28: La herida reveladora

28

La herida reveladora

Todos los combatientes que había en la sala, vampiros, miembros del culto y bárbaros, quedaron petrificados por igual durante un segundo por el espeluznante alarido de Raiza y su espantosa transformación.

Ulrika fue la primera en salir de la parálisis, alimentada por la furia. Kiraly había matado a la más honorable de las lahmianas de Praag, la única a la que Ulrika habría llamado amiga. Descargó una andanada de golpes sobre Jodis, le hendió la cabeza y la derribó, y luego se abrió camino a empujones entre los bárbaros en dirección a Kiraly, con la espada en alto.

—¡Asesino! —rugió.

El vampiro enmascarado sacó una tercera Esquirla de debajo de la capa, pero luego vaciló, como si sopesara los diferentes objetivos, y en ese instante Ulrika lo acometió y le abrió un tajo profundo en una muñeca. Con un bramido de dolor, cayó de espaldas por la ventana, y Ulrika subió de un salto al alféizar, dispuesta a saltar tras él.

—¡No, hermana! ¡Protege a nuestra señora!

Ulrika se volvió a mirar atrás. La pequeña Galiana estaba arrastrando a Evgena hacia el hogar, mientras los bárbaros luchaban para abrirse paso a través de la red de ardientes hebras y seguirlas. Jodis yacía donde había caído, con la cabeza sangrando.

—¡Protege nuestra retirada! —gritó Galiana.

Ulrika vaciló. Su alma clamaba pidiendo venganza contra Kiraly, pero había jurado defender a Evgena con su vida. Maldijo y saltó de vuelta al interior de la habitación para cargar contra la espalda de los bárbaros que se aproximaban a su señora. La venganza tendría que esperar hasta más tarde.

Los nórdicos se dispersaron cuando el estoque de Ulrika les abrió tajos en los hombros y en el cuello, y quedó a la vista el cuerpo de Raiza, consumida, tendida en el lugar donde había caído, con el pecho hundido alrededor de la Esquirla que tenía clavada y que brillaba con un resplandor rojo. Ulrika no podía dejarla allí. La recogió para echársela sobre un hombro —era tan ligera y frágil como una gavilla de maíz seco—, y luego blandió la espada en torno a sí para contener a los bárbaros, y continuó con paso tambaleante hacia Galiana y Evgena.

—Y ahora ¿qué? —preguntó, mientras dejaba a Raiza en el suelo y se volvía para luchar mientras los nórdicos cerraban filas otra vez en torno a ellas.

—El hogar oculta una escalera —dijo Galiana, mientras guiaba a Evgena hacia allí—. Retenlos mientras escapo con la boyarina.

—Sí, hermana —replicó Ulrika, que asestaba tajos como loca en todas direcciones.

Galiana susurró una frase corta, y con un estruendo de contrapesos ocultos, el hogar empezó a rotar sobre su eje. Pero antes de que hubiese girado tan sólo un palmo, los hombres de armas de Evgena que aún defendían tenazmente la puerta que daba al corredor retrocedieron con paso tambaleante, gimiendo y manoseándose el cuerpo como si estuvieran poseídos por el éxtasis. Los miembros del culto se lanzaron adelante, los mataron y entraron en masa en la habitación, seguidos por un personaje alto y jorobado que se cubría con un ropón púrpura y a quien protegía un corpulento paladín pintado a rayas.

Ulrika maldijo y redobló la defensa mientras los miembros del culto se unían al círculo de bárbaros y la atacaban al tiempo que el hechicero jorobado alzaba los brazos y comenzaba a salmodiar.

—Date prisa, hermana —la apremió con voz ronca.

El hogar acabó de girar y dejó a la vista una puerta estrecha, pero antes de que Galiana pudiera ayudar a Evgena a llegar hasta ella, de la frente oculta por la capucha del hechicero salieron disparadas serpientes de energía purpúrea que pasaron en torno a los bárbaros para lanzarse directamente hacia Ulrika y las lahmianas.

