Capítulo 3
Sergio y Daniel estaban disfrutando de sus sesiones diarias de ejercicio en el gimnasio a primera hora de la mañana, casi al mismo tiempo en que el avión en el que viajaban Ariadna y Nora tocaba tierra.
El lunes siguiente Daniel comenzaba a trabajar en la revista que le había sido asignada, y estaba poniendo al día a su amigo sobre los pormenores de la propuesta que había recibido para optar a la vicepresidencia del grupo empresarial de su padre y su socio.
Para él era una oportunidad de oro poder optar a un cargo tan importante en una empresa de la categoría de Von y con tan solo treinta años. Además era el sueño de su vida, desde niño había acompañado a su padre al despacho cada sábado por la mañana en que David tenía que ocuparse de algún tema pendiente, de una reunión de última hora o de una entrevista informal.
Estaba cada vez más cerca de acariciar su sueño y en esos instantes lo único que se interponía entre él y su organizado futuro era una chica a la que no veía desde hacía más de una década, la misma chica que se había esforzado tanto en sacar de su vida.
Cerró los ojos para concentrarse en el peso que sostenía y realizó dos nuevas series de diez levantamientos, tumbado en el banco con la barra y los discos de peso. No tenía de qué preocuparse, se había licenciado en Dirección y Administración de Empresas, conocía a la perfección el funcionamiento del grupo… Estaba más que preparado para ganar a Ariadna, al fin y al cabo jugaban en su campo y la pelota era suya, pensaba Daniel en un intento de auto convencerse de sus posibilidades.
La cara de Sergio iba pasando de la más absoluta sorpresa a la diversión mientras Daniel le contaba en qué consistía el desafío que les habían lanzado los presidentes de Von, es decir, sus propios padres.
A pesar de que Sergio formaba parte de la plantilla del grupo, de hecho era el jefe de la sección informática de la empresa, los descabellados planes de Jorge y su padre, eran todavía un secreto para sus empleados. Es más, conociendo a los dos, Daniel estaba seguro que no dirían nada a nadie, simplemente se limitarían a, una vez pasados los tres meses de prueba, anunciar el nombre del vicepresidente. De ese modo quedaría claro ante todo el mundo que el susodicho se había ganado el cargo con su trabajo, que no se trataba de un regalo sino de una recompensa.
El gimnasio estaba bastante vacío a esas horas, por lo que se podía mantener una conversación normal sin temor a ser escuchado por algún curioso deportista. Mientras Daniel seguía con sus series, Sergio todavía estaba asimilando la magnitud de lo que le terminaba de relatar su amigo.
Daniel se dio cuenta de que las series le estaban costando más que otros días, por lo que reunió sus esfuerzos en subir y bajar la barra. Sentía los músculos agarrotados y no había hecho más que cuatro ejercicios de diez, cuando normalmente hacía el doble, y era en los últimos levantamientos en los que notaba el esfuerzo. Era frustrante que Ariadna ya estuviera causándole problemas antes incluso de llegar al país y por ende, a su vida.
Cerró los ojos para centrarse en los últimos movimientos, distanciándose de la conversación. No obstante, Sergio no estaba dispuesto a quedarse con ninguna duda.
—¿Y qué sabes tú de novias? —le preguntó cuando Daniel le confesó que para ganarse el puesto tenía que alzar de entre la miseria en que se encontraba a una de las revistas del grupo, Novia Feliz—. ¡Si hasta el nombre es feo! Aunque decir que es feo es ser demasiado amable, ¡es horrendo! —se carcajeó Sergio—. Creo que deberías empezar por ahí, ¿qué tal Novia a la Fuga? —se burló.
—Siento decepcionarte pero no eres tan gracioso como crees, y en cuanto a novias sé bastante sobre el tema. Créeme, he tenido muchas —le dijo restándole importancia— y el nombre no es tan malo —mintió despiadadamente.
—Esas novias no cuentan —comentó Sergio con la toalla enrollada al cuello—. Y el nombre es repelente, la gente huirá despavorida de los kioscos cuando vea la revista —añadió—. Es absurdo que lo niegues.
—¿Y por qué no cuentan mis novias? ¿No son experiencia de vida? ¿Cuántos kilos de más me has puesto? Es imposible que me hayas colocado el peso de siempre —razonó Daniel mientras apretaba los dientes por el esfuerzo.
