20

Se había llevado una botella de champán de la tienda, y luego decidió apostar más alto y cocinar algo. Con Byron tenían un acuerdo tácito —él cocinaba y ella lavaba los platos—, puesto que él le llevaba ventaja en las artes culinarias. Pero dado que iban a celebrar una nueva etapa en su vida, Kate quiso darse una oportunidad.

Siempre había pensado que cocinar era una especie de habilidad matemática. Podía comprender las fórmulas, analizar las proporciones y prever la respuesta, pero no disfrutaba del proceso.

Protegida por un delantal con pechera, y arremangada hasta los codos, puso en fila los ingredientes como si fuesen elementos en un laboratorio de física.

Primero el antipasto, decidió. Y miró con cautela los hongos que acababa de lavar. No sería fácil rellenarlos con queso, pero la receta decía que debía hacerse. Quitó las puntas y los cortó en finas láminas, tal como indicaba la receta. Siguiendo los pasos, los frio con cebollas tiernas y ajo, y sonrió al percibir el aroma.

Cuando añadió los trozos de pan, el queso y las especias estaba fascinada consigo misma.

Feliz de la vida, no tardó mucho en rellenar con la mezcla los sombreros de los hongos y meterlos en el horno.

Luego tuvo que marinar los pepinos, trocear los pimientos y acondicionar los tomates. Ah, claro… y las aceitunas. Luchó con la tapa de un frasco de gordas aceitunas negras y maldijo cuando el horno anunció el punto de cocción. Corrió a sacar los hongos.

Lo tenía todo bajo control, por supuesto. Se chupó el pulgar que sin querer había rozado el grill que quemaba. Todo era cuestión de eficiencia. ¿Qué diablos tenía que hacer ahora?

Cortó el queso en rodajas y se esmeró para lograr la combinación perfecta de albahaca y aceite de oliva que deseaba para untar el pan que pensaba servir.

Una llamada urgente a la señora Williamson, la cocinera de Templeton House, logró tranquilizarla. Gracias a eso pudo distribuir con toda meticulosidad el antipasto sobre una bandeja.

¿Dónde demonios estaba Byron?, se preguntó. Y deslizó la uña del dedo índice sobre la receta de la pasta con pesto.

—Hojas de albahaca cortadas bien gruesas —leyó. ¿Qué diablos quería decir, exactamente, «cortadas bien gruesas»? ¿Y por qué demonios había que gratinar el parmesano si cualquier don nadie con dos dedos de frente podía comprarlo en lata en el supermercado? ¿Y dónde iba a encontrar piñones?

Los encontró en un recipiente debidamente etiquetado en la alacena de Byron. Tendría que haber supuesto que no faltarían en su despensa. Disponía de todo lo necesario para comer, preparar un buen plato y servir la mesa. Los ingredientes, medidos con sumo cuidado, fueron a parar a la licuadora. Kate decidió que una pequeña plegaria no le haría mal a nadie. Cerró un ojo, rezó en voz alta y encendió la licuadora.

Todo giraba en perfecta armonía.

Ya más sosegada, puso agua a hervir para la pasta y preparó la mesa.

—Perdón —dijo Byron desde la puerta de la cocina—, creo que me he confundido de casa.

—Muy gracioso.

Los perros, que le habían estado haciendo compañía… siempre alerta a cualquier sobra que pudiera caer al suelo, corrieron a saludarlo. Como su olfato y su curiosidad lo habían guiado directo a la cocina, todavía tenía el maletín en la mano. Lo dejó a un lado para acariciar a los perros y miró a Kate con una sonrisilla tonta.

—Tú no sabes cocinar.

—Que no sepa no significa que no pueda hacerlo. —Ansiosa por conocer el resultado de sus esfuerzos, cogió un hongo de la bandeja y lo metió en la boca de Byron—. ¿Y bien?

—Tiene buen sabor.

—¿Tiene buen sabor? —Enarcó una ceja—. ¿Solo eso?

