20
El incendio se abría paso hacia el este, devorando el bosque y el prado; la cabeza mostraba un hambre y una glotonería furiosas que llevaban al cuerpo a atravesar dos estados.
Gull clavó los garfios en un pino ponderosa y trepó hasta un cielo de un rojo tiznado. El sudor le goteaba por la cara y empapaba el pañuelo de colores que se había atado como un forajido moderno mientras hacía rechinar los dientes de su sierra a través de la corteza y la madera. Los troncos caían y se estrellaban contra el suelo a medida que Gull descendía.
El fuego que trataban de acorralar danzaba y saltaba con agilidad por los árboles para alumbrar sus ramas mientras rugía y cantaba.
Gull llegó al suelo, se desenganchó el arnés y luego se fue cortafuegos abajo.
Sabía que Rowan trabajaba en la cabeza. Los rumores circulaban entre la cuadrilla, y los paracaidistas de Idaho habían tenido que retirarse dos veces debido a los vientos inestables.
Oyó el retumbar del trueno y vio que el avión hidrante cabeceaba a través del humo. De momento el dragón parecía tragarse el retardante como si fuese un caramelo.
Había perdido la cuenta de las horas pasadas en el vientre de la bestia desde que la sirena había sonado esa mañana. Esa misma mañana miraba a Rowan a los ojos mientras ella se movía debajo de él, y sentía cómo su cuerpo subía y bajaba sobre la cama. Esa misma mañana había tenido el sabor de su piel, cálida del sueño, en la lengua.
Ahora percibía el sabor del humo. Sentía cómo temblaba el suelo cuando otro árbol caía sacrificado sobre la tierra. Miraba a los ojos del enemigo y percibía su lujuria.
Lo que no percibió, al dejar la sierra en el suelo para beber agua, fue si era de día o de noche. ¿Qué importaba? El único mundo que importaba vivía en ese perpetuo crepúsculo rojo.
—Nos vamos hacia el este —le informó Dobie, que salió corriendo de entre el humo con los ojos enrojecidos justo por encima del pañuelo—. Gibbons nos lleva hacia el este, abriendo cortafuegos durante la marcha. Las mangueras contienen el fuego en el flanco derecho, en Pack Creek, y el fango lo ha hecho retroceder un poco.
—De acuerdo —respondió Gull, agarrando su equipo.
—Nos he presentado voluntarios para atravesar el área quemada hacia el sur y buscar focos secundarios y salientes a lo largo del borde, avanzando en círculo hacia la cabeza.
—Ha sido muy considerado por tu parte incluirme en tu misión.
—Alguien tiene que hacerlo, amigo —replicó con ojos risueños—. Es un trayecto más largo, pero me juego lo que quieras a que llegaremos a la cabeza antes que el resto de la cuadrilla y tardaremos menos en volver a la acción real.
—Tal vez. La cabeza es el sitio en el que quiero estar.
—Luchando codo con codo con tu mujer. Vámonos zumbando.
Los focos secundarios brotaban como flores, estallaban como granadas, brillaban trémulos como charcas poco profundas. El viento conspiraba, espesaba el humo, daba impulso a las pavesas.
Gull ahogó, cavó, empapó, golpeó y luego rió durante el desagradable trabajo mientras Dobie iba poniendo nombre a los focos.
—¡Maldito jefe de estudios Brewster! —Dobie apagó a pisotones las llamas—. Me expulsó temporalmente por fumar en el baño.
—El instituto es una mierda.
—Fue en el colegio. Empecé pronto.
—Preparabas tus pulmones para el trabajo de tu vida —dijo Gull mientras pasaba a otro foco.
—Este es la golfa de Gigi Japper. Mira cómo la aplasto. Me dejó por un deportista.
—¿En el colegio?
—El año pasado. El muy cabrón juega a softball de lanzamiento lento. ¿Te lo puedes creer? Softball de lanzamiento lento. ¿Cómo va a contar eso para nada?
—Estás mejor sin ella.
—Desde luego. Bueno, capitán, creo que hemos asegurado este cortafuegos, y recomiendo que atajemos desde aquí y empecemos a ir hacia el norte. Sigo buscando al viejo loco del señor Cotter, que solía dispararle a mi perro solo porque al bicho le gustaba cagarse en sus petunias.
—Acabaremos con el viejo señor Cotter.
—Así habla un amigo de verdad.