Galiana chilló y movió las diminutas manos en el aire para formar un amplio arco, creando una cortina de aire ondulante. Las serpientes la atravesaron sin detenerse, pero al salir eran sombras de color violeta pálido. Aun así, bastaron.

Ulrika retrocedió con paso tambaleante ante los miembros del culto y los bárbaros cuando la atravesó un zarcillo, y serpientes de dolor comenzaron a reptar por su interior, mordiéndole las entrañas. Sus enemigos avanzaron. No podía contenerlos. El dolor la incapacitaba.

—Llévatela dentro —dijo con voz ronca, agitando débilmente los brazos hacia ellas—. ¡Marchaos!

Un personaje vestido de negro y gris entró en la habitación con paso tambaleante, mirando en torno como enloquecido, con el estoque desnudo. Ulrika se quedó petrificada. Era Stefan. Estaba cubierto de heridas, sangre y mugre del callejón, pero estaba vivo. ¡Vivo!

—¡Stefan! —gritó Ulrika—. ¡El hechicero!

Stefan pareció captar la situación en un instante. Y cargó, dirigiendo un tajo hacia el cuello del hechicero jorobado con el estoque cubierto de sangre.

El paladín del hechicero se volvió cuando se aproximaba y desvió el tajo con la espada, pero por muy poco. El estoque hendió la carne de un hombro del hechicero en lugar de cortarle el cuello, y el jorobado dio un traspié, gritando de sorpresa y dolor.

Los zarcillos purpúreos se disolvieron de inmediato hasta desaparecer, y las serpientes que devoraban las entrañas de Ulrika dejaron de morder. Se lanzó a asestar tajos contra el círculo de miembros del culto y bárbaros con renovada fuerza.

—¡Ahora, hermana! —gritó—. ¡Marchaos! ¡Stefan! ¡Conmigo! ¡Deprisa!

Ulrika oyó que Galiana se llevaba a Evgena a rastras, mientras que, a través de los cuerpos de sus atacantes, vio que Stefan corría con paso inestable hacia ella, con el paladín pintado a rayas lanzado tras él como una tromba. El apiñamiento de enemigos se dividió ante la velocísima arma de Stefan, y pasó a través de ellos para luego volverse, ya junto a Ulrika, y atravesarle el cuello al paladín. En una muñeca tenía una herida por la que se le veía el hueso, y otra en la frente que le transformaba la cara en una máscara roja.

—Lo siento —jadeó, mientras la ayudaba a contener al resto—. He… fracasado en el intento de desviarlos.

—No importa —dijo ella—. Estás aquí. Y estás vivo.

—No es suficiente. Yo… —Sus palabras murieron al ver el marchito cuerpo de Raiza que yacía a sus pies—. Kiraly —jadeó—. ¿Kiraly ha estado aquí?

—Sí —replicó Ulrika, mientras atravesaba a otro miembro del culto—. Él… —Un estruendo de raspar de piedra hizo que volviera la cabeza—. ¿Señora?

Galiana y Evgena ya no se encontraban detrás de ella, y el hogar estaba rotando con lentitud para cerrarse, haciendo que la puerta oculta se estrechara cada vez más.

—¡Perra traicionera! —gruñó Ulrika, y luego aferró a Stefan por un brazo—. ¡Atrás! ¡Rápido! ¡Por esa puerta!

Stefan se volvió, luego se apartó de un salto de sus oponentes y entró por ella a toda velocidad. Ulrika hizo un último barrido a su alrededor, luego sujetó el cuerpo de Raiza por el cuello de la camisa y la arrastró a través de la abertura que se estrechaba mientras los bárbaros y los miembros del culto se lanzaban hacia adelante.

