5
El corazón del incendio forestal abrasaba y latía con fuerza. Segarlo provocaba una cascada de sudor que corría por la espalda de Rowan en continuos torrentes. Su motosierra cortaba entre chirridos corteza y madera, escupiendo astillas y polvo que le cubrían la ropa, los guantes y el casco. Los rugidos y chasquidos de las sierras, de la madera que se rajaba y de los árboles que se venían abajo luchaban por ahogar aquel latido fuerte y caliente.
Rowan solo se detenía a beber agua para humedecerse la garganta y despejarla de polvo y humo o para limpiarse las gafas de seguridad cuando el sudor que le corría por la cara las empañaba.
Dio un paso atrás cuando el pino ponderosa que había talado para salvar a otros cayó al suelo del bosque.
—¡Eh, Sueca! —la llamó por encima del estruendo Gibbons, que actuaba como jefe de bomberos. La ceniza le ennegrecía el rostro, y el humo que había atravesado le enrojecía los ojos—. Matt, Yangtree y tú debéis abandonar el cortafuegos. El fuego ha cambiado de dirección y viene hacia nosotros. Sube por la cresta hacia el sur y está creciendo. Tenemos focos secundarios por todas partes. Hay que darle la vuelta mientras podamos.
Sacó el mapa para mostrarle a Rowan su posición.
—Tenemos a efectivos del cuerpo de especialistas trabajando aquí, y a Janis, Trigger y dos de los novatos flanqueándolo por este lado. Otra brigada viene hacia aquí para ocuparse del cortafuegos y apagar los focos secundarios. El retardante está en camino y caerá sobre el fuego en unos diez minutos, así que asegúrate de estar a una distancia prudencial.
—¡Recibido!
—Llévatelos y ten cuidado.
Rowan recogió su equipo, avisó a sus compañeros y emprendió los ochocientos metros de subida entre el humo y el calor.
En su mente trazó rutas de escape, con la distancia y la dirección hasta la zona segura. Pequeños fuegos pero muy vivos destellaban a lo largo de la empinada ruta, así que los iban apagando antes de continuar el ascenso.
A lo largo del flanco izquierdo un muro anaranjado vibraba de calor y luz, absorbiendo oxígeno del aire para alimentarse mientras engullía los árboles entre gruñidos. Rowan observó las columnas de humo que crecían y se espesaban en el cielo.
Una parte del muro se abrió, brincó y cruzó el sendero que se extendía ante ellos, y empezó a arder alegremente. Rowan se lanzó hacia delante pateando el fuego de tierra y utilizando su Pulaski para sofocarlo mientras Yangtree lo golpeaba con una rama de pino.
Se abrieron paso cresta arriba con golpes y paladas.
Por encima del estruendo, Rowan percibió el fragor del avión hidrante y sacó la radio para responder a su señal.
—¡A cubierto! —gritó a su equipo—. Ya estamos, Gibbons. Diles que descarguen el fango. Estamos en el área de seguridad.
A través del humo, observó el avión hidrante que se balanceaba sobre la cresta y oyó el trueno de sus puertas abriéndose para descargar la espesa lluvia rosa que se precipitó rugiendo desde el cielo.
Quienes combatían el fuego más cerca de la cabeza del incendio también se pondrían a cubierto, y aun así se verían salpicados por un gel que quemaba la piel expuesta.
—Estamos en el área de seguridad —anunció Rowan a Matt y a Yangtree, que mordía una barrita energética—. Vamos a dirigirnos un poco hacia el este, para rodear la cabeza y reunirnos con Janis y los demás. Gibbons dice que el fuego avanza muy rápido. Tenemos que hacer lo mismo para mantenernos por delante. ¡En marcha! Tened los ojos bien abiertos por si hay focos secundarios.
Rowan conservaba el mapa en la cabeza y los caprichos del fuego en las tripas. Continuaron apagando focos secundarios, algunos eran del tamaño de una fuente de servir y otros tenían las dimensiones de una piscina infantil.
Y mientras tanto ascendían por la cresta.
Oyó la cabeza antes de verla. Bramaba como el trueno y rugía vibrante y astuta. La notó antes de verla, por el calor intenso que le abrasó la cara y se introdujo a la fuerza en sus pulmones.
A continuación todo se llenó de llamas, un mundo de color naranja vivo, oro y rojo malvado que arrojaba sofocantes nubes de humo. A través de las nubes y del espeluznante resplandor vio las siluetas y atisbó las chaquetas y los cascos amarillos de los bomberos paracaidistas que libraban la batalla.
