Capítulo 24

La semana transcurrió sin ningún sobresalto importante. Berto siguió enviando fotografías y frases breves en sus emails y Daniel, después del beso y de su rechazo, evitó encontrarse con Ariadna a toda costa. Hasta el punto de levantarse más temprano de lo habitual para no toparse con ella en el hall del edificio.

Mónica y Sergio siguieron en las nubes y Ariadna solo pensaba en el poco tiempo que le quedaba para escapar de todo aunque fuera por un par de días. Dos días que pensaba aprovechar al máximo. Por eso el viernes a la una y media se subió a su taxi con las maletas preparadas para disfrutar de Roma y una sonrisa deslumbrante en su rostro.

Ariadna sonrió divertida cuando Matías se acercó sonriente y servicial para ofrecerle una bebida. Era el mismo azafato que las había acompañado a Nora y a ella en su regreso desde Londres tan solo unas semanas antes. El asistente le sonreía expectante y Ariadna no pudo evitar que se le escapara un suspiro resignado. Ahora que su madre no estaba, Matías se fijaba en ella. Siempre había sido de ese modo, incluso sus compañeros del instituto y después de la universidad sufrían del mismo mal. Agradeció amablemente las atenciones y declinó la invitación, no tenía ganas de beber nada y mucho menos minutos antes de despegar.

Se levantó de su asiento en el avión y sacó su bolso del compartimiento. Extrajo el libro con el que pretendía amenizar las dos horas de vuelo y se dispuso a comenzar a disfrutar de la libertad que le iba a otorgar escapar de Madrid. Fuera preocupaciones; bienvenida, desconexión. Y el primer paso consistía en relajarse durante el vuelo y leer un libro por el simple placer de hacerlo.

Apenas habían transcurrido cinco minutos de desconexión cuando la mala suerte o el destino, según se mirase, hicieron acto de presencia.

—¡Qué sorpresa más agradable! —musitó una voz conocida con un marcado tono irónico.

Ariadna levantó la cabeza de su novela a regañadientes y tal fue su sorpresa que a punto estuvo de dejar caer el libro.

—¿Qué haces aquí?

—Yo podría preguntarte lo mismo —contestó Daniel mirando los números de los asientos.

—Me voy a Roma.

—¿De verdad? No había deducido que ese fuera tu destino estando a bordo de un avión que vuela directo a dicha ciudad —le espetó con el rostro en tensión.

La idea de viajar con Ariadna precisamente a Roma no le atraía lo más mínimo. La dichosa ciudad ya era suficiente recordatorio de lo idiota que había sido. Ahora no tenía más remedio que aguantarse el monumental cabreo que sentía hacía sí mismo y asumir que Alberto hubiera conseguido lo que él durante tanto tiempo había ignorado.

—Si vas a estar de tan mal humor, mejor aléjate de mí y disfrutemos del viaje —le exigió Ariadna sin mirarle, había vuelto la cabeza hacia la ventanilla, la hostilidad que emanaba de Daniel era desconcertante.

—Esa es una petición que me encantaría cumplir, pero lamentablemente no está en mis manos satisfacerte, al menos en este aspecto. Ese es mi asiento —le dijo señalando el contiguo al suyo.

—En ese caso, lo mejor es que intentes ser amable —comentó ella sonriendo con amabilidad.

—Lo seré si tú no vuelves a atacarme —dijo burlón.

—¿Atacarte? Yo nunca te he atacado.

—Me atacaste. Te lanzaste sobre mí para besarme hambrienta y voraz. Eso es un ataque en toda regla.

Ariadna abrió la boca pero volvió a cerrarla varias veces incapaz de decir nada.

No llegaba a comprender la actitud de Daniel. En esos momentos se mostraba juguetón y alegre.

—No puedo prometerte nada. Pero lo intentaré —aceptó Ariadna sin añadir nada más. Le había respondido a la broma pero eso no eliminaba el hecho de que cuando ella había vuelto a dejarse llevar por lo que sentía, él se había apartado.

