16: La venganza de Kiraly
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La venganza de Kiraly
Ulrika regresó al sótano de la panadería abandonada que había encontrado entre las ruinas después de comprobar por dos veces que no la seguían, y trepó al interior del horno de ladrillo que le servía de cama justo en el momento en que el cielo comenzaba a aclararse por el este, pero el sueño se negaba a visitarla. Estaba demasiado furiosa.
Los insultos del vampiro sonaban en sus oídos, y se burlaban de ella cuando intentaba refutarlos. Se daba cuenta de que su manera de tratar a los adoradores del Caos tal vez había carecido de sutileza, pero ¿y el resto? ¿Tendría razón el vampiro? ¿Estaban divididas sus lealtades? ¿Amaba a los humanos más que a su propia raza? No. Después de esa noche, los despreciaba a ambos por igual. Ambos hacían presa en los débiles e impotentes. Los vampiros se apoderaban de la sangre de los inocentes, y los matones y adoradores del Caos los despojaban de su libertad y de su alma. No veía diferencia ninguna entre ellos.
¿Y proteger a las víctimas de semejantes depredadores era realmente sólo una estupidez sentimental? ¿Su deseo de ser una buena protectora para Praag era sólo un disparate idealista provocado por unas cuantas canciones tristes y un momento de melancolía por la pérdida de su padre? Tal vez, pero ¿acaso no servía también a un propósito? Las lahmianas vivían camufladas dentro de la sociedad, no fuera de ella como otros vampiros. Por lo tanto, mantener el estado de las cosas era una cuestión de supervivencia. Si la sociedad se derrumbaba, ¿qué harían todas las lahmianas en sus adorables casitas?
Gimió y rodó de lado en su cama de ladrillo. Las lahmianas jamás la escucharían. La boyarina Evgena parecía una tirana calcificada, tan preocupada por defender su supremacía que ni siquiera podía permitir que Ulrika existiera. ¿Por qué no podía dejarla en paz? Desaparecido su padre y perdidas sus tierras a causa de las hordas, Praag era el único lugar que quedaba en el mundo por el que Ulrika sentía algo. Quería convertirla en su hogar. No podía permitir que Evgena y sus hermanas la expulsaran de la ciudad, del mismo modo que no podía dejar que el culto de Slaanesh la destruyera.
El culto la preocupaba. Aunque tanto Evgena como su misterioso rescatador le habían quitado importancia por considerarlo una amenaza carente de colmillos, Ulrika había sentido su mordisco y no estaba tan segura. La organización parecía tener un brazo muy largo y estar bien financiada. Contaba con bastantes efectivos y dinero suficiente como para contratar matones con el fin de que reunieran muchachas para ellos, y había poderosos brujos entre sus filas; si lograban prevalecer, la ciudad se perdería.
Pero ¿cómo seguirles el rastro? Habían cortado y cauterizado con rapidez y eficiencia todas las pistas. Ulrika se encontraba justo donde había comenzado.
Le dio vueltas al problema hasta que sus pensamientos acabaron por mezclarse, y se sumió en sueños inquietos poblados por sigilosas sombras y llamas purpúreas.
* * *
En cuanto el sol se puso al anochecer siguiente, Ulrika, que continuaba siendo incapaz de pensar en ninguna otra manera de avanzar, regresó a la bodega de la destilería de kvas en busca de pistas sin tener mucho éxito. Habían retirado los cuerpos del jefe de ceremonia y sus secuaces, al igual que todo rastro del círculo de sacrificio. También había desaparecido la carreta que había transportado hasta allí a las muchachas, y entre las cubas de latón que se alineaban contra las paredes no habían dejado ni un arma ni un hilo de ropa. Tampoco encontró ningún libro, ni nota ni inscripción, sólo las manchas y salpicaduras de los ríos de sangre que ella había derramado en su frenesí de la noche anterior, y que ya estaban secándose.
Sin embargo, puede que aún quedara una pista. Su olfato era tan fino como el de un gato cazador, y ya había recurrido antes a él para encontrar la presa. El problema residía en que había demasiados olores, todos mezclados. En el patio sería más fácil individualizarlos.