—Diez a cada lado. Necesitas ampliar tu resistencia para lo que te viene encima —comentó de pasada—. Y tus novias no cuentan porque no te casaste con ninguna —aclaró poniendo los ojos en blanco ante la evidencia.
—Puede, pero un treinta por ciento de ellas son modelos, y otro treinta por ciento actrices, así que conozco el mundo de las revistas desde dentro —le dijo haciéndose el interesante mientras se esforzaba en levantar el peso extra que Sergio le había añadido a sus setenta kilos diarios.
«¡Maldición!» pensó molesto, ya no podía echarle la culpa a Ariadna del esfuerzo extra que estaba haciendo en el gimnasio. Echando chispas se giró a mirarle y le fulminó con la mirada.
—¿Por qué me miras así?, no sé cómo te soporto —comentó teatralmente Sergio que estaba disfrutando al ver los sudores de Daniel con el ejercicio.
—A veces te pareces tanto a Mónica que me das miedo —se quejó.
—¿De verdad?
Pero Daniel no respondió, estaba ensimismado con una idea que se le acababa de ocurrir y que estaba seguro que llevaría a Novia Feliz hacia el camino del éxito.
—Seguro que si alguna de mis ex saliera en la portada de la revista se venderían miles de ejemplares. La gente se fijaría en la modelo y no en el nombre de la publicación por más feo que sea —los ojos se le iluminaron por las expectativas.
—Para eso tendrías que llevarte bien con alguna, y si no recuerdo mal, no es el caso —se burló Sergio.
—Parece que quieras que me gane Ariadna.
—Definitivamente ella me cae mejor que tú —siguió divirtiéndose a su costa.
Daniel ignoró la pulla y se centró en el problema principal con el que se topaba su gran idea, y es que no solía terminar sus relaciones muy cordialmente. No estaba interesado en ninguna relación seria, de manera que había señalado un límite infranqueable en sus amoríos. Ninguna de ellas pasaba de los tres meses, ese era el tope establecido para sus relaciones sentimentales. Según su experiencia, era el tiempo en el que las mujeres pasaban de pensar en él como en un compañero divertido y sexy, a verle como un compañero de por vida, o al menos, plantearse una relación que fuera más allá del sexo y la diversión, y de momento el compromiso no entraba en sus planes.
—Eso no es del todo cierto, con Alexia me llevo estupendamente —se defendió, aunque sabía que Sergio tenía razón bajo ningún concepto iba a reconocérselo.
—Ella no cuenta, lo hace porque tiene esperanzas de que volváis a estar juntos —explicó al tiempo que le sujetaba la barra y le ayudaba a ponerla en su sitio.
—No seas aguafiestas. Puedo hacerlo —se animó—. Tampoco Ariadna sabe de ropa, ¿no te acuerdas de cómo vestía? Y a ella le han dado una revista de moda y tendencias… Seguro que vendo más ejemplares que ella, y al fin y al cabo ese es el objetivo de la competición. Vender más. Si no fuera porque estoy seguro de la imparcialidad de Jorge y de mi padre, diría que me lo han puesto en bandeja.
Sergio se quedó con la mirada perdida, seguramente buscando alguna manera de llevarle la contraria a su amigo, una de las aficiones que más disfrutaba. De repente sonrió al recordar que Daniel lo había comparado con Mónica. La imagen de la rubia con un estetoscopio como único atuendo ocupó su cabeza por completo. Se regañó mentalmente: «¡Joder! Que es la hermana de tu mejor amigo. ¡Vuelve a la realidad!»
Desolado por tener que abandonar su perfecta fantasía decidió animarse recordando que pretendía burlarse de su amigo, y consciente de que el ejercicio era una buena manera de desconectar de sus calenturientos pensamientos, al menos durante un rato, se tumbó en el lugar que había ocupado antes Daniel. Guardó silencio durante la primera serie, en la segunda una sonrisa de profunda satisfacción iluminó su cara.
—¿Cuánto hace que no la ves? —preguntó por fin—. Por lo que sabes de ella ahora podría ser incluso una diseñadora de éxito —«Buen argumento, sí señor» se felicitó a sí mismo.