—¿Un sabor extraordinario? —aventuró él—. Te has puesto un delantal.

—Por supuesto que me he puesto un delantal. No pienso llenarme la ropa de salpicaduras.

—Se te ve tan… doméstica. —Apoyó las manos sobre sus hombros y le dio un beso—. Me gusta.

—Pues no te acostumbres. Esta es una ocasión excepcional. —Fue a sacar el champán de la nevera—. Recuerdo cuando Josh atravesó esta fase y quería casarse con Donna Reed.

—Donna Reed. —Abrió la puerta para que salieran los perros y se acomodó en un taburete—. Pues, ahora que lo pienso, se le veía muy sexy con esos delantales de cocina.

—Después lo superó y decidió conquistar a Miss Febrero. —Destapó la botella con un eficaz y rápido giro de muñeca—. Pero siempre ha querido a Margo, por supuesto. Donna y Miss Tetas Enormes eran solo distracciones.

Sacó dos copas de champán del armario y se dio la vuelta con una sonrisa maliciosa.

—Si no me equivoco, ahora tendría que preguntarte: «¿Y cómo ha ido el día, cariño?».

—Ha ido bien. Pero esto es mejor. —Aceptó la copa que ella le ofrecía y se dispuso a brindar—. ¿Qué estamos celebrando?

—Me alegra que te des cuenta de que me he metido en este lío solo porque estamos celebrando algo. —Lanzó un suspiro y miró a su alrededor. Por muy cuidadosa que hubiera querido ser, la cocina estaba llena de platos y utensilios sucios—. ¿Por qué lo haces? Digo, cocinar.

—Disfruto haciéndolo.

—Eres un hombre enfermo, Byron.

—El agua está hirviendo, Donna.

—Oh, claro. —Cogió el paquete de pasta seca y frunció el ceño—. Hay que sacar los espaguetis de la caja y ponerlos a hervir. Olvidemos la estética, de acuerdo, pero ¿cómo puedo saber cuánto son trescientos gramos?

—Tendrás que calcularlo a ojo. Sé que va en contra de tu naturaleza, pero en esta vida todos tenemos que correr riesgos de tanto en tanto.

Al verla tan preocupada, estuvo a punto de decirle que estaba poniendo demasiados espaguetis. Pero se encogió de hombros. Después de todo, era su cena. Para distraerse, se puso a mirar cómo las puntas del lazo del delantal acentuaban las curvas de su precioso culito.

¿Cómo estaría completamente desnuda bajo ese tosco delantal blanco?

Kate se volvió al oír la carcajada.

—¿Qué ocurre?

—Nada. —Bebió otro sorbo de champán—. Una fantasía inesperada y ligeramente embarazosa. Ya pasó. Casi. ¿Por qué no me cuentas qué ha sucedido para que decidieras lanzarte a esta campaña doméstica?

—Te lo contaré. Estuve… Mierda, me he olvidado del pan. —Con la frente arrugada, deslizó la bandeja en el horno y ajustó la temperatura y el tiempo de cocción—. Es imposible conversar y atender todos los detalles de la comida al mismo tiempo. ¿Por qué no pones un poco de música y enciendes las velas? Ayúdame con eso mientras termino aquí.

—A tus órdenes. —Se levantó para hacer lo que le había pedido… y volvió a su puesto—. Katherine, acerca de esa pequeña fantasía… —Meneó la cabeza, divertido consigo mismo—. Quizá la probaremos más tarde.

Demasiado preocupada para prestarle atención, Kate le indicó con un ademán que se fuera y volvió a concentrarse en sus asuntos.

Cuando por fin estuvieron sentados a la mesa, envueltos en deliciosos aromas a la vacilante luz de las velas y arrullados por la voz de Otis Redding, Kate pensó que las cosas no habían salido tan mal.

—Puedo apañármelas muy bien con esto —proclamó después de haber probado y aprobado las pastas—. Una vez al año, digamos.

