Capítulo 14

Daniel se marchó en cuanto regresó Alberto y ya no volvieron a encontrarse ni con él ni con su acompañante. Ellos todavía se quedaron una hora más en la que Alberto aprovechó para continuar presentándole a más gente. Gracias a eso se olvidó de la extraña sensación de vacío que le había quedado después de que su tan anhelada conversación con Daniel quedara aplazada.

De regreso a casa, su amigo se mostró taciturno y poco hablador, como si estuviera buscando la fórmula para expresar correctamente la idea que no dejaba de dar vueltas en su cabeza.

—Cuéntame que es lo que hay entre Daniel y tú —pidió suavemente.

—No hay nada entre Daniel y yo.

—Vale, cuéntame lo que hubo entre Daniel y tú —modificó la pregunta.

—Cuando era niña estaba medio enamorada de él.

—¿Y? —insistió consciente de que la historia había terminado.

—Y cuando tenía diecisiete años organizamos un viaje por Italia, íbamos todos, Sergio, Mónica, Daniel y yo. Durante dos semanas me trató de manera intermitente, o era excesivamente amable, o me ignoraba como si yo no estuviese. Una tarde fue excesivamente amable y yo me dejé llevar por lo que sentía…

—¿Fue el primero?

—Sí.

—¿Qué pasó después?

—Nada. Desapareció sin decirle a nadie que se iba. Me pasé la siguiente semana del viaje llorando por los rincones, esperando que me llamara y que me diera una explicación. Nunca llegó ni la llamada ni la explicación. El viaje terminó y yo regresé a Londres. Desde ese momento no quise regresar a España, hasta ahora.

—¿Nunca le llamaste tú para exigirle la explicación que tanto necesitabas? —preguntó impresionado con la historia.

—No. Jamás volvimos a vernos o a hablar.

Guardó silencio el resto del trayecto, intentando asimilar lo que Ariadna acaba de contarle. La actitud de Daniel era ilógica, era cierto que nunca había querido atarse a una mujer pero escapar de esa manera… Intentó ser justo y no dejarse llevar por lo que sentía por ella. Lo que le permitió pensar con más claridad. Efectivamente era una actitud ilógica para un hombre, pero si en aquel momento Ariadna solo tenía diecisiete años, Daniel no tendría más que diecinueve, y con esa edad muy pocos chicos habían alcanzado la madurez emocional.

Alberto bajó del coche y dio la vuelta para abrir la puerta del acompañante. Estaba tan aturdido con lo que acababa de saber, que decidió un cambio de estrategia: iba a forzar la situación, nada de tomárselo con calma.

Se acercó despacio y le tendió la mano para que saliera del BMW. Sin perder el contacto visual, se llevó su mano a los labios y la acercó más a su cuerpo.

—¡Ari! —susurró mientras se aproximaba más a ella.

Ariadna que se había visto sorprendida por la calidez del beso, volvió de golpe a la realidad, ¿qué narices les pasaba a todos los hombres? «¿Por qué se empeñan en llamarme de ese modo cada vez que alguno piensa besarme?» Daniel entró arrasando en su mente y en sus recuerdos como un terremoto.

El hechizo que un momento antes había existido entre ellos se rompió en el instante en que Alberto pronunció ese nombre que ella asociaba a una persona distinta. Fue justo en ese instante en que Ariadna se dio cuenta de que no quería que la besara. De que nunca había querido que lo hiciera.

—Buenas noches, Alberto —se despidió apartándose de él.

Durante un segundo pareció aturdido, pero se recompuso con una sonrisa resignada.

—Buenas noches —su voz sonó ronca, ofuscada.

Ella se dio la vuelta y entró en el portal con una extraña sensación en el estómago que no conseguía descifrar. ¿Tristeza? Definitivamente, esa era la sensación. Mónica había tenido razón siempre, Alberto estaba enamorado de ella, y fue tras esa revelación, cuando comprendió también lo feliz que habría sido si hubiese podido corresponderle, pero no podía… No podía, porque nunca había logrado dejar de amar a Daniel.

Amaba al Daniel que había aparecido en El Caos para trastocarla. Para hacerle reír y dejarla con la incógnita de saber qué era lo que había intentado decir. El Daniel que había cocinado para ella, el que había madrugado para llevarla al trabajo…

Si él no hubiera aparecido de nuevo en su vida, posiblemente habría permitido a Alberto que la besara, cosa que, debería haber hecho. De hacerlo, ahora no estaría sintiendo la molesta sensación que le subía por la boca del estómago hasta la garganta. Alberto era un hombre íntegro, de fiar… Jamás la hubiera dejado sin una explicación.

