Capítulo 30

Antonio ya no estaba en la portería, de modo que si quería estar informada del regreso de Daniel no tenía más remedio que bajar ella misma a su piso y llamar a la puerta. El reloj de la cocina anunciaba que eran las once y media. Cogió las llaves y el móvil de la mesita del comedor y salió disparada por la puerta.

Daniel tenía el móvil apagado así que no había otra forma de hablar con él. Abrió la discreta puerta que conducía a las escaleras y comenzó a bajarlas entre impaciente y asustada. ¿Se habría enterado Daniel de que había rechazado la vicepresidencia de Von? ¿Se lo habría tomado mal?

Aceleró el descenso y el sonido de sus pasos quedó amortiguado por las preguntas que vagaban en su cabeza. Perdida en sus cavilaciones topó con Daniel a mitad del tramo del segundo piso. Era evidente que él subía a su casa.

—¡Daniel! —exclamó sorprendida.

Él no contestó, la acercó más hasta su cuerpo y la besó con ansias. Las luces de la escalera se apagaron pero ninguno de ellos hizo nada por volver a encenderlas. El beso cambió cuando Daniel la empujó con delicadeza contra la pared, Ariadna se colgó de su cuello y enroscó sus piernas a la cintura de él.

—¿Qué pasa? —preguntó jadeante por sus besos.

—Te quiero, Ari. Te necesito.

—Yo también te quiero y te necesito. Estaba preocupada porque no me cogías el teléfono —se quejó.

—Me quedé sin batería. Y después mi padre me contó lo que habían hecho y lo que habías hecho tú y yo…

—Lo he hecho porque tú también eres irrenunciable para mí.

—No voy a aceptarlo. Yo también he renunciado a vicepresidir Von, lo hice antes de saber que tú lo habías hecho y no hay nada que puedas decir que haga que acepte el cargo si tú no lo compartes conmigo.

—No creo que nuestros padres necesiten dos vicepresidentes —se rió Ariadna.

—Pues van a tener que hacerlo. Sobre todo si quieren compensarnos por la encerrona. Y si no lo hacen nos negaremos a darles nietos —dijo inclinándose de nuevo sobre sus labios.

Ariadna sintió cómo el estómago le daba un vuelco, hijos con Daniel…

Cuando Ariadna abrió los ojos eran más de las nueve de la mañana del lunes. Se habían dormido y llegaban tarde al trabajo.

—¡Daniel! Nos hemos dormido.

—Humm

—Es tarde —se quejó mientras se levantaba de la cama a toda prisa.

—Ari.

«Oh no, ahora no», pensó Ariadna al escucharle llamarla así.

—Cariño, llamaremos a la oficina. No es tan grave. Pero antes de dejarte marchar quiero hacer una cosa con la que llevo soñando desde hace semanas.

Ella rió al comprender por dónde iban los pensamientos de su novio.

—¿Qué quieres hacer?

—Dúchate conmigo. Me lo debes.

—De acuerdo, pero… No estoy lo suficientemente sudada para hacerlo.

Daniel arqueó una ceja, travieso.

—Creo que en eso puedo ayudarte —dijo sonriendo.

Con agilidad la cogió por la cintura y la arrastró hasta sus brazos.

—Pero si quieres sudar… Vas a tener que hacer ejercicio, ¿no crees?

—Por supuesto —accedió ella tomando las riendas de la situación y sentándose a horcajadas encima de él—. Ahora tienes que ser un niño bueno y dejar que yo haga mis ejercicios.

Daniel gimió bajito cuando ella se removió sobre su vientre. Pero en ese momento llamaron a la puerta. Los dos se sorprendieron, pero ninguno hizo el gesto de levantarse para abrir.

—¡Ariadna, sé que estás con mi hermano! —gritó Mónica a través de la puerta—, me lo ha dicho Antonio.

—Ignórala, se cansará y se irá —aconsejó Daniel.

—No pienso irme —anunció la rubia.

—Te dije que era bruja —se quejó su hermano—. Deshazte de ella. Te espero en la ducha.

—Vale.

Ariadna cogió la camiseta que Daniel había llevado la noche anterior y se la puso para abrirle la puerta a su amiga.