—Está delicioso, de veras. Y lo agradezco muchísimo. Es fabuloso volver a casa y encontrarse con una mujer hermosa y una comida casera.

—Tenía un exceso de energía. —Partió el pan en dos y le ofreció una mitad—. Pensaba arrastrarte al dormitorio apenas traspasaras el umbral, y luego supuse que podría esperar hasta después de la cena. De todos modos estaba hambrienta. Mi apetito ha mejorado en los últimos meses, no cabe duda.

—Y tu nivel de estrés también —comentó él—. Has dejado de engullir aspirinas y antiácidos como si fueran dulces.

Era cierto, admitió. Ya no consumía esas cosas. Y se sentía mejor que nunca en su vida.

—Pues bien. Hoy hice algo que me hará seguir por ese camino o me mandará de vuelta a la farmacia. —Miró muy seria las burbujas del champán y bebió un sorbo—. He rechazado el ofrecimiento de Bittle.

—¿Lo has rechazado? —Apoyó su mano sobre la de Kate y comenzó a juguetear con sus dedos—. ¿Y estás satisfecha con tu decisión?

—Creo que sí. —Por pura curiosidad, dijo—: No pareces muy sorprendido. Yo misma no sabía que iba a rechazarla hasta que estuve sentada en la oficina del señor Bittle.

—Quizá tu mente no lo sabía, pero tu instinto sí. O tu corazón. Te has integrado a Pretensiones, Kate. Esa tienda es tuya. ¿Por qué abandonarías algo propio para ser parte de algo que ha construido otra persona?

—Porque es lo que siempre he querido, lo que siempre he ambicionado. —Sin creerlo del todo, se encogió de hombros—. Resulta que me ha bastado con saber que soy digna de ocupar ese lugar. Pero es un poco aterrador cambiar así de rumbo.

—No es un cambio tan radical —la corrigió él—. Eres socia de una tienda y estás a cargo de las cuentas.

—Mi título universitario, toda mi educación…

—No creerás que estás tirándolos por la borda, ¿verdad? Eso forma parte de ti, Kate. Ahora lo utilizarás de otra manera, eso es todo.

—No podía volver a esa oficina, a esa… vida —decidió—. Todo parecía tan rígido. Hoy Margo ha venido a la tienda con el bebé. La gente le prestaba atención y estaba encantada con él, y Margo estaba allí sentada con la cuna a su lado, y Laura tuvo que ir a buscar un dragón con alas, y yo envolví para regalo un reloj de bolsillo y separé unos mocasines… —Se interrumpió en seco, avergonzada—. Estoy parloteando y jamás balbuceo.

—No te preocupes. Comprendo lo que quieres decir. Te divierte trabajar allí, ser parte de la tienda. Te sorprende algo que has ayudado a crear.

—Jamás me gustaron las sorpresas. Siempre he querido saber cuándo, dónde y cómo para poder estar preparada. Si una no está preparada, comete errores. Y yo odio cometer errores.

—¿Y estar allí te hace sentir bien?

—Todo indicaría que sí.

—Entonces no hay nada más que decir. —Levantó la copa y tocó la suya—. Adelante.

—Espera a que se lo diga a Margo y a Laura. —La sola idea la hizo reír a carcajadas—. Margo ya se había ido cuando regresé a la tienda y Laura tuvo que salir corriendo a recoger a las niñas, de modo que no tuve ocasión de hablarles. Por supuesto que tendremos que hacer algunos cambios. Es ridículo no tener una pizarra con nuestros horarios de trabajo. Y hay que reestructurar por completo el sistema de precios. El nuevo software que acabo de instalar dinamizará nuestra… —Calló de golpe al ver que Byron se estaba riendo de ella—. No se puede cambiar de la noche a la mañana.

—No tienes que cambiar, Kate. Eso es lo que tus socias necesitan de ti. Aprovecha tus puntos fuertes, muchacha. A todas luces, la cocina italiana es uno de ellos. Este pesto está delicioso.