Rowan se cambió la bolsa de posición y se abrió paso cresta arriba hacia el furioso ardor.
—Llama a Gibbons —le indicó a Matt—. Informa que lo hemos conseguido. ¡Qué tal, Elfo! —le gritó a Janis, avanzando a toda prisa y agitando los brazos—. Ya está aquí la caballería.
—La necesitamos. Hemos abierto unas fajas cortafuegos alrededor de la parte más caliente de la cabeza. El fango la ha rebajado un poco, y hemos podido abrir una franja hacia la retaguardia. Tenemos que ensancharla y talar los salientes. ¡Madre mía!
Rowan se tomó un minuto para beber un poco de agua y limpiarse el sudor que le goteaba sobre los ojos. El retardante rosado le embadurnaba el casco y la chaqueta.
—El primer incendio de la temporada, y el muy cabrón tiene brío. Gibbons acaba de decirme que envían a otra brigada de paracaidistas y que han alertado a los de Idaho. Tenemos que cortarle la cabeza, Sueca.
—Podemos empezar a ensanchar la faja y a sofocar los dedos. Hemos encontrado muchos focos secundarios mientras subíamos. El fuego no deja de saltar.
—Dímelo a mí. Empecemos. Tengo a los novatos ahí arriba, a Libby y a Stovic. Vigílalos.
—Cuenta con ello.
Rowan cavó, cortó, azotó, dio hachazos y sudó. Las horas pasaron volando. Troceó ramas y árboles muertos que el fuego utilizaría como combustible. Cuando sentía que le fallaban las energías, se paraba el tiempo suficiente para llenarse la boca de galletas de manteca de cacahuete que sacaba de su bolsa personal de equipo y engullirlas con ayuda de la única y apreciadísima Coca-Cola, ya casi caliente, que llevaba consigo.
Sus ropas exhibían el pringue rosado procedente de una segunda descarga de retardante, y le escocían la espalda, las piernas y los hombros a causa del calor y de las muchas horas de esfuerzo sin tregua.
Sin embargo, intuyó que la suerte empezaba a ponerse de su parte.
Aquella inmensa nube de humo se despejó un poco, y a través de ella vio un solo guiño de luz esperanzador procedente de la estrella Polar.
El día había ardido hasta convertirse en noche mientras luchaban contra el fuego.
Rowan se enderezó, arqueó la espalda para aliviarla y miró hacia atrás, hacia la negrura, hacia una muestra del bosque que el fuego había devorado: troncos carbonizados, tocones, espinas fantasmales, charcos de ceniza.
Allí ya no quedaba nada que devorar, pensó; habían cortado el suministro de combustible a la cabeza del incendio.
Rowan recuperó la energía. No se había terminado, pero lo habían vencido. El dragón empezaba a rendirse.
Derribó un pino muerto y luego utilizó una de sus ramas para apagar una llama escondida. El grito de sorpresa y dolor hizo que se volviese justo a tiempo para ver caer a Stovic. La motosierra que el joven sujetaba se le escapó de las manos y cayó al suelo, sucia de sangre.
Rowan dejó caer la suya y se lanzó hacia el chico. Cuando le alcanzó, él se esforzaba por incorporarse y agarrarse el muslo.
—¡Espera! ¡Espera!
Ella le apartó las manos y le rompió los pantalones para ensanchar el desgarrón irregular.
—No sé qué ha pasado. ¡Me he cortado! —Bajo el hollín y la ceniza, su rostro brillaba blanco y fantasmal.
Rowan lo sabía. La fatiga le había vuelto descuidado; había soltado la sierra o la había utilizado sin la atención suficiente, y en un instante, la máquina se había sacudido hacia atrás.
—¿Es grave? —inquirió él mientras Rowan utilizaba una navaja que había sacado de su mochila.
—Es un rasguño. Sé fuerte, novato.
Rowan aún ignoraba la gravedad de la herida.
—Trae el botiquín —ordenó Rowan cuando Libby se dejó caer a su lado—. Voy a limpiar esto un poco, Stovic, para poder verlo mejor.
Parecía algo conmocionado, evaluó Rowan al observar sus ojos, pero aguantaba.
La amarga retahíla de palabrotas, algunas de ellas rusas pero pronunciadas con su acento de Brooklyn, le infundieron optimismo mientras limpiaba la herida.
—Tienes un buen corte —dijo en tono jovial, pero pensó: «Santo Dios, Santo Dios, un poco más hondo, un poco a la izquierda, y adiós, Stovic»—. La hoja solo se ha llevado por delante los pantalones.
