Capítulo 27

En cuanto abrió los ojos, Daniel sintió que algo era diferente desde la última vez que los había cerrado. La noche anterior había puesto una débil barrera entre Ariadna y sus instintos, consciente de que sería incapaz de resistirse si la tenía cerca. Después de sus anteriores experiencias con ella, había decidido tomarse las cosas con calma. Ir pasito a pasito y sin cometer errores. No iba a salir corriendo, pero tampoco iba a atosigarla como hizo el día después de la première.

No obstante, a pesar de las medidas que había tomado las cosas no habían salido como él había planeado, durante la noche, los cojines habían desaparecido y ahora tenía a la mujer que le volvía loco literal y metafóricamente, enredada a su cuerpo desnudo de cintura para arriba. La mano izquierda de Ariadna estaba posada sobre uno de sus muslos y la rodilla rozaba peligrosamente su erección mañanera.

Con cuidado para no despertarla, intentó moverse y alejarse todo lo posible del tentador cuerpo dormido, pero Ariadna se desplazaba con él a cada movimiento de evasión de Daniel. Sinuosamente el cuerpo de ella se frotaba con el suyo, encendido y desquiciado por el roce. Suspiró resignado y se quedó quieto apretando los dientes y los ojos con fuerza. Elevó plegarias al Altísimo rogando para que Ariadna no se moviera más, ya que cada vez que lo hacía le resultaba más difícil pensar con claridad.

Ariadna se había despertado todavía frustrada por la actitud de Daniel, primero la besaba y después pretendía que se durmiera como una niña buena. Por esa razón, se había fingido dormida mientras iba deshaciéndose poco a poco de los molestos cojines. Tenía que vengarse por el calentón y qué mejor forma de hacerlo que acercándose a él. De ese modo mataba dos pájaros de un tiro:

  1. Se acercaba a su objetivo, algo que Daniel había evitado.
  2. Se deleitaba en su contacto.

Había estado tan ansiosa por tocarlo que le había costado horas de dar vueltas y más vueltas en la cama quedarse por fin dormida. Por eso en esos momentos se fingía dormida mientras se pegaba cada vez más a Daniel que ya despierto quería poner distancia entre los dos. Ariadna estuvo a punto de soltar una carcajada al notar los esfuerzos de este por alejarse de ella.

En un ataque de osadía rodó sobre su lado izquierdo y casi se puso encima de Daniel, que gimió al notar la presión del cuerpo de Ariadna sobre el suyo. Llevando más allá la farsa, Ariadna gimió suavemente en su oído. A punto de sufrir un colapso, Daniel la zarandeó con delicadeza intentando despertarla, pero Ariadna volvió a gemir y se frotó con sensualidad sobre la zona más delicada del cuerpo de Daniel.

—Ari —la llamó con la voz ronca por el sueño y algo más…

Ariadna siguió ronroneando en su oído.

—Ari, vamos cariño despierta. ¡Me estás matando! —se quejó Daniel.

—¡Oh! —exclamó ella mientras simulaba despertarse.

Con premeditación y alevosía siguió frotándose contra él para abandonar su cómoda posición sobre él y regresar a la cama.

—Perdona, suelo moverme mucho cuando duermo. Siento que tu barricada no haya resultado efectiva —comentó con una sonrisa demasiado traviesa para ser inocente.

—¿Mi barricada?

—Sí, bueno. Los cojines.

—En realidad es tu barricada. Los puse para protegerte de mis oscuros apetitos —dijo bromeando al tiempo que se levantaba de la cama.

—¡Qué lástima! Me hubiera gustado descubrir todos y cada uno de ellos —y dicho esto se levantó de un salto y se metió en el cuarto de baño, dejándolo estupefacto y más dolorido que nunca.

Tres cuartos de hora después les servían el desayuno en la salita de la suite. Mientras leía los whatsapp que había recibido esa misma mañana desde el móvil de Mónica:

No me des las gracias, aunque si insistes, las aceptaré.