Daniel se mantuvo pensativo durante la primera serie de levantamientos de Sergio, que había mantenido los veinte kilos de más, pero que al ser más robusto que él no le afectaban tanto. No obstante, la pregunta de su amigo activó de nuevo sus inquietudes.
«¡Mierda!», Sergio tenía razón, hacía años que no sabía nada de Ariadna, Mónica nunca hablaba de ella delante de él, algo que para ser francos, tampoco le había importado mucho. En un principio había evitado a Ariadna conscientemente, después simplemente había continuado haciéndolo por costumbre o por instinto de supervivencia… Sabía que su hermana y ella seguían siendo inseparables, que Sergio asistió a su graduación, pero a pesar de notar de algún modo constante su presencia, no se había preocupado por ello.
No fue hasta que su padre le comentó sus planes, que se dio cuenta de que iba a volver a verla quisiera o no, que Ariadna regresaba a su vida. Después de lo sucedido en Roma, se había esforzado tanto en no pensar en ella, que al final lo había conseguido.
Fue tan sobrecogedor sentirla en sus brazos, y Ariadna se mostró tan confiada, que se había entregado completamente a él, sin reservas ni temores, depositando en él toda su confianza… Una confianza que había pisoteado instantes después, marchándose sin despedirse de nadie.
—¿Cómo era la última vez que la visitaste en Londres? —preguntó a Sergio. Después de que regresara de Londres había tenido la misma pregunta en la punta de la lengua varias veces, no obstante, no se permitió saber. Todo resultaba más fácil si se mantenía alejado.
—Como siempre, morena, ojos verdes… —dijo con fingida seriedad—. Pero cuando la vi por última vez tenía veintitrés, acuérdate de que también fui con Mónica cuando se licenció en Psicología. Ahora tiene veintisiete, en cuatro años la gente puede cambiar mucho.
—Ariadna no. ¡Estoy seguro!
—Entonces es que eres más estúpido de lo que yo pensaba. Seguramente su novio le habrá aconsejado que vista de otro modo y la habrá convencido con alguna táctica sexual, digo yo… —Sergio se calló de golpe al ver la expresión asesina de Daniel.
—¿Su novio?
—Imagino. No lo sé con certeza. Solo es una suposición. Ariadna es muy guapa y que a ti no te interesara no quiere decir que no haya alguien, posiblemente bastantes «alguien», que la desean y que quieren mantener una relación con ella.
—Supongo que tienes razón —aceptó Daniel entre dientes. Iba a darse la vuelta para ir a los vestuarios, molesto al descubrir que nunca se había planteado esa posibilidad, cuando Marta la monitora de spinning les sonrió coqueta al pasar por su lado.
Daniel perdió el hilo de sus pensamientos. La pelirroja llevaba varias semanas mostrándose receptiva a su sutil acercamiento. Si no se había decidido aún a invitarla a cenar era porque su vida se había complicado demasiado con su nuevo trabajo. No obstante, en cuanto se organizara y encauzara la revista, algo que no debía costarle mucho, decidió que se lanzaría a por la escultural mujer de sonrisa lasciva. Y si de paso se olvidaba de los molestos pensamientos al imaginar a Ariadna regresando a España con pareja estable, mejor que mejor.
Llegó a su casa todavía dándole vueltas a las divagaciones de Sergio, había llegado a la conclusión de que lo mejor era ponerse al día sobre su rival en Von. Estaba claro que su hermana era la mejor opción para ello, pero no se sentiría cómodo hablando de Ariadna con Mónica, además dudaba de que ella fuera a contarle nada útil sobre su amiga. En la última cena de los domingos, en casa de sus padres, Mónica había dejado claro que en su lucha por el cargo de vicepresidente, había elegido el bando opuesto al suyo. Por esa razón decidió llamar a su padre, comenzaría por informarse de la fecha en la que iba a llegar su competidora, y después buscaría en Google si las suposiciones de Sergio eran ciertas y ahora era una diseñadora famosa o tenía un novio de éxito. Se burló de sí mismo por escuchar las locuras de su amigo, pero no descartó la idea, diseñadora o no, con pareja famosa o soltera, quizás encontrara algo sobre ella que le permitiera jugar con ventaja. Tal vez alguna foto con Jorge que le diera una pista de en qué tipo de mujer se había convertido su antigua amiga.