Volvió a mirarle a los ojos. Habría mentido de ser necesario, y el estómago se le revolvió de alivio por no haber tenido que hacerlo.
—Necesitarás un par de docenas de puntos, pero no creo que estés de baja mucho tiempo. Voy a hacerte un vendaje de emergencia que aguantará hasta que vuelvas a la base.
Stovic consiguió esbozar una sonrisa insegura, pero Rowan oyó el ruido de su garganta cuando tragó saliva.
—No me he cortado nada esencial, ¿verdad?
—Tienes intacto el pito, motosierra.
—Me duele un montón.
—¡No me extraña!
Stovic recuperó la calma y respiró despacio un par de veces. Rowan sintió otra oleada de alivio al ver que su cara recobraba un poco de color.
—La primera vez que salto sobre un incendio, y mira lo que hago. No estaré mucho tiempo fuera de combate, ¿verdad?
—¡En absoluto! —exclamó Rowan mientras vendaba la herida de forma rápida y competente—. Tendrás una cicatriz que impresionará a las mujeres. —Se puso en cuclillas y le sonrió—. Las mujeres no pueden resistirse a un guerrero herido, ¿verdad, Lib?
—Desde luego que no. De hecho, me estoy reprimiendo para no echarme encima de ti ahora mismo, Stovic.
El chico le dedicó una sonrisa de escepticismo.
—Lo hemos vencido, ¿verdad, Sueca?
—Sí, así es.
Rowan le dio una palmadita en la rodilla y se puso de pie. Dejó a Libby con el herido y se apartó para ponerse en contacto con Gibbons y organizar la evacuación de Stovic.
Dieciocho horas después de saltar sobre el fuego, Rowan volvió a subir al avión para el breve vuelo de regreso a la base.
Usando la bolsa como almohada, se echó en el suelo y cerró los ojos.
—Un buen solomillo —dijo—, al punto. Una enorme patata asada inundada de mantequilla, una montaña de zanahorias confitadas y luego una tarta de chocolate del tamaño de Utah nadando en un litro y medio de helado.
—Un pastel de carne. —Yangtree se dejó caer junto a ella mientras otra persona, o un par de ellas a juzgar por el sonido estereofónico, roncaban como sierras circulares—. Un pastel de carne entero, y me tomaré una montaña de puré de patatas con una cuba de salsa. Tarta de manzana, y que sean tres litros de helado.
Rowan entreabrió los ojos y vio que Matt la contemplaba con una sonrisa soñolienta.
—¿Cuál es tu plato preferido, Matt?
—El pollo con albóndigas de patata de mi madre. El mejor de todos. Échamelo en un cubo de veinte litros para que pueda meter la cabeza y no dejar de comer. Pastel de cerezas y nata casera.
—Todo el mundo sabe que la nata sale de un bote.
—En casa de mi madre no. Pero tengo hambre suficiente para comer pizza de hace cinco días, incluida la caja en la que llegó.
—Pizza —gimió Libby, intentando hallar una posición más cómoda en su asiento—. Jamás pensé que pudiese tener tanta hambre y seguir viva.
—Eso es por las dieciocho horas seguidas —dijo Rowan bostezando; a continuación se dio la vuelta y se dejó mecer por las voces, los ronquidos y los motores.
—¿Irás a la cantina cuando lleguemos, Ro? —le preguntó Matt.
—Humm. Antes de comer tengo que quitarme este hedor con una ducha.
Cuando volvió a abrir los ojos habían aterrizado. Bajó del avión tambaleándose, a través de una bruma de agotamiento. Tras dejar caer el equipo, se fue a su habitación dando trompicones y arrancó el envoltorio de una chocolatina. La devoró mientras se despojaba de su ropa mugrienta. Apenas despierta, se dirigió a la ducha y gimoteó un poco al notar el agua tibia. Con los ojos enturbiados miró cómo corría hasta el desagüe con su color gris sucio.
Se enjabonó el pelo, el cuerpo y la cara, inhalando ese aroma de melocotones que al parecer despertaba el deseo de Gull. Aclara y repite, se ordenó a sí misma. Aclara y repite. Cuando, por fin, el agua se veía transparente, hizo un intento desganado de secarse.
Seguidamente cayó sobre la cama envuelta en la toalla húmeda.
El sueño se le echó encima cuando faltaba poco para tener que despertarse, mientras su mente empezaba a regresar flotando del profundo pozo de agotamiento.
