15

—Todo esto es tan increíblemente estúpido. —Desnuda, y a punto de reventar de impaciencia, se soplaba el flequillo de los ojos—. Me siento como una imbécil.

—Deja en paz tu cabello —le ordenó Margo—. Me he esforzado demasiado en adecentarlo para que ahora lo eches a perder. Y deja de morderte los labios.

—Detesto tener los labios pintados. ¿Por qué no me dejas verme la cara? —Kate estiró el cuello, pero Margo había cubierto el espejo del probador—. Parezco un payaso, ¿verdad? Has hecho que parezca un payaso.

—A decir verdad, más bien pareces una ramera barata. Pero te queda bien. Quédate quieta, maldita sea. Tengo que ponerte esto.

Sufriente y resignada, Kate levantó los brazos y Margo la enfundó en lo que parecía un instrumento de tortura del medievo.

—¿Por qué me haces esto, Margo? Te he firmado el cheque con el que pagar a ese estúpido trío de cuerdas, ¿no es cierto? Y hasta he aprobado las trufas… aunque sé que las olisquean los cerdos y son espantosamente caras.

Con la expresión de un general que guía a sus tropas a la batalla, Margo ajustó el corsé.

—Has aceptado que fuera tu asesora de imagen esta noche. La recepción y la subasta de caridad anual es el evento más importante de Pretensiones. Así que ahora deja de cacarear.

—Y tú deja de jugar con mis tetas.

—Ah, pero las quiero tanto. Ya está. —Margo retrocedió y sonrió satisfecha—. No he tenido mucho de donde coger, pero…

—Tú cierra el pico, señorita Pezones —masculló Kate. Luego se miró la pechera y lanzó un grito—. ¡Diablos! ¿De dónde han salido?

—¿Asombroso, verdad? Con el arnés apropiado, esas cachorrillas se levantan solas.

—Tengo pechos. —Atónita, Kate palmeó la prominencia que surgía del satén y del encaje negros—. Y escote.

—Todo es cuestión de colocarlas en la posición correcta y aprovechar al máximo lo que la naturaleza nos ha dado. Aunque sea casi nada.

—Cállate. —Sonriendo, Kate se pasó las manos por el torso—. Mira, mamá. Soy una chica.

—Y eso que aún no has visto nada. Ponte esto. —Margo le arrojó una minúscula pieza de encaje elástico.

Kate estudió el portaligas, lo estiró un poco y resopló.

—Bromeas.

—Pues no seré yo quien te lo ponga. —Margo palmeó el bulto bajo su resplandeciente túnica color plata—. A los siete meses y algunos días, doblar la cintura no es tan fácil como solía ser.

—Esto parece la prueba de vestuario de una película porno. —Después de una breve lucha, Kate acomodó la diminuta prenda en su lugar—. Dificulta un poco la respiración.

—Son medias de seda —aclaró Margo—. Será mejor que te sientes para ponértelas. —Con los brazos en jarras, Margo supervisaba la producción—. No tan rápido, que las desgarrarás. No son como tus medias de fabricación industrial a prueba de balas.

Kate la miró de reojo con el ceño fruncido.

—¿Tienes que estar ahí mirándome?

—Sí. ¿Dónde está Laura? —se preguntó Margo, y comenzó a ir de una punta a otra del probador—. Ya tendría que estar aquí. Si los músicos no aparecen en los próximos diez minutos, no tendrán tiempo para acomodarse en sus lugares antes de que lleguen los invitados.

—Todo saldrá bien. —Tiesa como un palo, Kate alisó las medias sobre sus piernas—. ¿Sabes, Margo? Creo que sería mejor que esta noche mantuviera un discreto segundo plano. Con este nubarrón sobre mi cabeza, las cosas se vuelven más difíciles.

—Cobarde.

Kate levantó la cabeza con la velocidad del rayo.

—No soy ninguna cobarde. Soy un escándalo.

—Y el año pasado el escándalo era yo. —Margo se encogió de hombros—. Quizá podamos inventar algo para que Laura represente ese papel el año próximo.

—No es gracioso.