Por supuesto :p

Como si su amiga pudiera verla por el móvil, le frunció el ceño al teléfono y a punto estuvo de sacarle también la lengua, pero se contuvo consciente de que era una actitud demasiado infantil. Así que en lugar de lamentarse Ariadna optó por intentar cambiar lo que no le gustaba. Estaba más que dispuesta a conseguir la rendición absoluta de Daniel por lo que no se había vestido, llevaba puesto uno de los albornoces que había colgados en el cuarto de baño.

Tenía concertada una sesión completa de spa, por lo que llevaba puesto un diminuto bikini debajo del albornoz. Algo que por supuesto Daniel desconocía. Este por su parte no había hecho planes hasta las cuatro de la tarde cuando entrevistaría a Mario Gobanelli. El enlace sería a las cinco, por lo que Gobanelli le había citado para que pudiera ver cómo se hacía cargo de los últimos flecos, con intención de que el director de Novia Feliz viera lo eficaz que era en su trabajo y lo plasmara en su reportaje.

—¿Qué vas a hacer esta mañana? —preguntó una Ariadna sonriente.

—Voy a ir a nadar a la piscina del hotel. ¿Has visto el folleto? —preguntó tendiéndoselo—. La piscina está en la azotea y desde ella se ve Roma.

—Suena bien. Aunque seguramente haga frío allí arriba—aceptó Ariadna.

—Vale que es una piscina al aire libre pero está climatizada —explicó Daniel riendo por la ocurrencia.

—En ese caso, suena mejor que bien.

—¿Qué vas a hacer tú?

—Voy a darme un masaje con chocolate caliente por todo el cuerpo. En el rostro me haré una limpieza profunda con fango extraído de tierras volcánicas, un masaje facial relajante con una mascarilla sedante de frutos naturales, maquillaje y peluquería. Voy a tener más manos encima de mí que en toda mi vida —comentó con intención de mortificarlo.

—Supongo que lo tuyo es más interesante. A lo mejor si tienes suerte alguna de esas manos pertenece a un hombre, aunque lo dudo. Son trabajos femeninos.

—Te equivocas. El masaje con chocolate me lo va a dar Donato Vanni e imagino que el facial también, aunque no estoy segura —se sintió triunfal cuando vio que Daniel parpadeaba sorprendido para posteriormente fruncir el ceño enfadado.

Se alegró de haber tenido a Nora como madre, ya que gracias a ella y sus desquiciantes preguntas, era capaz de improvisar una historia sin que se notara que mentía descaradamente.

—Pues que te diviertas. ¿Comerás conmigo o quizás lo harás con Donato, alias «manos largas»? —su voz sonaba airada.

Ariadna rió internamente. Le estaba bien merecido por hacerle pasar una noche como la que había pasado. Ahora que pensara en las manos de Donato acariciándola como él no había querido hacerlo.

—Lo haré, gracias. Pienso divertirme mucho. Y no, no comeré contigo. Tengo sesiones hasta las tres y media, la comida está incluida en el pack. Espero que Donato haga honor al apodo que le has puesto.

—Yo espero que no o tendré que cortárselas —murmuró entre dientes.

—¿Has dicho algo? —preguntó Ariadna fingiendo que no le había escuchado.

—Nada importante.

—¿A qué hora tengo que estar lista?

—Te espero a las cuatro menos cinco en el bar del hotel —sin añadir nada más se dio la vuelta y se marchó sin haber suavizado en ningún momento su ceño fruncido.

Ariadna se levantó de un salto en cuanto escuchó que la puerta se cerraba, se puso las chanclas de goma y sin quitarse el albornoz, indispensable para acceder al recinto, salió por la puerta camino del spa, orgullosa de su pequeña hazaña.

***

Daniel había decidido hacer ejercicio con la sana intención de descargar tensiones y disfrutar de la fiesta, pero ambas cosas le estaban resultando demasiado complicadas de cumplir, puesto que no podía quitarse de la cabeza la imagen del cuerpo desnudo de Ariadna embadurnado de chocolate mientras era acariciado por grandes manos masculinas.

Maldijo en voz baja e intentó ocupar su mente en otro tipo de tareas menos nocivas para su salud. De modo que repasó mentalmente las preguntas que había preparado para su entrevista con Mario Gobanelli y pensó en ocupar su tiempo haciendo un par de largos más en la piscina. Definitivamente, decidió, la mañana iba a ser interminable.