Con la bolsa de deporte a cuestas saludó a Antonio, el portero del edificio en el que vivía, y se dirigió directamente a las escaleras. El ascensor estaba ocupado y a juzgar por las risas que salían de él, seguramente el gestor de Von uno de sus vecinos había disfrutado la noche pensó burlón. De todos modos subir por las escaleras era algo que hacía cada día. Era un buen ejercicio para mantener el trasero en su sitio y la cabeza ocupada.
Estaba ya frente a la puerta de su piso cuando sonó su móvil. Torció el gesto cuando vio en la pantallita quién llamaba, a punto estuvo de ignorarla cuando recordó sus planes para que Alexia posara para Novia Feliz y contestó con la mano izquierda al tiempo que con la derecha abría la puerta.
—Hola, Alexia —la saludó mientras conectaba el manos libres y dejaba la bolsa de deporte y el móvil en la mesa de la cocina.
Aprovechó para ir sacando de la mochila el chándal sucio y la toalla mojada. Con la toalla en la mano se encaminó hasta el cuarto de baño, la colgó de la mampara de la ducha, y regresó a la cocina para meter la ropa de deporte en la lavadora. Ni siquiera se molestó en escuchar la perorata que salía con voz melosa desde el altavoz de su móvil.
—Daniel, ¿por qué no me has llamado? —le volvió a preguntar la mujer con un fuerte acento extranjero.
—No sabía que tuviera que hacerlo —inmediatamente después de decirlo Daniel se mordió la lengua. «¡Mierda!» Se suponía que tenía que camelársela para que aceptara posar para la revista y la rusa era demasiado sensible a sus desplantes, aunque realmente ninguno consiguiera desanimarla.
Esperó ansioso una respuesta para calibrar la reacción de ella a sus bruscas palabras.
—Yo siempre espero que me llames —le dijo regresando al tono meloso, y seguramente haciendo alguno de sus famosos pucheros.
—Pues voy a compensarte por no haberlo hecho. ¿Qué te parece si te invito a comer el domingo? —le propuso.
Abrió la nevera y sacó varias naranjas para prepararse un zumo con el que recuperar las energías gastadas con el ejercicio.
Se escuchó la risita feliz de la chica al otro lado de la línea.
—Me parece muy bien, pero tendrá que ser en un japonés, ya sabes que no puedo engordar ni un gramo o perderé mis contratos.
Daniel volvió a morderse la lengua y aceptó, fingiéndose encantado con el menú. Una de las cosas que más le molestaba de Alexia, aparte de que era incapaz de entender el significado de la palabra «no», era su obsesión por su peso. Vale, era modelo, pero era la única profesional que había conocido que vivía con una tabla de calorías incrustada en la cabeza. Esa era una de las razones que hacía que se perdiera la diversión, la otra era su inestabilidad mental, por decirlo de un modo caballeroso.
—Sin problemas. ¡Nos vemos el domingo! —se despidió, impaciente por disfrutar de su bebida.
—De acuerdo. Llámame mañana y fijamos la hora a la que tienes que recogerme.
Daniel estuvo a punto de preguntarle la razón por la que no podían fijar la hora en ese momento, pero mostrándose prudente decidió callarse.
—Adiós, Alexia —volvió a despedirse.
—Då zaftra[1]
Olvidando por completo la conversación que acababa de mantener, se centró en prepararse su zumo. Con habilidad cortó las naranjas y sacó el exprimidor eléctrico del armario. Abrió la nevera y sacó un tupper con las sobras del día anterior, en cuanto lo abrió, el olor de la comida le arrancó un suspiro. Donde estuviera un buen cocido o una buena paella que se quitaran el sushi y el sashimi.
***
Mónica estaba realmente misteriosa desde que se habían subido a su Mini en el estacionamiento del aeropuerto. Su amiga era incapaz de aguardar para dar una sorpresa, le pasaba lo mismo con los regalos de cumpleaños y con los de Navidad, en cuanto los adquiría se moría por entregarlos o por contar lo que había comprado. De modo que para evitar tentaciones siempre lo dejaba todo para el último momento. Contra todo pronóstico esta vez pensaba mantener el misterio hasta el final.