Comieron el almuerzo, la cena, el desayuno o lo que fuera durante la marcha a paso rápido; devoraron barritas energéticas, galletas de manteca de cacahuete y la única manzana que Gull llevaba en la mochila y que se fueron pasando el uno al otro.
—Me encanta este trabajo —le dijo Dobie—. No sabía que me encantaría. Sabía que podía hacerlo, sabía que lo haría. Suponía que estaría bien. Pero no tenía ni idea de que fuese esto lo que buscaba. No sabía que buscase nada.
—Si te pone las garras encima, sabes que eso es lo que buscabas.
Eso, pensó Gull, se refería tanto al trabajo de los bomberos paracaidistas como a las mujeres.
Los árboles muertos se erguían como esqueletos negros a través del humo que empezaba a aclararse. El viento lo atravesaba poco a poco, despertando gemidos en ellos y recogiendo ceniza que remolineaba como polvo de hadas sucio.
—Es como una de esas películas sobre el fin del mundo —comentó Dobie—, en las que algún meteoro lo destruye casi todo, y lo único que queda son mutantes que viven de la basura y un puñado de guerreros valientes que tratan de proteger a los inocentes. Nosotros seremos los guerreros.
—Yo contaba con ser un mutante, pero de acuerdo. Mira eso. —Gull señaló hacia el este, donde el color rojo del cielo resplandecía sobre torres de llamas—. A menudo no entiendo cómo puedo detestarlo y seguir pensando que es bonito.
—Yo sentía lo mismo por la golfa de Gigi Japper.
Riendo, feliz de sentirse acalorado y sucio junto a aquel amigo extrañamente encantador, Gull observó el fuego mientras avanzaban, su amplitud, los colores y tonos, las formas.
Siguiendo un impulso, sacó la cámara de su bolsa. Una foto no podía plasmar su magnificencia aterradora, pero se la recordaría durante el invierno. Se la recordaría.
Dobie entró en el encuadre, se apoyó la Pulaski en el hombro, abrió las piernas y su rostro adoptó una expresión fiera.
—Vamos, haz una foto. «Asesino de dragones».
La verdad, pensó Gull al encuadrar la imagen, era que el título parecía tanto acertado como preciso. Hizo dos.
—Que te den, Gigi.
—¡Perfecto! Vamos, chaval, no perdamos más tiempo.
Se marchó pavoneándose mientras Gull guardaba su cámara.
—Gull.
—Sí —respondió él, cerrando la cremallera de su bolsa; al levantar la mirada vio a Dobie casi en la misma pose, pero dándole la espalda—. La cámara está guardada, lo siento.
—Más vale que vengas aquí. Échale un vistazo a esto.
Alertado por el tono de su amigo, Gull avanzó deprisa y se quedó mirando en la dirección que señalaba Dobie.
—¿Es eso lo que creo?
—¡Oh, mierda!
Los restos yacían como un siniestro panel indicador en la senda carbonizada.
—Santo Dios, Gull, parece que los mutantes han pasado por aquí.
Dobie se alejó unos metros tambaleándose, se apoyó las manos en las rodillas y vomitó las barritas energéticas.
—Como Dolly —murmuró Gull—. Aunque…
—¡Dios! Me siento un mariquita. He echado las papas. —Blanco como la cera, Dobie se llenó la boca de agua y la escupió—. El muy cabrón provocó el incendio aquí mismo. Como con Dolly. —Volvió a enjuagarse la boca y escupió de nuevo antes de beber—. Hizo todo esto.
—Sí, aunque no creo que hiciera esto para tratar de esconder o destruir el cadáver. Tal vez fuese para que lo encontrásemos o para llamar la atención, o porque a ese hijo de puta le gusta el fuego. Y no es como con Dolly, porque parece que este tiene un orificio de bala en plena frente.
Tras armarse de valor, Dobie se acercó otra vez y miró.
—Me parece que debería haber aceptado esa apuesta —dijo Gull, sacando la radio—, porque no creo que vayamos a volver a la acción antes que el resto de la cuadrilla.
Mientras esperaban, Dobie sacó de su bolsa dos botellas pequeñas de Bourbon de Kentucky y dio un trago.
—¿Quién crees que es? —preguntó, y le pasó la segunda botella a Gull.
—Puede que tengamos a un pirómano homicida que escoge gente al azar, aunque es más probable que se trate de alguien relacionado con Dolly.