La puerta se cerró con un resonante golpe justo en el momento en que acababan de pasar las puntas de los pies de Raiza. Ulrika la soltó y se volvió, con la espada en alto. Galiana se encontraba de pie en lo alto de una estrecha escalera de caracol situada en la parte posterior de la diminuta cámara de piedra en la que se hallaban, y tenía la mirada fija en Stefan mientras en torno a sus dedos brillaba un rojo nimbo de energía. Se le había caído la peluca, que yacía a sus pies como un perro spaniel muerto y dejaba a la vista la encogida cabeza de cabello ralo.

—¡No lo hagas! —gritó Ulrika—. ¿Vas a atacar al hombre que te ha salvado?

—Es a ti a quien ha salvado —susurró la boyarina Evgena. Estaba poniéndose trabajosamente de pie detrás de Galiana, y levantó la cabeza con dificultad. Su ya arrugada cara había quedado marchita y esquelética, y su voz era como el susurro del viento saliendo de una estrecha cueva—. Habéis conducido hasta aquí a esos dementes con la esperanza de que os hicieran el trabajo, y habéis caído en vuestra propia trampa.

—Señora, no es así —la contradijo Ulrika con tono implorante—. Si estuviéramos conspirando contra ti, ¿por qué no atacarte ahora?

—Ulrika tiene razón, boyarina —la apoyó Stefan—. Las dos estáis debilitadas. Nada nos impediría mataros aquí, si quisiéramos.

—Salvo por el hecho de que no estamos vueltas de espaldas —replicó Evgena don desdén.

Ulrika iba a responder, cuando algo le aferró un tobillo. Bajó la mirada. Raiza la sujetaba con una mano marchita, mientras sus labios como de pergamino se movían y sus ojos se movían, agitados de un lado a otro en el interior de las cuencas hundidas.

—Raiza —jadeó Ulrika, que se arrodilló junto a ella. Parecía imposible que la esgrimista aún estuviese viva—. Raiza, ¿qué sucede?

—Fe… dor —murmuró Raiza.

Ulrika se inclinó más, mientras los otros se acercaban y las rodeaban.

—¿Qué dices? No te entiendo.

—Mi… marido —susurró Raiza—. ¿Dónde está mí… marido?

Ulrika abrió la boca, pero no dijo nada. No tenía ni idea de qué podía contestarle.

Evgena se arrodilló al otro lado de la esgrimista y le posó una mano sobre un brazo.

—Está muerto, querida mía —dijo. Ulrika nunca la había oído hablar con tanta calidez y ternura—. Pero te has vengado de sus asesinos, tal y como te prometí qué harías. Han muerto todos por tu mano. Ya puedes descansar.

Raiza la miró con ojos inexpresivos durante un largo momento, y luego dejó caer la cabeza.

—Sí —dijo—. Descansar.

Cuando la luz abandonó los ojos de la esgrimista, Evgena tendió una mano y le arrancó del pecho la Esquirla de Sangre. Palpitaba con luz roja, como un corazón que aún latiera.

—Y ahora —dijo—, yo me vengaré de tu asesino. —Y dicho esto, se lanzó hacia Stefan para intentar apuñalarlo con la Esquirla.

Stefan saltó hacia atrás para esquivarla justo a tiempo mientras lanzaba una maldición, y Evgena fue tras él dando traspiés, hendiendo el aire con tajos salvajes.

—¡No, señora! —gritó Ulrika, y le sujetó la muñeca.

Evgena se debatió, pero no tenía casi fuerza y no pudo soltarse.

—¡Suéltame! —le ordenó.

—Señora —continuó Ulrika—. ¡Él nos ha salvado! ¡Hubiera podido quedarse al margen y dejar que el hechicero acabara con nosotras, pero ha puesto su propia vida en peligro y nos ha defendido! ¿Acaso no es eso prueba suficiente de que no quiere causarnos ningún mal?

—Es un von Carstein —gruñó Evgena—. Ninguna prueba es suficiente.

Unos pesados golpes hicieron vibrar las paredes de la pequeña habitación. Todos se volvieron. Los miembros del culto estaban intentando abrir una brecha a través del hogar.

Evgena dirigió una mirada feroz hacia la pared.

—Ellos también morirán. Todos ellos. Nadie me ataca en mi propia casa y vive para contarlo.