Se volvió hacia la rampa, y entonces se detuvo y bajó la mano hasta el estoque. Alguien, o algo, descendía por ella. Oyó el sonido de algo pesado que se arrastraba: ¿el reptar de una gran serpiente? ¿Algún demonio conjurado por el odiado brujo? Aguzó los sentidos, pero no percibió pulso ninguno, ni sintió el tibio palpitar de un fuego de corazón. ¿Tenían corazón los demonios?
Se ocultó detrás de una columna y desenvainó las armas. Una sombra larga se extendió como una babosa sobre los adoquines iluminados por la luna mientras continuaba el sonido de un cuerpo arrastrándose. Ulrika se tensó dispuesta a saltar.
La delgada silueta de un hombre apareció al pie de la rampa, un hombre armado con una espada pero carente de latido cardíaco que arrastraba a un muerto por el cuello de la camisa.
—Deberías ser más cuidadosa —dijo el espadachín—. Las lahmianas habían apostado un esclavo de sangre para que las avisara si regresabas.
Ulrika gruñó con disgusto. Se trataba de su impertinente rescatador. Salió de detrás de la columna, pero no envainó el estoque ni la daga.
—Si te parezco tan lastimosa, ¿por qué me sigues?
Él se arrodilló y limpió la hoja de la espada con la capa del muerto.
—He reconsiderado lo que dijiste acerca del culto —afirmó—. Me temo que podrían ser una amenaza para Praag, después de todo, y eso no puedo permitirlo.
—¿Te preocupa la suerte que corra la ciudad? —Ulrika hizo una mueca desdeñosa—. Pensaba que no te molestabas en prestar atención a los asuntos de los hombres.
—Praag no me importa en absoluto —dijo el vampiro—, pero el plenilunio de Mannslieb será dentro de tres noches. Si esos imbéciles consiguen conquistar la ciudad para entonces, e incluso si fracasan pero la sumen en la confusión, podrían interferir en mi venganza.
Ulrika alzó una ceja.
—¿De qué venganza se trata?
El vampiro se puso de pie y envainó la espada, para luego volver a mirarla durante un largo momento con sus fríos ojos grises.
—Dado que tú desprecias tanto a tu raza, puede que no entiendas esto, pero yo he venido a Praag a vengar la muerte de mi padre de sangre, el conde Ottokar von Kohln, un gran príncipe de Sylvania que murió a manos de un falso amigo, un traidor.
—Entiendo el cariño que siente un hijo por un padre o una madre —replicó Ulrika, rígida—. Yo quería a mi padre más que a mi propia vida.
—Tú no entiendes nada —le espetó el vampiro con indiferencia—. Tu verdadero padre lo fue sólo por accidente de nacimiento. El mío me escogió, y yo lo escogí a él. Era para mí más de lo que podría haber sido jamás cualquier padre humano. De hecho, me apartó del lado de mi padre humano, y le di las gracias por ello. —Se volvió de repente para ocultarle el rostro—. Ahora —continuó, pasado un largo momento—, lo han arrebatado de mi lado, y no descansaré hasta que haya matado a su asesino.
Ulrika se estremeció ante aquella arrogancia, pero la repentina emoción que había demostrado la sorprendía e intrigaba. No lo había esperado de él.
—¿Quién es ese asesino? —preguntó.
—Un vampiro llamado Konstantin Kiraly —dijo—. Fue huésped de mi padre durante siglos; su amigo, pensábamos nosotros, hasta que reveló su verdadera naturaleza y lo mató mientras dormía.
—¿Kiraly? —repitió Ulrika—. Un kislevita, entonces.
El vampiro asintió con la cabeza.
—Hace quinientos años, Praag y sus alrededores eran su feudo, pero la reina de la Montaña de Plata envió a una hermosa lahmiana a arrebatárselo, la mujer a la que conoces como la boyarina Evgena. Durante años, ella fingió ser su fiel consorte, pero luego, durante la Gran Guerra contra el Caos, cuando él marchó con un ejército de esclavos de sangre a defender sus propiedades del interior del país, ella vio llegada su oportunidad y le cortó la cabeza dentro de la tienda del campamento, e hizo que pareciera que lo habían hecho los bárbaros. Pero Kiraly no murió.