—Ojalá no sea su madre. Espero de verdad que no sea su madre. Alguien tiene que ocuparse de ese bebé.
—Vi a su madre el día en que ella y el predicador fueron a darle las gracias a L. B. por volver a contratar a Dolly. Es bajita y menuda, como Dolly. Creo que lo que hay aquí es demasiado alto. Muy alto, creo.
—Su padre, quizá.
—Quizá.
—Si no nos hubiésemos presentado como voluntarios, lo habrían encontrado otras personas. Está en mitad de la maldita senda. Ro dijo que el cadáver de Dolly estaba fuera. En mitad de la senda… Los agentes forestales lo habrían encontrado si no lo hubiésemos hecho nosotros. La verdad, te hace pensar en lo que te hará el fuego si tiene ocasión.
Gull miró a su alrededor: rojo, negro, el obstinado oro. Y se bebió el Bourbon de un trago.
Los agentes forestales les permitieron reincorporarse a la guerra. La ira de Gull fue en aumento a lo largo de todo el camino de subida hasta aquella cabeza rugiente y crepitante. Canalizó aquella furia atacando el fuego, de forma que cada golpe de su hacha alimentaba su ira. Esa guerra no se libraba contra Dios, la naturaleza o el destino, sino contra el ser humano que había dado origen al fuego por su conveniencia.
Durante aquellas horas en que ardió la batalla, no le importaban los motivos. Solo le importaba pararla.
—Tómate un respiro —le dijo Rowan—. Ya casi lo tenemos. Tómate un respiro, Gull. Esto no es un trabajo en solitario.
—Me tomaré un respiro cuando el fuego esté vencido.
—Oye, ya sé cómo te sientes. Sé exactamente cómo…
—No me apetece ser razonable —la interrumpió él, apartándole la mano de un empujón con una mirada intensa y apasionada—. Me apetece matar a este cabrón. Podemos discutir nuestros traumas personales más tarde. Ahora déjame hacer mi trabajo.
—De acuerdo, muy bien. Necesitamos abrir un cortafuegos encima de la cresta antes de que el fuego aproveche este viento, gire en esa dirección en busca de alimento fresco y se reactive.
—De acuerdo.
—Llévate a Dobie, Matt, Libby y Stovic.
De noche, pensó, o probablemente de mañana, cuando se arrastró hasta el arroyo. El fuego temblaba en sus últimos estertores, tosiendo y chisporroteando. Arriba, las estrellas titilaban llenas de esperanza a través del humo que empezaba a aclararse.
Se quitó las botas y los calcetines, y metió sus pies maltratados en el agua maravillosamente fría. La charla cerca del fuego se desarrollaba a sus espaldas con voces ásperas de humo y adrenalina. Bromas, insultos, comentarios sobre la larga lucha. Y la esperada pregunta «¿qué diablos ha pasado?» sobre lo que Dobie y él habían encontrado.
Les aguardaba más trabajo, pero esperaría hasta el alba. El fuego no se había tumbado a descansar. Se había tumbado a morir.
Rowan se sentó a su lado, le dejó caer una comida instantánea sobre las piernas y le puso una bebida en la mano.
—Han lanzado una buena carga para el campamento, así que te he preparado la cena.
—El trabajo de una mujer nunca se acaba.
—Veo que empiezas a ser más razonable.
—Necesitaba quemarlo.
—Ya lo sé —dijo ella, tocándole la mano brevemente antes de coger el tenedor para llenarse la boca de estofado de buey—. Le he puesto un poco de la famosa salsa de tabasco de Dobie. Fuerte pero buena.
—Le estaba haciendo una foto. Dobie estaba de pie allí, en el área quemada, y detrás de él el fuego y el cielo. Surrealista. Acababa de hacerle la foto cuando lo ha encontrado. En realidad no me ha afectado hasta que nos hemos puesto en marcha para reunirnos con vosotros; entonces aquello se ha ido haciendo cada vez más grande dentro de mí. Santo Dios, ni siquiera se me había ocurrido pensar en un tipo quemado hasta los huesos después de recibir un disparo en la cabeza.
—¿Un disparo?
Gull asintió.
—Sí, pero no pensaba en él. Solo podía pensar en esto y en nosotros. Toda la pérdida y el desperdicio, los riesgos, el sudor y la sangre. ¿Y para qué, Ro? Como no podía darle una paliza al que ha causado esto, tenía que darle una paliza al fuego.