—Nadie lo sabe mejor que yo. —Margo apoyó la mano sobre la mejilla sonrojada de Kate—. Nadie comprende mejor que yo lo asustada que estás en este momento.

—Supongo que no. —Reconfortada, Kate volvió la cara sobre la palma de Margo—. Es que ya ha pasado demasiado tiempo. Me paso la vida esperando a que el personaje de Kusack entre en escena y me lleve a rastras, encadenada. No basta con que ellos no puedan demostrar que lo hice, si yo no puedo demostrar que no lo hice.

—No pienso decirte que ya lo superarás. Eso tampoco bastaría. Pero te aseguro que nadie que te conozca lo cree posible. ¿No me has dicho que Byron ha encontrado la punta del ovillo?

—En realidad no me ha explicado nada. —Movió un poco la cadera y tiró de la goma del cinturón de encaje—. Murmuró el equivalente de «que tu linda cabecita no se preocupe por nada». Odio eso.

—A los hombres les gusta jugar al caballero andante, Kate. No tiene nada de malo permitirles hacerlo de vez en cuando.

—Hace ya varias semanas que Marty nos consiguió las fotocopias. Las he leído miles de veces, renglón por renglón, pero… —Se retractó—. Bueno, todos hemos estado muy ocupados, y los altavoces de la policía no me han arrancado de mi sueño para decirme que estoy rodeada.

—No te preocupes. Si eso ocurre, no permitiremos que te atrapen con vida. Si esta noche hacen una redada en la tienda, Byron te ayudará a escapar en uno de sus coches tan masculinos.

—Si es que viene. Tenía que volar a Los Ángeles esta mañana. Creí que te lo había dicho.

—Regresará a tiempo.

—No estaba seguro. —Kate no quería lamentarse—. No tiene importancia.

—Estás loca por él.

—No lo estoy. Tenemos una relación muy madura y satisfactoria para ambos. —Distraída, volvió a tirar de la goma—. ¿Cómo se ajustan estas cosas?

—Dios. Déjame a mí. —Resoplando, Margo se arrodilló y le mostró cómo ajustar las medias en el portaligas.

—Perdonadme. —Laura se detuvo en el umbral de la puerta, y empujó la lengua contra su mejilla—. Me parece que estoy de más. Quizá os interese compartir algo conmigo.

—Otra comedianta. —Kate miró hacia abajo, vio la cabeza de Margo y lanzó una carcajada—. Diablos, esto sí que es un escándalo. Ex símbolo sexual embarazada y sospechosa de desfalco celebran su estilo de vida alternativo.

—¿Puedo ir a buscar mi cámara? —preguntó Laura.

—Listo —proclamó Margo. Y extendió la mano—. Deja de reírte como una tonta, Laura, y ayúdame a levantarme.

—Perdona. —Mientras ayudaba a Margo a ponerse de pie, miraba a Kate de arriba abajo. Estaba sentada en una elegante silla Reina Ana, y llevaba puesto un corpiño negro con portaligas de encaje del mismo tono y medias negras de seda—. Pues, Kate, se te ve tan… distinta.

—Tengo tetas —proclamó. Y se levantó de la silla—. Margo me las ha dado.

—¿Para qué están las amigas? Quizá quieras terminar de vestirte, a menos que hayas decidido que ese será tu atuendo esta noche. Los músicos han llegado unos segundos después que yo.

—Magnífico. Laura, es el de color bronce, largo hasta el suelo. —Margo hizo un gesto vago y se dirigió al salón principal—. Ahora vuelvo.

—¿Por qué diablos cree que necesito que me vistan? Ya hace varios años que me visto sola.

—Deja de protestar. —Laura cogió el vestido que Margo había elegido—. La ayuda a no ponerse nerviosa por lo de esta noche. Y… —Laura frunció los labios mientras estudiaba el vestido—. Tiene un ojo clínico. Te quedará estupendo.

—Detesto todo esto. —Kate suspiró con ganas y se metió dentro del vestido—. Quiero decir, está muy bien para ella… le encanta. Y tú… estás muy elegante envuelta en papel de estaño. Yo no podría llevar ni en sueños eso que llevas. ¿Y qué es, por cierto?