Pero ella no era libre para estar con él. Nunca lo había sido en realidad, Daniel residiría por siempre en su corazón.

***

—No es buena idea, Alexia —le dijo intentando descolgarse sus brazos del cuello.

—¡Daniel! —se quejó la rusa con un puchero perfectamente ensayado, que hacía que sus labios fueran en centro de atención.

—No —respondió tajante—. Me voy a casa.

—Es por la morena y no trates de negármelo. No soy tonta —su acento era cada vez más marcado.

—Ni voy a negarte nada ni voy a darte ninguna explicación, Alexia. No te la debo.

—¡No puedes hacerme esto! Es por ella, sé que es por ella —comenzó a gritar fuera de sí en medio de la calle.

Daniel la cogió del brazo y la arrastró hasta el portal de su casa, la rusa ni siquiera sacó las llaves para abrir, estaba claro que esperaba una respuesta.

La miró harto y furioso de sus escenas, y en un tono mesurado y educado le dijo lo que tanto ansiaba escuchar.

—Sí, es por ella. Últimamente todo lo que hago es por ella, ¿estás contenta?

—¿Qué hay entre vosotros?

—Nada, no hay nada. Porque fui un cobarde y ahora pago las consecuencias.

—¿Qué quieres decir? —su boca había dejado de ser sugerente, ahora era una línea fina por lo fuerte que apretaba sus labios para contener la furia.

—Tuvimos un encuentro hace muchos años, apenas éramos unos críos. Pero en lugar de cogerla de la mano y arrastrarla a la ducha para repetirlo varias veces más, me largué y la dejé sin ningún tipo de explicación. Es lógico que me odie.

—No creo que lo haga. No te odia, pero tampoco te quiere tanto como te quiero yo —ronroneó volviendo a pasar los brazos alrededor de su cuello.

—Alexia, créeme, por hoy ya he tenido suficiente —le dijo y se dio la vuelta camino de su coche—. Solo una cosa más —añadió cuando se marchaba— el que no esté conmigo no quiere decir que vaya a darme por vencido o que esté interesado en alguien más.

Alexia parpadeó sorprendida por el aviso. Y por primera vez desde que se conocieron demostró tener sentido común y le dejó ir.

Se subió al Audi como alma que lleva el diablo mientras, sin darse cuenta, se sumergía en la autocompasión. ¿Por qué había sido tan idiota con Ariadna? Nunca había terminado nada de lo que había comenzado con ella. Siempre acababa por salir huyendo, escapó de ella la primera vez que la besó y volvió hacerlo después de aquella inolvidable tarde en Roma.

Condujo tan rápido por la frustración que en apenas siete minutos ya había guardado el coche en el garaje. Se quitó la chaqueta del traje y se dispuso, como cada día, a subir a casa por las escaleras. No obstante, en cuanto comenzó supo que no iba a pararse en la segunda planta, sin detenerse a analizar lo que hacía siguió subiendo hasta el tercero y se sentó en el suelo junto al ascensor.

Por un lado se sentía estúpido mientras esperaba entre las sombras a que Ariadna regresara. Y es que por mucho que se esforzara en negarlo, por mucho que le molestara, Alberto y ella parecían pasarlo bien juntos.

Era enfermizo que estuviera actuando como un adolescente, allí parado a la espera de verles llegar. De qué le iba a servir comprobarlo, ¿estaba dispuesto a impedir esa relación que parecía fraguarse? ¿Tanto le importaba a él lo que ella hiciera? Arqueó una ceja molesto consigo mismo, acababa reconocer frente a Alexia su deseo de conquistarla y a la hora de enfrentarse a sí mismo, intentaba justificarse disfrazando lo que sentía por ella.

Desde siempre Ariadna había conseguido descolocarle y nuevamente se encontraba entre las dos opciones a las que ella le abocaba cada vez que se encontraban: salir huyendo o quedarse y ver qué sucedía en esa ocasión.