—Matt se ha quedado colgado al saltar. Ha bajado sin problemas, pero la cosa podría haber acabado mal. Una rama tan gruesa como mi brazo ha estado a punto de darle a Elfo cuando hemos tenido que retirarnos, y Yangtree se ha hecho un corte con la Pulaski en la pantorrilla, además de la rodilla hinchada. Uno de los de Idaho ha sufrido una mala caída y se ha roto la pierna. Tenías razón en estar enfadado.
Comieron en silencio durante un rato.
—DiCicco y Quinniock quieren que Dobie y tú volváis por la mañana para hablar con vosotros. Puedo marcharme yo también.
Él la miró agradecido, lo bastante agradecido para no mencionar que estaba cuidando de él.
—Eso estaría bien.
—Me imagino que debes de estar muy cansado, así que te ahorraré el tiempo de montar la tienda. Puedes dormir en la mía.
—Eso estaría aún mejor —respondió—. Me gusta este trabajo —dijo al cabo de un momento, pensando en Dobie—. No sé exactamente por qué, pero lo que ese tipo ha hecho hace que me guste aún más. La policía debe encontrarlo, atraparlo y detenerlo, pero somos nosotros los que limpiamos su maldito desastre. Somos nosotros los que hacemos lo necesario para impedir que sea peor. Para ese tipo, la naturaleza y lo que vive en ella o de ella no significa nada. Para nosotros significa algo.
Entonces la miró y se inclinó poco a poco para tomar sus labios en un beso de sorprendente ternura.
—Te encontré en la naturaleza, Rowan. Eso es lo mejor.
Ella sonrió, un poco insegura.
—No estaba perdida.
—Yo tampoco. Pero tú me has encontrado también, de la misma forma.
Cuando recorrían la breve distancia hasta las tiendas se cruzaron con Libby.
—¿Cómo estás, Gull?
—Bien. Mejor desde que he sabido que me libraré de la limpieza. ¿Has visto a Dobie?
—Sí, acaba de acostarse. Se sentía… supongo que lo sabes. Matt y yo nos hemos pasado un rato sentados con él después de que los demás se fuesen a la cama. Está bien.
—Hoy has hecho un buen trabajo, Barbie —le dijo Rowan.
—No pienso hacerlo de ningún otro tipo. Buenas noches.
Rowan entró en la tienda bostezando y, con la mente y el cuerpo ya medio dormidos, se quitó las botas.
—No me despiertes si no ataca un oso. De hecho, ni siquiera en ese caso.
Se quedó en camiseta y bragas. Mientras se arrastraba hacia el saco de dormir, Gull reflexionó:
—¿Sabes? Hace treinta segundos me parece que estaba demasiado cansado para rascarme el culo. Y ahora, curiosamente, me siento lleno de energía renovada.
Ella abrió un ojo y volvió a cerrarlo.
—Haz lo que tengas que hacer, pero no me despiertes haciéndolo.
Gull se acostó a su lado sonriendo y atrajo hacia sí el cuerpo de Rowan, ya lánguido de sueño. Cuando cerró los ojos pensaba en ella, únicamente en ella, y se deslizó apaciblemente en la oscuridad.
Lo despertó la rodilla de Rowan presionándole con firmeza la entrepierna. Puso los ojos bizcos antes de abrirlos. Al echarse hacia atrás se alivió la presión en sus huevos, aunque ahora sentía punzadas de dolor.
¿Había apuntado, se preguntó, o había sido sin querer? Fuera como fuese, había dado en la diana.
Rowan no se movió cuando Gull se apartó para ponerse los pantalones, calcetines limpios y las botas. Se dejó los pantalones y las botas sin abrochar y salió a la luz de la mañana.
Nada ni nadie daba señales de vida. Claro que, por lo que él sabía, en las demás tiendas había un solo ocupante, así que nadie te clavaba una rodilla en los huevos. En caso de que los tuviera.