—¿De veras? —Probó otro poco—. Parece bastante bueno. Quizá pueda prepararlo alguna otra vez. En ocasiones especiales.

—No pienso discutir contigo. —Envolvió con fruición los espaguetis en el tenedor—. Hablando de ocasiones especiales, ya que vas a ser tu propia jefa, podrías tener horarios un poco más flexibles. Por varios motivos que no vienen al caso, no podré viajar a Atlanta en Navidad. Por eso he pensado tomarme algunos días para ir a visitar a mi familia el día de Acción de Gracias.

—Me parece muy bien. —Se negó a reconocer que se sentía desilusionada—. Estoy segura de que tu familia se alegrará de verte, aunque sea durante unos pocos días.

—Me gustaría que vinieses conmigo.

—¿Cómo? —El tenedor quedó a medio camino de la boca.

—Me gustaría que vinieras conmigo a Atlanta para Acción de Gracias y conocieras a mi familia.

—Yo… no puedo. No puedo cruzar el país en avión así como así. No hay tiempo suficiente para…

—Dispones de un mes para arreglar tus horarios. Atlanta no es Bora Bora, Kate. Es Georgia.

—Sé muy bien dónde está Atlanta —dijo con terquedad—. Mira, además del factor tiempo, Acción de Gracias es una celebración familiar. No se lleva a cualquiera a celebrar el día de Acción de Gracias con la familia.

—Tú no eres cualquiera —dijo con voz serena. Oh, había pánico en sus ojos. Muy bien. Podía leerlo perfectamente. Aunque le irritaba, decidió seguir adelante—. Donde yo he nacido, si una mujer te importa de verdad, la invitas a conocer a tu familia. Y quieres que tu familia la conozca. En especial si estás enamorado de esa mujer y quieres casarte con ella.

Kate dio un respingo como si se hubiera quemado con agua hirviendo, y estuvo a punto de derribar la silla cuando se levantó de un salto.

—Espera un minuto. Un momento. Dios mío. ¿De dónde has sacado eso? Preparo una estúpida comida y ya tienes delirios de grandeza.

—Te amo, Kate. Quiero casarme contigo. Sería muy importante para mí si aceptaras pasar unos días con mi familia. Estoy seguro de que Margo y Laura estarían dispuestas a adaptar sus horarios de trabajo para que puedas hacer un viaje corto en esas condiciones.

Tuvo que intentarlo varias veces hasta poder pronunciar palabra.

—¿Cómo puedes quedarte ahí sentado y hablar de horarios laborales con la misma facilidad con la que hablas de matrimonio? ¿Acaso te has vuelto loco?

—Pensé que valorarías mi lado práctico. —Sin saber quién lo irritaba más, si él mismo o la propia Kate, llenó su copa hasta el borde.

—Pues no, no lo valoro. Así que basta ya. No sé de dónde te ha venido esta loca idea del matrimonio, pero…

—Yo no lo llamaría loca idea —dijo, con la vista fija en la copa—. En realidad lo he pensado mucho y muy bien.

—Ah, no me digas. ¿Así que lo has pensado? —La rabia comenzaba a hervir bajo el pánico. Y Kate se dejó llevar—. Así haces tú las cosas, ¿verdad? Así es como funciona Byron de Witt, con su estilo sereno, considerado y paciente. Ahora lo entiendo todo —chilló, cada vez más enfadada—. Cómo es posible que no me haya dado cuenta antes. Eres muy inteligente, Byron. Muy astuto. Y asquerosamente traicionero. Me has ido enredando poco a poco en tu telaraña, ¿verdad? Te has ido apoderando poco a poco. Sin prisas pero sin pausas.

—Tendrás que explicarme lo que quieres decir. ¿De qué me he apoderado exactamente?

—¡De mí! Y no creas que no lo veo todo claro. Primero fue el sexo. Es difícil usar la cabeza cuando no eres más que una enorme glándula hinchada y palpitante.