Galiana tomó a Evgena por un brazo.

—Hermana, no podemos quedarnos aquí. Acabemos esta discusión en la casa segura.

—Él no nos acompañará hasta allí —dijo Evgena, al tiempo que volvía los ojos hacia Stefan—. No quiero espías en esa casa.

—Tampoco yo me fío de él, señora —convino Galiana, alzando la voz para hacerse oír por encima de los golpes que resonaban a través de la pared—, pero la muchacha tiene razón. Ha tenido amplias oportunidades para atacar y no lo ha hecho. Puede que tenga algún móvil ulterior, pero, de ser así, no parece implicar nuestro inmediato perjuicio. Los miembros de ese culto son una amenaza mucho mayor. Tienen intención de destruir la totalidad de Praag, y vamos a necesitar de todos los instrumentos que tenemos a nuestra disposición para impedírselo, y eso incluye a von Kohln —recogió la peluca y se la puso sobre la marchita cabeza—. Luchemos juntos contra ellos. Podremos retomar más tarde nuestra propia guerra.

Stefan le hizo una reverencia a Galiana.

—Estoy plenamente de acuerdo, señora.

—Por supuesto que lo estás —dijo Evgena con desdén.

Otro martillazo sacudió la habitación, y sobre ellas cayeron polvo y guijarros procedentes del techo. Enseñó los dientes en un gruñido, para luego suspirar y volverse hacia Stefan y Ulrika.

—Se os mantendrá vigilados —dijo, y luego les hizo un gesto para que bajaran ante ella por la escalera de caracol.

Stefan vaciló, pero luego hizo una rígida reverencia y pasó cojeando ante la boyarina. Ulrika recogió el cadáver de Raiza y se reunió con él.

Desde detrás de ellos, Evgena alzó la palpitante Esquirla de Sangre.

—Y recordad lo que tenéis a la espalda.

La escalera de caracol descendía muchos pisos hacia el subsuelo, hasta desembocar en una red de antiguos túneles bajos que Ulrika, que había pasado un tiempo en Karan Kadrin, tuvo la certeza de que habían sido hechos por enanos. No eran cloacas ni alcantarillas, pero cualquiera que fuese su propósito original, se encontraban en un buen estado asombroso, secos y sólidos, aunque polvorientos y llenos de ratas e insectos. Ulrika temió que, al igual que las cloacas que ella y Stefan habían recorrido antes, también estuvieran llenos de mutantes y soldados que libraran escaramuzas subterráneas, pero no era así. Ni siquiera se veía nada que indicara que había habido ocupantes anteriores: ni fuegos antiguos, ni pilas de basura o de huesos, ni marcas en las paredes. Los túneles estaban tan silenciosos e intactos como una tumba no saqueada.

Al fin se detuvieron ante una pared lisa. Evgena pronunció una frase corta, y una sección se deslizó para dejar a la vista otra escalera de caracol. La casa de lo alto de la escalera era más modesta que la mansión de Evgena, pero aun así se trataba de una vivienda grande y cómoda, con una pequeña dotación de sirvientes y hombres de armas que no mostraron sorpresa ante la repentina aparición de su señora desde detrás de una librería de la biblioteca.

Evgena se aumentó de inmediato y sin preámbulo de una de las doncellas, y luego se volvió hacia sus huéspedes mientras se limpiaba los labios con un pañuelo de hilo, con la cara y el cuerpo devueltos a su delgadez habitual. Le habló primero a Stefan, al tiempo que alzaba la Esquirla de Sangre.

—¿La esencia de Raiza está atrapada dentro de esta cosa? —preguntó.

—Sí, boyarina —asintió él, inclinando la cabeza.

—¿Se la puede poner en libertad? ¿Se la puede devolver a su cuerpo?

—Así lo espero —dijo Stefan—, porque Kiraly tiene la esencia de mi señor dentro de otra. Aunque también dicen que es imposible.