Entraron en el ascensor entre bromas y risas, Mónica pulsó el botón del último piso, el tercero, y subieron apretujadas entre las maletas. Era una finca muy bien situada con una fachada de mármol gris y grandes ventanales de aluminio que le daban un aire moderno y elegante a la vez.
El edificio no tenía más que tres plantas, pero ocupaba a lo ancho más de lo que lo hacían las demás fincas colindantes. El garaje en el que habían aparcado el Mini, era exclusivo de la finca y contaba con quince plazas amplias con sus respectivos trasteros.
Ariadna no se molestó en preguntar si le correspondía una plaza de aparcamiento, enumeró mentalmente las razones por las que no le interesaba saberlo:
- No tenía coche.
- Odiaba conducir.
- Las pocas veces que lo hacía no era muy habilidosa.
Aprendió a conducir en Londres. Razón por la que se sentía incapaz de conducir por la derecha sin atropellar a nadie.
En cuanto la puerta del ascensor se abrió en la tercera planta, Mónica comenzó a saltar por encima de las maletas, impaciente por mostrar lo que había preparado.
Ariadna se fijó en su nuevo hogar: el rellano era amplio y estaba limpio, las paredes estaban pintadas con un color blanco inmaculado, el suelo era de un negro brillante que hacía que el contraste con las paredes fuera llamativo y elegante a la vez. Los grandes ventanales que había visto en la fachada y que dentro del edificio quedaban en el lado izquierdo del rellano, permitían que entrara la luz natural y otorgaban luminosidad y distinción al espacio. Las escaleras estaban apartadas y aisladas tras una puerta independiente que Ariadna supo que abriría muchas veces.
Había varias plantas naturales y bien cuidadas junto al ascensor. Plantas que seguro que había que regar regularmente para que se mantuvieran tan bonitas. Ariadna rezó un padrenuestro por ellas, si tenía que encargarse de regarlas ya se podían dar por muertas. Por desgracia ningún vegetal le duraba más que un par de semanas, ¡si hasta los cactus se le secaban por falta de agua!
Lo que había visto de su nuevo hogar le había fascinado, la entrada al portal estaba igual de limpia, como si nadie pisara el suelo en todo el día. También había conocido al portero, el hombre parecía simpático y agradable. De complexión recia y de cabello canoso aparentaba rondar la cincuentena. Sus pequeños ojos marrones no se perdían detalle de nada, según Mónica, Antonio era la fuente más fiable de la que extraer cualquier información sobre los habitantes de la finca y las calles colindantes a ella.
El hombre las había ayudado a sacar las maletas del coche y a meterlas en el ascensor, cuando se lo habían encontrado metiendo los cubos de basura de la finca en el cuartito de la limpieza que había en uno de los laterales del garaje. La conexión con él fue inmediata. Ariadna en seguida supo que se iban a llevar bien, Antonio tenía una sonrisa amable y un rostro paternal, de hecho no aparentaba ser la clase de cotilla que había insinuado Mónica, aunque por otro lado si ella lo decía por algo sería, ¿no?
Con dos casas por planta y solo seis vecinos, la finca era de lo más selecto de Madrid, se alegró de no tener que pagar alquiler porque seguramente vivir allí costaría un riñón.
Junto con la oferta para dirigir Chic su padre le había propuesto que la empresa se hiciera cargo de su alojamiento mientras estuviera en el país, algo que ella había aceptado más que encantada. De cualquier modo estaba dispuesta a trabajar para conseguir un sueldo con el que mantenerse sin tener que recurrir a sus padres, y si encima el trabajo llevaba el añadido de quitarle el puesto a Daniel… El placer se convertiría en éxtasis cuando lo consiguiera, porque estaba segura de que iba a hacerlo.
—Ariadna, ¡date prisa! —gruñó una inquieta Mónica parada en el descansillo entre las dos viviendas.
—Voy, ayúdame con las maletas que se cierran las puertas —se quejó poniendo el pie en la célula para que el ascensor no se cerrara.
Su amiga estaba impaciente por llegar a donde fuera que quisiera ir, Ariadna imaginaba que a su casa, la había dejado plantada con tres maletas tamaño XL de Louis Vuitton.