Podría haberse reído, pero prefirió pinchar una aceituna con sumo cuidado.

—Si mal no recuerdo, el sexo fue tanto idea tuya como mía, sobre todo al comienzo.

—No intentes confundir las cosas —le dijo Kate.

Y estampó las manos sobre la mesa.

—No intento en absoluto confundir las cosas, como dices tú, con los hechos. Prosigue, por favor.

—Luego vino la campaña «volvamos saludable a Kate». Hospitales, malditos doctores, medicinas.

—Supongo que advertirte de que tenías una úlcera ha sido otra de mis estrategias para confundir las cosas.

—Yo podía controlar la situación. Podría haber ido al médico por mi cuenta. Y después empezaste a prepararme comidas sanas. «Tienes que tomar un desayuno decente, Kate. Debes parar un poco con el café». Y sin darme cuenta aquí me tienes, comiendo a horarios regulares y haciendo ejercicio físico.

Byron se pasó la lengua por los dientes y miró su plato.

—Estoy muy avergonzado. Te he tendido una trampa diabólica. Es imperdonable.

—No te hagas el cínico conmigo, embustero. Compraste dos cachorros. Afinaste el motor de mi coche.

Se frotó la cara con las manos antes de ponerse de pie.

—De modo que conseguí los perros y te arreglé el coche para hacerte caer en mis redes perversas. Estás actuando como una tonta, Kate.

—No. Sé muy bien cuándo actúo como una tonta, y ahora no lo estoy haciendo. Has ido avanzando poco a poco, por etapas, hasta conseguir que prácticamente viva aquí.

—Cariño —dijo con una mezcla de afecto y exasperación—, vives aquí.

—¿Lo ves? —Levantó los brazos al techo—. Vivo contigo y ni siquiera me he dado cuenta. Y hasta te preparo la comida, por el amor de Dios. Jamás he cocinado para un hombre en toda mi vida.

—¿De veras? —Conmovido, dio un paso hacia ella. Quiso tocarla.

—No te atrevas. —Temblando de furia, se escudó detrás de la isla central de la cocina—. Todavía te atreves a confundir las cosas hasta ese punto. Te dije que no eras mi tipo, que no iba a funcionar.

Con la paciencia a punto de agotarse, Byron comenzó a balancearse sobre sus talones.

—Al diablo con los tipos. Ha funcionado, y eres perfectamente consciente de que nuestra relación es muy buena. Te amo, y si no fueras tan terca, admitirías que también tú me quieres.

—Tú no sabes cuáles son mis sentimientos, De Witt.

—Está bien… Entonces yo te quiero. Hazte responsable de eso.

—No tengo que hacerme responsable de nada. Tú tienes que responsabilizarte de tus sentimientos. Y en cuanto a tu semiencubierta propuesta de matrimonio…

—Yo no te he propuesto matrimonio —dijo Byron, sin perder su proverbial calma—. He dicho que quería casarme contigo. No te lo he pedido. ¿De qué tienes tanto miedo, Kate? ¿De que yo sea como ese sinvergüenza de Thornhill, que te utilizó hasta que algo más apetecible se le cruzó en el camino?

Kate se puso fría como el hielo.

—¿Y cómo diablos sabes lo de Roger? Has vuelto a entrometerte en mis asuntos, ¿verdad? ¿Por qué no me sorprende?

Byron pensó que ya no tenía sentido seguir mordiéndose la lengua. Lo mejor era soltarlo todo de una vez por todas.

—Cuando alguien me importa tanto como tú, sus asuntos son importantes para mí. Su bienestar es importante para mí. De modo que averigüé algunas cosas. Tú le diste su nombre a Kusack, y yo me he mantenido en contacto con Kusack.

—Te has mantenido en contacto con Kusack —repitió ella—. Entonces sabes que ha sido Roger quien me tendió la trampa.

Byron asintió.

—Y, según parece, tú también lo sabes.

—Hasta esta tarde no había atado todos los cabos. Pero me atrevería a decir que tú lo sabes desde hace tiempo y no has creído necesario comentármelo.