Se puso en pie, se arregló cuidadosamente y luego escogió una dirección fuera del campamento para ir a vaciar la vejiga. El café y llenarse la barriga serían lo siguiente de la lista, decidió. Ser el primero en despertarse significaba que tenía en primicia las comidas instantáneas para el desayuno. Se sentaría fuera, tal vez junto al arroyo, dejaría a Rowan en la tienda para que durmiese un rato más y disfrutaría de un desayuno tranquilo y solitario, aunque fuese una mierda, hasta que…
Se detuvo y miró. Miró hacia un prado brillante con lupinos silvestres de un morado majestuoso. Los cubría una leve y pálida neblina, creando la ilusión de que flotaban en un tenue río blanco, mientras docenas de mariposas de color azul oscuro danzaban sobre aquellas lanzas audaces.
Intacto, pensó. El fuego no había tocado aquello. Ellos lo habían detenido, y ahora las flores silvestres florecían y las mariposas danzaban en la brumosa luz matinal.
Era tan bonito, pensó, tan intenso como la mejor obra de arte. Tal vez más. Y él había participado en salvar aquello, y los árboles que estaban más allá, y lo que había aún más lejos, fuera lo que fuese.
Había luchado entre el humo y el aire rojo abrasador, había atravesado el área quemada, que apestaba a muerte. Y había llegado aquí, donde florecía la vida, donde prosperaba en serena y simple gracia.
Ese lugar contenía todas las respuestas al porqué.
Gull la condujo hasta allí, llevándosela a rastras del campamento antes de que se marchasen.
—Tenemos que irnos —protestó ella—. Si nos vamos ahora mismo al centro de visitantes, pueden llevarnos de regreso a la base en furgoneta. Cuerpo limpio, ropa limpia… Y, ¡Dios!, necesito una Coca-Cola.
—Esto es mejor.
—No hay nada mejor que una Coca-Cola a primera hora de la mañana. Vosotros los forofos del café no sabéis lo que es bueno.
—Mira —le pidió él, indicando el paisaje con un gesto—. Esto es mejor que cualquier cosa.
Rowan había visto prados otras veces, había visto los lupinos silvestres y las mariposas a las que seducían. Se disponía a decírselo, malhumorada por el mono de cafeína, pero él parecía… asombrado.
Y lo entendió. Por supuesto que lo entendió. ¿Quién mejor que ella?
Aun así, tuvo que darle un codazo en las costillas y lanzarle una pulla.
—Ahí está otra vez esa ñoña vena romántica.
—Quédate ahí. Voy a hacerte una foto.
—¡De eso nada! Santo Dios, Gull, mírame.
—Una de mis ocupaciones favoritas.
—Si quieres una foto de una mujer en un prado con flores, búscate a una con el pelo limpio y brillante y un vestido blanco y holgado.
—No seas tonta, estás perfecta. Porque eres parte de la razón por la que está aquí. Es como un complemento de la que le hice a Dobie en el área quemada. Muestra el cómo, el porqué y el quién entre esos dos lugares.
—Eres un romántico empedernido —repitió ella.
Sin embargo, se sentía conmovida ante la verdad de sus palabras, el conocimiento que compartían. Así que se metió los pulgares en los bolsillos delanteros, ladeó la cadera y sonrió, a él y a su cámara.
Gull hizo la foto, bajó la cámara poco a poco y se quedó mirándola tal como había mirado el prado. Asombrado.
—Ahora intercambiemos los papeles. Te haré una a ti.
—No. Eres tú. Es Dobie en el área quemada, mientras el fuego se extiende con furia detrás de él, diciéndome cuánto le gusta este trabajo, qué le encuentra. Y eres tú, Rowan, a la luz del sol con la belleza intacta a tu espalda. Eres el final del puñetero arco iris.
—Vamos —dijo ella encogiéndose de hombros, un poco incómoda, antes de empezar a caminar hacia él—. Debes de estar aturdido.
—Eres la respuesta incluso antes de que yo hiciese la pregunta.
—Gull, me pongo nerviosa cuando empiezas a hablar así.
—Creo que vas a tener que acostumbrarte. Me he… encariñado mucho contigo. Lo llamaremos así de momento, porque creo que es más, y eso es muy fuerte.
Una pizca de pánico atravesó la incomodidad.
—Gull, sentir… cariño hacia personas como nosotros, hacia personas como yo, es una apuesta perdida de antemano.
—Yo no lo creo. Me gusta el riesgo.
—Porque estás loco.
—Es que tienes que estar loco para hacer este trabajo.
Rowan no podía discutírselo.
—Tenemos que irnos.
—Solo una cosa más.