—Me conformo con eso —comentó sonriente.

Daniel guardó su bolsa en el compartimiento, después de haber cogido su iPod y cerró los ojos al sentarse a su lado.

En ese instante, todas las buenas vibraciones que había estado alimentando durante la semana, la decisión de mostrarse amable con él a pesar de sus desplantes… Quedaron olvidadas en un rincón…

El silencio de Daniel, su actitud beligerante, las bromas a costa de su momento de debilidad al intentar besarle, la ciudad a la que viajaban, el dolor reprimido durante años, las preguntas sin respuesta… Hicieron que se sintiera como un volcán a punto de erupción. Hirviendo por dentro, a la espera del más mínimo resquicio para estallar y arrasar con todo lo que se encontrara a su paso. Cerró los ojos con fuerza y por una vez apenas fue consciente de que el avión despegaba.

Daniel se reprendió a sí mismo, no había sido su intención ser tan brusco con ella, pero inconscientemente ese era el modo en que descargaba la frustración que sentía. Por primera vez en su vida, había admitido que buscaba una relación seria con una mujer y que estaba enamorado y a cambio, lo único que conseguía eran las migajas que le caían a Alberto. Demasiadas emociones juntas para alguien que huía de ellas como de la peste.

Ariadna había confesado ante todos que se había levantado a horas intempestivas solo para hablar con él cuando no había necesidad de ello si únicamente se trataba de una reunión profesional. Para darle el visto bueno a las fotografías podría haber usado el mail, el mismo método que seguramente usó para enviárselas, entonces ¿por qué le había llamado? Realmente, ¿quería saber su opinión o pretendía algo más íntimo, como escuchar su voz?

Pasaba página tras página como si realmente se estuviera enterando de algo de lo que leía. No podía concentrarse en nada que no fuera el hombre que estaba relajadamente sentado a su lado con los ojos cerrados y la respiración regular. Completamente ajeno a su presencia.

Daniel había cerrado los ojos en un desesperado intento por limitar sus sobreexcitados sentidos. Ya le resultaba complicado estar sentado a su lado percibiendo la dulzura de su perfume, sintiendo los roces casuales de sus rodillas cuando se removía en su asiento y escuchando los quedos suspiros que escapaban de sus labios entreabiertos, seguramente como reacción a la novela que estaba leyendo, como para además, añadir el sentido de la vista.

Rezó por que la suerte se pusiera de su lado y le venciera el sueño. Lamentablemente no sucedió.

Matías se acercó tan solícito como había hecho con su madre semanas antes para informar a Ariadna de que debía abrocharse el cinturón. El auxiliar no le había quitado los ojos de encima. Pretendía averiguar si el hombre que estaba sentado a su lado era su acompañante o un simple pasajero con el que había coincidido. Respiró tranquilo cuando comprobó que los dos se trataban con indiferencia. De modo que cuando se acercó hasta Ariadna lo hizo confiado y audaz.

—Debe abrocharse el cinturón, estamos a punto de aterrizar —le dijo inclinándose sobre ella con cierta intimidad.

—Gracias, Matías —le contestó clavando la mirada en Daniel que se había erguido para abrocharse el suyo.

—Juegas con ventaja, ¿no crees? Yo no sé tu nombre —la sonrisa de Matías dejaba al descubierto una dentadura blanquísima y perfecta.

—Me llamo Ariadna.

—Encantado, Ariadna —tomó con cuidado su mano y depositó un beso suave en los nudillos.

Ella sonrió como única respuesta. «¡Vaya!», pensó, «sabe lo que se hace».

—Voy a estar hasta mañana por la tarde en Roma, ¿por qué no me llamas y te invito a cenar? —sin soltarle la mano que había besado le dio la vuelta y depositó sobre su palma un papelito con su número de teléfono.

Sin esperar respuesta se alejó a ocupar su lugar en el avión.