Aún no había tomado una decisión en firme cuando escuchó que la puerta del portal se cerraba. Se quedó inmóvil con la esperanza de poder escuchar alguna conversación, pero ningún sonido llegó hasta sus atentos oídos. Ya pensaba que había escuchado mal cuando la puerta que aislaba las escaleras del rellano se abrió de golpe y se encontró con Ariadna saliendo con los zapatos en la mano y una mirada perdida en su precioso rostro. Notó cómo su pulso se paralizaba en sus venas para después acelerarse. Siguió en silencio observándola desde las sombras, Ariadna se quedó parada frente a la puerta de su casa, como si estuviera dudando entre entrar o salir corriendo de allí. Estaba sola. «¡Está sola, sola…!» pensó eufórico.

Sin hacer ruido salió de donde estaba escondido y vio que la sorpresa en los ojos de ella daba paso a un nuevo sentimiento mezcla de deseo y de temor.

—Hola Ari —la saludó acercándose a ella.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella sonriendo tímidamente.

—Esperarte.

—¿A mí?

—Ari…

—Daniel ¿qué sucede? —preguntó y había desesperación en su voz. Necesitaba saber la verdad, que él le dijera qué era lo que pretendía esperándola en la puerta de su casa en lugar de estar tomando una copa con su rubia acompañante.

—Quería… Necesitaba comprobar que llegabas bien a casa —dijo finalmente incapaz de sincerarse por completo.

—Buenas noches, Daniel. Y felicidades, ya sé que tus temores eran infundados, puesto que tu rubia ha aceptado posar para tu portada —tenía que escapar de su cercanía, pero al mismo tiempo no podía alejarse. Los sentimientos contradictorios la golpeaban con tanta fuerza que ni siquiera estaba segura de cómo era capaz de mantenerse en pie.

—Bueno, supongo que estamos igual, tu novio será quién haga las fotos para la tuya, ¿no?

—Alberto no es mi novio —contestó rápidamente, ella no quería que existiera ningún tipo de confusión a ese respecto. Alberto era un amigo, nada más.

—¿No lo es?

—No.

—Bueno, mejor para ti. No te conviene. Es un mujeriego —comentó sintiéndose estúpido después.

—Gracias por la información.

—Tampoco lo es ¿sabes?

—¿A qué te refieres? —preguntó, aunque la esperanza de que hablara de Alexia no hacía sino crecer en su pecho.

—Alexia. Tampoco es mi rubia.

—Qué pronto has cambiado de opinión. Hace un rato sí que lo era —le replicó muy seria.

—Es que no me convenía —dijo con ganas de seguirle el juego—. Además no es ningún secreto que prefiero a las morenas.

—Lo lamento —contestó sin saber muy bien porque decía algo así—, que tu relación no haya funcionado —se obligó a explicarse.

—¿Que lo sientes? —y su voz sonó incrédula e incluso burlona. Ariadna notó cómo crecía la ira en ella, otra vez estaba jugando con sus emociones.

—¿Crees que porque permití que me besaras la otra noche todo ha cambiado? —inquirió mirándole fijamente, con la única luz que entraba por los ventanales del rellano—. ¿Que ya vuelves a tenerme a tus pies? ¿Que puedes volver a burlarte de mí?

—¿Que permitiste que te besara? Tú querías que lo hiciera —le espetó él, también molesto—. Y yo nunca me he burlado de ti.

—Poco importa ya. Ha pasado demasiado tiempo y sin embargo, todo sigue igual Daniel, tú sigues igual…

—Ya no soy un niño, ya no huyo de los problemas —Ariadna se dio cuenta que con esas palabras, había dicho mucho más de lo que había pretendido.

—Bonita descripción, ¿eso soy para ti? ¿Eso fui? ¿Un problema?

—No me refiero a eso y lo sabes. Entremos y hablemos, no quiero que tu amiga vuelva otra vez a echarme del pasillo.

—Tu hermana no está en casa. Tenía una cita, y espero sinceramente que a ella le vaya mejor la noche —comentó mordaz.

—Ari —dijo en un tono bajo y suplicante.

—¿Por fin vas a darme una explicación? ¿Terminarás de contarme lo que empezaste en El Caos?

—¿Es eso lo que quieres hacer ahora, hablar?

—Tienes razón, es muy tarde y estoy cansada. Vete, Daniel —le pidió en un susurro.

Estaba segura que no iba a poder continuar con esa conversación ni un minuto más. Dejó los zapatos en el suelo y sacó las llaves del pequeño bolso de mano que llevaba.

Sin siquiera girarse a ver si le hacía caso entró en su casa, iba a cerrar cuando vio que él había entrado tras ella y estaba parado en la puerta impidiéndole que la cerrara.