—Buenos días, Mónica.

—Déjate de buenos días. Estoy muy enfadada contigo. ¿Cuándo pensabas venir a hablar conmigo?

—Bueno iba a invitarte a comer, pero nos hemos dormido y…

—¿Ibas a invitarme a comer? —la interrumpió.

—Sí.

—Bueno, en ese caso… Supongo que puedo esperar más que mi hermano, que ya ha asomado la cabeza dos veces —dijo encaminándose a la puerta.

—¡Qué magnánima eres, hermanita! —la felicitó Daniel desde el baño.

—Lo sé. No lo olvides y ponle mi nombre a tu primera hija —pidió Mónica riendo.

Ariadna se sorprendió de que en menos de veinticuatro horas los dos hubiesen hecho referencia a los hijos. Le sorprendió lo mucho que le gustaba la idea, pero claro hasta llegar a ellos había mucho que practicar. Se dio la vuelta con una sonrisa y se dirigió hasta la ducha que tenía pendiente con el hombre de su vida.

—No puedo creer que por fin esté a punto de ducharme contigo —comentó parado frente a ella en el cuarto de baño.

—Lo que yo no puedo creer es que hables tanto en un momento como este —dijo Ariadna al tiempo que iba despojándose con sensualidad de la ropa.

—Estoy nervioso.

—¿De verdad?

—Humm —las palabras se le quedaron atascadas cuando la última prenda que Ariadna llevaba tocó el suelo.

—Te espero en el agua.

Más tarde Ariadna se preguntaría cómo había sido capaz Daniel de desnudarse con tanta rapidez pero en ese momento ni siquiera se planteó la pregunta.

Ariadna fingió no notar su enorme presencia y abrió el chorro del agua. Deliberadamente se agachó rozándose contra él para coger el gel. Sin mirarle siquiera lo abrió y depositó una pequeña cantidad en sus manos.

—Así no es como lo había soñado —se quejó Daniel.

Aguantándose una sonrisa se frotó las manos para que saliera jabón y con delicadeza las posó sobre el sexo de él, embadurnando y lavando con cuidado.

—¿Se va acercando a tu sueño? —preguntó con picardía.

—Humm.

Ariadna cogió el teléfono de la ducha y acercó el chorro hasta Daniel para aclarar el jabón que le cubría. Daniel alzó los brazos hasta sus pechos, pero ella se lo impidió.

—Es tu sueño. Tú eres el protagonista, ¿recuerdas? —con cuidado le empujó contra la fría pared de azulejos y sin darle opción a responder se arrodilló frente a él y le tomó con su boca. La reacción de Daniel fue automática, primero gimió al notar la calidez que lo envolvía y después dirigió sus manos al cabello de ella para intentar controlar la situación, algo que Ariadna no pensaba permitir. Con la firme decisión de volverle loco de deseo comenzó marcando un ritmo sensual y lánguido para ir incrementándolo después. Succionó, lamió y mordisqueó y cuando notó que Daniel no aguantaba más, relajó su garganta y engulló todo su miembro. El gemido de Daniel mientras se derramaba en su boca hizo que su sangre ardiera como fuego.

Daniel la ayudó a levantarse del suelo y la instó a que apoyara las manos sobre la pared de azulejos de la ducha. Mediante caricias hizo que abriera las piernas y se colocó tras ella, no habían pasado ni dos minutos y ya estaba bien dispuesto.

—¿Daniel? —preguntó Ariadna al ver que no hacia ningún movimiento.

—Cariño, déjame gozar de mi sueño —pidió pegándose al cuerpo mojado de ella.

Sus manos se dirigieron hasta los pechos mientras que su boca se centró en su cuello y en el hueco de su oreja, Daniel presionó su dureza contra el trasero de su chica y esta gimió ansiosa por tenerle. Soltando uno de sus senos llevó su miembro hasta la cálida entrada y la penetró. El deseo estalló con tanta fuerza en ellos que acabaron sentados en el suelo cuando las fuerzas terminaron por abandonarles.

—Ari —llamó Daniel cuando por fin pudo hablar.

—¿Sí? —contestó con voz queda.

—Gracias por mi sueño.

—Cuando quieras.