El vampiro se recostó contra una columna y continuó.
—Algunos de sus seguidores se llevaron la cabeza y el cuerpo y los conservaron dentro de un ataúd lleno de sangre. Lo trasladaron a Sylvania y se lo llevaron a mi padre, que era un erudito de las formas de curación nigromántica, y allí permaneció durante trescientos años, cicatrizando con lentitud y recuperando fuerzas en calidad de huésped nuestro, mientras su mente se enconaba con pensamientos de venganza contra la mujer que lo había traicionado. Ahora se ha recuperado del todo y ha venido al norte con los descendientes de aquellos seguidores para vengarse.
—Y tú —dijo Ulrika— has venido al norte para vengarte de él.
El vampiro asintió con la cabeza.
—Sí.
—¿Has advertido a la boyarina Evgena con respecto a ese Kiraly?
El vampiro se rió, un sonido cortante y frío.
—Ella temía que yo hubiera venido a matarla. Me echó antes de que pudiera hablar —negó con la cabeza—. Si puedo matar a Kiraly antes de que él la mate a ella, lo haré. Si no… —Se encogió de hombros—. No es pariente mía.
Ulrika asintió con la cabeza. Parecía la reacción exacta que la boyarina podría tener.
—¿Y ese Kiraly está en Praag?
—Si así fuera, yo estaría persiguiéndolo a él, no a los miembros del culto —dijo el vampiro—. No. Viaja desde Sylvania con todos sus seguidores, y ellos avanzan a la velocidad de una caravana de abastecimiento. Era demasiado arriesgado intentar matarlo por el camino, rodeado de su séquito y sin refugio ninguno al que poder retirarme si las cosas salían mal, así que me adelante. Aquí tendré la posibilidad de separarlo de sus esclavos de sangre, y de perderme en el laberinto de calles si me veo abrumado —suspiró—. Pero sólo si Praag aún existe cuando él llegue. Si cae en manos del Caos antes de ese momento, Kiraly tendrá miedo de entrar. Incluso si los adoradores del Caos fracasan pero lo dejan todo sumido en la confusión, podría tomar la decisión de esperar, dado que ya ha esperado doscientos años. Yo no puedo esperar. No tengo su paciencia. ¡Mi padre de sangre debe ser vengado! Por lo tanto, los planes de esos estúpidos deben fracasar.
—Bueno, ¿y qué quieres de mí, entonces? —preguntó Ulrika.
—Información —respondió el vampiro—. ¿Quiénes son esos adoradores del Caos? ¿Dónde está su guarida? ¿Qué planes tienen?
Ulrika resopló.
—¿Iba a estar yo husmeando dentro de este agujero si supiera eso? La última pista que tenía que me llevaba hasta ellos murió quemada en el interior de aquel almacén. No sé más de lo que sabes tú.
—Eso… es desafortunado —dijo él—. Había abrigado la esperanza de acabar con el asunto esta misma noche. —La miró fijamente durante un momento, sin parpadear, y luego suspiró y se volvió hacia la rampa—. Me hubiera gustado contar con una ayuda más experimentada, pero el tiempo es un factor de suma importancia y parece que tendré que conformarme con lo que tengo. Muy bien. Me ayudarás a encontrar el culto. Ven. Comenzaremos de inmediato.
Ulrika se quedó mirándolo mientras se alejaba, tan conmocionada por semejante desfachatez que su cólera tardó un momento en manifestarse.
—¿Yo ayudarte a ti? —le espetó al fin, atropelladamente—. ¡Maldita sea si lo hago! ¡No te debo ninguna lealtad!
El vampiro se volvió a mirarla con una ceja alzada.
—¿Estás segura? ¿Qué me dijiste anoche, después de que escapáramos del incendio? ¿Lo recuerdas?
Ulrika tuvo un momento de vacilación al recordar.
—Te… te dije que te debía la vida.
—¿Lo niegas ahora?
—Yo… No, no lo niego.
El vampiro asintió con la cabeza.