—Es antiquísimo —dijo Laura, sin dar demasiada importancia al elegante vestido de noche en tonalidades plata hecho a medida—. Quiero llevarlo por última vez antes de ponerlo a la venta. Lista, ya está todo abrochado. Retrocede un poco, déjame verte.

—¿No parezco una estúpida, verdad? Mis brazos ya no están tan mal como antes. Quiero decir… que los bíceps ya están asomando. También he comenzado a trabajar los deltoides. Los hombros huesudos no son para nada atractivos.

—Estás bellísima.

—En realidad no me importa, pero no quiero parecer estúpida.

—Muy bien, habéis acabado justo a tiempo —anunció Margo, entrando a toda prisa. Se sostenía el vientre con una mano e intentaba ignorar el hecho de que el bebé parecía decidido a quedarse sobre su vejiga. Ladeó la cabeza, estudió durante unos minutos su creación con los ojos entornados, y asintió—. Estupendo, de veras, estupendo. Solo restan los últimos detalles.

—Oh, escucha.

—Oh, mamá, ¿tengo que ponerme este exquisito collar de piedras preciosas? —Lloriqueó Margo mientras lo sacaba de la caja—. Oh, por favor, no me obligues a llevar también esos delicados pendientes.

Kate clavó los ojos en el cielorraso mientras Margo la adornaba.

—¿Puedes imaginarte lo que le hará a ese bebé? Apenas asome la cabeza al mundo, lo enfundará en un Armani con todos sus accesorios.

—Chiquilla malcriada. —Margo sacó un atomizador de su bolsillo y la roció con perfume antes de que Kate pudiera impedirlo.

—Sabes que odio que me hagas eso.

—¿Y por qué otro motivo lo haría? Ahora date la vuelta y… redoble de tambores, por favor.

Con ademán teatral, Margo retiró la tela que cubría el espejo.

—Por todos los demonios. —Kate quedó boquiabierta, paralizada frente al espejo.

Aún podía reconocer a la antigua Kate, pensó aturdida.

Pero ¿de dónde habían salido aquellos ojos exóticos… y esa boca indiscutiblemente erótica?

Su figura era, a todas luces, una figura de mujer con todas las letras. Enfundada en un color bronce resplandeciente, su piel parecía bruñida.

Carraspeó un poco y giró, y volvió a girar.

—No está mal —atinó a decir.

—Un emparedado de queso caliente no está mal —la corrigió Margo—. Pero, guapa, a ti se te ve peligrosa.

—Puede que sí —Kate sonrió y observó las cadencias sensuales de su boca de sirena—. Maldita sea, ojalá Byron llegue a tiempo. Solo esperad a que me vea así.

Byron estaba haciendo lo imposible por llegar. El viaje a Los Ángeles había sido inoportuno pero necesario. En circunstancias normales, habría hecho un recorrido completo y visitado también los hoteles y resorts de Santa Bárbara, San Diego y San Francisco. Sabía que para el personal de cada hotel Templeton era importante tener esa conexión personal con la sede central.

Josh manejaba las fábricas, los huertos y viñedos y las plantas industriales, y continuaba supervisando personalmente las sedes internacionales. Pero Byron era el responsable de California. Y él jamás tomaba a la ligera sus responsabilidades.

Además, aún quedaban por calmar algunos ánimos tras el reinado de Peter Ridgeway, que a todas luces había sido tan frío como eficiente.

Sabía lo que se esperaba de él: el toque personal que era el sello de la organización Templeton y la garantía de su prosperidad. Recordar nombres, caras y detalles.

Hasta en el vuelo de regreso había dictado a su asistente una gran cantidad de memos, despachado incontables faxes y cerrado una última reunión a través del teléfono móvil.

Ahora estaba en su casa y se le había hecho tarde, pero lo había previsto. Con esa destreza que da la costumbre, colocó velozmente los gemelos en la camisa de su esmoquin. Tal vez debería llamar a Kate a la tienda para avisarle que iba en camino. Miró el reloj. La recepción había comenzado dos horas antes. Seguramente estaría ocupada.

¿Lo echaría de menos?