Ariadna se dejó caer en su asiento, aturdida por lo que acababa de pasar y nerviosa al mismo tiempo por el aterrizaje. Matías había coqueteado mucho más descaradamente con su madre y después de todo no se había atrevido a darle su número de teléfono. Se frotó las sienes para intentar calmar la presión que comenzaba a darle dolor de cabeza. Sintió más que vio la mirada fría de Daniel sobre ella, se giró con intención de romper la tensión de las últimas dos horas y le ofreció una sonrisa tímida, pero él estaba tan celoso por lo que acababa de ver que no correspondió a su sonrisa de tregua.

Impaciente por no volver a encontrarse con Matías, Ariadna abandonó el avión de las primeras y se encontró con que Daniel seguía su ritmo sin dificultad. La casualidad volvió a sentarlos uno junto al otro en el autobús hasta la terminal. Ariadna se sentía tonta sin hablarle. Eran amigos desde siempre, tenía que haber un modo en el que pudieran llevarse bien.

—¿Piensas seguirme todo el camino?

—Yo no te sigo —respondió indignado sin fijarse en la sonrisa burlona de ella—, simplemente seguimos el mismo camino.

—Ya, entonces imagino que no querrás compartir taxi conmigo, ¿verdad? —siguió bromeando Ariadna.

Fue entonces cuando Daniel se dio cuenta de que su malhumor estaba siendo motivo de diversión para Ariadna y decidió cambiar el chip.

—Claro, ¿por qué no? Compartamos taxi —le respondió con una sonrisa que hizo que las rodillas de Ariadna se resistieran a sostenerla.

Ariadna frunció el ceño mentalmente, si compartían taxi se enteraría de cuál era el hotel en que se alojaba Daniel, pero si él insistía en que primero fueran al suyo en un acto de caballerosidad, Daniel se enteraría de que se hospedaba en el Imperial y la verdad es que no tenía ninguna gana de que lo supiera.

—Creo que es mejor que vayamos cada uno por nuestra cuenta. Al fin y al cabo yo estoy aquí por motivos de trabajo y no dejamos de ser rivales en ese campo.

—¿Crees que voy a espiarte? —preguntó Daniel sorprendido por el cambio de Ariadna.

—No, no lo creo. Pero es mejor de este modo.

—Como tú quieras —se dio la vuelta sin añadir nada más y se acercó hasta la cinta en que pasaban las maletas. Se hizo con una Samsonite black label y se marchó sin siquiera dignarse a mirarla. Ariadna se quedó a diez pasos de sus maletas, con la mirada perdida en un punto lejano y dudando sobre qué hubiese sido peor: que Daniel supiera que se alojaba en el Imperial o que se marchara creyendo que ella no se fiaba de él.

En un impulso más propio de Mónica que de Ariadna, dejó las maletas dando vueltas en la cinta y corrió tras Daniel.

—¡Daniel! —le llamó mientras intentaba alcanzarle.

Él se dio la vuelta casi a punto de abandonar el Aeropuerto Intercontinental Leonardo da Vinci, más conocido como Aeropuerto de Roma-Fiumicino, y la miró sorprendido y complacido de que le hubiera seguido. Quizás no estaba todo perdido.

—Daniel, yo… Siento… —balbuceó.

—Te llamaré Ari. Y si todavía no tienes planes para cenar, me gustaría mucho que aceptaras hacerlo conmigo.

Ariadna asintió con la cabeza.

—Sí, ¿qué? ¿Tienes planes o cenarás conmigo? —preguntó él ahora devolviéndole la pelota por sus bromas anteriores.

—Cenaré contigo.

—Perfecto. Te llamaré en cuanto me instale. Por cierto, ve a por tus maletas o te quedarás sin ellas —le aconsejó sonriendo.

Ariadna reaccionó ante su consejo y salió de nuevo disparada a recoger sus pertenencias, aunque esta vez la acompañaba en su carrera una sonrisa que le ocupaba todo el rostro.

Vale que el día había comenzado mal, pero al final había ido mejorando… Estaba en Roma e iba a cenar con Daniel, ¿qué había más importante que eso? ¿Qué no se repitiera la historia otra vez?