Regresó a regañadientes y la ayudó a transportar el equipaje. Se paró frente al número seis:
—Esta es mi casa —anunció sin abrir la puerta—. ¡Y esta es la tuya! —exclamó señalando la puerta de enfrente—. La número cinco —sin dejar de sonreír se sacó la llave del bolsillo de la chaqueta del chándal y abrió la puerta para entrar. Ariadna se quedó muda durante unos segundos que se hicieron interminables para la impaciente Mónica.
Todos los muebles de su casa en Londres estaban armoniosamente colocados. El suelo estaba resplandeciente, incluso había cortinas en las ventanas y el aire olía a flores blancas.
—¿Lo has hecho tú? —le preguntó emocionada por todo el trabajo que se había tomado para acicalar su casa.
—La decoración sí, la limpieza va a ser que no —le confesó bromeando—. Ha sido Rosa, la asistenta de mi madre, yo no tengo tiempo para esas banalidades, lo mío es el Arte —le dijo poniendo los ojos en blanco con fingida superioridad.
Ariadna tardó tres segundos más en dejar las maletas de cualquier manera y ponerse a recorrer el piso. Era grande y muy luminoso, perfecto para ella que tanto había añorado, mientras vivía en Londres, el calorcito del sol español. Aunque le faltaba ese toque personal que le daba a una casa unos cojines en el sofá o unas fotos de la familia y los amigos en los estantes o sobre la mesa del salón, por lo demás todo era perfecto, por fin había regresado a su país, tenía a su amiga puerta con puerta y las posibilidades que se abrían ante ella eran muy interesantes.
Mientras recorría su nueva casa Mónica la miraba expectante a la espera que dijera algo sustancial sobre lo que pensaba de su trabajo como diseñadora de interiores. Para que todo estuviera perfecto, había tenido que rebajarse a pedirle a Sergio que la ayudara a mover los muebles, y Ariadna ni siquiera le había dicho que le gustaba el resultado.
—¿Y cuántos vecinos hay en la finca? —le preguntó traviesa. Conocía a Mónica prácticamente desde la cuna y sabía que esa era la última pregunta que se hubiera imaginado. Su amiga esperaba un reconocimiento y un agradecimiento propio de la titánica tarea que había llevado a cabo. Algo que Ariadna pensaba hacer, por supuesto, aunque primero pensaba divertirse un poquito a su costa.
Sin embargo la rubia aguantó el tipo, incluso hubo un destello malicioso en sus ojos azules cuando captó la intención de su amiga. Si buscaba pincharla se iba a encontrar con una buena sorpresa, una que haría que la que riera la última fuera ella.
—Pues a ver, es una finca de la empresa para sus ejecutivos así que solo hay seis pisos, pero habitados solo están el tuyo, el mío, el del gestor de Von, el de Sergio y el de Daniel —comentó poniendo énfasis en el último nombre.
—¿Qué?
—¿Qué de qué? ¿Puedes ser más específica en tus preguntas? —le pidió Mónica aguantándose las ganas de reír a carcajadas—. Soy médico no lingüista.
—¿Daniel también vive aquí? —la voz le sonó más débil de lo que ella hubiera querido. Seguramente a Mónica no se le habría escapado el detalle.
—Sí, justo debajo de ti. ¿No es genial? Todos juntitos como cuando éramos pequeños —Mónica estaba disfrutando el momento. De cualquier manera se iba a enterar, por qué no decírselo en ese instante y jugar con ella un rato, al fin y al cabo solo estaba devolviéndole la pelota, se dijo aplacando su conciencia.
Ariadna la miró indignada al comprobar lo bien que se lo estaba pasando aguijoneándola. La morena nunca había entendido la actitud de su amiga respecto a su relación con su hermano. Le había contado cada detalle de lo que había pasado entre ellos, y ni se había escandalizado ni había censurado la actitud de Daniel al salir huyendo. Mónica con su mentalidad práctica le había aconsejado que, aunque comprendía que para ella fuera algo muy grave, tenía que superarlo y seguir con su vida. No se trataba de un consejo hipócrita ni mucho menos, Mónica predicaba con el ejemplo, si bien era cierto que seguía enamorada de Sergio, nunca se había dejado llevar por la autocompasión y había continuado con su vida, disfrutando lo que esta tenía para ofrecerle y volcándose en su carrera.