Quería que lo echara de menos. Quería que mirara en dirección a la puerta cada vez que alguien entrara. Y que esperara anhelante. Quería que pensara en él, que deseara tenerlo allí, a su lado, para compartir comentarios y observaciones sobre los demás invitados. Como siempre hacían las parejas.

Ansiaba ver ese interrogante en sus ojos, esa mirada suya que decía claramente: «¿Qué estás haciendo aquí, De Witt? ¿Qué pasa entre nosotros? ¿Y por qué?».

Y ella continuaría buscando la respuesta práctica, racional. Y él aportaría el factor emocional.

Era una buena mezcla, decidió mientras ajustaba el nudo de su corbata negra.

Estaba dispuesto a esperar a que Kate llegara a la misma conclusión. Al menos por un tiempo. Ella necesitaba salir de la crisis y dejar atrás toda aquella amargura. Y él pretendía ayudarla. Bien podía esperar a que se despejara la tormenta antes de mirar hacia el futuro.

Sonó el teléfono junto a la cama. Pensó dejar que atendiera el contestador automático. Familia o trabajo, supuso, dos cosas que podían arreglárselas sin él por un par de horas. Pero Suellen estaba esperando su primer nieto y…

—Diablos. —Cogió el teléfono—. De Witt.

Escuchó, preguntó y verificó. Y, con una sonrisa sombría en el rostro, colgó. Según parecía, tendría que hacer una parada antes de la fiesta.

Kusack todavía estaba en su oficina. Era la noche de bridge de su esposa y le había tocado ser la anfitriona. Él prefería un sencillo bocadillo de albóndigas y una soda tibia en la comisaría a los minúsculos bocadillos para señoras que en ese momento se servían Chez Kusack. Definitivamente prefería el aroma del café recalentado, la abrumadora insistencia de los teléfonos y los incesantes altercados y quejas de sus colegas a los perfumes empalagosos, las risillas y los cotilleos de una partida de bridge entre señoras.

Siempre había papeles por revisar. Aunque jamás se resignaría a admitirlo, le gustaba revisar papeles y se lanzaba sobre ellos como un san bernardo atraviesa una tormenta de nieve. Con ritmo lento y constante.

Le gustaba esa parte tangible del papeleo, hasta la rebuscada jerga policial, imprescindible para los informes oficiales. Se había adaptado a los ordenadores con más facilidad que muchos policías de su edad. Para Kusack un teclado era un teclado, y él había usado lo que denominaba método bíblico de mecanografía —busca y encontrarás— durante toda su carrera profesional.

Jamás le había fallado.

Golpeaba las teclas y sonreía para sus adentros a medida que las letras aparecían en la pantalla, cuando fue interrumpido por un hombre de esmoquin.

—¿Detective Kusack?

—Sí. —Se recostó en la silla y evaluó el esmoquin con ojo policial. No era alquilado, decidió. Hecho a medida y muy caro—. No es noche de graduación, y de todos modos está demasiado viejo para esos trotes. ¿En qué puedo servirlo?

—Mi nombre es Byron de Witt. He venido para hablar de Katherine Powell.

Kusack lanzó un gruñido y cogió su lata de soda.

—Creía que su abogado se llamaba Templeton.

—No soy su abogado. Soy su… amigo.

—Ajá. Pues, amigo, no puedo discutir los asuntos de la señorita Powell con el primero que entre por esa puerta. Por muy bien vestido que esté.

—Kate olvidó mencionar que usted era un hombre afable. ¿Puedo pasar?

—Póngase cómodo —digo Kusack con desgana. Quería regresar a la monotonía de sus papeles, no hablar de tonterías con el príncipe encantado—. Los servidores públicos con miserables salarios siempre estamos a su disposición.

—No le robaré demasiado tiempo. Tengo una prueba a favor de la señorita Powell. ¿Le interesa, Kusack, o debo esperar a que termine de cenar?

Kusack se pasó la lengua por los dientes y miró la mitad restante de su bocadillo de albóndigas.

—La información es siempre bienvenida, señor De Witt, y estoy aquí para servirlo. —Al menos hasta que se dispersaran las jugadoras de bridge—. ¿Qué es lo que cree tener?