El estruendo de los motores, el azote del viento, el alucinante salto al vacío. La exaltación que se volvía pánico, el fuerte y reiterado latido del corazón contra las costillas mientras contemplaba impotente cómo caía Jim hacia el suelo en llamas.
—¡Eh! ¡Eh! Tienes que despertarte.
La voz que interrumpía el grito en su cabeza y la áspera sacudida en su hombro hicieron que se incorporara de golpe.
—¿Qué pasa? ¿La sirena? ¿Qué pasa?
Se quedó mirando la cara de Gull, que le pasaba una mano por las suyas.
—No. Tenías una pesadilla.
Rowan inspiró y espiró, entornando un poco los ojos. Se daba cuenta de que era de mañana, o tal vez más tarde. Y Gulliver Curry estaba en su habitación, sin su permiso.
—¿Qué demonios haces aquí?
—¿Y si te subes un poco esa toalla? No es que me moleste la visión, pero… De hecho, seguramente podría pasarme el resto del día admirándola.
Ella bajó la mirada y vio que estaba desnuda de cintura hacia arriba, y que la toalla que se había deslizado hacia abajo tampoco tapaba mucho. Enseñando los dientes, tiró de ella hacia arriba y hacia los lados.
—Contesta a mi pregunta antes de que te dé una patada en el trasero.
—Te has saltado el desayuno e ibas a saltarte el almuerzo.
—Nos pasamos dieciocho horas combatiendo el fuego. Me acosté a las tres de la mañana.
—Eso me han dicho, y también que hicisteis un buen trabajo. Pero alguien ha mencionado que no habías comido y que te gustan los bocadillos de beicon y huevo, con queso Monterrey Jack. Así que… te he traído uno —dijo, indicando con el pulgar la mesilla de noche—. Iba a dejártelo sobre la mesa, pero estabas teniendo una pesadilla. Te he despertado, me has deslumbrado, y deja que diga de paso que tienes la delantera más magnífica que he tenido el privilegio de ver, y eso es todo.
Rowan observó el bocadillo y el refresco que estaba a su lado. Esta vez, cuando inspiró, el aroma casi le hizo llorar de alegría.
—¿Me has traído un bocadillo de beicon y huevo?
—Con queso Monterrey.
—Yo diría que merecías que te deslumbrase.
—Si con eso basta, puedo ir a buscarte otro.
Ella se echó a reír, bostezó y luego se sujetó bien la toalla antes de coger el plato. El primer bocado hizo que cerrase los ojos, en un estado de éxtasis. En pleno trance de placer, no le ordenó a Gull que se levantase de la cama cuando notó que tomaba asiento en ella.
—Gracias —dijo mientras masticaba el segundo bocado—. De verdad.
—Deja que conteste, de verdad, que ha valido la pena.
—Es cierto que tengo unas tetas excepcionales —dijo ella, destapando la bebida—. El fuego no paraba de cambiar de dirección y de escupir focos secundarios. Después de abrir un cortafuegos, el fuego dijo: «¡Ah! ¿Queréis jugar? Pues probad esto». Pero al final no pudo vencer a los Zulies. ¿Te han dicho algo de Stovic esta mañana?
—Ahora se le conoce como Motosierra. Él y sus veintisiete puntos se encuentran bien.
—Debería haberle vigilado mejor.
—Pasó la prueba, Rowan. A veces hay accidentes. Forman parte de nuestro trabajo.
—No te lo discuto, pero pertenecía a mi equipo, y yo era el miembro con más experiencia en ese sector. —Se encogió de hombros—. Si él está bien, todo está bien.
Rowan miró hacia otro lado.
—Parece que tus manos van recuperándose.
—Bastante —dijo él, flexionándolas—. Vuelvo a estar en la lista de saltos.
—¿Y Dobie?
—Va mejorando, pero todavía tardará un par de días más. Little Bear ha descubierto que Dobie cose como los ángeles, así que le mantiene encadenado a una máquina. Anoche gané algo más de cincuenta y seis dólares jugando al póquer, y Bicardi, uno de los mecánicos, se achispó y cantó ópera italiana. Esas, creo, son todas las noticias.
—Agradezco el bocadillo y que me hayas puesto al día. Ahora vete para que pueda vestirme.
—Ya te he visto desnuda.
—Necesitarás algo más que un bocadillo de desayuno para verme desnuda otra vez.
—¿Qué tal una cena?
Dios santo, siempre la hacía reír.