Evgena asintió con la cabeza y luego le hizo un gesto a Ulrika.

—Deja su cuerpo aquí. Los guardaré, a él y al cuchillo, hasta que averigüe más de todo esto.

Ulrika hizo una reverencia y depositó el cuerpo de Raiza sobre la mesa de la biblioteca mientras Evgena se volvía hacia Galiana.

—Hermana —dijo—. Envía mensaje a nuestros amigos y agentes. Trabajaremos durante todo el día para cancelar ese concierto y hacerle llegar una advertencia al duque.

—Sí, señora —asintió Galiana, al tiempo que hacía una delicada reverencia.

—Una vez que nos hayamos asegurado de que Praag está a salvo, podremos perseguir y destruir el culto, pero hasta entonces… —Evgena dedicó una siniestra sonrisa a Ulrika y a Stefan—, pienso que será mejor mantener a nuestros… aliados..., a salvo de todo mal. —Hizo un gesto a sus hombres de armas con el abanico—. Encerradlos en la bodega.

—¡Señora! —gritó Ulrika con tono cortante—. ¡Nos insultas! Yo te he jurado lealtad. Stefan te ha salvado la vida. ¿Qué más tenemos que hacer para ganarnos tu confianza?

Evgena los miró con intensidad durante un momento, y luego se volvió para depositar la Esquirla de Sangre sobre el pecho de Raiza.

—Sólo se me ocurre una cosa —dijo—. Seguid el ejemplo de mi querida hija, y morid en mi defensa.

La bodega era sólo eso, una bodega para vino que había perdido su propósito original cuando las lahmianas se habían mudado a la casa, ya que ellas no bebían. Grandes toneles vacíos se alineaban contra una pared, y junto a la otra se habían colocado los botelleros, que ya no guardaban ninguna botella. El espacio que éstos ocupaban antes estaba dedicado a almacén, y había por todas partes cajones y baúles, además de pilas de cuadros y muebles cubiertos con sábanas.

Puede que no se tratara de la celda húmeda y fría que Ulrika había temido que fuese, pero aun así tenía muros de piedra de un metro de grosor y una puerta de sólido roble reforzado con bandas de hierro. Continuaba siendo una prisión, y no tenían libertad para marcharse.

Cuando los hombres de armas los encerraron, Ulrika había logrado, mediante ruegos, que le dieran un poco de agua con la cual asearse, y Stefan había encontrado un par de sillas de respaldo duro en las que sentarse, entre los armarios y consolas envueltos en sábanas, pero aparte de eso no había ninguna comodidad y no les habían permitido alimentarse. Al parecer, Evgena no quería que recuperaran las fuerzas mientras ella aún estaba débil.

Ulrika se había lavado y limpiado la ropa lo mejor posible, pero estaba demasiado inquieta como para hacer uso de las sillas. En lugar de sentarse, se paseaba junto a la corta escalera que ascendía hasta la puerta, con la mente funcionando a toda velocidad, mientras Stefan se aseaba a su vez al otro lado de la bodega.

El tratamiento que les daba Evgena era intolerable. Desde el principio habían actuado en favor de los intereses de ella, pero la boyarina continuaba tratándolos como si fueran asesinos. Era verdad que Ulrika tenía intereses ulteriores para jurarle lealtad, pero desde entonces no había roto el juramento, y siempre había trabajado para protegerla, ¿o no?

Era cierto que no lo había hecho con malicia, pero no podía negar que, de algún modo, había conducido al culto hasta la puerta de Evgena, y había sido la causante de que murieran los guardias y las mascotas de la boyarina y la pobre Raiza corriera una suerte aún peor que la muerte.

Ulrika cerró los ojos cuando la espeluznante escena volvió a repetirse dentro de su cabeza. ¿Por qué tuvo que ser Raiza quien había tenido que morir? La esgrimista había sido una compañera adusta, pero leal y honorable, e inesperadamente bondadosa por debajo de la fachada pétrea que mostraba al mundo. Una vida al servicio de Evgena habría podido resultar tolerable si hubiera contado con Raiza para practicar esgrima. Ahora, con ella muerta, Ulrika se preguntaba si podría aguantarlo durante una sola semana.