—He conseguido copias de los documentos en cuestión.

—¿De veras? —Kusack entrecerró sus ojos mansos—. ¿De veras? ¿Y cómo lo ha hecho para conseguirlas?

—Sin violar ninguna ley, detective. Y cuando las copias estuvieron en mi poder hice aquello que, a mi torpe y civil entender, habría que haber hecho desde un principio. Se las mandé a un perito calígrafo.

Kusack se recostó en su silla, cogió lo que quedaba de su cena y le hizo una seña para que continuara con la mano que le había quedado libre.

—Acabo de recibir el informe de mi experto por teléfono. Le pedí que me lo enviara por fax. —Byron sacó una hoja del bolsillo, la desplegó y la apoyó sobre el escritorio de Kusack.

—Fitzgerald —dijo Kusack con la boca llena—. Buen hombre. Lo consideran el mejor en su campo.

Eso había dicho Josh, recordó Byron.

—Hace más de una década que fiscales y abogados defensores por igual emplean sus servicios —dijo.

—Sobre todo los defensores… de clientes ricos —masculló Kusack. Allí se olía claramente el tufillo de los Templeton—. Cuesta una fortuna.

«Y tiene una agenda muy apretada», pensó Byron. De allí la demora en obtener el informe.

—Más allá de sus honorarios, detective, tiene una reputación impecable. Si se toma la molestia de leer el informe, verá que…

—No tengo necesidad de leerlo. Ya sé lo que dice. —Era una bajeza de su parte, supuso Kusack, pero le gustaba torcer el brazo a aquel hombre que no tenía un gramo extra de grasa en el cuerpo y podía llevar un uniforme de librea sin parecer un imbécil.

Byron cruzó las manos. La paciencia era, y siempre había sido, su mejor arma.

—Entonces ya ha hablado con el señor Fitzgerald en relación a este tema.

—No. —Kusack buscó una servilleta y se limpió la boca—. Tenemos nuestros propios peritos calígrafos. Hace un par de semanas llegaron a una conclusión. —Reprimió un eructo por educación—. Las firmas de los formularios alterados son una copia exacta. Demasiado exacta —añadió antes de que Byron pudiera interrumpirlo—. Nadie escribe su nombre de la misma, exacta y precisa manera cada vez que firma. Todos los formularios alterados tienen la misma firma precisa, trazo por trazo, curva por curva. Son imitaciones. Probablemente calcadas de la firma de la señorita Powell en el formulario 1040 I original.

—Si sabe todo eso, ¿por qué sigue aquí sentado? Ella está viviendo un infierno.

—Sí, me lo imagino. El problema es que debo poner todos los puntos sobre las íes. Así es como funciona. Todavía nos falta investigar un par de cosas.

—Puede ser, detective, pero la señorita Powell tiene derecho a conocer el estado de sus pesquisas.

—Da la casualidad, señor De Witt, de que ahora mismo estaba terminando mi informe sobre los progresos de esta investigación. Tengo que ver al señor Bittle mañana a primera hora y luego continuaré investigando.

—No me dirá que cree que Kate ha imitado su propia firma.

—¿Sabe una cosa? Creo que es lo suficientemente astuta como para hacer algo tan inteligente como eso. —Hizo una bola con la servilleta, apuntó y acertó en un cesto rebosante de papeles—. Pero… no la creo tan estúpida ni tan codiciosa como para haber arriesgado su trabajo y su libertad por unos míseros setenta y cinco mil dólares. —Hizo rotar los hombros, que se le habían puesto rígidos después de tantas horas ante su escritorio—. No la creo capaz de arriesgar su trabajo ni su libertad por ninguna suma de dinero.

—Entonces cree que es inocente.