—Fuera, especialista. Tengo que ir al gimnasio, invertir allí un poco de tiempo y quitarme de encima estos michelines.
—Para demostrarte lo elegante que soy, evitaré hacer cualquier comentario obvio sobre esa cuestión —replicó, levantándose y recogiendo el plato vacío—. Eres una mujer preciosa, Rowan —añadió al salir de la habitación—. No me dejas dormir por las noches.
—Eres un hombre muy sexy, Gulliver —murmuró ella después de que Gull se marchase—. Me confundes.
Pasó noventa minutos en el gimnasio, pero no se esforzó en exceso para evitar forzar el organismo, y luego acudió a la cantina.
Sintiéndose de nuevo un ser humano, le envió un mensaje de texto a su padre para informarle de lo esencial:
Fuego apagado. Estoy bien. Te quiero. Ro.
Se dirigió al almacén para revisar el paracaídas que había colgado la noche anterior. Empezó a buscar agujeros, salientes, defectos.
Cuando entraron Matt y Libby levantó la mirada.
—Vaya, pareces hecha polvo.
—Recuérdame que nunca coma como un cerdo antes de meterme en la cama —dijo Libby, apretándose el vientre con una mano—. No terminé hasta después de las cinco, y luego me quedé allí mismo, tumbada y espatarrada.
—No viniste a la cantina —comentó Matt, que llevaba consigo su paracaídas.
—Cuando me quité ese hedor de encima, apenas conseguí ir de la ducha a la cama. He dormido como un tronco —añadió, sonriéndole a Libby—. He tenido servicio de habitaciones, he pasado hora y media en el gimnasio, he comido más y aquí estoy, lista para volver a empezar.
—Estupendo. —Libby extendió su paracaídas—. ¿Servicio de habitaciones?
—Gull me ha traído un bocadillo para desayunar.
—¿Es así como lo llaman en Missoula?
Rowan levantó el índice.
—Solo el bocadillo, aunque es cierto que ha ganado varios puntos. ¿Alguno de vosotros ha visto a Motosierra?
—Sí. He asomado la cabeza en su habitación antes de tropezarme con Matt. Me ha enseñado los puntos.
—¿Es así como lo llaman en California?
—Me lo he buscado.
—Ha tenido suerte —dijo Matt—. Únicamente se rasgó la carne. La historia habría sido muy distinta si se hubiera hecho el corte a solo unos pocos centímetros.
—Todo se reduce a centímetros, ¿verdad? —Libby pasó los dedos por su paracaídas—. O a segundos. O a un instante de distracción. La diferencia entre tener una cicatriz interesante o…
La muchacha se interrumpió, repentinamente pálida.
—Perdona, Matt, he hablado sin pensar.
—No pasa nada. Ni siquiera le conocías.
El chico continuó su inspección y se aclaró la garganta.
—Si he de seros sincero, hasta ayer no sabía con seguridad si iba a poder hacerlo de nuevo. Cuando estaba en la puerta, mirando el incendio, esperando que la mano del jefe de saltos me tocara el hombro, no sabía si podría volver a saltar sobre el fuego.
—Pero lo hiciste —murmuró Rowan.
—Sí. Me dije a mí mismo que lo hacía por Jim, pero hasta que no lo hice… Tienes razón, Libby. Todo depende de centímetros y de segundos. Depende del destino. Por eso no podemos aflojar. En fin… —Soltó una larga espiración—. ¿Sabías que Dolly ha vuelto? —le preguntó a Rowan.
—No —respondió Rowan sorprendida, dejando lo que estaba haciendo—. ¿Cuándo ha vuelto? No la he visto en la base.
—Volvió ayer, mientras estábamos en el incendio. Esta mañana después del desayuno ha pasado por mi habitación —explicó Matt, sin dejar de mirar el paracaídas—. Parece estar bien. Quería disculparse por cómo se portó después de que muriese Jim.
—Esto está bien.
Pero Rowan sintió que se le retorcían las tripas mientras acababa de inspeccionar su paracaídas.
—Le he dicho que debía hacer lo mismo contigo.
—No importa.
—Sí que importa.
—¿Puedo preguntar quién es Dolly? —quiso saber Libby—. ¿O debería ocuparme de mis asuntos?
—Era una de las cocineras —le dijo Rowan—. Jim y ella estaban enrollados. En realidad, ella solía enrollarse con muchos, pero durante casi toda la última temporada se limitó a Jim. Cuando él murió se lo tomó muy mal. Es comprensible.