La cogió de los hombros y la atrajo hacia sí. Los dedos de Gull se deslizaron hacia su rostro, guiándolos a ambos hasta un beso hecho para los prados y el brillo del verano, el aleteo de las mariposas y la música de los pájaros.
Sin poder hallar un punto de apoyo, Rowan cayó dentro, se perdió en la dulzura, en la promesa que se decía a sí misma que no quería. Su corazón tembló en su pecho, se estremeció.
Y, por primera vez en su vida, anheló aquello.
Se apartó vacilante.
—Esto solo es pasión.
—Sigue diciéndote eso.
Gull le pasó el brazo por el hombro, adoptando al instante una actitud amistosa. Aquel hombre, pensó Rowan, era capaz de atontarla.
DiCicco y Quinniock salían de Operaciones justo cuando las furgonetas llegaban a la base.
—Estaría bien que nos dejasen lavarnos antes —comentó Gull; se bajó de la furgoneta y saludó con la cabeza a los dos policías—. ¿Dónde quieren hacerlo?
—L. B. ha puesto su despacho a nuestra disposición —le dijo Quinniock.
—Hay unas mesas fuera, junto a la cantina. No me vendría mal ventilarme un poco y picar algo de paso. Creo que Dobie opinará lo mismo.
—Estoy contigo, amigo —repuso el aludido—. ¿Han averiguado quién ha muerto?
—Ya hablaremos de ello —le dijo DiCicco.
—Nos ocuparemos de vuestro equipo —dijo Rowan, indicando con un gesto a Matt y a Janis—. No os preocupéis.
—Os lo agradecemos —respondió Gull, dirigiéndole una mirada rápida.
—¿Somos sospechosos? —quiso saber Dobie mientras caminaban hacia la cantina.
—Todavía no hemos decidido nada, señor Karstain.
—Relájese, Kim —le aconsejó Quinniock—. No tenemos motivos para sospechar de ustedes en este asunto. Si no les importa, pueden decirnos dónde estaban la noche antes de que saltasen sobre el fuego, entre las once y las tres de la mañana.
—¿Yo? Estuve jugando a las cartas con Libby, Yangtree y Trigger más o menos hasta las doce. Después, Trig y yo nos tomamos una última cerveza. Creo que nos fuimos a la cama sobre la una.
—Yo estuve con Rowan —se limitó a decir Gull.
—Nos gustaría repasar las declaraciones que prestaron ante los agentes forestales en la escena del crimen. —DiCicco se sentó ante la mesa de picnic y sacó su bloc de notas y una grabadora pequeña—. Me gustaría grabar esto.
—Dobie, ¿por qué no empiezas tú? Iré a ver qué puede prepararnos Marg. ¿Quieren ustedes algo? —preguntó Gull.
—No me vendría mal un refresco —dijo Quinniock, y, recordando la limonada, DiCicco asintió con la cabeza.
—Eso estaría bien. Bien, señor Karstain…
—¿Puede llamarme simplemente Dobie?
—Dobie.
Explicó lo ocurrido. Lo que había visto y hecho, lo que ya les había contado a los agentes forestales.
—¿Saben? El área quemada siempre parece el escenario de una película de terror, pero encima con esto… Gull dijo que debía de guardar relación con Dolly.
—¿Eso dijo? —preguntó DiCicco.
—Tiene sentido, ¿no? —preguntó Dobie, mirando a uno y luego al otro—. ¿No?
—Dobie, ¿cómo es que solo usted y el señor Curry estaban en esa zona?
Dobie miró a DiCicco encogiéndose de hombros justo cuando salía Gull, dos pasos por delante de Lynn. Ambos llevaban bandejas.
—Necesitábamos a casi todo el mundo en la cabeza, abriendo cortafuegos hacia allí, pero aun así alguien tenía que buscar focos secundarios a lo largo del flanco. Así que nos presenté como voluntarios a Gull y a mí.
—¿Propuso usted que el señor Curry y usted tomasen esa ruta?
—A la agente se le da muy bien eso de «señor» —le dijo Dobie a Gull—. Sí. Es un camino más largo, pero me gusta apagar focos secundarios. Gull y yo trabajamos bien juntos. Gracias —le dijo a Lynn con una sonrisa cuando le puso delante un plato lleno—. Tiene muy buena pinta.
—Marg me ha dicho que reservéis espacio para el pastel de cerezas. Si necesitáis algo más, solo tenéis que decírmelo.