—Tienes un honor básicamente rudimentario. El resto puede que llegue en su momento. ¿Cómo te llamas?
—Ulrika Magdova Straghov —respondió Ulrika, al tiempo que hacía una reverencia automática.
—¿Y tu padre?
—El boyardo Iván Petrovich Straghov, guardián de las marcas del Territorio Troll.
El vampiro suspiró con impaciencia.
—Tu padre de sangre.
Ulrika vaciló, y luego se encogió de hombros. A un sylvano no le importaría que ella tuviera un padre sylvano.
—Se llamaba Adolphus Krieger —dijo—, y para mí no era más de lo que podría haber sido cualquier padre humano. De hecho, el muy cerdo mató a mi verdadero padre.
—¿Krieger? ¿El advenedizo? —El vampiro frunció los labios—. El que pensaba que nos gobernaría a todos. No sabía que hubiera creado un vástago.
—Fue casi lo último que hizo —dijo Ulrika con el rostro serio— antes de que mis compañeros lo mataran.
El vampiro sonrió con aire de suficiencia.
—Tus compañeros nos hicieron un favor a todos. —Le hizo una reverencia formal y entrechocó los tacones marcialmente—. Stefan von Kohln, del castillo von Kohln. —Una expresión siniestra nubló sus ojos—. Al menos lo fui hasta que Kiraly me obligó a salir de él. —Se volvió otra vez hacia la rampa—. Ven. Ya hemos perdido parte de la noche.
Ulrika lo fulminó con la mirada, aún ofendida por su arrogancia. Al mismo tiempo, si lo que él quería era detener a los adoradores del Caos, a ella le vendría bien toda la ayuda que pudiera conseguir, aunque Stefan pensara que era ella quien lo estaba ayudando a él. Con un suspiro, envainó el estoque y la daga y comenzó a subir por la rampa.
* * *
Ulrika y Stefan hicieron todo lo posible por seguir los diferentes rastros de olor de los miembros del culto, los cuales salían del patio de la destilería y se separaban a medida que serpenteaban por las desiertas calles del Novygrad en ruinas, pero los rastros estaban demasiado fríos. En cuanto llegaban a los barrios más poblados, desaparecían bajo los olores y rastros del tráfico del día, y resultaba imposible encontrarlos. Cinco veces regresaron a la destilería para seguir nuevos rastros, y cinco veces los rastros desaparecieron sin conducir a nada.
—¿Qué me dices de los lugares donde se produjeron los incendios? —preguntó Ulrika cuando se detuvieron, derrotados, en medio de las ruinas—. A la casa del joyero y el almacén, me refiero.
Stefan negó con la cabeza.
—Allí el rastro habrá quedado aún más cubierto. Las brigadas de los cubos de agua, los mirones y los saqueadores, la guardia, todas las idas y venidas… Jamás encontraríamos el rastro de olor correcto entre todos ellos —soltó una maldición—. Esos cabrones han desaparecido de manera admirable.
Ulrika asintió con la cabeza y suspiró.
—Tal vez podríamos seguir los rumores sobre muchachas desaparecidas.
Stefan gruñó con disgusto y apartó la mirada.
—Tiene que haber un camino más rápido. Faltan sólo tres días para que Mannslieb alcance el plenilunio —frunció el ceño, y luego se volvió hacia Ulrika y la miró desde debajo de sus largos mechones negros—. Dices que has jurado proteger Praag. ¿Se debe a que era tu hogar, cuando estabas viva?
Ulrika negó con la cabeza.
—Estuve aquí durante el otoño y el invierno pasados, mientras duró el asedio, pero no es mi ciudad de origen. Yo procedo del oblast del norte.
—Es una lástima —dijo él—. Tenía la esperanza de que tal vez conocieras a alguien aquí que pudiera tener información sobre el culto; rumores, al menos. Siempre hay rumores, porque la gente que sospecha no se atreve a hablar en voz alta —alzó la mirada hacia ella—. ¿No tienes ningún conocido de cuando estuviste aquí a quien pueda convencerse de que nos cuente lo que sabe? ¿No conoces a ningún agente secreto? ¿O tal vez alguna amiga? Las mujeres son siempre grandes coleccionistas de chismorreos.