¿Cómo la había seguido el culto? No parecía posible. No había oído pasos. No había percibido fuegos de corazones. Y no creía que ni siquiera Jodis hubiese podido seguirle el ritmo cuando saltaba de un tejado a otro. Entonces supo la respuesta: ¡Kiraly! Él estaba entre ellos y los había conducido hasta la casa de Evgena, y no tuvo que seguir a Ulrika, ya que sin duda conocía el camino hasta la casa de la mujer a quien tanto deseaba matar que había recorrido casi dos mil kilómetros para hacerlo.

Un alivio egoísta inundó a Ulrika. ¡No había sido ella! No era responsable de la muerte de Raiza. No era en absoluto responsable del ataque contra la casa. Por supuesto, nunca convencería de eso a Evgena, pero al menos ella sabía que era así.

El chapoteo de agua del otro lado de la habitación hizo que sus pensamientos volvieran a Stefan, y lo vio otra vez entrar con paso tambaleante en el salón de Evgena, cubierto de sangre y terriblemente herido. La flecha de punta de plata que se le había clavado en la pierna había sido sólo la primera de las heridas. ¡Cómo tenía que haber luchado para impedir que los miembros del culto la siguieran!

La sacudió un pensamiento repentino. ¡Por los dientes de Ursun! ¿Habría luchado con Kiraly? En el torbellino de la batalla y de lo que siguió, no hubo tiempo para preguntárselo. Ni siquiera había pensado en ello. ¿Le fue imposible contener a los miembros del culto porque Kiraly lo había distraído? No era de extrañar que tuviese tantas heridas.

La pila de baúles y muebles se alzaba entre ella y Stefan. Comenzó a rodearla. Pobre Stefan, librar una batalla tan desesperada cuando aún sufría el dolor causado por la flecha de punta de plata… El dolor debía de ser terrible. Eso lo sabía por amarga experiencia. El mordisco de la plata no se desvanecía con rapidez. No sin sangre para contribuir a su curación, y Evgena no les había permitido alimentarse. No obstante, Stefan le había enseñado otra manera de curar heridas. Avanzó, mientras el deseo crecía en su interior.

Después de todo lo que él había hecho, después de que se hubiera esforzado al máximo por defender a Evgena del culto y de Kiraly, sin recibir mis que desdén y suspicacias a cambio, merecía algo más que agua para asearse. Ulrika lo curaría y calmaría su dolor, y al hacerlo hallaría curación y sedación para sí misma. El placer suavizaría la tristeza que sentía por la muerte de Raiza y el enojo causado por la desconfianza de Evgena. Se perdería en él y, al menos durante un rato, todo estaría bien.

Andando con sigilo, rodeó la esquina del montón de muebles. Stefan se encontraba de espaldas a ella, desnudo, y se frotaba un antebrazo sobre un desagüe que había en el suelo. Se detuvo para admirar las líneas esbeltas de su espalda, y la delgada fortaleza de sus largas piernas. Era tan hermoso como un gato cazador a pesar de las heridas, que tal vez incluso aumentaban su belleza al conferirle un aire de peligro y experiencia. Bueno, se deleitaría con ellas mientras pudiera, ya que después de que hubieran intercambiado sangre con Stefan, desaparecerían. Incluso la herida de la saeta de ballesta con punta de plata que tenía en la parte posterior de la pierna se reduciría a nada más que…

Ulrika se detuvo, con el ceño fruncido.

Había, en efecto, una herida en la pierna de Stefan, roja, profunda y cubierta de costras, pero no era como debía.

Se miró su propia muñeca, donde Jodis la había cortado con el cuchillo largo bañado de plata. Incluso habiendo pasado días, y después de haber bebido la poderosa sangre de Stefan, los bordes de la cicatriz continuaban siendo Negros… negros, no rojos.