—Te atacó con un cuchillo de cocina —le recordó Matt—. Eso no tiene nada de comprensible.
—¡Qué barbaridad!
—Intentó atacarme —corrigió Rowan mientras Libby la miraba boquiabierta.
—¿Por qué?
—Aquel día yo era la compañera de salto de Jim. La chica necesitaba echarle la culpa a alguien. Perdió un poco los nervios y me amenazó con el cuchillo. Pero en el fondo nos echó la culpa a todos; dijo que todos le habíamos matado.
Rowan esperó un instante por si Matt hacía algún comentario, pero el chico guardó silencio.
—Se marchó justo después. No creo que nadie esperase que volviese, y de hecho tampoco que volviesen a contratarla.
Matt movió los pies y la miró de nuevo.
—¿Te molesta?
—No lo sé —contestó Rowan, frotándose la nuca—. Supongo que si no me amenaza con utensilios afilados y no trata de envenenarme, por mí no hay problema.
—Tiene un bebé.
Esta vez le tocó a Rowan quedarse boquiabierta.
—¿Cómo dices?
—Me ha dicho que tuvo una niña en abril —dijo Matt; los ojos se le humedecieron, así que desvió la mirada—. Dolly la llamó Shiloh. Su madre cuida de ella mientras Dolly trabaja. Me ha dicho que es de Jim.
—Pero bueno, ¿no lo has sabido hasta ahora? ¿Tu familia no lo sabe?
Él negó con la cabeza.
—Por eso se ha disculpado. Me ha pedido que se lo cuente a mi madre, a mi familia, y me ha dado unas fotografías. Me ha dicho que podía ir a verla…, a la niña…, si quería.
—¿Lo sabía Jim?
Matt se ruborizó y luego palideció.
—Me ha dicho que se lo contó aquella mañana, antes del salto. Me ha dicho que le hizo mucha ilusión, que él escogió el nombre. Niño o niña, quería que se llamase Shiloh. Según me ha dicho, iban a casarse en otoño.
Se sacó del bolsillo una foto del tamaño de las que se llevan en la cartera.
—Aquí está. Esta es Shiloh.
Libby cogió la foto.
—Es preciosa, Matt.
Al oír aquellas palabras, sus ojos se animaron y en sus labios se dibujó una sonrisa.
—Calva como una bola de billar. Jim y yo también lo éramos, y mi hermana. Tengo que llamar a mi madre —dijo mientras Libby le pasaba la foto a Rowan—. No sé cómo decírselo.
Rowan observó al bebé mofletudo y de mirada vivaracha antes de devolverle la foto.
—Sal a dar un paseo y ya se te ocurrirá algo. Luego llama a tu madre. Se alegrará. Puede que se enfade un poco por no haberlo sabido antes, pero por encima de todo se alegrará. Vamos. Ya me ocupo yo de tu paracaídas.
—No puedo quitármelo de la cabeza, así que supongo que tienes razón. Seguiré con el paracaídas más tarde.
—Ya me ocupo yo.
—Gracias. Gracias —repitió, y salió despacio, como un hombre con la cabeza en las nubes.
—Todo esto es muy fuerte —comentó Libby.
—Sí que lo es.
Rowan dejó que la noticia cociese a fuego lento dentro de su cabeza mientras trabajaba. Entraron otros compañeros. Los rumores acerca del regreso de Dolly Brakeman eran el tema del día.
—¿Ya la has visto? —preguntó Trigger.
Rowan negó con la cabeza. Como había terminado de repasar su paracaídas, estaba concentrada en el de Matt.
—Dicen que vino ayer por la tarde, con su madre y su predicador.
—Su ¿qué?
—Sí. —Trigger puso los ojos en blanco—. Un tal reverendo Latterly. Corren rumores de que es el predicador de su madre y de que ahora Dolly va a la iglesia regularmente. Por lo visto, se pasaron una hora encerrados con L. B. Esta mañana estaba en la cocina con Lynn y Marg, friendo el beicon.
—Sabe cocinar.
—Sí, ese nunca fue el problema.
Rowan miró a Trigger a los ojos y volvió a negar con la cabeza.
—Ahora tiene una cría —susurró Rowan—. No tiene sentido remover todo aquello.
—¿Crees que la cría es de Jim, como ella dice?
—Follaban como conejos, así que, ¿por qué no?
Porque, aunque ninguno de los dos lo dijo, Dolly solía acostarse con muchos conejos.
—De todos modos, no es asunto nuestro —añadió.