—Todas las pistas conducían a él. El conflicto personal entre vosotros, el acceso a tu oficina. Thornhill hizo llamadas telefónicas a New Hampshire en la misma época en que tú supiste lo de tu padre.

—¿Y cómo sabes lo de las llamadas telefónicas?

—El investigador de Josh consiguió la información.

—El investigador de Josh —repitió ella—. Así que Josh también lo sabe. Y, no obstante, ninguno de los dos ha creído necesario compartir conmigo una información tan útil como esa.

—No la hemos compartido contigo porque habrías corrido a ver a Thornhill y se lo habrías echado en cara. —Byron admitió para sus adentros que él mismo hubiera querido borrarle la cara a puñetazos—. No queríamos alertarlo de ningún modo antes de que concluyera la investigación.

—No queríais —le espetó—. Qué lástima, porque yo ya se lo eché en cara y arruiné vuestros planes. No tenías ningún derecho a hacerlo a mis espaldas, a adueñarte de mi vida.

—Tengo todo el derecho de hacer lo que sea necesario para protegerte y ayudarte. Y eso es lo que he hecho. Y lo que pienso continuar haciendo.

—Me guste o no a mí.

—Como tú digas. Yo no soy Roger Thornhill. No lo soy, y jamás te he utilizado.

—No, tú no eres de los que utilizan a los demás, Byron. ¿Sabes qué eres? Un manipulador. Eso es lo que haces tú, manipular a la gente. Y por eso eres tan bueno en tu trabajo… esa paciencia, ese encanto, esa habilidad para poner a los otros de tu lado sin que se den cuenta de que están siendo manipulados. Bien, conmigo ya no podrás hacerlo más. No me dejaré manipular. Y puedes apostar tu cabeza a que no podrás manipularme para que me case contigo.

—Espera un momento, maldita sea.

Le obstruyó el paso, impidiéndole salir. Ella lanzó un grito cuando él la aferró del brazo. Temiendo haberse excedido en el uso de la fuerza y cegado por la furia, Byron se sobresaltó y aflojó la presión. Vio que tenía cardenales en el brazo. Su cerebro fue presa de una ofuscación espantosa y oscura.

—¿Qué diablos es esto? —preguntó.

Kate sintió que el corazón se le salía por la boca bajo aquella mirada fija e implacable.

—Suéltame.

—¿Quién te ha hecho estas marcas?

Alzó el mentón en actitud defensiva. La furia que destellaba en los ojos de Byron era tan mortífera como la hoja de una espada bien afilada.

—Ya he presenciado tu número del caballero andante, Byron. No tengo interés en verlo de nuevo.

—¿Quién te ha puesto la mano encima? —insistió él, recalcando las palabras.

—Alguien que tampoco ha podido aceptar un no por respuesta —le espetó.

Se arrepintió amargamente de sus palabras, incluso antes de pronunciarlas. Pero era demasiado tarde. Los ojos de Byron se volvieron vacuos e indiferentes. Con perfecta calma, se apartó de su camino.

—Estás confundida. —Su voz era deliberadamente fría y serena—. Yo puedo aceptar un no por respuesta. Y dado que ese parece ser el caso, creo que no tenemos nada más de qué hablar.

—Te pido disculpas por lo que acabo de decir. —Las mejillas le ardían de vergüenza—. Ha sido totalmente innecesario. Pero no me gusta que te entrometas en mis asuntos ni que supongas que voy a encajar en tus planes.

—Entendido. —Lo había herido, y Byron sintió que el dolor era como una roja bola de fuego en sus entrañas—. Esto se termina aquí, como ya he dicho. Es evidente que tenías razón desde un principio. Queremos distintas cosas y no va a funcionar. —Con la intención de alejarse de ella fue hacia la mesa y se sirvió una copa de champán—. Puedes llevarte tus cosas ahora mismo o cuando te vaya bien.