—Sé que es inocente. —Kusack lanzó un breve suspiro y se ajustó el cinturón—. Mire, De Witt, hace mucho tiempo que vengo haciendo este trabajo. Sé cómo mirar los antecedentes de las personas, sus costumbres y sus debilidades. Yo diría que la debilidad de la señorita Powell, si queremos llamarla así, era dar el gran golpe en Bittle. Ahora bien, ¿por qué habría de arriesgar algo que deseaba tanto por un poco de dinero? No apuesta, no consume drogas, no se acuesta con el jefe. Si quisiera dinero fácil, siempre podría recurrir a los Templeton. Pero no. Invierte sesenta horas semanales en Bittle y aumenta su cartera de clientes. Eso indica que es trabajadora y ambiciosa.

—Podría haberle dado a entender que la creía.

—No es mi trabajo tranquilizar las almas ansiosas. Y tengo mis razones para mantenerla en ascuas. La evidencia es lo único que construye o destruye un caso en la vida real. Y reunir una evidencia lleva tiempo. Ahora… le agradezco que me haya traído esto. —Devolvió el informe del experto a Byron—. Si sirve de algo, puede decir a la señorita Powell que el departamento de policía no piensa acusarla de nada.

—Eso no es suficiente —dijo Byron, levantándose.

—Algo es algo. Todavía tengo que rastrear esos setenta y cinco mil, señor De Witt. Luego habremos terminado.

Todo indicaba que tendría que darse por satisfecho con eso. Byron volvió a guardar el informe en su bolsillo y miró a Kusack.

—Usted jamás creyó que Kate fuera culpable.

—Siempre inicio mis investigaciones con la mente abierta y libre de prejuicios. Quizá lo hizo, quizá no lo hizo. Después de tomarle declaración, supe que no lo había hecho. Por la nariz.

Byron sonrió con curiosidad.

—¿No olía a culpable?

Kusack lanzó una risotada, se levantó y se estiró un poco.

—Ahí lo tiene. Usted diría que yo tengo nariz para olfatear a los culpables. Pero yo hablaba de la nariz de la señorita Powell.

—Lo lamento. —Byron negó con la cabeza—. He perdido el hilo.

—Alguien que se zambulle de cabeza en la tercera base y se rompe la nariz para marcar un doble tiene cojones. Y estilo. Alguien que ansia tanto ganar no roba. Robar es demasiado fácil, y este tipo de robo es demasiado vulgar.

—En la tercera base —murmuró Byron con una sonrisa tonta—. Entonces así fue como se lo hizo. No se lo había preguntado. —Como Kusack también sonreía, Byron le tendió la mano—. Gracias por su tiempo, detective.

La multitud ya se había dispersado cuando Byron llegó a la fiesta. «Tres horas tarde», pensó sobresaltado. La subasta obviamente había terminado, y solo quedaban algunas personas bebiendo o conversando. La fragancia del jazmín nocturno en flor se mezclaba con el aroma de los perfumes y el vino.

Primero vio a Margo, quien coqueteaba con su esposo. Se dirigió hacia ella, pero sus ojos buscaban a Kate.

—Lamento llegar tan tarde, Margo.

—Y haces bien. —Hizo un mohín y le dio un beso fugaz en los labios—. Te has perdido la subasta. Ahora tendrás que venir la semana próxima y comprar algo muy pero muy caro.

—Es lo menos que puedo hacer. A propósito, estás estupenda.

«Si ni siquiera te has molestado en mirarme», pensó ella. Y disimuló una sonrisa al verlo escrutar ansiosamente el salón.

—Hemos recaudado más de quince mil dólares para la organización Wednesday’s Child. Nada me hace más feliz que recaudar dinero para ayudar a los niños discapacitados.

Josh la abrazó desde atrás y ambos apoyaron sus manos, en ademán protector, sobre el vientre de Margo. El bebé no paraba de moverse.

—Margo está tratando de no jactarse por la cantidad de nuevos pedidos de género.

—Es un evento de caridad —dijo con voz engolada… y lanzó una carcajada—. Querido mío, ya verás lo que haremos la semana próxima. De hecho, Kate está en la oficina anotando todos los pedidos.

—Iré a avisarle que he llegado. A decir verdad, yo… —Se interrumpió, dividido entre dos lealtades. Después de todo, Josh era su abogado—. No, tengo que decírselo a ella primero. Quedaos aquí hasta que regrese.

Iba a cruzar el salón cuando Kate salió de la oficina.