—Él era uno de los nuestros, así que ya sabes que eso lo convierte en asunto nuestro.
Rowan no podía negarlo, pero desconectó de los cotilleos y las especulaciones hasta haber guardado los paracaídas. Luego se fue a ver a Little Bear.
El hombre, que estaba encorvado sobre su escritorio, se enderezó y le indicó con un gesto que cerrase la puerta.
—Me imaginaba que pasarías a verme.
—Solo quiero saber si tengo que andarme con cuidado. Preferiría no acabar con el cuchillo del pan entre los omóplatos.
L. B. se frotó el entrecejo.
—¿Crees que le permitiría volver a la base si creyese que iba a causarte problemas?
—No, pero no me importaría oír eso en voz alta.
—Llevaba trabajando aquí tres años antes de que entrara Jim. El único problema que tuvimos con ella fue la rapidez con la que se levantaba las faldas. Y tampoco parecía que nadie tuviera un problema con eso.
—No me importa si le hizo una mamada a cada novato, paracaidista y mecánico de la sala de equipamiento. —Rowan se metió las manos en los bolsillos y dio una pequeña vuelta por la habitación—. Es una buena cocinera.
—Sí que lo es. Y por lo que he oído, muchos hombres echaron de menos aquellas mamadas una vez que empezó a salir con Jim. Pero ahora tiene una hija. Por el momento en que debió de quedarse embarazada y por lo que ella dice, es de él. —L. B. hinchó las mejillas—. Ha traído a su predicador. Su madre la obliga a ir a la iglesia. Necesita el trabajo, quiere enmendarse.
El hombre agitó una mano en el aire.
—No negaré que me dio pena, pero la habría rechazado si no creyera sinceramente que necesita un nuevo comienzo para ella y para su bebé. Sabe que si os molesta a ti o a cualquier otra persona, se irá a la calle.
—No quiero eso sobre mi cabeza, L. B.
Él le dedicó a Rowan una larga mirada de sus solemnes ojos castaños.
—Entonces imagínatelo sobre la mía. Pero si te sientes incómoda, me ocuparé de ello.
—Demonios.
—Los domingos canta en el coro.
—¡De acuerdo, ya basta! —exclamó Rowan, metiéndose de nuevo las manos en los bolsillos mientras L. B. le sonreía—. Vale, vale. —Pero luego se dejó caer en una silla.
—¿No vale?
—¿Te dijo que Jim y ella iban a casarse, y que él estaba muy contento con lo del bebé?
—Eso dijo.
—La cuestión es, L. B., que sé que él se veía con otra. El año pasado tuvimos un incendio en St. Joe y estuvimos allí tres días. Jim se lió con una de las mujeres de la cocina; parecían gustarle las cocineras. Y sé que se encontraron varias veces en un motel a medio camino, cuando él estaba fuera de la lista de saltos. Y hubo otras.
—Lo sé. Tuve que hablar con él porque pretendía que lo cubriera con Dolly.
—Ya te dije que el día del accidente estaba histérico en el avión. No ilusionado, sino nervioso, intranquilo. Si Dolly le soltó lo del embarazo antes de que nos convocasen, esa debía de ser la razón. O parte de la razón.
Él dio unos golpecitos con un lápiz sobre el escritorio.
—No veo ningún motivo por el que Dolly tenga que saber nada de eso. ¿Y tú?
—No. Lo que digo es que tal vez haya encontrado a Dios o halle consuelo cantando para Jesús, pero, sobre Jim, o miente o se engaña. Así que a mí me parece bien que vuelva, siempre que tengamos eso en cuenta.
—Le he pedido a Marg que la vigile en todo momento y que me haga saber cómo va.
Rowan se levantó satisfecha.
—Eso es suficiente para mí.
—Al norte se han visto varios rayos —le dijo L. B. cuando se disponía a salir.
—¿Sí? Puede que tengamos suerte y saltemos sobre un fuego; así todo el mundo dejará de hablar del regreso de Dolly. Incluida yo.
Más valía que lo aclarase todo definitivamente, decidió Rowan, e hizo de la cocina su siguiente parada.
Estaban preparando la cena, tal como esperaba.
Marg, la reina de la cocina, en la que reinaba desde hacía doce años, estaba ante la superficie de trabajo cortando en cuartos unas patatas rojas. Llevaba su habitual delantal con peto sobre una camiseta y unos vaqueros, y su mata de pelo castaño sujeta bajo un pañuelo de color rosa intenso.