***

Ariadna dio un último repaso a su imagen en el espejo del cuarto de baño, y sonrió complacida por el resultado. El vestido de Losson Couture que llevaba le sentaba de maravilla. El color marfil con la combinación de rojo sangre resaltaba el tono claro de su piel. Tejido en punto de seda con un bordado en el cuello realizado a mano en rojo, largo hasta los pies y con abertura lateral, tenía cierto aire persa. Su belleza serena se veía ahora exótica, gracias a la gasa y al tul del vestido. Con el cabello recogido en un moño del mismo estilo farsi, parecía una deidad escapada de la mismísima apadana.

No fue necesario entrar en el bar del hotel donde había quedado con Daniel, ya que estaba esperándola frente a los ascensores, caminando de un lado a otro del hall, impaciente. Ariadna le lanzó una mirada golosa que comenzó en sus zapatos y terminó en su cabello. Iba vestido de negro, el traje, los zapatos y la camisa que, a juzgar por el corte, debía de ser de Armani. La única nota discordante la ponía la corbata gris con hilos plateados.

—Wow. ¡Estás preciosa! —le ofreció el brazo con una sonrisa deslumbrante—. ¿Qué tal tus masajes? ¿Te atendió el tal Donato, como esperabas?

—El masaje fantástico y sí, fue Donato quien me llevó a la gloria dos veces seguidas esta mañana.

Daniel se paró en seco y la miró con una ceja arqueada y los labios apretados.

—También me hizo el masaje facial, ¿qué habías pensado que quería decir? —preguntó con una mirada inocente.

—Tengo que entrevistar al organizador de la boda. No te importa, ¿verdad? —comentó eludiendo responder.

—Claro que no. Yo ya tengo material para mi sección en Chic, ahora te toca recopilar a ti —comentó sonriendo.

—¿Cómo sabes que es para la revista?

—¿Intuición femenina?

—Pues la tienes muy afinada —concedió admirado.

—Lástima que te des cuenta ahora.

—Supongo que es una crítica merecida, pero ahora mismo soy incapaz de adivinar a cuál de mis lamentables meteduras de pata te refieres —la sonrisa traviesa que acompañaba a sus palabras dejó sin respuesta a Ariadna. De modo que se calló que hablaba de Alexia y de su casi accidente y siguió caminando a su lado.

El hall del Imperial comenzaba a llenarse de invitados al enlace, pero Daniel no se paró hasta que llegaron a la zona reservada para ese fin. Varios trabajadores con pinganillos en los oídos les explicaron en italiano dónde tenían que ir, ya que el señor Gobanelli les esperaba en el salón de ceremonias. Siguiendo las indicaciones, llegaron al lugar en el que iba a celebrarse el enlace.

Ariadna parpadeó varias veces antes de convencerse de que lo que veía era real. El altar estaba situado al final del largo pasillo creado por las sillas a ambos lados del salón. Pero esa zona no era la más destacable, lo que le había llamado la atención eran las flores que había elegido la novia, violetas silvestres que adornaban con su precioso color cada rincón del inmenso salón. Los tonos violetas, azules y blancos estaban presentes en cada uno de los componentes del salón: sillas, flores, lazos, velas…

—¿Señor Gobanelli? —preguntó Daniel, sacándola de su ensimismamiento.

El caballero en cuestión era un hombre alto y moreno de unos cuarenta años con ojos oscuros y mirada penetrante. Iba impecablemente vestido con un traje gris oscuro, camisa blanca y corbata del mismo tono que el resto de su indumentaria.

—Signor Onieva, un piacere di incontrarlo di persona.

—Igualmente. Permítame que le presente a la señorita Varela, espero que no le moleste que haya venido acompañado —se disculpó Daniel sonriendo.

—Naturalmente, non. Es una invitada hermosa y será una novia bellísima — la elogió hablando en castellano.

Antes de que Ariadna pudiera darle las gracias, Daniel se adelantó.

—Estoy de acuerdo.

Instantes después Daniel sacó una diminuta grabadora del bolsillo interior de la americana y comenzó la entrevista mientras Ariadna no podía evitar imaginar cómo sería ser la novia.