—Yo… —Se quedó mirándolo, perpleja. Era increíble que pudiera cerrar de aquel modo la puerta entre ambos, sin inmutarse—. Yo no… no puedo… me voy —atinó a decir.

Y salió corriendo.

Byron escuchó el portazo y se sentó muy despacio, como si fuera un anciano. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Era una ironía que ella lo creyera un brillante estratega cuando hasta un ciego que pasara al galope podría ver cómo lo había echado todo a perder.

Regresó a casa, por supuesto. ¿Adónde iban las personas cuando estaban heridas? La escena que encontró en el salón era tan alegre, tan familiar y tan idéntica a lo que le habían ofrecido y ella había rechazado que tuvo ganas de gritar.

Josh estaba sentado en la mecedora junto al fuego; los destellos de las ondulantes llamas jugaban sobre su rostro y el de su hijo dormido. Laura servía café en preciosas tazas de porcelana, mientras su hija menor remoloneaba a sus pies. Margo estaba acurrucada en un extremó del sillón con Ali, y juntas miraban una revista de modas.

—Kate. —Laura levantó la vista y sonrió para darle la bienvenida—. Llegas justo a tiempo para el café. He tenido que sobornar a Josh con uno de esos jamones glaseados con miel que prepara la señora Williamson para convencerlo de que trajera al bebé.

—Quizá haya dejado algunos restos —añadió Margo—. Si es que tienes hambre.

—Solo me serví por segunda vez.

—Te serviste por segunda vez dos veces, tío Josh —señaló Kayla. Y se fue a ver al bebé, como lo venía haciendo cada cinco minutos.

—Eres toda una espía. —Y le pellizcó la nariz.

—Tía Kate está enfadada —Ali se irguió en el sillón—. Estás enfadada con alguien, ¿no es cierto, tía Kate? Tienes la cara roja como un pimiento.

—Es verdad —aprobó Margo, tras haberla mirado más de cerca—. Y hasta oigo rechinar sus dientes.

—Fuera. —Kate señaló con el dedo a Josh—. Tú y yo hablaremos más tarde, pero ahora vete. Y llévate tu testosterona contigo.

—Jamás voy a ninguna parte sin ella —dijo Josh sin inmutarse—. Y estoy muy cómodo aquí.

—No quiero ver a hombres. Si veo a un hombre dentro de los próximos sesenta segundos, tendré que matarlo con mis propias manos.

Josh respiró hondo y fingió sentirse insultado, pero se levantó.

—Llevaré a J. T. a la biblioteca y beberemos oporto y nos fumaremos unos cigarros. Y hablaremos de deportes, coches y herramientas.

—¿Puedo ir con vosotros, tío Josh?

—Por supuesto. —Tendió a Kayla su mano libre—. No soy ningún sexista.

—Tienes que ir a acostarte dentro de media hora, Kayla —le recordó Laura—. Ali, ¿por qué no vas a hacer compañía a tío Josh hasta que sea la hora de ir a la cama?

—Quiero quedarme aquí. —Hizo asomar su labio inferior y se cruzó de brazos—. No tengo que irme solo porque tía Kate vaya a gritar e insultar. No soy un bebé.

—Déjala que se quede. —Kate hizo un ademán grandilocuente con los brazos—. Nunca es demasiado pronto para aprender cómo son en verdad los hombres.

—Sí, a veces es demasiado pronto —la corrigió Laura—. Allison, ve a la biblioteca con tu tío o sube a darte un baño.

—Siempre tengo que hacer lo que tú dices. No lo soporto. —Salió hecha una furia y subió las escaleras con grandes pisotones para ir a rumiar su descontento a solas.

—Bien, eso sí que ha sido agradable —murmuró Laura. Y se preguntó por enésima vez qué había ocurrido con su dulce y obediente Ali—. ¿Qué nota de color te propones añadir, Kate?

—Los hombres son unos cerdos. —Cogió una taza de café y se la bebió de un trago, como si fuera whisky.