—Aquí estás. —Le sonrió radiante—. Pensé que te habías quedado en Los Ángeles. No tenías que… —Se interrumpió al ver que él la miraba como si le hubiesen hecho una lobotomía en el viaje de regreso—. ¿Qué ocurre?

Byron se las ingenió para cerrar la boca y volver a respirar.

—De acuerdo, ¿quién eres tú y qué le has hecho a Katherine Powell?

—Diablos, un tío no te ve durante unas pocas horas y… ¡ah! —Se le iluminó la cara y giró sobre sus pies, tratando de parecer sofisticada—. Lo había olvidado. Es obra de Margo. ¿Qué opinas?

Primero se dirigió a Margo:

—Dios te bendiga —dijo con fervor. Luego cogió la mano de Kate—. ¿Qué opino? Creo que se me ha parado el corazón. —Le besó los dedos, pero quería más; la besó en la boca.

—¡Vaya! —Un tanto sorprendida por la vertiginosa profundidad del beso, dio un cauteloso paso atrás—. Mira lo que logran un poco de emplasto en la cara y un sostén con armazón.

Byron bajó la vista.

—¿Eso es lo que tienes ahí debajo?

—No vas a creer lo que tengo ahí debajo.

—¿Cuánto tardaré en averiguarlo?

Divertida con su reacción, Kate se puso a juguetear con su corbata.

—Pues, muchachote, si juegas bien tus cartas podemos…

—Maldita sea. —Le cogió ambas manos—. Es asombroso cómo una mujer sexy puede ponerle a uno la mente en blanco. Tengo noticias para ti.

—¡Pues vaya! Si prefieres hablar de cosas mundanas y no de mi ropa interior…

—No me distraigas. Vengo de ver al detective Kusack. Por eso he llegado tarde.

—¿Has ido a verlo? —El sensual rubor abandonó por completo sus mejillas—. ¿Te ha llamado él? Lo lamento, Byron. No tienes por qué involucrarte en esto.

—No. —La sacudió apenas—. Quédate quieta. Fui a verlo porque finalmente recibí el informe que esperaba. Había enviado los documentos que nos dio Marty Bittle al perito calígrafo que Josh me recomendó.

—¿Perito calígrafo? No me habías dicho nada. Josh tampoco.

Byron se apresuró a proseguir al ver la chispa de enfado en su mirada.

—Queríamos esperar hasta tener los resultados. Y ya los tenemos. Eran falsas, Kate. Copias de tu firma.

—Copias. —Le temblaban las manos—. ¿Puede probarlo?

—Es uno de los profesionales más respetados de este país. Pero no lo necesitamos. Kusack ya había verificado las firmas. Sabe que son falsas. No te considera sospechosa, Kate. Según parece, jamás ha creído que lo fueras.

—Me creyó.

—Recibió el informe de su perito poco antes de que yo recibiera el mío. Mañana por la mañana llevará a Bittle esos datos y un informe sobre los progresos de la investigación.

—Yo… apenas puedo creerlo.

—No te preocupes. —Apoyó los labios sobre su frente—. Tómate tu tiempo.

—Tú me creíste —dijo conmovida—. Desde el primer día, en los acantilados. Ni siguiera me conocías, pero me creíste.

—Sí, te creí. —Volvió a besarla y sonrió—. Debe de ser esa nariz.

—¿Qué nariz?

—Te lo explicaré más tarde. Ven, tenemos que contárselo a Josh.

—De acuerdo. Byron… —Le apretó el brazo—. Has ido a ver a Kusack antes de venir aquí. ¿Llamarías a eso una hazaña digna de un caballero andante?

«Parece una pregunta capciosa», pensó él.

—Podría considerarse así.

—Eso pensé. Escucha, no quisiera que esto se convierta en un hábito, pero gracias. —Conmovida y agradecida, lo besó suavemente en los labios—. Muchísimas gracias.

—De nada. —Como no quería ver sus ojos llenos de lágrimas, sino sonrientes, recorrió con la yema del índice su bello hombro desnudo—. ¿Eso significa que puedo ver tus prendas íntimas?