Desde que había descubierto la filosofía taoísta, estaba convencida de que las cosas se arreglaban por sí solas, simplemente había que mantener una actitud positiva y equilibrada con la vida. El único punto que fallaba en su fantástica teoría era su relación con Sergio que, según Mónica, requería un estudio más amplio de dicha doctrina.
—No me importa. Eso es algo que superé hace mucho tiempo —mintió descaradamente—. Por cierto la casa está perfecta. Muchas gracias por tomarte tantas molestias —le agradeció con una sonrisa menos real que la que tenía al entrar en el piso.
—Me alegra que te guste. En realidad lo he hecho para evitar que vivas conmigo. Eres insoportablemente ordenada para mí —bromeó con la cara seria y los ojos jubilosos.
—¡Qué amable!
—Cuando quieras —contestó con la misma mirada burlona.
Las dos descargaron la tensión entre risas, y Ariadna olvidó momentáneamente que estaba mucho más cerca de Daniel de lo que había imaginado que estaría cuando aceptó pasar la prueba para participar en la dirección del grupo Von.
Desde que bajó del avión habían regresado todos los recuerdos que guardaba de él. Y ninguno era tan agradable como para que la ilusionara la perspectiva de verlo de nuevo. «Bueno, quizás uno sí» pensó sonriendo a pesar de sí misma.
Mónica por su parte, se encontraba dividida entre la felicidad que le proporcionaba estar de nuevo con su amiga y el temor a que su hermano volviera a hacerle daño. Nadie mejor que ella sabía lo mal que lo había pasado Ariadna después de que Daniel se marchara y los dejara colgados en Roma sin ninguna explicación.
—¿Estás bien? —le preguntó Ariadna al ver la seria expresión de su rostro.
—Sí.
—A mí no me engañas. ¿Es por Sergio? —aventuró.
—En realidad es por un chico, pero no por Sergio. Es por Daniel, no quiero que vuelva a hacerte sufrir —le confesó con sinceridad.
—Agradezco tu preocupación, pero estoy bien. De verdad. Ya no soy la vieja Ariadna que se enamoró como una tonta del chico equivocado. No volveré a pasar por eso.
—Vale —concedió poco convencida—. Si realmente lo crees…
—Es cierto, ahora soy más fuerte —reiteró con voz cansada.
—¿Sabes? Somos dos tontas. Seguro que si nos esforzáramos un poco encontraríamos a dos chicos estupendos que nos quisieran por ser auténticas y fabulosas y, sin embargo, aquí estamos, enamoradas de dos cegatos que no ven lo que han tenido delante toda la vida —suspiró exageradamente—. Lo que necesitamos ahora mismo para olvidarnos de las tristezas es un buen brindis. Tú ve a la nevera, yo sacaré las copas —y sin esperar respuesta Mónica, que era la que había guardado la vajilla, fue en busca de un par de vasos con los que olvidarse de las penas, al menos mientras quedara cava.
Tras abrir más de diez cajas y brindar por cada una de ellas, Mónica por fin se permitió aceptar la razón por la que en esta guerra estaba del lado de su amiga: Daniel nunca la había apoyado, a pesar que siempre supo lo que su hermana sentía por Sergio, se mantuvo al margen y consintió que ella sufriera, y que no se atreviera a dar el paso por temor a estropear la amistad que les unía, tanto la suya con Sergio como la de su hermano con su mejor amigo.
Esa era la razón por la que Mónica había decidido estar al lado de Ariadna, sabía lo que era querer sin ser correspondida. Conocía de primera mano el dolor de sentirse sola mientras los demás miraban para otro lado. Puede que no pudiera hacer que Daniel se enamorara de su amiga, pero lo que sí que podía hacer era mostrarse solidaria con ella, y si ser solidaria consistía en lanzarle airados piropos a su hermano y aconsejarla para que siguiera con su vida, ella estaba más que dispuesta a hacerlo. La solidaridad, al menos para Mónica Onieva, era mucho más que una pose que quedaba bien de cara a la galería.
Además, ¿a quién pretendía engañar?, para una hermana pequeña «piropear» a su hermano mayor era una tarea obligada y satisfactoria adquirida desde la más tierna infancia.