Las cazuelas sobre el fuego soltaban vapor mientras Lady Gaga cantaba a grito pelado Speechless desde la lista de reproducción del MP3 que Marg tenía sobre la superficie de trabajo.
Marg era la única que decidía qué música se oía en la cocina.
La mujer cantaba con una voz fuerte de contralto fumadora y seguía el ritmo con el cuchillo.
Su sangre india —heredada de la abuela de su madre— se reflejaba en sus pómulos, pero la irlandesa dominaba en la piel blanca salpicada de pecas y en los ojos vivos de color avellana.
Aquellos ojos se clavaron en los de Rowan y apuntaron hacia la mujer que lavaba verdura en el fregadero.
Rowan levantó los hombros y los dejó caer.
—Huele bien —dijo, asegurándose de que su voz se oyese por encima de la música.
Ante el fregadero, Dolly se quedó inmóvil, cerró el grifo despacio y se volvió. Tenía la cara un poco más redondeada, observó Rowan, y los pechos también. Llevaba el pelo rubio sujeto en una cola alta y desenfadada, y necesitaba ir al tinte.
Pero seguramente pensar eso era muy mezquino, se recriminó Rowan. Una mujer que acababa de ser madre tenía otras prioridades. El rubor de sus mejillas se debió a la emoción y no al bochorno cuando bajó la mirada y se secó las manos en un paño.
—Tenemos asado de cerdo con patatas al romero, judiones y zanahorias. Los vegetarianos tienen raviolis con tres quesos. Serviremos una enorme ensalada mediterránea. Pastel con pasas y crumble de arándanos de postre.
—Apúntame.
Rowan abrió el frigorífico y sacó un refresco mientras Marg volvía con sus patatas.
—¿Cómo estás, Dolly?
—Estoy muy bien. ¿Y tú? —preguntó la chica en tono remilgado, levantando la barbilla.
—Bastante bien. ¿Podrías hacer un pequeño descanso y salir a tomar el aire conmigo?
—Estamos ocupadas. Lynn…
—Más le vale volver aquí echando leches —la interrumpió Marg—. Sal, y si ves a esa flacucha dile que venga.
—Tengo que secar estas verduras —empezó Dolly, pero se encogió de miedo, como todo el mundo, bajo la dura mirada de Marg—. Está bien.
Echó a un lado el trapo y se dirigió hacia la puerta. Rowan cruzó una mirada con Marg antes de seguirla.
—He visto una foto de tu hija —empezó Rowan—. Es preciosa.
—La hija de Jim.
—Es preciosa —repitió Rowan.
—La niña es un regalo de Dios —replicó Dolly, cruzando los brazos mientras caminaban—. Necesito este trabajo para mantenerla. Espero que seas lo bastante cristiana para no hacer que me despidan.
—No creo que tenga nada que ver con ser cristiana, Dolly. Tiene que ver con comportarse como un ser humano. Nunca he tenido ningún problema contigo, y no quiero tenerlo ahora.
—Cocinaré para ti igual que cocino para los demás. Espero que muestres el respeto suficiente para mantenerte alejada de mí, y yo haré lo mismo. El reverendo Latterly dice que tengo que perdonarte para hacer las paces con el Señor, pero no te perdono.
—¿Perdonarme por qué?
—Por tu culpa mi hija crecerá sin su padre.
Rowan no dijo nada durante unos momentos.
—Tal vez necesites creer eso para salir adelante, y resulta que a mí me importa una mierda.
—Ya me lo esperaba de ti.
—Entonces me alegro de no decepcionarte. Puedes proclamar que te has tropezado con Dios o que has vuelto a nacer. Eso tampoco me importa. Pero tienes una hija y necesitas trabajar. Y trabajas bien. Lo que sí tendrás que aguantar, Dolly, es que para conservar el trabajo deberás tratar conmigo. Cuando me apetezca ir a la cocina, lo haré, tanto si estás como si no. No voy a vivir según tus reglas o tus rencores equivocados.
Levantó una mano antes de que Dolly pudiese hablar.
—Una cosa más. Una vez me atacaste y no hubo consecuencias. No volverá a ocurrir. Tanto si tienes un bebé como si no, acabaré contigo. Aparte de eso, no tendremos ningún problema.
—Eres una puta inhumana, y algún día pagarás por todo lo que has hecho. Aquel día tendrías que haber muerto tú en lugar de Jim. Tendrías que haberte estrellado tú contra el suelo.
La muchacha volvió corriendo a la cocina.
—Bueno —masculló Rowan—, creo que la cosa ha ido bien.