Ulrika frunció el ceño ante aquel displicente comentario infamante, pero lo apartó a un lado y volvió a la pregunta: ¿A quién conocía allí, de antes de morir? Max Schreiber acudió de inmediato a su mente, así como su primo Enrik que, después de todo, era nada más y nada menos que el mismísimo duque de Praag, pero los descartó con la misma rapidez con que pensó en ellos. Ya había decidido que no volvería a ver nunca a Max, y revelarle su presencia a Enrik sería un suicidio. Además, dudaba de que supieran algo. De ser así, el culto ya habría sido destruido.
—No —dijo al fin—. Tengo aquí uno o dos viejos conocidos, pero no te servirían de nada. No son más que soldados y extranjeros.
—¿Estás segura? —preguntó él.
Ulrika asintió con la cabeza, deseando tener una respuesta mejor que darle. La idea de él era buena. Encontrar a alguien que mantuviera el oído alerta tenía más sentido que rondar por las calles con la esperanza de tropezarse por accidente con los miembros del culto. Pero la verdad era que conocía a poca gente allí, y a nadie que pudiera saber lo bastante como para que mereciera la pena entregarlo a las tiernas atenciones de Stefan. Ciertamente, no conocía a ninguna de las «chismosas mujeres» mencionadas por el vampiro. Jamás se había relacionado con el tipo de damas que se susurraban unas a otras secretos en los salones.
Se detuvo a pensar, y rió entre dientes.
Eso no era del todo cierto. Recientemente se había unido a una hermandad de mujeres así, las lahmianas. Todo su imperio se basaba en la utilización de secretos. Ganaban influencia averiguándolos, para luego suspenderlos sobre la cabeza de los poderosos. Empleaban ejércitos de seductoras avezadas en conversaciones de alcoba que sonsacaban rumores a generales, nobles y reyes. Convertían en esclavos a hombres que luego les contaban todo lo que sucedía en los salones de los gremios y de la corte. Si había algún rumor que mereciera la pena, sus «hermanas» lo habrían oído.
Ulrika miró a Stefan y le sonrió.
—Ya sé a quién preguntarle —dijo.
El vampiro alzó una ceja.
—¿Ah, sí?
—A la boyarina Evgena Boradin. No habrá en toda Praag una acaparadora de secretos más grande que ella.
La cara de Stefan se tomó pétrea y fría.
—Nunca —dijo.
—¿Por qué no? —quiso saber Ulrika.
—Ya te lo he contado —respondió Stefan—. Me atacaron cuando fui a verlas. Te atacaron a ti. De ellas no sacarás nada más que una daga clavada en el corazón.
—Tal vez no —dijo Ulrika, pensativa—. La boyarina me dio tres opciones: jurarle vasallaje a ella, abandonar Praag o morir. Fue sólo cuando rechacé las dos primeras que ella escogió la tercera por mí. Si volviera a verla y aceptara unirme a su hermandad, creo que se abstendría de matarme.
—¿Y crees que después respondería a las preguntas que le hicieras? —preguntó Stefan, con expresión burlona—. Serías la más humilde de sus sirvientas. Te diría que recordaras cuál era tu lugar.
—Haré de las respuestas a mis preguntas una condición para acceder a servirla —declaró Ulrika, alzando el mentón.
Stefan soltó una carcajada.
—No aceptará que le impongas ninguna condición, muchacha. Yo, desde luego, no lo aceptaría.
—Entonces tal vez pueda convencerla de que la amenaza que representa el culto es real. Si voy a verla con una actitud humilde, puede que logre que me conceda un momento para presentar mi caso.
—Lograrás una muerte rápida —afirmó Stefan—. No lo permitiré. No desperdiciarás tan neciamente la vida que me debes.
—¿Tienes un plan mejor? —preguntó Ulrika—. ¿Una mejor fuente de rumores? Como bien has dicho, tenemos tres noches.
Stefan volvió a apartar de ella la mirada y negó con la cabeza, pero un momento después suspiró.
—No te acompañaré. Y harías bien no mencionando mi nombre.