; no has preguntado, y ni siquiera nos has dado tiempo a responder voluntariamente.
—Lo siento, Hilda. Demasiadas cosas en mi mente.
—Lo sé, querido; «Liosa» no pretendía regañarte. Pero necesitaba llamar tu atención.
—¿Con un bate de béisbol?
—Más o menos. En cuanto a un sucedáneo de cantimplora… ¿qué te parece una bolsa de agua caliente? —Volvió a sorprenderme.
—En el peligro en que nos hallábamos cuando nos fuimos, ¿te preocupaste en pensar que podías sentir frío en los pies cuando te metieras en la cama? ¿E incluiste en los pertrechos una bolsa de agua caliente?
—Dos —respondió Deety—. Tía Hilda metió una. Yo la otra.
—Deety, tú no tienes frío en los pies, y yo tampoco.
—Deety —dijo «Liosa»—, ¿es realmente tan ingenuo?
—Me temo que sí, tía Hilda. Pero es dulce.
—Y valeroso —añadió Hilda—. Pero lento en reaccionar. Dos cosas que, en el caso de Zebbie, se sobreponen. Es único.
—¿De qué demonios estáis hablando? —pregunté.
—Tía Hilda quiere decir que, cuando reacondicionaste a Gay, te olvidaste de instalar un bidet.
—Oh. —Era la cosa más graciosa que se me hubiera podido ocurrir—. No es algo en lo que pudiera pensar.
—No es una razón para que no hubieras debido hacerlo, Zebbie. Algunos hombres también lo utilizan.
—Zebadiah lo hace. Y Pa también. Los bidets, quiero decir. No las bolsas de agua caliente.
—Me refiero a las bolsas de agua caliente, querida. Como oficial médico, puedo considerar necesario administrarle un enema al capitán.
—¡Oh, no! —objeté—. No estás equipada.
—Sí lo está, Zebadiah. Pusimos dos tipos de boquillas.
—Pero no pusisteis cuatro correas resistentes para mantenerme sujeto. Vámonos.
«Liosa», ¿cuál era el consejo que me hubieras dado si yo hubiera sido lo suficientemente listo como para consultarte?
—En realidad no es un consejo, sino la afirmación de un hecho. No estoy dispuesta a ir de exploración en un día caluroso embutida en un traje de vuelo ocho tallas demasiado grande sujeto con imperdibles. Mientras todos vosotros jugáis a los cowboys-e-indios, yo voy a acurrucarme en mi asiento y a leer «el libro de Oxford de poesía inglesa». Gracias por traerlo, Jacob.
—Hilda querida, voy a preocuparme por ti.
—No necesitas preocuparte por mí, Jacob. Siempre puedo decirle a Gay que cierre sus puertas. Pero, si voy con vosotros, seré una molestia. Vosotros tres estáis entrenados para luchar; yo no. —«Liosa» se giró hacia mí—. Capitán, puesto que yo no voy con vosotros, esto es todo lo que tengo que decir.
¿Qué era lo que yo tenía que decir?
—Gracias, Hilda. Deety, ¿tienes alguna cosa en mente?
—Sí, señor. Iré con vosotros con botas de campaña y traje de vuelo y todo lo demás aunque haga un calor infernal. Pero me gustaría que cambiaras de opinión acerca de tu espada y el sable de Pa. Quizá no sean mucho comparados con los rifles, pero son buenos para mi moral.
—Si yo hubiera decidido ir, capitán —intercaló Hilda—, hubiera dicho lo mismo.
Posiblemente sea un efecto emocional de lo ocurrido, esto… ¿Fue tan sólo ayer?… Pero quizá sea lógica subconsciente. Apenas ayer unas hojas desnudas vencieron a un hombre, a una cosa, a un alienígena, armado con un arma de fuego y dispuesto a utilizarla.
—Capitán —dijo Jake—, no deseo desprenderme de mi sable.
—Entonces los llevaremos. —Cualquier excusa es una buena excusa para llevar una espada—. ¿Estamos todos de acuerdo? Hemos perdido una hora y el sol se está poniendo. ¿Deety?
—Una cosa más, Zebadiah…, y espero obtener mayoría. Digo de anular la expedición.
—¿Por qué? Princesa, o no has dicho lo suficiente o has dicho demasiado.
—Si hacemos esto, pasaremos la noche aquí…, en vela. Si en cambio perseguimos el sol… Vimos luces en el lado nocturno que parecían ciudades. Había una extensión azul en el lado diurno que parecía como un mar. Creo que vi canales. Pero encontremos algo o no, en el peor de los casos estaremos siempre en el lado iluminado por el sol y podremos dormir fuera a la luz del día, como hemos hecho hoy.
—¡Deety! Gay puede dar alcance al sol. Ya lo hizo una vez. ¿Pero pretendes que gastemos todo el combustible que nos queda simplemente para dormir fuera?
—Zebadiah, no estaba planeando en absoluto gastar combustible.
—¿Eh? Al menos sonaba así.
—¡Oh, no! Efectuar transiciones de tres mínimos o más, en dirección al oeste. Salir fuera de la atmósfera; dejarnos caer cuando veamos algún lugar de interés. En la reentrada nos deslizaremos planeando, pero hacia dónde dependerá de lo que queramos observar. Cuando hayas prolongado el planeo hasta el límite, a menos que decidas aterrizar, puedes efectuar otra transición. Hay una gran flexibilidad, Zebadiah. Puedes alcanzar la línea del sol en unos pocos minutos a partir de ahora. O puedes elegir permanecer en el lado diurno durante semanas, sin aterrizar ni una sola vez, sin utilizar ni un gramo de combustible, e inspeccionar todo el planeta de polo a polo.
—Quizá Gay pueda estar ahí durante semanas…, pero yo no. Acepto el plan por algunas horas. Con esta limitación, parece bueno. ¿Qué opináis de él? ¿Hilda? ¿Jake?
—¿Quieres decir que el sufragio femenino es permanente? ¡Voto sí!
—Tenéis la mayoría —dijo Jake—; no necesitáis el voto masculino.
—¡Jacob! —dijo su esposa con reproche.
—Estaba bromeando, mi amor. El voto es unánime.
—Pero alguien acaba de anular la elección —dije yo—. Mirad ahí.
Todos miraron. Deety dijo:
—¿Qué es eso? ¿Un pterodáctilo?
—No, un ornitóptero. Y uno grande.