Ninguno de los dos dijo nada. Daniel dio un paso hacia ella, cerró con cuidado y se acercó despacio, tan lentamente que parecía que el mundo se hubiera detenido. Cuando estaban ya a escasos centímetros uno de otro, Ariadna volvió a soltar sus zapatos y con ellos el bolso y las llaves, el ruido fue ensordecedor entre tanto silencio.

—Ari —volvió a susurrar Daniel, esta vez más cerca.

«¡Dios va a besarme!» pensó, «y no voy a ser capaz de rechazarle…»

Daniel cerró el espacio que los separaba y pegó cada centímetro de su cuerpo al más suave de ella, conquistando con su tacto lo que las palabras no habían conseguido minutos antes. Ariadna se sintió arrastrada hacia él. Cada vez que la llamaba Ari perdía la capacidad de pensar y aquella no iba a ser una excepción. Instantes después estaba colgada a su cuello, sus manos estiraban el cabello de la nuca con la intención de fundir el cuerpo masculino con el suyo. Necesitaba sentir en cada recodo de su piel el tacto de Daniel. Se embebió de su olor, de su calor, y se dejó llevar por las sensaciones.

Daniel la empujó contra la pared, mientras la besaba y la apresaba entre su cuerpo y el tabique. Con dedos expertos comenzó a subirle la falda del vestido y a pasar sus manos por los suaves muslos hasta llegar a su ropa interior. Sin dejar de devorarle la boca, metió su rodilla entre sus piernas y comenzó a presionar sobre la zona más sensible de su cuerpo, sintió como ella suspiraba en su boca y con el mismo deseo febril que se había apoderado de él el día que fueron interrumpidos, le mordisqueó el labio inferior al tiempo que sustituía su rodilla por los dedos. Con el pulgar presionó la húmeda carne sensible, mientras introducía su índice en ella bombeando, primero despacio y más rápido conforme los jadeos de Ariadna se hacían más intensos. Entonces al índice le siguió un segundo dedo y Ariadna explotó con él aún dentro de su cuerpo. La ropa interior que llevaba ella era tan minúscula que ni siquiera le molestaba para acariciarla. Aun así pasó los dedos por las finas tiras de las caderas y las hizo bajar por sus muslos.

Agradecida y deseosa de unirse a él completamente, desabrochó la pretina de sus pantalones con manos temblorosas, y los hizo bajar junto con los calzoncillos dejándolo expuesto y a su alcance. Con avidez, pero deleitándose en el instante que estaba viviendo, lo tomó en su mano y presionó con sus dedos alrededor, se notaba duro, caliente y suave. Daniel tuvo que separarse de su boca para poder respirar y Ariadna aprovechó la situación para cambiar las tornas, con un ágil movimiento le empujó contra la otra pared y fue ella la que se apretó esta vez contra él, sin dejar de presionarle con la mano. El deseo se vio envuelto en una batalla de voluntades, Daniel no estaba dispuesto a dejarse dominar por lo que cómicamente, con los pantalones enrollados en los tobillos, arrastró a Ariadna hasta la mesita que tenía en la entrada y tras derribarlo todo sin muchos miramientos, la hizo sentarse sobre ella para poder situarse entre sus muslos separados. La sujetó de las nalgas hasta colocarla justo en el borde de la mesa y se agachó frente a ella, ávido y hambriento. Situó su cabeza entre las piernas, acercó su boca y con la lengua se deleitó con la carne húmeda, lamiendo, mordisqueando y soplando, hasta llevarla al límite, hasta saber que estaba tan necesitada como lo estaba él. El gemido de protesta de Ariadna, hizo que su sangre se acelerara. Estaba tan excitado y necesitaba tanto estar dentro de ella que creía que iba a romperse si no lo hacía en ese preciso instante. Sin aliento para demorarlo más se puso en pie y de una embestida se hundió en ella hasta su empuñadura.

Ariadna lo sintió dentro y gritó, echando la cabeza hacia atrás. Necesitaba sentirle en todas partes. Se pasó el vestido por la cabeza con prisas, tomó la mano de Daniel y la cerró sobre su pecho, pulsando con fuerza contra el pezón. Daniel no necesitó más pistas. Soltó su cadera por un momento, desabrochó el sujetador de encaje con habilidad, y tocó su ardiente piel. Ariadna gimió y se impulsó contra su miembro, urgiéndole a que la llenara. Enrolló sus largas piernas alrededor de su cintura y se dejó llevar, mientras Daniel la penetraba, marcándola de nuevo como suya.