—Vamos a ahorrar tiempo —dijo Gull, tomando asiento—. Cogimos esa ruta porque estábamos buscando focos secundarios. Ves un foco, lo apagas y sigues adelante. Cumplíamos esa tarea mientras avanzábamos hacia el este para incorporarnos al resto de la cuadrilla. El fuego se movía hacia el este, pero el viento no dejaba de cambiar, así que los flancos oscilaban. Encontramos los restos porque atravesamos el área quemada, mientras íbamos hacia el flanco más alejado por si surgían focos secundarios y crecían. Si lo hacían y nosotros no estábamos allí, el centro de visitantes podía verse afectado. Nadie quería eso. ¿Queda claro?
—Eso es lo que hay —confirmó Dobie, que a continuación sacó del bolsillo su frasco de tabasco, levantó la tapa de su panecillo y puso sobre el rosbif parte del rábano silvestre que Marg había servido en el plato.
Gull negó con la cabeza cuando Dobie le ofreció el frasco.
—El mío está bien tal cual. Y sí, especulé con la posibilidad de que ese cadáver estuviese relacionado con Dolly. Puede que tengamos a un asesino en serie pirómano que elige a sus víctimas al azar, pero prefiero con mucho la posibilidad de que exista una relación.
—A este le dispararon —dijo Dobie con la boca llena—. Imposible no ver el orificio de la bala.
—Algunos paracaidistas sufrieron heridas en ese incendio. De camino hacia aquí he oído que un par de especialistas que conozco están de baja. Contemplé cómo ardían hectáreas de naturaleza. Quiero que el responsable lo pague y quiero saber por qué matar no fue suficiente. Porque también puedo especular con la posibilidad de que el incendio tuviese la misma importancia que el asesinato. De lo contrario, no había ningún motivo. El incendio en sí mismo debía de ser importante.
—Es una especulación interesante —comentó DiCicco.
—Como ya les hemos dicho lo que sabemos, solo queda la especulación. Y como ninguno de ustedes parece especialmente tonto, tengo que suponer que ya han especulado con lo mismo.
—Si parece un poco enfadado es porque está aquí fuera hablando con unos policías en lugar de darse una ducha con la Sueca —dijo Dobie.
—¡Santo Dios, Dobie! —exclamó Gull, echándose a reír—. Sí que lo estoy. Así que, como me están impidiendo hacer algo mejor, tal vez puedan decirnos si han identificado los restos.
—Esa información… —DiCicco vio la mirada de Quinniock y resopló—. Aunque estamos esperando una comprobación, encontramos el coche del reverendo Latterly aparcado en la vía de servicio situada junto al centro de visitantes. Su esposa no ha sabido decirnos dónde está, solo que no estaba en casa ni en su iglesia cuando ella se ha levantado esta mañana.
—¿Le han disparado a un predicador? —quiso saber Dobie—. Ese tipo irá al infierno seguro.
—El predicador de los Brakeman —añadió Gull—, que, según los rumores, se acostaba con Dolly. Me he enterado de que Leo Brakeman ha pagado la fianza.
—Más le vale a ese cabrón no volver por aquí.
DiCicco echó un vistazo a Dobie, aunque sin perder de vista a Gull.
—Hablaremos con el señor Brakeman esta tarde, después del entierro de su hija.
—Tengo a dos hombres vigilándole —añadió Quinniock—. Tenemos una lista de las armas que están a su nombre, y echaremos otro vistazo a su armero.
—Sería una enorme estupidez utilizar una de sus propias armas, registrada a su nombre, para matar al hombre que se acostaba con su hija y era sacerdote de su mujer.
—A pesar de todo, seguiremos todas las líneas de investigación. También podemos especular, señor Curry —añadió DiCicco—, pero tenemos que trabajar con hechos, con datos, con pruebas. Hay dos personas muertas, y eso es prioritario. Pero esos incendios forestales son importantes. También trabajo para el Servicio Forestal. Créame, todo importa.
Se puso en pie.
—Gracias por su tiempo. —Le ofreció a Gull la sombra de una sonrisa—. Siento lo de la ducha.
—Vaya, agente DiCicco —dijo Quinniock cuando se alejaban—. Creo que acaba de hacer un comentario divertido. Siento una calidez por dentro…
—Pues consérvela. Los entierros suelen enfriar las cosas.